El
socialismo salvaje. Autoorganización y democracia directa desde 1789 hasta
nuestros días. Charles Reeve (2020): Barcelona, Virus.
Comentarios: Laura Vicente
El
socialismo salvaje
empieza con una frase que me hizo recelar: «No hemos querido realizar un
trabajo de historiador» (p. 12). Sin embargo, su lectura pronto me hizo
abandonar los recelos puesto que el proyecto de Reeve resulta de gran interés
aunque, naturalmente, resulte incompleto como ya veremos.
La intención del autor en esta obra es «visitar» y «discutir» los periodos revolucionarios del movimiento socialista, centrándose en las corrientes calificadas, por quienes no compartían este tipo de socialismo, como corrientes del «exceso de los extremos». La socialdemocracia (o socialismo ortodoxo), en la segunda década del siglo XX, las calificó también de «socialismo salvaje», denominación despectiva que positiviza Reeve en este libro.
Este socialismo antiautoritario tenía (y tiene)
certezas irrenunciables:
·
La
crítica de la delegación permanente del poder y del principio de autoridad por
considerarlas incompatibles con la transformación del mundo. Es explícitamente
partidario de la democracia directa y el ejercicio de la soberanía real.
·
Partidario
de fórmulas organizativas asumidas colectivamente (e independientes de los
partidos de vanguardia) por los propios interesados/as para luchar contra el
capitalismo. Es opuesto a separar la economía, la política y la sociedad para
evitar que se reproduzca el viejo poder.
Reeve considera que existen unos hilos genealógicos no
visibles que unen a las actuaciones revolucionarias de acción directa que se
iniciaron en la Revolución Francesa y llegan hasta nuestros días con los nuevos
movimientos sociales o el zapatismo. Este socialismo crece como un torrente en
los «momentums» o «momentos comunistas», de los que habla Rancière[1],
en los que se produce un «desplazamiento de los equilibrios y la instauración
de otro curso del tiempo». De repente, todo resulta posible, se produce una
reconfiguración del universo de los posibles. Y ahí está siempre este
«socialismo salvaje» que alimenta y se alimenta de estos «momentos» que crecen
como un tsunami y caen en los momentos de resaca, concitando la oposición del
socialismo ortodoxo, igual da que sea la socialdemocracia que los partidos
comunistas de vanguardia.
El libro
recorre estos «momentums», esa genealogía invisibilizada cargada de
posibilidades emancipatorias que ha sido borrada por la propaganda del orden
capitalista con la ayuda del socialismo ortodoxo (ambos lo temen puesto que
cuestiona su poder): Revolución Francesa, Comuna de París, 1ª Internacional,
Revolución Rusa, Revolución Alemana (1918-1921), Revolución Española (1936),
Mayo del 68, Revolución Portuguesa y otros. Estoy convencida que hay más «momentos»
fuera de la Europa Occidental (todos los elegidos excepto la Revolución Rusa,
el zapatismo y en parte el zadismo[2]),
sería buena cosa seguir construyendo esta genealogía con experiencias sucedidas
en otros continentes.
El autor
destaca dentro de este «socialismo salvaje», la experiencia de los soviets de
las revoluciones rusas y los consejos de la Revolución Alemana de las dos
primeras décadas del siglo XX como experiencias significativas y decisivas de
este socialismo a los que dedica seis capítulos de dieciséis (no contamos la
Introducción y las Conclusiones), una extensión excesiva desde mi punto de
vista aunque es cierto que representaron un momento decisivo de este socialismo
que el autor intenta no fetichizar con éxito relativo.
Las
conclusiones, por su actualidad, resultan motivadoras para quienes con matices
o desacuerdos secundarios nos podemos sentir dentro de estas corrientes
libertarias del socialismo:
1) El
pensamiento antiautoritario y libertario no forma parte, más allá de que tenga
que revisar y actualizar su proyecto, de los «vencidos/as» del proyecto
revolucionario al caer el muro de Berlín (1989). No se puede aceptar que
quienes fueron críticos/as con el socialismo de Estado (pagando con la vida,
muchas veces, dicha crítica) sean invisibilizados y olvidados. Sería bueno distanciarse
de quienes continúan añorando desde la izquierda lo que ha fracasado (más si cabe
de los regímenes estatales del socialismo que aún subsisten) para no legitimar
de ninguna manera la imposibilidad de cualquier proyecto de alcanzar un mundo
diferente. Recuperar la genealogía del «socialismo salvaje» puede aportar un
caudal de saber (por ejemplo al proyecto de los «comunes»[3]
que incorpora Reeve al final del libro) que, sin mitificar, es importante conocer
y tener en cuenta en el siglo XXI.
2) La unificación
del mundo capitalista, dice Reeve, entreabrió un tanto la perspectiva
internacionalista de su subversión. Apela a recuperar una solidaridad entre las
luchas concretas centradas en objetivos compartidos.
3) Hoy
existe escaso espacio para las reformas, las bases de los proyectos y de las
ideologías de la izquierda ortodoxa que han sido socavadas, tanto las de la
vieja socialdemocracia como las del izquierdismo ortodoxo. Convendría no darles
aire de ninguna manera generando falsas expectativas (esto último lo añado yo).
4) Solo las
corrientes antiautoritarias y libertarias (anarquismo y marxismo disidente),
aunque estén marginalizadas y sean minoritarias, son un referente político y
ético en el siglo XXI. Las verdaderas divisiones entre las corrientes del
socialismo están basadas en la oposición entre el principio de autoridad y el
principio de libertad. La democracia directa es el principio de autogobierno
que se enfrenta a los principios autoritarios de representación por delegación
permanente del poder y cuya fuerza subversiva proviene de los «excesos» del
pasado.
[1] Jacques Rancière (2011): Momentos políticos, Madrid, Clave Intelectual, p. 141.
[2] Se refiere a los movimientos de
rebeldía que ocupan el espacio social, la calle, las zonas. Estos movimientos buscan liberar territorios fuera de los
espacios de producción marcados por la violencia de las relaciones sociales que
dejan poco espacio a la iniciativa colectiva.
[3] Reeve
entiende el común como un principio político de acción, un terreno de lucha,
entre otras cosas, contra los efectos del liberalismo y de la privatización de
los bienes comunes como el aire o el agua.
Todo momento revolucionario nace como momento libertario frente a lo que se opone. El problema es cuando quiere construirse un sistema y los grupos dominantes excluyen e incluso aniquilan a los otros porque no conciben la disidencia.
ResponderEliminar¿Cómo conciliar socialismo y libertad? Pues poniendo la segunda antes que lo primero y no renunciar a los logros del capitalismo como es el cooperativismo, la democracia directa y la economía libre competencia en un sistema autogestionario donde el Estado desaparezca. Hay experiencias sobre el tema tipo Christianía etc.., donde a pesar delrelativo fracaso se hicieron cosas sugerentes.
Un abrazo
Entiendo la revolución (mejor rebelión) no como un cambio que transforma todo, sino como prefigurar lo que pretendemos en el día a día. También es muy difícil.
EliminarEn todo caso este libro me gustó bastante, muestra otra genealogía que no es la de los "éxitos" del comunismo.
Un abrazo.