lunes, 3 de agosto de 2015

VERANEAR EN CATALUÑA EN EL SIGLO XIX

Naturalmente, en el siglo XIX en Cataluña, solo veraneaban las clases altas, los trabajadores y trabajadoras no tuvieron reconocido el descanso dominical hasta 1904, mucho menos tenían días de vacaciones y recursos económicos para gastarlos en veranear.

Alfonso XIII y Victoria Eugenia

La regente Maria Cristina había establecido la costumbre en la Corte, a partir de 1887, de pasar el verano en San Sebastián. Fue la preocupación por la salud de su hijo, el futuro Alfonso XIII, lo que la llevó a construir su quinta de Miramar en una colina, sobre la Concha de San Sebastián, y puso de moda esta playa. Siguiendo a los reyes, las clases más elevadas se desplazaban a las playas del Norte, que se poblaron de hoteles de estilo cosmopolita. Con este acercamiento a la frontera, los viajes al extranjero, que antes constituían un suceso que ilustraba toda una vida y daba tono a una persona, fueron cada vez más frecuentes, y en los lugares de reunión de la elite universal, de la sangre y del dinero, los nombres españoles sonaban cada vez más[1]. Tener una residencia en San Sebastián se convirtió, indudablemente, en un síntoma de distinción social.

Un palacio sobre raíles para el baño real 

El veraneo en la playa implicó la novedad de los baños de mar recomendados como beneficiosos por los médicos. Los veraneos eran muy largos e implicaban una  ruptura con la ciudad y un descubrimiento de la naturaleza. Antes de la partida las casas experimentaban una serie de mutaciones: los muebles aparecían vestidos con fundas blancas, las lámparas desaparecían bajo el envoltorio y aparecían maletas y baúles para trasladar todo lo que se podía necesitar en la residencia de verano. Días antes de la verbena de San Juan era el momento de iniciar el viaje y no se regresaba hasta los primeros días de octubre[2].


En la Cataluña decimonónica  las residencias de verano, que sólo tenía una minoría de la clase acomodada, se convirtieron en un elemento que ayudó a reforzar los lazos de grupo. La clase alta veraneaba en Horta, Vallvidriera, la Bonanova o Sarriá. Descubrieron los beneficios de la hidroterapia que planteaba la utilización tópica de cualquier tipo de agua, en este caso el agua marina (talasoterapia). El agua del mar era considerada como terapeútica para la curación o mejora del reumatismo, enfermedades del aparato respiratorio, anemia y otras. También se destacaba el valor sedante que ejercía sobre los bañistas. Los baños de mar al realizarse en un espacio abierto, exento de los límites de la propiedad privada, provocaban un sentimiento de libertad con un componente romántico por la relación que se producía con la naturaleza y el paisaje. El médico de baños, o el médico de la familia en la ciudad, era el que señalaba las prescripciones y la normativa del baño. Las mujeres iban en albornoz hasta la misma orilla, o mediante casetas móviles que eran arrastradas por el bañero, ya que no estaba bien visto quedarse en bañador. Hombres y mujeres se bañaban en espacios separados por redes. Una temporada de baño suponía haber tomado entre 20 y 26 baños, pero podían ser más. La duración del baño dependía de su finalidad, si era higiénico y de aseo unos 15 minutos, si era sedante entre 15 y 20 minutos y si era tónico entre 2 y 6 minutos[3].
Para los catalanes los baños de mar se convirtieron en práctica habitual en la Barceloneta, los baños de Sant Sebastià eran un lugar en el que, tanto hombres como mujeres, podían bañarse en playa libre, cosa que produjo cierto escándalo. Después se transformaron en un balneario de lujo, con la deliciosa, Tritón y Neptuno, reservado a los hombres y La Sirena para mujeres[4]
La comodidad y la salud se convirtieron en el reclamo indispensable para acudir a establecimientos y villas termales que pasaron a ser verdaderos centros de ocio, con teatros, hoteles, jardines y salas de juego. Los barceloneses iban a balnearios cercanos como Caldes de Malavella, los del valle del Fresser, del Riu Corb o de Caldes de Boí, aunque algunos también iban a los del sur de Francia.

Vichy
Uno de los primeros lugares que atrajo a la burguesía catalana, y que se puso de moda coincidiendo con la Exposición Universal, fue el pueblecito de Caldes d’Estrac que se llamaba también Caldetas. Esta localidad, en la comarca del Maresme, se extendía por la costa y era considerada como una “parte” de Barcelona ya que estaba cerca de la ciudad gracias al tren. Las aguas termales emergían muy próximas al mar, en terreno granítico. Eran aguas transparentes, inodoras y con una temperatura de surgencia de 38,8 a 41 ºC, es decir, eran aguas mesotermales. Además eran cloruro sódicas bicarbonatadas, con pequeñas concentraciones de litio y hierro y de mineralización media, se consideraban hipotónicas[5]. En Caldetas hubo dos balnearios, el de Caldes y el Titus, con baños de aguas termales y el Colón, con aguas de mar. En el último tercio del siglo XIX visitaban Caldes d’Estrac algo más de mil cien bañistas anuales de media, entre los que se encontraba Víctor Balaguer o Claudio López Bru, segundo Marques de Comillas. La clase acomodada era el sector social más representativo de la clientela de los balnearios y, como necesitaba independencia en la disponibilidad de habitación para el tratamiento, las localidades balnearias, o cercanas, desarrollaron una destacada oferta de alojamiento ya en el siglo XIX. Algunos clientes de balneario se alojaban en pequeñas fondas u hoteles.

[1] Max Von Boehn, La moda. Historia del traje en Europa desde los orígenes del cristianismo hasta nuestros días. Vol VIII, Siglos XIX y XX. Barcelona, Salvat, 1929. Esta referencia a San Sebastián es del estudio preliminar del Marqués de Lozoya, pp. 10 y 11.
[2] Lluís Permanyer,  El esplendor de la Barcelona burguesa, Barcelona, Angle, 2008, pp. 61-65
[3] Sobre termalismo y turismo en el siglo XIX resulta interesante: Juan José Molina Villar, Termalismo y turismo en Cataluña: un estudio neohistórico contemporáneo, Tesis Doctoral. Departamento de Geografía  Física y Análisis Geográfico Regional. Univeritat de Barcelona, 2004.
[4] Teresa M. Sala, La vida cotidiana cotidiana en la Barcelona de 1900, Madrid, Silex, 2005, p. 195.
[5] Juan José Molina Villar, Termalismo y turismo, p. 475.

4 comentarios:

  1. Muy interesante la descripción y la puesta en escena mediante las imágenes. Nos muestras un conjunto de aspectos ignorados de nuestra, o suya, historia. Un beso.

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    1. Me ha parecido oportuno recordar lo bien que vivía la burguesía catalana cuando nadie tenía vacaciones pagadas.

      Un abrazo!!

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  2. Depende cómo se mire... las cosas no han cambiado mucho...

    Besos y cálido abrazo!!!

    ;)

    PD: Eso necesito... un balneario... durante un año o así... :P

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    1. Para los ricos poco han cambiado.

      Pues me temo que año sabático no tenemos.

      Abrazos!!

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