Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

miércoles, 23 de marzo de 2022

LA REVISTA MUJERES LIBRES: DE REVISTA CULTURAL A PERIÓDICO DE COMBATE

 

La revista Mujeres Libres supuso una experiencia destacada en el fe anarquista porque las mujeres tomaron la palabra sin estar condicionadas por los hombres y les permitió crear vínculos de cordialidad para lanzar la organización del mismo nombre. Revista y organización impulsaron una revolución de la existencia poco conocida.


Desde el último tercio del siglo XIX, cuando arraigó el anarquismo en España, existía una división que tendemos a olvidar: la frontera entre la escritura y la oralidad.  La escritura marcaba una diferencia de clase: se abría una brecha entre hablantes y escribientes, iletrados y letrados. No dominar la lectura y la escritura era percibido por las clases trabajadoras como una carencia, hombres y mujeres anarquistas batallaron para llenar ese vacío partiendo, muchas veces, de una formación académica mediocre y básica o a través del autodidactismo. Algunos/as anarquistas sabía leer y escribir, pero su mundo era el oral, quizás por ello daban tanta importancia a la palabra escrita (en forma de artículo, poema, obra de teatro, novela, etc.) como semilla de rebelión que, si se extendía, podía acabar con la opresión.

El anarquismo otorgaba en su discurso una importancia central a la cultura y la educación como instrumentos clave de su proyecto emancipador, aspectos instructivos y formativos aparecían como elementos imprescindibles del proceso de transformación de la persona y de la sociedad en general. No era rara la proliferación de escritores y, a mucha distancia, escritoras dentro del mundo ácrata, así como la fundación de periódicos y revistas, de vida efímera muchos de ellos, pero que constituía un elemento clave de su idiosincrasia. Donde había anarquistas había periódicos y, por tanto, obreros/as «ilustradas». Saber y revolución quedaron unidos en una ideología que hacía de la educación el componente indispensable para llegar a la revolución. De hecho, actuaban como «educadores/as del pueblo» a través de iniciativas como la creación de escuelas o ateneos, el ingente esfuerzo editorial y de edición de periódicos o la apuesta por la creación de literatura obrerista o teatro social.[1]

Por tanto, la difusión de las ideas y la cultura ácrata se apoyó siempre de una manera central en sus publicaciones. La edición de periódicos, revistas, folletos y libros era una parte esencial de la acción militante y una actividad fundamental de sindicatos, grupos, ateneos, etc. Como señala Javier Navarro, los periódicos y revistas desempeñaron funciones básicas tanto de cara al exterior (propaganda y movilización, vehículo de información alternativo al lenguaje y la prensa burgueses, divulgación de la cultura anarquista y formación de trabajadores/as) como al interior del movimiento anarquista y sindical (red de comunicación, información e intercambio, herramienta de articulación y soporte organizativos, expresión de grupos y tendencias, etc.).[2]

Durante la II República la propaganda anarquista dispuso de centenares de publicaciones en toda España, pero fue a partir de julio de 1936, en plena etapa de revolución y de guerra, cuando la edición de publicaciones se multiplicó enormemente: diarios, revistas, boletines de todas las organizaciones libertarias, de fábricas colectivizadas, de columnas de milicianos, de agrupaciones artísticas, etc.[3] Y entre esta auténtica explosión de publicaciones apareció Mujeres Libres, una revista muy especial por estar hecha por mujeres, tradicionalmente excluidas de las palabras. La experiencia de Mujeres Libres nos muestra métodos con los que las mujeres compartieron sus vidas con otras desde la escritura: institutos de Mujeres Libres, alocuciones de radio, teatro callejero, conferencias y debates, visitas al frente, etc. Las mujeres cambiaron a través de las palabras: escribiendo, leyendo, conversando y escuchando a otras, así como participando activamente en la organización Mujeres Libres y en las diversas actividades políticas y sociales que llevaron a cabo.[4]



 

Revista cultural en tiempos de paz (mayo-julio 1936)

En mayo de 1936 nació Mujeres Libres, fue una iniciativa del núcleo madrileño formado alrededor de las tres mujeres que siempre figuraron como redactoras de la revista: Lucía Sánchez Saornil, Amparo Poch Gascón y Mercedes Comaposada Guillén. Una revista con claro contenido feminista y anarquista que permitió superar el papel secundario de las tradicionales «páginas de la mujer» en las publicaciones ácratas.[5] Fue una revista de cuidada presentación, con una composición tipográfica estudiada y una maquetación artística llena de pequeños detalles en forma de dibujos y filigranas con diseños vanguardistas.

La revista era el primer paso de un plan de actuación para establecer, en palabras de Lucía Sánchez, «una red de cordialidad a través de las mujeres de toda España».  Si la revista continuaba, «en torno a ella quisiéramos crear grupos de simpatizantes».[6] Sánchez era consciente que no era nada fácil que las   organizaciones de mujeres fueran estables en el tiempo, puesto que debía conocer algunos de los intentos anteriores. También era consciente que la base para construir una organización sólida era el apoyo entre las mujeres y el reconocimiento de autoridad mutua, de ahí esa fórmula de la «red de cordialidad».

Se conservan trece números, los tres primeros con idéntica portada que se reservaba para el nombre de la revista con el subtítulo: «Cultura y Documentación Social», le acompañaba el sumario con el listado de artículos y los nombres de algunas autoras, otras se mantuvieron en el anonimato o firmaron con iniciales o seudónimos, los editoriales aparecieron sin firma.

La revista nació con vocación cultural, no de lucha, puesto que el propósito era capacitar con ideas y razonamientos humanitarios a las mujeres que se podían aproximar al entorno de la revista hasta captarlas como simpatizantes. La capacitación estaba presente en los editoriales, adjudicados a Lucía Sánchez, y a través de una serie de temas fijos que, en algunos casos se convirtieron en secciones, acordes con su propósito cultural: trabajo y sindicalismo; salud, sexualidad, maternidad e infancia; cultura; educación; conflictos internacionales; y feminismo.

Las redactoras se repartieron áreas temáticas desde el primer número: Lucía Sánchez se ocupó de temas de trabajo y sindicalismo, siendo la redactora de la sección anónima: «Jornadas de lucha»; Amparo Poch del área de salud, sexualidad, maternidad e infancia; y Mercedes Comaposada se ocupó de cultura. Las tres redactoras no podían abarcar más temas, quedando educación, un tema relevante en su plan de actuación, sin responsable. Antonia Maymón escribió un artículo sobre pedagogía en el primer número, era la persona adecuada por su formación, pero quizás su edad (55 años) y su trabajo en Beniaján (Murcia) no la animaron a hacerse cargo de la sección. Julia M. Carrillo escribió en el segundo número un artículo sobre coeducación, pero no volvió a firmar ningún artículo más en la revista. El tema del feminismo empapaba todas las secciones y temas puesto que se escribían desde esa perspectiva, de todos modos, había algunos artículos y editoriales que entraban en el tema de manera más directa.


Periódico de combate en tiempos de guerra (agosto 1936-otoño 1938)

El golpe de Estado, la Revolución y la Guerra Civil, marcaron un cambio sustancial del contenido de la revista al pasar de ser cultural a ser un periódico de combate (el formato periódico tenía unas dimensiones de 35 x 50 cm.). El conflicto bélico dio el protagonismo a los hombres armados en el frente, pero, a la vez, la Guerra y las transformaciones revolucionarias otorgaron una gran importancia a la retaguardia en la que las mujeres tuvieron gran protagonismo: «Si la guerra resta brazos a la producción, a las actividades ciudadanas, miles de brazos de mujer se disponen a substituirlos»[7].

La Guerra y la Revolución precipitaron los acontecimientos, se dejó de lado el plan a largo plazo, concebido por las redactoras de Mujeres Libres, para pasar a constituir, en septiembre, la organización del mismo nombre. La captación y capacitación de las mujeres tenía que acelerarse porque los acontecimientos apremiaban, por ello la revista se convirtió en un medio de agitación y combate. En este contexto se publicaron diez números con la redacción en fuga desde Madrid hacia Valencia y Barcelona.

La revista quedó trastocada completamente como ya se ha dicho, las áreas temáticas y las responsables que las habían asumido se vieron afectadas. Las tres redactoras vivieron una modificación importante de sus vidas y de sus responsabilidades organizativas, las tres marcharon pronto de Madrid y no volvieron a reunirse hasta el último año del conflicto bélico en Barcelona.

Mercedes Comaposada fue la primera que marchó de Madrid a Barcelona (septiembre de 1936), ella fue la responsable de que la revista siguiera saliendo a la calle con la ayuda de Consuelo Berges, sin embargo, no firmó ni un solo texto y la sección de cultura, que ella había asumido antes de la Guerra, subsistió como área temática pero desbordada por más temas que los inicialmente previstos (hubo un solo texto con el título «Libros» que recordaba una parte de su sección anterior).[8] Lucía Sánchez se dedicó intensamente a la constitución y consolidación de la organización Mujeres Libres y a otros organismos como SIA, solo firmó poemas en esta etapa. Fue Amparo Poch, pese a sus responsabilidades políticas en el Gobierno de Largo Caballero, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, la que mantuvo la prolongación de una de las pocas secciones anteriores a la Guerra: «Sanatorio de optimismo», presente en todos los números entre el siete y el trece, excepto en el ocho (quizás porque en ese número publicó tres poemas). Ella mantuvo una continuidad en su participación en Mujeres Libres superando claramente a las otras dos redactoras en cuanto a textos firmados.

De las cinco áreas temáticas de la primera etapa (trabajo y sindicalismo; salud, sexualidad, maternidad e infancia; cultura; educación; conflictos internacionales), desapareció la última, manteniéndose las otras cuatro. El área de cultura se articuló, en parte, alrededor de la sección anónima (posiblemente escrita por Comaposada): «Palabra y letra de la revolución» que se publicó entre los números siete y once. El área de educación existió con la sección: «Niños», que condujo Florentina (Carmen Conde), entre los números ocho y doce. Las otras dos áreas temáticas: trabajo y sindicalismo, y, salud, sexualidad, maternidad e infancia, no tuvieron una sección particular, ni autoras únicas.

Aparecieron tres áreas temáticas nuevas al compás de los acontecimientos: guerra (frente y retaguardia), revolución, e información sobre la organización Mujeres Libres, esta última con una sección anónima titulada: «Actividades de las Agrupaciones Mujeres Libres», que apareció con continuidad entre los números ocho y trece. Como en la primera etapa, era difícil hablar de una sección sobre feminismo porque casi todos los artículos estaban empapados de estas ideas, pero algunos artículos tenían el objetivo concreto de definir el pensar feminista de la organización y de sus actividades. Si el feminismo empapaba la mayor parte de los contenidos, la Revolución y, especialmente, la Guerra (era muy frecuente que ambos temas fueran unidos en los artículos, poemas y relatos), impregnaron el contenido del periódico.

En conclusión

Sabemos que las palabras (sobre todo de hombres) fluían en los espacios libertarios, sabemos que proliferaron periódicos y revistas, muchos de ellos de vida efímera y otros de gran relevancia cultural. Sabemos que hubo verdaderos orfebres de la palabra (abundaban más los hombres de nuevo) que realizaban un trabajo cuidadoso y delicado en periódicos de combate, en revistas de cultura, a través de obras de teatro, poemas y novelas sociales que luego se representaban en espacios cerrados o en la calle, o se comentaban en locales, cafés de cooperativas, comunidades de vecindad o lugares de trabajo.

Las mujeres habían intentado tomar la palabra muchas veces y desde hacía mucho tiempo, las anarquistas no eran una excepción. Las mujeres que lo lograron, en el siglo XIX y primer tercio del XX, sí fueron una excepción, especialmente si pertenecían a las clases populares. Por supuesto, conocemos mujeres que se impusieron a costa de sacrificios y renuncias inmensas, de sufrir burlas y menosprecio (la condena de ser marisabidillas venía de lejos), de padecer marginación y de esconderse a menudo tras seudónimos o nombres masculinos. Ellas, igual que nosotras, sabían que tomar la palabra como mujeres, hablando o escribiendo, era vital. Por todo ello, la iniciativa de crear una revista como Mujeres Libres significó poner en marcha una auténtica revolución por el mero hecho de tomar la palabra y hablar con voz propia, sin hombres que marcaran pautas. Todo ello en un contexto muy especial (Revolución y Guerra Civil) que en parte propiciaba esta revolución y en parte la ponía en peligro.

Dijo George Orwell en Homenaje a Cataluña, que en la Barcelona revolucionaria se tenía el sentimiento de haber entrado de repente en una era de igualdad y libertad en la que los seres humanos estaban intentando comportarse como tales y no como piezas de la maquinaria capitalista. Las mujeres, embarcadas en la aventura de tirar adelante Mujeres Libres, experimentaron la humanización de la sociedad que vivió un terremoto en la retaguardia, espacio que se feminizó. Un lugar en el que había muchas mujeres asumiendo múltiples responsabilidades solas y abriendo caminos de libertad en plena guerra, mujeres que decidían abandonar el silencio y tomar la palabra, mujeres dispuestas a cambiar la existencia animadas por una atmósfera de esperanza sin restricciones tremendamente estimulante. Mujeres cuya vida mutó al desaprender la pasividad de sus vidas.

Romper una genealogía de mujeres silenciadas y dominadas no era nada fácil, rechazar y confrontar cualquier forma de dominación era un programa que en sí mismo era una revolución, sobre todo cuando se pusieron manos a la obra para construir relaciones sociales y comportamientos individuales bajo parámetros de clase y de género radicalmente nuevos. Esa revolución solo sucumbió en 1939.

 



[1] Javier Navarro Navarro: «Los educadores del pueblo y la “revolución interior”. La cultura anarquista en España» en Julián Casanova (coord.) (2010): Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España. Crítica, Barcelona, p. 193.

[2] Javier Navarro Navarro: «Los educadores del pueblo…», p. 206.

[3] Ferran Aisa (2006): La cultura anarquista a Catalunya. Edicions de 1984, Barcelona, p. 312.

[4] Todo lo referente a la revista Mujeres Libres procede de mi último libro. Laura Vicente (2020): La revolución de las palabras. La revista Mujeres Libres. Comares, Granada.

[5] Nash, Mary “Libertarias y anarcofeminismo, en Julián Casanova (coord.), Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España, (Madrid: Crítica, 2010), p. 159.

[6] Carta de Lucía Sánchez a Josefa Tena, una activista libertaria de Mérida con la que mantenía correspondencia relacionada con la revista, el 10-VII-1936 en Montero Barrado, op. cit., p. 116.

[7] Editorial sin título, Mujeres Libres, nº 6, semana 21 de la Revolución, diciembre de 1936.

[8]Libros”, Mujeres Libres, nº 6, semana 21 de la revolución, diciembre de 1936.

 

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