Naturalmente, en el siglo XIX en Cataluña, solo veraneaban las clases altas, los trabajadores y trabajadoras no tuvieron reconocido el descanso dominical hasta 1904, mucho menos tenían días de vacaciones y recursos económicos para gastarlos en veranear.
Alfonso XIII y Victoria Eugenia
La regente Maria Cristina
había establecido la costumbre en la Corte, a partir de 1887, de pasar el
verano en San Sebastián. Fue la preocupación por la salud de su hijo, el futuro
Alfonso XIII, lo que la llevó a construir su quinta de Miramar en una colina,
sobre la Concha de San Sebastián, y puso de moda esta playa. Siguiendo a los
reyes, las clases más elevadas se desplazaban a las playas del Norte, que se
poblaron de hoteles de estilo cosmopolita. Con este acercamiento a la frontera,
los viajes al extranjero, que antes constituían un suceso que ilustraba toda
una vida y daba tono a una persona, fueron cada vez más frecuentes, y en los
lugares de reunión de la elite universal, de la sangre y del dinero, los
nombres españoles sonaban cada vez más[1].
Tener una residencia en San Sebastián se convirtió, indudablemente, en un
síntoma de distinción social.
Un palacio sobre raíles para el baño real
El veraneo en la playa
implicó la novedad de los baños de mar recomendados como beneficiosos por los
médicos. Los veraneos eran muy largos e implicaban una ruptura con la ciudad y un descubrimiento de
la naturaleza. Antes de la partida las casas experimentaban una serie de
mutaciones: los muebles aparecían vestidos con fundas blancas, las lámparas
desaparecían bajo el envoltorio y aparecían maletas y baúles para trasladar todo
lo que se podía necesitar en la residencia de verano. Días antes de la verbena
de San Juan era el momento de iniciar el viaje y no se regresaba hasta los
primeros días de octubre[2].
En la Cataluña
decimonónica las residencias de verano,
que sólo tenía una minoría de la clase acomodada, se convirtieron en un
elemento que ayudó a reforzar los lazos de grupo. La clase alta veraneaba en
Horta, Vallvidriera, la Bonanova o Sarriá. Descubrieron los beneficios de la
hidroterapia que planteaba la utilización tópica de cualquier tipo de agua, en
este caso el agua marina (talasoterapia). El agua del mar era considerada como
terapeútica para la curación o mejora del reumatismo, enfermedades del aparato
respiratorio, anemia y otras. También se destacaba el valor sedante que ejercía
sobre los bañistas. Los baños de mar al realizarse en un espacio abierto,
exento de los límites de la propiedad privada, provocaban un sentimiento de
libertad con un componente romántico por la relación que se producía con la
naturaleza y el paisaje. El médico de baños, o el médico de la familia en la
ciudad, era el que señalaba las prescripciones y la normativa del baño. Las
mujeres iban en albornoz hasta la misma orilla, o mediante casetas móviles que
eran arrastradas por el bañero, ya que no estaba bien visto quedarse en
bañador. Hombres y mujeres se bañaban en espacios separados por redes. Una
temporada de baño suponía haber tomado entre 20 y 26 baños, pero podían ser
más. La duración del baño dependía de su finalidad, si era higiénico y de aseo
unos 15 minutos, si era sedante entre 15 y 20 minutos y si era tónico entre 2 y
6 minutos[3].
Para los catalanes los
baños de mar se convirtieron en práctica habitual en la Barceloneta, los baños
de Sant Sebastià eran un lugar en el que, tanto hombres como mujeres, podían
bañarse en playa libre, cosa que produjo cierto escándalo. Después se transformaron
en un balneario de lujo, con la deliciosa, Tritón y Neptuno, reservado a los
hombres y La Sirena para mujeres[4].
La comodidad y la salud se
convirtieron en el reclamo indispensable para acudir a establecimientos y
villas termales que pasaron a ser verdaderos centros de ocio, con teatros,
hoteles, jardines y salas de juego. Los barceloneses iban a balnearios cercanos
como Caldes de Malavella, los del valle del Fresser, del Riu Corb o de Caldes
de Boí, aunque algunos también iban a los del sur de Francia.
Vichy
Uno de los primeros
lugares que atrajo a la burguesía catalana, y que se puso de moda coincidiendo
con la Exposición Universal, fue el pueblecito de Caldes d’Estrac que se
llamaba también Caldetas. Esta localidad, en la comarca del Maresme, se
extendía por la costa y era considerada como una “parte” de Barcelona ya que
estaba cerca de la ciudad gracias al tren. Las aguas termales emergían muy
próximas al mar, en terreno granítico. Eran aguas transparentes, inodoras y con
una temperatura de surgencia de 38,8 a 41 ºC, es decir, eran aguas
mesotermales. Además eran cloruro sódicas bicarbonatadas, con pequeñas
concentraciones de litio y hierro y de mineralización media, se consideraban
hipotónicas[5]. En Caldetas hubo dos
balnearios, el de Caldes y el Titus, con baños de aguas termales y el Colón,
con aguas de mar. En el último tercio del siglo XIX visitaban Caldes d’Estrac
algo más de mil cien bañistas anuales de media, entre los que se encontraba
Víctor Balaguer o Claudio López Bru, segundo Marques de Comillas. La clase
acomodada era el sector social más representativo de la clientela de los
balnearios y, como necesitaba independencia en la disponibilidad de habitación
para el tratamiento, las localidades balnearias, o cercanas, desarrollaron una
destacada oferta de alojamiento ya en el siglo XIX. Algunos clientes de
balneario se alojaban en pequeñas fondas u hoteles.
[1] Max
Von Boehn, La moda. Historia del traje en
Europa desde los orígenes del cristianismo hasta nuestros días. Vol VIII, Siglos XIX y XX. Barcelona, Salvat,
1929. Esta referencia a San Sebastián es del estudio preliminar del Marqués de
Lozoya, pp. 10 y 11.
[2] Lluís
Permanyer, El esplendor de la Barcelona burguesa, Barcelona, Angle, 2008, pp.
61-65
[3] Sobre
termalismo y turismo en el siglo XIX resulta interesante: Juan José Molina
Villar, Termalismo y turismo en Cataluña:
un estudio neohistórico contemporáneo, Tesis Doctoral. Departamento de
Geografía Física y Análisis Geográfico
Regional. Univeritat de Barcelona, 2004.
[4]
Teresa M. Sala, La vida cotidiana cotidiana en
la Barcelona de 1900, Madrid, Silex, 2005, p. 195.
[5] Juan
José Molina Villar, Termalismo y turismo,
p. 475.
Muy interesante la descripción y la puesta en escena mediante las imágenes. Nos muestras un conjunto de aspectos ignorados de nuestra, o suya, historia. Un beso.
ResponderEliminarMe ha parecido oportuno recordar lo bien que vivía la burguesía catalana cuando nadie tenía vacaciones pagadas.
EliminarUn abrazo!!
ResponderEliminarDepende cómo se mire... las cosas no han cambiado mucho...
Besos y cálido abrazo!!!
;)
PD: Eso necesito... un balneario... durante un año o así... :P
Para los ricos poco han cambiado.
EliminarPues me temo que año sabático no tenemos.
Abrazos!!