domingo, 30 de noviembre de 2014

FERRER, ASCASO Y DURRUTI: LAS DIVERSAS CARAS DEL ANARQUISMO

Tres mujeres, Antonina Rodrigo, Joaquina Dorado y Concha Pérez, decidieron hace unos años (dieciséis o diecisite) que, con ocasión de la fecha del 20 de noviembre, en que murió Buenaventura Durruti, se podía homenajear a los tres hombres que reposan juntos en el Cementerio de Montjuïc. Y este año me invitaron a tomar la palabra, he aquí mi breve intervención.



La mayoría de las personas, que hoy os habéis acercado aquí, conocéis la biografía de estos tres hombres. Es el momento de  destacar  aspectos que brillan con luz propia y que nos acercan a alguna de las múltiples caras del anarquismo. Porque si algo define a este movimiento, a este ideal, es su carácter diverso, primero unido en sus orígenes a las luchas demócratas, en especial a las republicanas. Ligado después al internacionalismo y al sindicalismo revolucionario. Preocupado por la educación y la cultura; por la alimentación y la higiene; por la sexualidad y el contacto con la naturaleza; por la música en las corales populares; por el teatro social; por la poesía combativa; por el excursionismo y las fiestas de hermandad; y por tantas manifestaciones que conformaron una sociedad nueva en esta sociedad. Esta multiplicidad poliédrica vino favorecida por no definir un cuerpo doctrinario cerrado y acabado, sino abierto a la incorporación de las heterodoxias sociales que cada momento histórico genera. Esta diversidad es vivificadora pero no ha hecho fácil mantener el equilibrio en el seno del movimiento libertario. La unidad fue siempre difícil e inestable y pese a ese potencial desmembrador ha habido un cemento común que los unió (y nos une) frente al exterior.


Lo más valioso del anarquismo hoy son las intuiciones básicas que han echado hondas raíces en experiencias variadas que han ido depositando, a modo de capas superpuestas, multitud de hombres y mujeres que han protagonizado mil y un combates anteriores. Se trata de recuperar lo menos doctrinario, lo más informal, en definitiva, lo más difuso, que, a veces, percibimos como debilidad cuando su fortaleza está presente en las muchas voces de la disconformidad del siglo XXI.


Ferrer i Guardia vivió en un momento histórico en el que, al compás del internacionalismo, el anarquismo se fue definiendo de forma semejante en toda Europa. Ferrer entendió muy pronto que la rebelión no podía ser solo económica sino que debía dirigirse en contra de la opresión que brota de todos los ámbitos de lo social. Esta manera de entender la rebelión tiene una dimensión ética que convierte la cultura y  la educación en  elementos fundamentales (cosa que por desgracia el neoliberalismo ha comprendido para recortarla a los más necesitados). Por eso también se fija en aspectos claves de la existencia, como señalaba al principio, la alimentación, la salud, la familia, el amor, la sexualidad, la relación y respeto a la naturaleza, etc.
Por este motivo Ferrer no vio ninguna contradicción entre fundar la Escuela Moderna en 1901 y fomentar, por las mismas fechas, la huelga como arma revolucionaria a través de un periódico, La Huelga General, que editó a su costa. La pedagogía libertaria que presidía la Escuela Moderna dejaba al margen la enseñanza religiosa para centrarse en las materias científicas y humanistas, fomentando la no competitividad, el pensamiento libre e individual y el desarrollo integral del niño y la niña. Al convertirse en un referente por su impulso de la pedagogía libertaria  en España y en algunos países europeos, el Estado de la Restauración lo percibió como un hombre peligroso que había que eliminar. Este sistema estaba acostumbrado a un combinado que pretendía marginar a la mayoría de la población del ámbito político: manipulación electoral, ignorancia de la cuestión social y represión cuando esta emergía. La oportunidad de eliminar a Ferrer llegó a raíz de la llamada “Semana Trágica” y el poder no la desaprovechó deteniendo a Ferrer y convirtiendo su juicio, sin las mínimas garantías procesales, en un castigo ejemplar, ejecutándolo en esta “montaña maldita”, el 13 de octubre de 1909.


Francisco Ascaso  y Buenaventura Durruti  vivieron un momento en el que se produjo un cambio transcendental que convirtió al anarquismo español en un movimiento excepcional, distanciado del resto de Europa. El sindicalismo revolucionario, al transformarse en un movimiento de masas a partir de 1916, dio un protagonismo al anarquismo que siempre fue minoritario.
Por este motivo algunos sectores anarquistas vieron la revolución como algo posible y, por ello, la necesidad de acelerarla mediante los grupos de acción y la coordinación en la FAI (1927) de los muchos, y diversos grupos que existían (en 1933, 546 grupos). El estallido de la guerra civil permitió poner en marcha esa revolución que, pese a ser deseada y buscada, nunca imaginaron que fuera tan difícil de llevar a cabo por las circunstancias de subordinación a una guerra y por el acoso de múltiples enemigos.


En ese intento murieron ambos, Ascaso muy pronto (el 20 de julio) en el asalto al cuartel de Atarazanas y Durruti cuatro meses más tarde en Madrid (20 de noviembre).
Siendo la rebelión una de las guías de su activismo y de su ideario, ésta no tenía consistencia sin la libertad y el antipoliticismo. La libertad presidió las vidas de los tres,  actuaron siguiendo los dictados de su propia voluntad y, cada uno a su manera, quisieron preservar el poder sobre su presente y su destino. Libertad como antítesis de la autoridad, no de la sociedad ni de la política  entendida como “res pública”, es decir, bien común, que entiende ésta, en un sentido mucho más amplio que el de gobernar, o el de elegir a quienes nos han de gobernar, que es lo que rechazaba el anarquismo por la delegación de poder que se cede en manos de las instituciones.
Los tres, un catalán, un aragonés y un leonés, participaron de un ideal y de un proyecto común de base internacionalista en el que el objetivo no era otro que la emancipación de la humanidad de cualquier tipo de explotación y opresión. El objetivo era utópico y la derrota por intentar alcanzarlo conllevo muerte, represión y exilio.
La situación actual no es propicia para retar al Estado frontalmente como lo hicieron ellos, nada resultaría, sino un fútil martirio, de una colisión frontal con el Estado de la megacorporación al servicio de la clase corporativa. Sin embargo, Ferrer, Ascaso, Durruti y otros miles de hombres y mujeres, tuvieron muy claro algo que nos conduce a la Utopía y cuya base fundamental tan bien sintetizo el poeta Mario Benedetti: 
“Uno no siempre hace lo que quiere pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”.
El anarquismo o es una utopía o no es nada, ahí reside su actualidad, en los deseos que canaliza de una sociedad cuyo epicentro es la libertad. Nadie como el escritor Eduardo Galeano lo supo decir:
“Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”.


4 comentarios:

  1. Rememoras y es reflexión y recuerdo, pero también es mantener encendida una luz que muestra el camino hacia la libertad. Eso haces. Un beso.

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    1. Ojalá sea posible ese camino de libertad. Gracias.

      Un beso.

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  2. Hermoso homenaje.
    Descansen en paz.

    Besos!!!!

    PD: Benedetti y Galeano'... ;)

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