El volumen 2, de parecida extensión que el primero,
abarcaba menos años: de 1912 a 1928. Como en el primer volumen, no es mi
intención resumir los dieciséis años de vida que la autora recorre en este
caso. Mi objetivo es resaltar los aspectos que me han interesado más de su
lectura y que siguen en la misma línea temática que en el primer volumen.
Emma Goldman mantuvo durante estos años su entrega
al activismo que le permitió ganarse la vida. Su fama en EUA le facilitó la
subsistencia, siempre precaria, sin tener que trabajar en otras actividades que
no fueran los mítines, las giras de conferencias, la venta de folletos y de su
revista,
Mother Earth.
Su entrega a la lucha siguió acompañada de prohibiciones, detenciones y
encarcelamientos.
Uno
de los temas que resultó peligroso fue la incorporación a sus giras, desde que
regresó de la Conferencia Neo-Malthusiana de París (1900), del tema del control
de la natalidad. Pese a que no daba información concreta sobre métodos
anticonceptivos, salvo cuando se lo pedían en privado, fue detenida y
encarcelada.
Mucho
más peligrosa resultó la campaña en la que se involucró decididamente cuando
EUA decidió entrar en la I Guerra Mundial (1917). Goldman y otros /as
anarquistas recorrieron el país dando conferencias en contra de la guerra y el
militarismo. Resulta asombrosa la
represión desmedida que se abatió contra no combatientes y objetores de
conciencia que llenaron las prisiones y penales. Y es que, como decía Goldman,
«A lo largo y ancho del país cundía la locura de la patriotería» (p. 150). La
suspensión de la libertad de expresión oral o escrita se extendió por el país,
siendo cerrada también su revista Mother
Earth.
GOLDMAN Y BERKMAN
Era
cuestión de tiempo que fuera detenida y, tras ser juzgada, condenada a prisión
donde estuvo durante dos años (1917-1919). El relato de las duras condiciones
de trabajo y de su adaptación a la vida en la cárcel, resultaba muy ilustrativa
de como Goldman consideraba la prisión como una nueva oportunidad para la
lucha. Quizás fue por ese motivo por el que se adaptó bien y entabló buenas
relaciones con sus compañeras presas por delitos comunes (sociales, como diría
Goldman).
Cuando
salió de la cárcel, el 28 de septiembre de 1919, encontró destruido todo lo que
había levantado lentamente a lo largo de los años junto con un grupo reducido
de anarquistas: la literatura confiscada, la revista y las obras escritas por
ella y otros compañeros como Alexander Berkman prohibidas. El dinero recolectado
se había gastado en apelaciones en los casos de los objetores de conciencia, en
actividades por la amnistía de los presos/as políticas y otras actividades.
«No nos quedaba nada, ni literatura ni dinero ni siquiera un hogar. El tornado de la guerra nos había dejado limpios, y teníamos que empezar de nuevo» (p. 213).
Pero ahí no quedaba todo puesto que se inició un
proceso de expulsión del país y pérdida de la ciudadanía estadounidense por
motivos políticos contra ella, Berkman y centenares más de hombres y mujeres
que se habían movilizado contra la Guerra. El enjuiciamiento por sus opiniones sociales
y políticas fue respondido por Goldman (y Berkman) con una declaración escrita
en la que defendía la libertad de expresión y discusión, cuestionando un
sistema que las reprime expulsando «a aquellos que no encajan en el esquema que
los amos de la industria desean perpetuar a toda costa (217). Ese sistema tenía
más de tiranía que de democracia.
Finalmente fueron expulsados a Rusia, su país de
origen, junto con decenas de personas. El viaje se produjo en malas condiciones
en un barco (el Buford) en el que estuvieron
vigilados permanentemente por militares. Tras veintiocho días de navegación y
traslado por tierra, fueron conducidos por Finlandia a la frontera rusa. De
esta manera, en enero de 1920 empezaron sus casi dos años de vida en la Rusia
soviética
No
voy a extenderme en exceso en estos dos años porque tengo el propósito de
dedicarle a esta estancia en Rusia otro escrito en el que incluiré el libro Mi desilusión en Rusia que escribió en 1923,
poco después de abandonar este país en diciembre de 1921. Señalar, sin embargo,
el convencimiento y la ilusión con la que ella y Berkman viajaron a la Rusia revolucionaria.
Conscientes de que habría diferencias en la manera de entender la revolución
por el carácter marxista del Partido Bolchevique, se mostraron dispuestos a
colaborar en la revolución en la medida de sus posibilidades.
Enseguida fueron conscientes de que
las manifestaciones de la revolución, mejor dicho de quienes dirigían la
revolución, eran completamente diferentes a lo que ella había concebido y
propagado. Quizás una de las primeras muestras de que aquella no era la
revolución soñada era la indiferencia ante la vida y el sufrimiento del ser
humano que percibió en los dirigentes bolcheviques. Siempre había pensado que
revolución era la más alta expresión de humanidad y justicia, la dictadura
bolchevique despojaba a la revolución de ambas. Su resistencia, sin embargo, a
criticarla por la amenaza del ejército blanco que aún existía, la llevaron a
sentir que sus viejos valores naufragaban.
La
lucha interna, ella misma hablaba de «angustia mental» (p. 347), por estas contradicciones
acabaron ante la represión que el poder bolchevique llevó a cabo en Krostandt
(marzo 1921). A partir de ese momento asumió el fracaso de la revolución y,
finalmente, su decisión de salir de Rusia.
El
rechazo a la violencia, su militancia individual y la visibilidad de sus contradicciones
personales, incluidas las de su vida privada, continuaron en la misma línea que
en el primer volumen de esta autobiografía.
El
rechazo a la violencia se manifestó en su posición contra la guerra que ya se
ha señalado. Sin embargo, Goldman fue consciente de que la Revolución implicaba
violencia por lo menos en sus inicios, es decir, el sacrificio de la pérdida de
vidas humanas. Si esa lucha era compensada por una transformación profunda
habría merecido la pena, si no era así y simplemente se producía un cambio de dictadura,
como en Rusia, no valdría la pena el terrible precio a pagar.
Respecto
a su militancia individual la mantuvo siempre. Así la sintetizó casi al final
de este segundo volumen: «En mi carrera pública solo había estado relacionada
con grupos de forma temporal. Trabajaba por ellos, no con ellos» (p. 482).
Y,
por último, la visibilidad que daba en su autobiografía a sus luchas internas,
contradicciones, dudas e incoherencias, incluidas las que se daban en sus
relaciones íntimas, se manifestaron también en este volumen. Me ha llamado la
atención cómo explicó las dudas y contradicciones con su pareja, Ben Reirman, hasta
llegar a su ruptura definitiva. También resultan muy interesantes las
reflexiones sobre la eutanasia en relación con su hermana Helena (p. 215).
Cuando
marchó de Rusia, Goldman tuvo que deambular por diversos países para conseguir
visados y poder vivir en algún lugar. En general, la concesión del visado
implicaba su renuncia a seguir con su activismo político y social que ella no
estaba dispuesta a aceptar. Otra fuente de problemas fue su denuncia de la
dictadura soviética que le supusieron críticas desde la izquierda, tampoco
estuvo dispuesta a renunciar a llevarla a cabo. Era un compromiso con sus
compañeras y compañeros anarquistas que sufrían una dura represión en este
país.
EMMA GOLDMAN EN FRANCIA
En
este peregrinar por diversos países se casó con un viejo compañero anarquista
inglés para lograr cierta estabilidad y poder asentarse en algún país (aunque
Inglaterra no le gustaba por muchos motivos, entre ellos el clima). Fue la
recaudación de dinero en varios países la que le permitió encerrarse a escribir
esta autobiografía tan esplendida. Lo hizo en Francia, en una casita en Saint-Tropez, a partir de 1928.
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