El libro de Wendy Brown me atrajo inmediatamente por el título: La política fuera de la historia[1]. Hace tiempo que llevó dándole vueltas a mi labor como historiadora y este título me resultó provocativo y tentador. No me equivoqué.
La autora nos interpela continuamente con múltiples
preguntas que no siempre tienen una respuesta clara (o a mi no me lo ha
parecido en todos los casos), pese a ello el libro me ha interesado mucho. Es
cierto que no todos los capítulos me han atraído de la misma forma.
El punto de partida del libro es que muchos han
perdido la confianza en una historiografía ligada a la noción de progreso o de
cualquier otro tipo de finalidad, sin acuñar un sustituto político que permita
la progresiva comprensión del lugar de donde venimos y de la dirección en que
nos movemos. Todo ello además en un momento en que hay una auténtica oleada de
inseguridad, ansiedad y desesperación al hacer aguas el pensamiento crítico y
especialmente las teorías revolucionarias.
El
primer capítulo, tras la Introducción, se titula: «Síntomas. Moralismo como
antipolítica». Brown parte de la desintegración de las alternativas de la izquierda.
Señala que como ni la izquierda ni los liberales se han desvinculado de la idea
del progreso de la historia, ninguno de los dos es capaz de concebir la
libertad o la igualdad sin derechos, sin soberanía y sin el Estado. Esto
provoca rabia e impotencia en esas corrientes políticas y se expresa a través
del moralismo político basado en el reproche que la autora critica en este
capítulo.
Me han interesado poco los capítulos tres, cuatro y
seis: «Deseo. El deseo de ser castigado: “pegan a un niño” de Sigmund Freud», «Poder.
Poder sin lógica sin Marx» y «Democracia. La democracia contra sí misma: el
desafío de Nietzsche». No quiero decir con ello que no tengan interés, sino que
los tres tratan temas que hoy me motivan poco.
El
capítulo que quiero resaltar es el cinco: «Política. Políticas sin
barandillas: política genealógica en Nietzsche y Foucault». Hace mucho que trato
de encontrar la vía para aplicar los planteamientos genealógicos a la
investigación de la historia. La autora considera que la genealogía formulada
por Nietzsche y revisitada por Foucault puede funcionar como punto de partida
alternativo para generar objetivos políticos. Este capítulo, por tanto, está
más enfocado hacia la política, pero naturalmente también hay referencias a la
manera de entender la historia.
La
genealogía es una historia que a la vez es una crítica: crear una genealogía no
es presentar un relato lineal de cómo evolucionó un tema, sino preguntarnos qué
entendemos por dicho tema y por qué actualmente lo concebimos de esta forma y
no de otra. Es importante ser conscientes de nuestra ubicación peculiar en esa
genealogía que está compuesta de muchísimas historias con sus distintas
facetas.
También me ha parecido una incitación al pensamiento
el capítulo siete: «Futuros. Espectros y ángeles: Benjamin y Derrida». Por un
lado, Derrida trata de reconsiderar de manera novedosa el empuje de la historia
sobre el presente, un empeño que podría romper con la historiografía lineal aún
más radicalmente que la genealogía tal y como la formulan Nietzsche y Foucault.
Por otro lado, la dialéctica que Walter Benjamin
retomó del marxismo reelaborándola radicalmente no expresa el proceso por el
que se mueve la historia, sino que tiende a capturar el encuentro peculiar de pasado
y presente que tiene lugar en la imagen del pasado que «estalla». La
dialéctica es el nombre de un proceso por el cual se hacen vivir en el presente
algunos elementos del pasado, que resultan revividos por el presente y, en
semejante iluminación, quedan transformados tanto el pasado como el presente.
El pasado puede haber acontecido sin memoria, pero sin memoria no puede vivir
en el presente; significativamente la memoria histórica se expresa a través de
imágenes aun cuando es la narración que la vehicula.
Un
libro, el de Wendy Brown, que desarrolla una reflexión plena de actualidad y
que nos puede dar claves sobre la pobreza del pensamiento y la agencia de
izquierdas en el siglo actual.
[1] Wendy Brown (2014): La política fuera de la
historia. Enclave de libros, Madrid
El progreso como motor de la historia quedó herido de muerte, con lo que se ha dado en llamar la derrota de los grandes relatos y lamentablemente los pequeños no pueden ocupar su lugar.
ResponderEliminarLas dos grandes escuelas historiográficas del siglo XX, la marxista británica y la de los Annales de Francia han caído por su propio peso cuando pasaban por ser la alternativa a la vieja historiografía positivista y no ha habido nada que las sustituya como afirmación global.
Al no haber referentes, han variado los discursos y cada uno hace lo que puede en un terreno variado e inestable. Eso es terreno abonado para la hiperideologización de la historia y su uso y abuso por los diferentes grupos que necesitan de la historia para justificar sus argumentos. Los encontronazos serán inevitables y solo con la vuelta a una historia liberada del poder de las capillas será posible construir algo más creíble.
Un abrazo
Ando en el intento de aplicar la genealogía que plantea Nietzsche y, sobre todo, Foucault, a la historia. No es fácil pero lo voy a intentar, hoy por hoy es lo que más me convence y motiva.
EliminarUn abrazo.