No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que
la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la
boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es, aunque
el tiempo que es no lo quiera o no lo sepa.
EDUARDO GALEANO
Quiero confiar en la palabra de Galeano, quiero
pensar que la historia, por mucho que la mientan, no enmudecerá. Sin embargo,
cualquier buen observador/a apreciará sin grandes dificultades cómo se manipula
la historia y la memoria para convertirlas en objeto de consumo de ciertos planteamientos
políticos.
Esta reflexión es producto de un malestar que ha ido
alimentándose con el paso del tiempo y con la reiteración de los motivos que lo
provocan. Me refiero a la colocación de placas dando nombre a calles, centros
de salud y otras iniciativas que, con buena voluntad de la izquierda (vieja y
nueva), se dedican a figuras del anarquismo en diversas ciudades y pueblos.
Aunque la iniciativa puede parecer positiva, no lo es tanto porque en estos
reconocimientos falta siempre lo que define la idiosincrasia de estas personas,
es decir, el ser anarquistas o anarcosindicalistas.
Reconvertir anarquistas en luchadores/as por las
libertades, escritores/as, pedagogos/as, defensores/as de la clase obrera,
periodistas, trabajadoras por la salud, etc., es una buena manera de olvidarlos, es una buena manera de
construir una memoria buenista y
aceptable. Veamos cinco ejemplos entre otros muchos:
En esta ocasión se trata de Salvador Seguí y la
placa que recuerda que fue asesinado en 1923 en Barcelona: defensor de la clase obrera. ¿Es posible una referencia más
genérica? Pero es que a escasos metros está la Plaza Salvador Seguí, en la que
figura un escueto: sindicalista (¿se
les ha olvidado que era sindicalista de la CNT?).
En un pequeño pueblo del Pirineo aragonés (Araguás
del Solano) encontramos una placa dedicada a Acín que lo recuerda como: escritor. Nadie en la zona sabía que
Acín era anarquista.
En esta tercera ocasión no es una placa sino una
bolsa de tela que me propusieron comprar como suscriptora de la Directa, medio de información por la transformación
en Cataluña. Sorprendentemente pone: Ramón
Acín: Periodista y pedagogo aragonés asesinado por el fascismo en agosto de
1936. En este caso si entré en contacto con los responsables de la Directa
para comentarles que se les había olvidado poner que era anarquista y que,
justamente, eso es lo que explicaba su ejecución fulminante y lo que daba
sentido a su figura. La respuesta fue espectacular: no lo pusieron, me dijeron,
porque no les cabía. Les comenté que podían haber quitado periodista, pedagogo o aragonés
para dejar paso a anarquista. Ya no hubo respuesta, ahí acabó nuestro diálogo
por correo electrónico (por cierto, las dos A circuladas las he puesto yo).
La placa dedicada a Teresa Claramunt que da nombre a
una calle de un barrio obrero de Sabadell también ha quedado falsificada al
convertirla en luchadora y defensora de
las libertades, ¿qué libertades? ¿las libertades de las constituciones
democráticas? La Libertad con mayúscula se habría acercado algo a lo que fue (y
es) Claramunt, feminista y anarquista dejaría muy clara du idiosincrasia.
Por último, Federica Montseny, la indomable, se
convierte en esta placa, situada en un centro de salud de Madrid, por una cabriola prestidigitadora en trabajadora ejemplar por la salud, sin más referentes que ayuden a
situar a esa breve estancia (noviembre 1936-
mayo 1937) de Montseny en el Gobierno Largo Caballero.
Tras repasar estos ejemplos, conviene precisar
conceptos como memoria, historia y
recuerdo. El recuerdo es la
experiencia vivida y está destinado a morir con sus testigos. La memoria es la rememoración colectiva
del pasado, puede ser (o no) un elemento
permanente de la conciencia social[1]. Dice
el historiador Enzo Traverso:
La memoria es en realidad una representación del pasado que se construye en el presente, resulta de un proceso en el que interactúan varios elementos, cuyo papel, importancia y dimensión varían según las circunstancias. Las personas cambian, sus recuerdos pierden o adquieren importancia nueva según los contextos, las sensibilidades y las experiencias acumuladas[2].
La memoria, por tanto, es
siempre subjetiva y necesita ser contrastada con otras fuentes que le otorguen
más objetividad. Y es la historia la
que debe aportar el discurso crítico sobre el pasado, es decir, la
reconstrucción de los hechos y acontecimientos pasados tendentes a su examen contextual y a su
interpretación. La memoria
solo puede vivir mediante una interacción permanente con la investigación
histórica y con la acción social y política.
La realidad ha demostrado que somos una comunidad no
del recuerdo, sino del olvido organizado, sistemático y deliberado[3]. El franquismo quiso destruir la memoria anterior a 1939 en su afán
por aniquilar a los vencidos. Pero el olvido organizado no lo ejecutó solo el franquismo, la Transición
democrática hizo pagar una cuota muy elevada a las víctimas del franquismo para
asentar la democracia mediante el olvido de lo sucedido en la memoria social.
La democracia no varió en exceso el rumbo en lo que respecta al movimiento anarquista
y la “nueva izquierda” se apunta al carro banalizando y vaciando de contenido a
hombres y mujeres anarquistas. La palabra anarquía y sus derivados es una copa
difícil de beber para las posiciones políticas institucionales (incluso para
algunas que no lo son).
A veces la memoria se ha
convertido en un campo de batalla entre versiones interesadas del pasado al
servicio de las diversas tendencias políticas. La consecuencia más negativa de
estas polémicas son los disparates que se consiguen asentar en la opinión
pública como verdades históricas que no se pueden poner en cuestión. La
manipulación del pasado, la creación de mitos y la distorsión de los hechos históricos,
cuando se apoyan en la potente máquina económica y propagandística del poder,
son muy difíciles de desmontar. Para ejemplo un botón: Cataluña.
Hay tantos recorridos de la memoria como itinerarios vitales, los
espacios organizativos y de lucha que se estructuran alrededor del anarquismo
deberían estar presentes en todos los escenarios de la memoria. Hay que
atreverse a saber y construir nuestros propios mapas, nuestros puntos de
referencia[4], ya que lo que olvidamos, ya no es
nuestro. Hacer memoria es imprescindible para evitar que nos
arrebaten lo que somos.
[1] Enzo Traverso
(2001): La historia desgarrada. Ensayo
sobre Auschwitz y los intelectuales. Herder, Barcelona, p. 193.
[2]
Enzo Traverso
(2012): La historia como campo de
batalla. Interpretar las violencias del siglo XX. FCE, Buenos Aires,
Argentina, p. 286.
[3]
Zigmunt Bauman y
Leonidas Donskis (2015): Ceguera moral.
La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Paidos, Barcelona, p.
161.
[4] Dasa Drndic (2015): Trieste. Automática Ed, Madrid. Simona Skrabec (traductora), p.
12-13.
Desde que surge la televisión para la masa como elemento unificador y de globalización que están en poder de los medios económicos, yo me pregunto ¿que somos?.
ResponderEliminarUn abrazo.
También me lo pregunto, lo único que se me ocurre es ser muy crítica con los medios de comunicación y no consumirlos. Ya sé que eso no influye mucho.
EliminarUn abrazo.
totalment d'acord, Laura. Ya te has leído Trieste?
ResponderEliminarNooo, tengo algunos libros por delante de este, pero cuando lo lea ya te lo diré.
Eliminar
ResponderEliminarPoniéndome al día...
Besos!!
PD: Siempre sabio E. Galeano.
Es una buena y pertinente reflexión La tergiversación y el olvido son dos enemigos de la memoria histórica y de la historia crítica
EliminarMuy sabio, me encanta por muchos motivos (uno de ellos su coherencia).
EliminarUn abrazo.
Gracias Félix, sobre la memoria hay mucho que hablar.
EliminarLaura está claro que en esta construcción del pasado que se hace en el presente, no interesa recalcar el real espíritu de los protagonistas, incluso desde la izquierda. Pero lo que más me llama la atención es que se obvie su pertenencia a la clase obrera. Poner a Salvador Seguí, como "defensor" y no como pintor que era , o a Teresa Claramunt como "defensora" cuando pertenecía al ramo textil, no solamente me resulta malicioso, sino también a propósito, con el claro objetivo de ocultar aquellas luchas. Fiel reflejo a la actualidad, ideas postmodernistas en las que ya no se cree que los trabajadores seamos sujetos de cambio y en los que parece que nuestras opiniones no son validas, si no tenemos un título para constatar. Un abrazo compañera
ResponderEliminarEstoy de acuerdo, como si ellos/ellas desde fuera defendiera a la clase trabajadora. Uno de sus méritos fue, precisamente, ser gente trabajadora y estar orgullosos/as de ello.
EliminarUn abrazo compañera.