Tres mujeres, Antonina Rodrigo, Joaquina Dorado y Concha Pérez, decidieron hace unos años (dieciséis o diecisite) que, con ocasión de la fecha del 20 de noviembre, en que murió Buenaventura Durruti, se podía homenajear a los tres hombres que reposan juntos en el Cementerio de Montjuïc. Y este año me invitaron a tomar la palabra, he aquí mi breve intervención.
La mayoría de las personas, que hoy os habéis
acercado aquí, conocéis la biografía de estos tres hombres. Es el momento
de destacar aspectos que brillan con luz propia y que nos
acercan a alguna de las múltiples caras del anarquismo. Porque si algo define a
este movimiento, a este ideal, es su carácter diverso, primero unido en sus
orígenes a las luchas demócratas, en especial a las republicanas. Ligado
después al internacionalismo y al sindicalismo revolucionario. Preocupado por
la educación y la cultura; por la alimentación y la higiene; por la sexualidad
y el contacto con la naturaleza; por la música en las corales populares; por el
teatro social; por la poesía combativa; por el excursionismo y las fiestas de hermandad;
y por tantas manifestaciones que conformaron una sociedad nueva en esta
sociedad. Esta multiplicidad poliédrica vino favorecida por no definir un
cuerpo doctrinario cerrado y acabado, sino abierto a la incorporación de las
heterodoxias sociales que cada momento histórico genera. Esta diversidad es
vivificadora pero no ha hecho fácil mantener el equilibrio en el seno del
movimiento libertario. La unidad fue siempre difícil e inestable y pese a ese
potencial desmembrador ha habido un cemento común que los unió (y nos une)
frente al exterior.
Lo más valioso del anarquismo hoy son las
intuiciones básicas que han echado hondas raíces en experiencias variadas que
han ido depositando, a modo de capas superpuestas, multitud de hombres y mujeres
que han protagonizado mil y un combates anteriores. Se trata de recuperar lo
menos doctrinario, lo más informal, en definitiva, lo más difuso, que, a veces,
percibimos como debilidad cuando su fortaleza está presente en las muchas voces
de la disconformidad del siglo XXI.
Ferrer
i Guardia vivió en un
momento histórico en el que, al compás del internacionalismo, el anarquismo se
fue definiendo de forma semejante en toda Europa. Ferrer entendió muy pronto
que la rebelión no podía ser solo económica sino que debía dirigirse en contra
de la opresión que brota de todos los ámbitos de lo social. Esta manera de
entender la rebelión tiene una dimensión ética que convierte la cultura y la educación en elementos fundamentales (cosa que por
desgracia el neoliberalismo ha comprendido para recortarla a los más
necesitados). Por eso también se fija en aspectos claves de la existencia, como
señalaba al principio, la alimentación, la salud, la familia, el amor, la sexualidad,
la relación y respeto a la naturaleza, etc.
Por este motivo Ferrer no vio ninguna contradicción
entre fundar la Escuela Moderna en 1901 y fomentar, por las mismas fechas, la
huelga como arma revolucionaria a través de un periódico, La Huelga General, que editó a su costa. La pedagogía libertaria
que presidía la Escuela Moderna dejaba al margen la
enseñanza religiosa para centrarse en las materias científicas y humanistas,
fomentando la no competitividad, el pensamiento libre e individual y el
desarrollo integral del niño y la niña. Al convertirse en un referente por su impulso de la
pedagogía libertaria en España y en algunos
países europeos, el Estado de la Restauración lo percibió como un hombre peligroso
que había que eliminar. Este sistema estaba acostumbrado a un combinado que
pretendía marginar a la mayoría de la población del ámbito político:
manipulación electoral, ignorancia de la cuestión social y represión cuando
esta emergía. La oportunidad de eliminar a Ferrer llegó a raíz de la llamada
“Semana Trágica” y el poder no la desaprovechó deteniendo a Ferrer y convirtiendo
su juicio, sin las mínimas garantías procesales, en un castigo ejemplar,
ejecutándolo en esta “montaña maldita”, el 13 de octubre de 1909.
Francisco
Ascaso y Buenaventura Durruti vivieron un momento en el que se produjo un cambio
transcendental que convirtió al anarquismo español en un movimiento
excepcional, distanciado del resto de Europa. El sindicalismo revolucionario,
al transformarse en un movimiento de masas a partir de 1916, dio un
protagonismo al anarquismo que siempre fue minoritario.
Por este motivo algunos sectores anarquistas vieron
la revolución como algo posible y, por ello, la necesidad de acelerarla mediante
los grupos de acción y la coordinación en la FAI (1927) de los muchos, y
diversos grupos que existían (en 1933, 546 grupos). El estallido de la guerra
civil permitió poner en marcha esa revolución que, pese a ser deseada y buscada,
nunca imaginaron que fuera tan difícil de llevar a cabo por las circunstancias
de subordinación a una guerra y por el acoso de múltiples enemigos.
En ese intento murieron ambos, Ascaso muy pronto (el
20 de julio) en el asalto al cuartel de Atarazanas y Durruti cuatro meses más
tarde en Madrid (20 de noviembre).
Siendo la rebelión una de las guías de su activismo y
de su ideario, ésta no tenía consistencia sin la libertad y el antipoliticismo.
La libertad presidió las vidas de los tres, actuaron siguiendo los dictados de su propia
voluntad y, cada uno a su manera, quisieron preservar el poder sobre su
presente y su destino. Libertad como antítesis de la autoridad, no de la
sociedad ni de la política entendida
como “res pública”, es decir, bien común, que entiende ésta, en un sentido
mucho más amplio que el de gobernar, o el de elegir a quienes nos han de
gobernar, que es lo que rechazaba el anarquismo por la delegación de poder que se
cede en manos de las instituciones.
Los tres, un catalán, un aragonés y un leonés, participaron
de un ideal y de un proyecto común de base internacionalista en el que el
objetivo no era otro que la emancipación de la humanidad de cualquier tipo de
explotación y opresión. El objetivo era utópico y la derrota por intentar alcanzarlo
conllevo muerte, represión y exilio.
La situación actual no es propicia para retar al
Estado frontalmente como lo hicieron ellos, nada resultaría, sino un fútil
martirio, de una colisión frontal con el Estado de la megacorporación al
servicio de la clase corporativa. Sin embargo, Ferrer, Ascaso, Durruti y otros
miles de hombres y mujeres, tuvieron muy claro algo que nos conduce a la Utopía
y cuya base fundamental tan bien sintetizo el poeta Mario Benedetti:
“Uno no siempre hace lo que quiere pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”.
El anarquismo o es una utopía o no es nada, ahí
reside su actualidad, en los deseos que canaliza de una sociedad cuyo epicentro
es la libertad. Nadie como el escritor Eduardo Galeano lo supo decir:
“Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”.
Rememoras y es reflexión y recuerdo, pero también es mantener encendida una luz que muestra el camino hacia la libertad. Eso haces. Un beso.
ResponderEliminarOjalá sea posible ese camino de libertad. Gracias.
EliminarUn beso.
ResponderEliminarHermoso homenaje.
Descansen en paz.
Besos!!!!
PD: Benedetti y Galeano'... ;)
Siempre la poesía.
EliminarGracias!!