El
libro de Paul B. Preciado, Dysphoria mundi[1] es un libro imposible de
reseñar sin simplificar. Estamos ante un texto que se comporta como un río que
recoge manantiales, pequeños y briosos cursos de montaña, ríos afluentes y, de
este modo, el río cada vez recoge más y más agua hasta desbordar en el mar.
Esta
reflexión no es una reseña, son consideraciones sobre aquellos planteamientos
que me han aclarado ideas, me han hecho pensar en otras, me han generado dudas
o me han confirmado intuiciones que ya tenía. Estamos ante un libro de
filosofía que, a la vez, es un ensayo y una autobiografía. Un libro que abre
una puerta que te conduce a otras puertas y estas a otras muchas y así sucesivamente.
Preciado
escribe muy bien, entremezcla sabiamente un pensamiento filosófico complejo pero
comprensible (con conceptos propios) con sus experiencias
personales,
especialmente relacionadas con el covid que sufrió mientras estaba escribiendo
este libro. La mezcla de lo filosófico, lo político y lo personal desprende potencia,
supone poner el cuerpo, y no solo las ideas, en la escritura de esta obra
monumental.
Él
mismo aclara muy pronto que no habla del cuerpo como objeto anatómico o como
propiedad privada del sujeto individual sino de lo que llama, para
diferenciarlo del cuerpo de la modernidad, la somateca[2], es decir, el cuerpo
vivo como lugar de la acción política y del pensamiento filosófico. La somateca
es un archivo político vivo en el que se instituyen y destituyen formas de
poder y de soberanía. El género, el sexo, la sexualidad, la raza, la
discapacidad… no son simplemente conceptos o ideologías, son tecnologías de
poder que producen la somateca que somos (pp. 61-62).
Durante
mucho tiempo la ideología (ideas que acaban convertidas en un dogma, en una
doctrina que se aplica a todo y que todo lo soluciona), que es tan propia de la
masculinidad, ha dominado el pensamiento, la concepción de la vida, el diseño
de la revolución y de la utopía. La propuesta de que el cuerpo vivo sea
entendido no como algo natural sino como un archivo político vivo, resultado de
las tecnologías de poder nos abre algunas posibilidades emancipadoras en las
que indagar.
El
libro de Preciado es sencillo en su planteamiento, aunque complejo y múltiple
en su manera de exponerlo: pretende una crítica profunda del modo de
organización social dominante y de sus tecnologías de gobierno y de poder para
justificar la necesidad de revolución.
Crítica
de la organización social dominante
Denomina
«petrosexorracial» a aquel modo de organización social
y a aquel conjunto de tecnologías de gobierno y de la representación que
surgieron a partir del siglo XVI con la expansión del capitalismo colonial y de
las epistemologías raciales y sexuales desde Europa a la totalidad del planeta.
En términos energéticos el modo de producción depende de la combustión de
energías fósiles altamente contaminantes y generadoras de calentamiento
climático. La infraestructura epistémica de esas tecnologías de gobierno es la
clasificación social de los seres vivos de acuerdo con las taxonomías
científicas modernas de especie, raza, sexo y sexualidad (p. 40). El capitalismo
«petrosexorracial» ha construido durante estos cinco últimos siglos una
estética: «un gusto por lo tóxico y un placer inherente a la destrucción» (p.
41).
Hoy
estamos pasando a una nueva configuración política en la que la gestión y
producción de la subjetividad sexual es denominada por Preciado como
«capitalismo farmacopornográfico» que desarrolla en otros textos[3]. Según el autor tras la
etapa del «fordismo» se desarrolla una etapa en la que el negocio es la gestión
política y técnica del cuerpo, del sexo y de la sexualidad. Por eso es
pertinente llevar a cabo un análisis sexopolítico de la economía mundial[4].
La
mutación del capitalismo se caracteriza no solo por la transformación del sexo
en objeto de gestión política de la vida sino porque esta gestión se lleva a
cabo a través de las nuevas dinámicas del tecnocapitalismo avanzado. El nuevo
tipo de capitalismo se basa en la articulación de un conjunto de nuevos dispositivos
microprostéticos de control de la subjetividad con nuevas plataformas técnicas
biomoleculares y mediáticas. Se trata de un régimen posindustrial, global y
mediático; su origen está en el siglo XIX, pero sus vectores económicos no se
hacen visibles hasta el final de la II GM (p. 31). Las industrias líderes son
la empresa global de la guerra, la industria farmacéutica y la industria
pornográfica. El verdadero motor del capitalismo actual es el control farmacopornográfico
de la subjetividad[5]
a través de dispositivos de biocontrol que funcionan a través de la incitación
al consumo y a la producción constante de representaciones de la sexualidad y
de un placer regulado y cuantificable (p. 156).
Preciado
recoge diversos planteamientos sobre el cuerpo vivo (o somateca). Por un
lado, parte de los planteamientos de Foucault que señala que el cuerpo no es un
organismo biológico sobre el que después actúa el poder, sino que la acción
política lo que hace es fabricar un cuerpo, ponerlo a trabajar, definir sus
modos de reproducción, prefigurar las modalidades del discurso a través de las
que ese cuerpo se ficcionaliza hasta ser capaz de decir «yo». El trabajo de
Foucault puede entenderse como un análisis histórico de las distintas técnicas
a través de las que el poder gestiona la vida y la muerte de los cuerpos vivos
(pp.108-109). Esas técnicas gubernamentales biopolíticas se extienden como una
red de poder que desbordaba el ámbito legal o la esfera punitiva,
convirtiéndose en una fuerza «somatopolítica», una forma de poder espacializado
que atraviesa la totalidad del territorio hasta penetrar cada cuerpo individual
(p. 109).
Roberto
Esposito añadió, según Preciado, que toda biopolítica es inmunológica:
supone una definición de la comunidad y el establecimiento de una jerarquía
entre aquellos cuerpos que están exentos de tributos (los considerados inmunes)
y aquellos que la comunidad percibe como potencialmente peligrosos y que serán excluidos
en un acto de protección inmunológica. Esta es la paradoja de la biopolítica:
todo acto de protección implica una definición inmunitaria de la comunidad
según la cual esta se dará a sí misma la autoridad de sacrificar otras vidas,
en beneficio de una idea de su propia soberanía (p. 111).
Achile
Mbembe activó la noción necropolítica para señalar que las tecnologías
de poder de la modernidad colonial habían funcionado como auténticas
tecnologías de muerte. Si la biopolítica era la gestión de la vida de las
poblaciones con el objetivo de maximizar el beneficio capitalista y la pureza
nacional, la necropolítica era su funcionamiento negativo: los procesos de
captura, extracción y destrucción que se llevan a cabo durante la modernidad
colonial sobre un conjunto de cuerpos considerados como subalternos ya no tienen
como objetivo la maximización de la vida, sino que, produciendo jerarquías en
el orden de la vida, buscan en realidad la extracción máxima de plusvalía, de
poder o de placer, hasta la muerte (p. 117).
La
clave de este capitalismo petrosexorracial no es solo, como pensó Marx, la
producción y extracción de plusvalía económica, sino también la fabricación de
una subjetividad adicta cuyos deseos se amoldan al proceso de producción de
capital y de consumo, así como de reproducción sexual y colonial. Y todo ello a
través de la combustión fósil y la destrucción de la biosfera. El proceso de
explotación es cuestión de plusvalía y de adicción y de naturalización de la
percepción. Aquel que es explotado no desea su liberación, sino que aspira a
acceder al reconocimiento social a través del consumo y de la identificación
normativa. La violencia opera fabricando un deseo normativo que toma posesión
del cuerpo y de la conciencia. Lo primero que el poder extrae, modifica y destruye
es nuestra capacidad de desear el cambio.
Es
posible la revolución
Pese
a la contundencia del modo de organización social dominante y de sus
tecnologías de gobierno y de poder, Preciado considera posible un cambio
profundo, una revolución. Y esto tiene más valor siendo consciente de que
movimientos de emancipación surgidos de procesos de descolonización y
despatriarcalización, movimientos de minorías subalternas han acabado
cristalizando en políticas de identidad. Estas políticas han acabado por
renaturalizar e incluso intensificar las diferencias. El contemporáneo lenguaje
de la «interseccionalidad» con su insistencia en establecer relaciones entre
identidades previamente segmentadas no es sino un espejismo metodológico frente
a la imposibilidad de articular una filosofía política no esencialista capaz de
pensar la transversalidad sistemática con la que las relaciones de poder
producen y oponen diferencias (p. 208).
Rechaza, por tanto, las identidades que en realidad no
existen pese a que hacen irrupción en el terreno de lo tangible y se vuelven
visibles. Si descartamos las identidades, el nuevo sujeto de la revolución
planetaria serán los cuerpos vivos vulnerables (y abyectos) donde las formas de
opresión raciales, sexuales, de clase o de discapacidad no se oponen entre sí,
sino que se entrelazan y amplifican.
La nueva revolución debe acabar con la fragmentación
de las luchas que se han estructurado de acuerdo con la lógica de la identidad.
La revolución que viene sitúa la emancipación del cuerpo vivo vulnerable en el
centro del proceso de producción y reproducción social y económico.
En
lo que respecta al feminismo se debe acabar con la categoría «mujer», que es el
efecto de la reducción de un cuerpo a su potencial reproductivo. Sería posible
distinguir la noción de cuerpo con útero potencialmente reproductivo de
la de mujer para reconocer los estatutos de los cuerpos femeninos que o
bien no poseen útero o bien han decidido no hacer un uso reproductivo de dicho
órgano. Eso es pretender reducir a «las mujeres» a sus funciones reproductoras.
Es preciso, por tanto, desidentificarse de la categoría naturalizada y
hegemónica de mujer y de las relaciones (reproductivas, sexuales, sociales,
económicas…) normativas que religan el útero a la reproducción heterosexual
para reivindicar nuestra condición de cuerpos vivos (pp. 391-392). Cualquier
identidad debe recorrer el mismo camino para romper las diferencias y actuar
simplemente como cuerpos vivos vulnerables y considerados por ello abyectos.
Preciado
intenta desplazar y resignificar la noción de disforia para comprender
la situación del mundo contemporáneo en su conjunto, la brecha epistemológica y
política, la tensión entre las fuerzas emancipadoras y las resistencias
conservadoras que caracterizan nuestro presente. Y de ahí el título de este
libro: Dysphoria Mundi, que se entiende como la resistencia de
una gran parte de los cuerpos vivos del planeta a ser subalternizados dentro de
un régimen de conocimiento y poder petrosexorracial. Busca entender aquellas
condiciones que son descritas como disfóricas, no como patologías psiquiátricas
sino como formas de vida que anuncian un nuevo régimen de saber (p. 22).
La
revolución ya ha empezado, hay muchos síntomas que lo indican vistos desde el
optimismo (desde mi parecer excesivo) que para Preciado es una metodología (p.
534). Existen síntomas de que el proceso
de emancipación colectivo ya se ha iniciado puesto que se puede sentir la
vibración que produce en los cuerpos que son atravesados por dicho proceso. La
prueba es que da lugar a una energía de resistencia y de lucha acumulada.
Y desde ese optimismo exagerado, Preciado detecta que:
· Es
nuestra relación con el espacio y el tiempo, con el cuerpo vivo de los otros y
con nuestros propios cuerpos la que está siendo profundamente modificada (el
covid ha ayudado) puesto que se ha producido: una ruptura en el régimen de la
sensibilidad petrosexorracial, introduciendo un proceso tan abrupto como
profundo de deshabituación; la interrupción del tiempo de la producción; la
cancelación del afuera o su designación como potencialmente contaminante; la
toma de conciencia brutal de nuestra condición mortal; el repliegue de todas
las funciones institucionales sobre lo doméstico; y la discontinuidad de los
rituales de socialización que ha provocado un proceso de desnaturalización
del mundo sensorial (p. 255).
· Se
ha producido un descentramiento del ojo petrosexorracial y de sus relaciones
binarias, la invención de otro marco de inteligibilidad que excede la mirada
normativa (p. 258).
· Cambios
micropolíticos ya que son las formaciones del deseo en el campo social las que
están mutando. La triple crisis -de la percepción, de la sensibilidad y del
sentido- podría haber generado las condiciones de posibilidad para un cambio de
las políticas del deseo (p. 261).
Eso sí, llama la atención sobre la necesidad
imperativa de cambiar la relación de nuestros cuerpos con las máquinas de
biovigilancia y biocontrol: tener muy claro que estas no son simplemente
dispositivos de comunicación (p. 521). Es necesario participar en una multiplicidad
de prácticas disidentes que están inventando otra epistemología desde la que
producir lo social. Señala algunas de estas estrategias que ya están en marcha
(indico algunas de las que señala y otras solo su enunciado en las pp. 527 a
530):
· Desidentificación
: rechazo
de las normas de producción de identidad de acuerdo con las taxonomías
petrosexorraciales. Dar prioridad a la invención de prácticas de libertad antes
que a la producción de identidad.
· Desnormalización:
cuestionar la definición normativa de la enfermedad.
· Emancipación
cognitiva: crear redes de producción de conocimiento y de
representaciones alternativas a las producidas por los discursos médicos, farmacéuticos,
psicoanalíticos, psicológicos, gubernamentales y mediáticos.
· P.A.I.N.
(Prescription Addiction Intervention Now): el consumo (todo
tipo de consumo, no únicamente el de estupefacientes) es adicción. No consumas
pasivamente. La comunicación es adicción. No comuniques pasivamente.
Interviene. Actúa. Ahora.
· Colectivización
de la somateca: crear, fuera del control tanto estatal
como corporativo, redes de intercambio de cuidados y afectos, pero también de
gestos, de saberes corporales, de técnicas de supervivencia, de células, de
fluidos, etc., necesarios para la producción y la reproducción de formas de
vida descarbonizadas, despatriarcalizadas y descolonizadas.
· Desmercantilización
de las relaciones sociales.
· Destitución
de prácticas institucionalizadas de violencia
· Restitución
de lo expropiado, reparación de lo destruido.
· Acción por deserción.
· Secesión.
· Creación
de supercuerdas.
· Hibridación
antidisciplinaria.
· Politización
de la relación con las prótesis energéticas de subjetivación.
· Autobiohackearse.
Hace un llamamiento a utilizar la propia disforia como
plataforma revolucionaria, ya que la revolución no es abstracta ni para el
futuro. La revolución es ahora, aquí, está sucediendo.
Conclusión
La
lectura de este libro es apasionante, adictiva (Preciado me echaría la bronca).
El caudal de vida que corre por sus venas de papel es un torrente que atrapa.
Sin embargo, ¿es posible ser, sin más, cuerpos vivos con dos «cualidades»:
abyectos y vulnerables? ¿Es posible desidentidarse sin crear otra identidad? ¿No
es una identidad la de «cuerpo vivo»? ¿«Ser mujer» (igual que ser racializada,
ser discapacitada, ser pobre) es una
identidad que se puede olvidar pese a que quienes nos subalternizan tienen muy
claro nuestro «ser mujer»?
Y
luego está la metodología del optimismo que practica Preciado que ve rupturas y
transformaciones que yo no aprecio y que me retraen de aceptar su relato.
Comparto
sus propuestas de prácticas disidentes (y libertarias) pero veo muchos
obstáculos para realizarlas, aunque estoy dispuesta a apostar por ellas.
Comparto la idea de que la revolución es de la existencia y que hay que
llevarla a cabo ahora, en este momento (es lo que el anarquismo denomina
agencia prefigurativa).
El
entusiasmo y el gozo que me ha proporcionado su lectura (en la que a veces he
tropezado y otras he fluido con suavidad) lo sitúa por encima de sus defectos.
Un libro lleno de vida, de ideas, de agencia, de lucidez, de creatividad, de
consecuencia.
[1]
Paul B. Preciado (2022): Dysphoria
mundi. Barcelona, Anagrama. Las páginas señaladas en el texto
corresponden todas a este libro, cuando no sea así las indicaré en las notas a
pie de página.
[2] Somato
significa: «del cuerpo»
[3]
Paul B. Preciado (2022, 3ª ed.): Testo yonqui. Sexo, drogas y
biopolítica. Barcelona, Anagrama.
[5] Paul B.
Preciado: Testo yonqui, pp. 26-30, 31, 35.
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