Cuando hice la reseña sobre este libro ya señalé, que para no
alargarla en exceso, los tres
últimos capítulos los dejaba para una segunda parte. Estos capítulos sintetizan
las acciones y actitudes de enfrentamiento al nazismo y de auxilio a las
víctimas. Me interesaba conocer quienes fueron capaces de separarse de
la masa y, aun a costa de arriesgar la propia vida y la de sus familias o
vecinos, ayudar a los perseguidos/as, especialmente a la población judía.
Decía H. Arendt en Eichmann en Jerusalén que tan solo los seres “excepcionales” podían
reaccionar “normalmente”, es decir, desde criterios morales y que la abrumadora
mayoría del pueblo alemán creía en Hitler (…). Contra esta ciclópea mayoría se
alzaban unos cuantos individuos aislados que eran plenamente conscientes de la
catástrofe nacional y moral a que su país se dirigía. Los pocos justos fueron muy pocos confirma Timothy
Snyderm, en Alemania y en la Europa oriental.
LOS
POCOS JUSTOS
Joseph Roth en
1939 señalaba que la indiferencia resulta brutal cuando se enfrenta a lo humano:
(…) los indiferentes siempre han contribuido a que el mal triunfe. Si el humanitarismo se percibe como excepcional, ello significa que la inhumanidad es lo acostumbrado. Lo natural se convierte sin más en sobrenatural. (…) Nada es tan brutal como la indiferencia frente a lo que ocurre en el terreno de lo humano
Amparados en esa indiferencia, la mayoría de los
judíos casi siempre fueron rechazados en su huida y morían. Las pocas personas
que los ayudaban lo hicieron porque
eran capaces de imaginar cuán distintas podían ser sus propias vidas. El riesgo
al que se exponían quienes ayudaban a los judíos lo compensaban con la visión
del amor, del matrimonio, de los hijos, de soportar la guerra hasta que llegase
la paz. Incluso el deseo sexual y el matrimonio era una posibilidad. El amor
por los niños/as, ser una ayuda en una granja, podían ser otras posibilidades.
En la mayor parte de los casos que se socorría a los
judíos, no había por medio ninguna institución, ni siquiera una privada como la
granja, la casa, una familia o una relación amorosa. ¿Qué ocurría cuando no
había ninguna motivación humana, ni ningún vínculo entre el acto individual de
rescate y el universo en que tenía lugar, ni ninguna perspectiva de que el
judío pudiese complementar el futuro del resto? ¿Quién acudía en su auxilio?
Casi nadie.
Snyder analiza los motivos de los pocos justos y concluye que podían estar relacionados con algún
elemento presente en el primer encuentro. Los judíos podían sobrevivir si se
abstraían de su propio sufrimiento y eran capaces de observar el encuentro
desde la perspectiva del otro. Las motivaciones eran diversas: sentirse
obligado a ayudar a quien lo necesitaba, rebeldes de nacimiento, o la firmeza en construir un lugar en el
planeta que fuera seguro para los perseguidos. Integridad desinteresada,
sentido de la humanidad, hospitalidad, amabilidad, comportamiento “normal”,
bondad… Snyder analiza todas las posibilidades y afirma lo difícil que resulta
conocer dichas motivaciones porque, en general, los que ayudaron no lo explican
y si lo hacen es con modestia. Solían ser personas, señala Snyder, que en
tiempos de paz solían tomarse las normas éticas y sociales quizás demasiado al
pie de la letra. Eran, además, personas que se conocían a sí mismas.
Con querer ayudar no bastaba debido a que las
presiones existentes, el riesgo y la duración de la ayuda podían ser
excepcionales.
Era un época en la que ser bueno significaba no solo evitar el mal, sino actuar con total convicción por el bien de un desconocido, en un planeta en el que el infierno, no el cielo, era la recompensa a la bondad (353).
Resultaría consolador creer que las personas que
provocaron la muerte de los judíos se comportaban de forma irracional, pero, de
hecho, lo que a menudo hacían era adscribirse a la racionalidad económica
estándar. Los pocos justos se comportaban de un modo que la norma, basada en
cálculos económicos de bienestar personal, concebiría como irracional.
LOS
SALVADORES GRISES
Como ya sabemos, en los lugares donde el Holocausto
tuvo lugar, los Estados habían sido aniquilados, las leyes abolidas y la
previsibilidad de la vida diaria destrozada. En este panorama grotesco los judíos
debieron asumir toda la responsabilidad de sus propias vidas; actuaron de forma
extraordinaria en unas circunstancias que escapaban a su entendimiento.
Tuvieron que luchar contra la inercia colectiva, abandonar a sus familias y
seres queridos y enfrentarse a lo desconocido. (…) no había nada que pudiera servir de preparación para lo que se inició
en 1941 (286).
Los salvadores
grises fueron personas que proporcionaban “papeles” a los perseguidos/as. Para
personas que habían quedado desprotegidas completamente por la aniquilación del
Estado, disponer de documentos, aunque fueran falsos, podía suponer la vida.
Parece paradójico pero Snyder constata la existencia de mujeres judías del este que
fueron a Alemania ocultando ser judías con documentos falsos y salvaron la
vida. En este sentido los diplomáticos, por poder dar “papeles”, salvaron a muchos judíos, un ejemplo fue el cónsul
español de Burdeos, Eduardo Propper de Callejón.
Irena Sendlerowa tiene una calle dedicada en Varsovia por su ayuda a niños y niñas judías.
PARTISANOS
DE DIOS Y DE LOS HOMBRES
Respecto a quienes ofrecieron resistencia, partisanos de los hombres, Snyder describe
los dos grupos que opusieron resistencia a los alemanes tras las líneas del
frente oriental: el Ejército Nacional polaco y los partisanos soviéticos. Ambos
luchaban contra los alemanes y ambos aspiraban a controlar las mismas tierras
del este tras la guerra, tierras que eran la patria universal de los judíos.
Estos partisanos
de los hombres salvaron a algunos judíos o los incorporaron a sus filas si
les convino, pero tendieron a negar el especial sufrimiento de los judíos. Stalin
explico a sus aliados que trataría los territorios adquiridos al aliarse con
Alemania como si siempre hubieran sido soviéticos. Las fuerzas soviéticas
cuando entraron en esas tierras llevaban amnesia
entre su munición: la anterior
ocupación de 1939 debía olvidarse y considerarse su llegada en 1944 como
liberación del fascismo. En cambio el Ejército polaco que nunca había
combatido al lado de Alemania, fue considerado por los soviéticos como fascista
y muchos de sus oficiales ejecutados.
La propaganda soviética y polaca negó el sufrimiento de los judíos y retrató sus
asesinatos como parte del martirio generalizado de la pacífica ciudadanía
soviética o polaca. Todo ello buscaba justificar entre otras cosas la apropiación
de propiedades judías. El gobierno de estilo soviético en Polonia, al igual
que en los demás lugares, requería el monopolio de la virtud, así como el
control del pasado.
Respecto a los partisanos de dios, la ayuda de las
iglesias a los judíos fue nula entre las iglesias que habían disfrutado de una
relación estrecha con el Estado antes de la guerra y/o eran mayoritarias. Los
cristianos que se compadecieron de los judíos fueron excepciones dentro de la
catástrofe moral de la cristiandad durante el Holocausto.
Un
balance tan escueto de las ayudas recibidas por los judíos debería hacernos
pensar sobre los intereses políticos que saltan por encima de lo puramente
ético, la indiferencia ante lo humano, los comportamientos colectivos
manipulados con destreza por el poder y tantas otras cuestiones que siguen en
juego cuando se trata ayudar a las personas indefensas que sufren persecución.
Naturalmente pienso en los miles de personas refugiadas que llegan a Europa
desde Siria.
ResponderEliminarSí... todo lo ocurrido y lo que sigue ocurriendo nos debería hacer sentir, pensar/reflexionar... y denunciar/actuar... infinitamente más!
Besos!!!
Soy escéptica al respecto. Pero quien sabe.
EliminarBesos!!