1-Introducción:
prácticas violentas en el frente y la retaguardia
Puesto que la violencia ha sido un componente
fundamental de las guerras y las dictaduras, analizar las experiencias y
vivencias de las mujeres en los conflictos bélicos tendría que estar vinculado
a las de las prácticas violentas que las acompañaban. En el caso de las guerras
civiles debería tenerse en cuenta tanto la violencia militar (batallas,
combates y bombardeos) como la violencia civil y política que se producía en el
frente, pero especialmente en la retaguardia,
espacio fundamentalmente femenino.
Las mujeres del ML, especialmente
las vinculadas a MMLL reinterpretaron su papel en la retaguardia y
aprovecharon las oportunidades que les brindó esta para redefinir la realidad. Mi tesis: Revolución modelizada (masculina)/revolución
femenina, una revolución «a su manera».
Pese
a que se suele subestimar la retaguardia en las guerras, la sociedad española
vivió un terremoto en este espacio que se feminizó. La retaguardia devino un lugar en el que hubo muchas mujeres
protagonizando pequeñas
insurgencias que desestabilizaron las normas y jerarquías en el día a día, asumiendo
múltiples responsabilidades solas. Mujeres cuya vida mutó al desaprender
la pasividad de sus vidas y hacerse responsables de sí mismas y de la marcha
del mundo (local).
Lo que hicieron estas mujeres fue partir de la situación, no de una
situación que previamente se ha modelizado sino de la situación en la que se
encontraban y en medio de la cual trataron de identificar dónde se encontraba
el potencial de cambio y cómo explotarlo[1].
No quedaron fijadas en un objetivo final (el comunismo libertario de la revolución modelizada) porque eso era un obstáculo para la evolución de la situación, sino que explotaron una disposición: la gestión de la vida en la retaguardia o «cuidados» (entendemos por «cuidados» todo lo necesario para que la vida funcione, no solo la limpieza, la crianza o el cuidado de personas mayores).
Esa forma de actuar y conseguir logros no requería
riesgos, partían de la situación y no del Yo-sujeto. No había heroicidad como
la había en la revolución modelizada. Se adaptaban a la propensión y la
acompañaban; no había que guiar (ir por delante), sino secundar, es decir,
estar en segundo plano, modestamente, sin gloria, incluso sin llamar la
atención, para que esta propensión se desarrollara. Por eso casi nunca es
reconocido, nadie se detiene a elogiarlo. No hay espectacularidad ni gloria, de
alguna manera el ego se frustra, pero el ego de las mujeres estaba siempre
ninguneado, no sintieron esa frustración que sienten los hombres.
De
todas maneras, el papel de las mujeres
no se limitó a los «cuidados» ya que el momento (el «momentum» del que
habla Ranciére es
aquel en el que hay un desplazamiento de los equilibrios y la instauración de
otro curso del tiempo, «una reconfiguración del universo de los posibles»[2].)
era lo suficientemente excepcional y grave como para que estas tuvieran que asumir otras tareas por la guerra. Para
poder asumirlas tenían que capacitarse
puesto que no estaban preparadas para realizarlas debido a la posición de
inferioridad, subalternidad (sectores marginalizados de la sociedad) y
subordinación que habían sufrido. La
entrada en el espacio público fue evidente en el mundo del trabajo, en la política y en el acceso a la educación y la
cultura.
Demasiada heterodoxia,
subversión y cuestionamiento del sistema capitalista, y patriarcal como para no
sufrir la violencia
de los vencedores.
2- La violencia específica contra las mujeres
Costó entender, como en otros muchos aspectos, que hubo prácticas de violencia diferenciadas
contra las mujeres. Pese a ello, como señalaba Maud Joly[3],
las violencias perpetradas contra las mujeres siguen siendo un tema marginal y
marginalizado. Y es que la especificidad de las violencias sexuadas cuenta con
el problema de la fragmentación de las
fuentes y los silencios. No es fácil, y eso es común a la historia de las
mujeres, escribir cuando contamos con pocas huellas documentales de esas
violencias diferenciadas. Reformular
preguntas a la documentación.
Aunque han existido muchos tipos de violencia específica contra las
mujeres, infligir una violencia
sexual extrema sobre ellas, suponía que la
batalla se perpetraba en el cuerpo de las mujeres, que eran el botín de una
guerra y postguerra decidida, financiada y ejecutada por hombres. La violación ha acompañado a las guerras
y las dictaduras en prácticamente todas las épocas históricas conocidas, ha sido utilizada como un arma
con la que se amenaza para extender el terror entre la población. Se ha usado frecuentemente como guerra
psicológica con el fin de humillar al opositor y enemigo y minar su moral[4].
Las violencias específicas contra las
mujeres durante la Guerra Civil y el primer franquismo (hasta la década de
1950) se llevaron a cabo para castigar a
las mujeres por realizar actos que transgredían el modelo femenino tradicional,
se pretendía redibujar este modelo que, en opinión de los represores, la II
República había desdibujado[5]. En
realidad, no fue solo la II República, el feminismo en España llevaba cien años
evolucionando y creciendo, especialmente en los núcleos urbanos. Es el caso de la
genealogía del feminismo anarquista
(explicar brevemente que se inicia claramente desde la IªInternacional).
Los
sublevados cortaron de tajo esta genealogía feminista conforme iban
ocupando el territorio, los tribunales
militares consideraron delitos: empuñar
una bandera, participar en una manifestación, expresar en público ideas
políticas o vestirse de milicianas. En una palabra, era delito que hubieran salido a la calle (tirarse a
la calle dirán los jueces en las sentencias), abandonando el espacio doméstico
y privado que les era propio y haciéndose visibles en el espacio público
(Sánchez, 2012: 108). De todas ellas, las milicianas,
las «mujeres en armas» (muy pocas
porque fueron rápidamente excluidas y situadas en su espacio: la retaguardia),
fueron condenadas a muerte por considerarlas irrecuperables. La violencia era
monopolio masculino, admitir mujeres en el ejército era inconcebible para el
pensamiento falangista, después franquista. Las mujeres que transgredían esa
frontera confirmaban que iban contra su
propia naturaleza, por tanto, eran algo más que malas mujeres, eran no-mujeres
situadas del lado de la animalidad: fieras,
hienas, rabiosas, perversas, en definitiva, monstruosas por ir contra natura.
A través de las sentencias y los informes de conducta se fue
configurando otro instrumento represivo: un lenguaje,
connotativo y eufemístico, que creaba y nombraba las realidades del nuevo
régimen, imponiendo su uso a la población y obligando a vivir a las vencidas en
una realidad hostil y deshumanizada: rojas,
individuas, sujetas, mujeres de dudosa moral… Los vencedores utilizaban con
las mujeres un lenguaje más despectivo que con los hombres. La expresión «mujeres de dudosa moral» era un juicio moral, que se convertía en
juicio penal, con su correspondiente castigo público y ejemplarizante. En la roja, la transgresión moral (el
amancebamiento, el atentado contra la Iglesia católica, etc.) se unía a la
político-social, agravando el delito supuestamente cometido. La mujer
revolucionaria era brutalizada y, por tanto, tras la victoria franquista, podía
y debía ser represaliada con total impunidad (González, 2012: 120-121).
3- Los cuerpos femeninos como auténticos campos de
batalla
El franquismo tuvo una vertiente de
género, por ello, igual que durante la guerra, hubo prácticas específicas de violencia contra
las mujeres que introdujeron elementos simbólicos-sexuales ausentes en las
violencias ejercidas contra los hombres. Para el franquismo no solo había numerosas mujeres opuestas a su propósito de «salvar España»,
ocurría también que, con su actitud y su mensaje emancipatorio, ponían en
entredicho el orden social y político y, lo que quizá era más grave, el sistema
de dominación patriarcal. Demasiado atrevimiento para que, en medio de una «cruzada»
que pretendía hacer limpieza, no se
vieran alcanzadas por una marea depuradora que, entre otras cosas, rezumaba una
profunda misoginia.
Los
cuerpos de las víctimas fueron castigados por haber faltado a su naturaleza, se
produjo una negación simbólica de la feminidad y se buscó su redención en actos
pensados para purificar los cuerpos pecaminosos de esas no-mujeres. La
construcción de la figura de la enemiga se fundamentó en que estas mujeres se
desviaron del rol de género, del rol
natural y tradicional de esposa y madre cristiana según la mentalidad de
los franquistas.
Veamos
algunos aspectos a través de los cuales se desviaron las mujeres libertarias y
anarquistas de dicho rol natural, cuestionándolo, desobedeciéndolo y desmontándolo.
1) MMLL fue partidaria de la maternidad consciente que
implicaba el reconocimiento de los derechos reproductivos de las mujeres junto
a la disociación de la actividad sexual y la procreación (anticonceptivos).
Presuponía, sin embargo, que la maternidad era una función social de las
mujeres según una base biológica de carácter esencial (no fueron capaces de
cuestionar ese mandato patriarcal salvo no teniendo criaturas).
2) Hablaron también de la necesidad de acabar con el modelo de familia tradicional
puesto que esta servía como transmisora de la autoridad, la propiedad y la
jerarquía imperantes en la sociedad burguesa. La castidad hasta el matrimonio y
los tipos sociales derivados de este modelo de familia (solterona, monja, madre
soltera, etc.) llevaban aparejados males como: la prostitución, el
infanticidio, o la inclusa.
3) Cuando el
matrimonio estaba motivado por cualquier interés diferente al amor, era
considerado «prostitución a todos los
niveles» o «prostitución estabilizada». La clave, de lo que Mujeres Libres
entendía por prostitución, era la dependencia
económica de las mujeres respecto a los hombres, aunque fueran los maridos
legítimos. Cuestionaban la familia que mantenía a las mujeres en su posición de
siempre: alejadas de la producción, sin derecho alguno y, por tanto, abocadas a
prostituirse, ser meros objetos sexuales, en la calle o a través del
matrimonio.
La
prostitución era un tema colateral a la familia y al matrimonio,
una «válvula de escape» para que pudiese seguir funcionando el modelo de
familia burguesa, por ello era considerada «la mayor llaga sexual de la
sociedad» heredada del capitalismo. Burgueses y «señoritos», explotaban a las
prostitutas que en su mayoría provenían de clases populares. Desde esta
posición se deslegitimaba el discurso que trataba a la prostituta como la
«mujer caída» frente a la «mujer decente».
Desde el
anarquismo se pensaba que la única forma
de acabar con la prostitución era encontrando la forma en que las prostitutas
tuvieran otro medio de ganarse la vida para ser
económicamente libres.
Mujeres Libres era claramente abolicionista, la
prostitución degradaba a las mujeres y era la mayor de las esclavitudes: la que
incapacitaba para todo vivir digno. Pese a ello, eran contrarias a suprimir sin
más la prostitución porque eso suponía «dejar a unas mujeres en la calle, sin medio
alguno de vida».[6]
Para ello organizaron los llamados
«liberatorios de prostitución», de carácter voluntario, que debían desarrollar
un plan de rehabilitación integral:
«1º
Investigación y tratamiento médico-psiquiátricos.
2º Curación
psicológica y ética para fomentar en las alumnas un sentido de responsabilidad.
3º Orientación y
capacitación profesional.
4º Ayuda moral y
material en cualquier momento que les sea necesaria, aún después de haberse
independizado de los liberatorios».
En
realidad, la única solución a la existencia de la prostitución era la
revolución social.
Los
defensores del rol tradicional de la
mujer vieron con horror estos planteamientos y por eso el castigo tuvo
grandes dimensiones.
Enseguida
se percataron de que lo más vulnerable de aquellas mujeres eran sus cuerpos,
unos cuerpos que podían degradar y deformar, quitándoles cualquier atractivo. Sus cuerpos se convirtieron,
por tanto, en el lugar del castigo de
sus delitos que, además, permitía humillarlas y aniquilar al grupo enemigo en
su conjunto, especialmente cuando el hombre estaba ausente. Si en algún caso es claro que las violencias, las
humillaciones, etc. están inscritas en el cuerpo de las víctimas, estos
castigos son especialmente corpóreos o encarnados. Las mujeres sufrieron casos de trabajos
domésticos forzados, amenazas, malos tratos, encarcelamientos, rapado del
cabello, marcaciones y violaciones.
Rapar
los cabellos de las
mujeres era un acto que atravesaba siglos, pero en la Guerra Civil afectó a miles
de mujeres en todo el territorio sublevado. Cuando eran detenidas
se las golpeaba y se las pelaba (a veces se acompañaba con el rapado de las cejas),
se las hacía ingerir aceite de ricino y eran paseadas bajo los efectos
purgantes de dicho aceite por la vía pública, teniendo que entrar, incluso, en
alguna misa. El espectáculo buscaba
la humillación pública y el escarnio de las mujeres castigadas ante los
vecinos/as y ser diferenciadas del resto de la población (González, 2012: 27). El rapado proclamaba la vergüenza del comportamiento
pasado y la aceptación (forzada) del retorno a la moral, todo pasaba por la
expiación y la reeducación de las mujeres.
Se produjeron también marcaciones de los cuerpos: cuerpos tatuados con mensajes en la
cara y otras partes del cuerpo, insignias colgadas en una cresta de pelo que se
les dejaba en la parte alta de la cabeza, etc. Era una manera
de implantar el terror en la comunidad.
Las
violaciones.
La
degradación de los cuerpos femeninos se entendía como una deshumanización y una
anomia (aislamiento de la persona) asociada a las prácticas de guerra
(González, 2012: 189). Pese a que lo contempló mucha gente, no se ha hablado
apenas de ello. La amnesia histórica funcionó perfectamente y desde el
principio.
Pero la represión no se producían solo en vida
sino también durante y después de la muerte. El trabajo de Laura Muñoz-Encinar[7], con
la exhumación y el análisis de fosas comunes y la compilación de testimonios
orales, entre otros métodos, ha logrado evidenciar que la represión específica contra las mujeres por
su condición de género no se daba únicamente en vida.
La
arqueóloga, que ha estudiado la represión
irregular (personas asesinadas en aplicación del bando de guerra entre 1936 y
1948) en distintas zonas de Extremadura, escenario de su investigación, ha
certificado que en las distintas fosas comunes analizadas «existía un patrón
diferencial muy claro» entre hombres y mujeres en los procesos de ejecución y
enterramiento: «En las fosas hemos encontrado un patrón distinto sobre cómo
acaban los hombres y las mujeres dentro de un mismo depósito. Generalmente, las mujeres fueron las últimas en
ser introducidas dentro de las fosas y se solían depositar en la misma área».
Durante el estudio de las fosas se advirtieron también determinadas
'particularidades' sobre «la violencia específica ejercida sobre el cuerpo de
las mujeres, basada en el fin purificador del franquismo y la política de
deshumanizar a las mujeres antifascistas», y no solo relativas a la violencia
sexual. Muñoz-Encinar descubrió que «varias
mujeres fueron enterradas desnudas entre dos varones, con un alto componente
simbólico».
«En Fregenal de la Sierra documentamos los cuerpos de dos hombres y una
mujer enterrados superpuestos, en la posición supina. La mujer fue ubicada
entre los cadáveres de los hombres con la cabeza orientada al oeste; los
hombres, orientados al este», ha expuesto en su investigación, que centra
también la atención en casos similares, como el de Antonia Regalado. Tenía 22 años cuando fue ejecutada,
dice la arqueóloga, que recogió el testimonio de un vecino de la zona, José
Vázquez López, para señalar que la deshumanización por parte de los fascistas
«continuó en la tumba».
Vázquez se sirvió de los detalles proporcionados por el sepulturero –según
Muñoz-Espinar ya había contado anteriormente «lo que habían hecho con el
cuerpo, cómo lo habían colocado una vez ya ejecutada»– para explicar cómo tuvo
lugar la ejecución de Regalado y su entierro»: La hicieron correr por el
cementerio y abusaron de ella. Luego la mataron. Puso a un hombre debajo de
ella, luego puso (el cuerpo de) mi tía encima y (el cuerpo de) otro hombre
penetrándola encima; uno abajo y otro arriba […] El sepulturero enterró su
cuerpo en esta posición y dijo: «La
hemos enterrado como una puta».
La investigadora rescató también de esta zona el recuerdo del fatal
desenlace que sufrió Matilde Morillo, profesora y activista en defensa de la
República que fue «torturada, violada y ejecutada», y cuyo cuerpo «permanece
aún desaparecido». Fue su hija Aurora quien relató a Muñoz-Encinar que, al regresar
a Fregenal de la Sierra «en un tren de vagones de ganado», su madre fue
identificada y violada, y añadió: «También se dice que fue llevada al
cementerio y la orgía continuó en el sala de autopsias […] Los asesinos
regresaron al pueblo en una camioneta al amanecer. Llevaban el abrigo de mi
madre al final de un rifle como si
fuera una bandera, como un trofeo».
4- Conclusiones
Las mujeres
durante la Guerra Civil, y posterior franquismo, fueron sometidas a rituales de
humillación. Se pretendía la ofensa visual de las víctimas, privándolas de
un símbolo de belleza y cuidado
personal, y marcándolas emocionalmente a ellas y, por extensión, a sus
familias. Con la violencia sexual se evidenciaba que los vencedores podían y
debían enseñorearse del cuerpo de las mujeres «desafectas» al nuevo régimen.
Era una demostración del poder del macho vencedor. Formaba parte del
desposeimiento de los hombres vencidos, de su humillación permanente y de su
progresiva despersonalización.
Se añadía la
insidia sobre la inmoralidad de aquellas mujeres a las que se forzaba a la
introspección y al silencio para sí y para sus hijos e hijas. Ellas eran la
imagen de una desoladora tristeza y de la desmoralización del bando vencido.
Las
rojas eran el eje central para la
desprogramación política de la nación. Tenían que callar,
olvidar su identidad política anterior, someterse a las arbitrariedades del
nuevo régimen y trabajar en lo que fuera y como fuera, lo que las llevaba a la
despolitización completa. Estas mujeres estaban vencidas definitivamente.
Servían como primer escalón para la desmemoria, llevando a sus hogares al
silencio, la pérdida de identidad y la vergüenza (Gonzalez, 2012: 51).
El
caso de Lucía Sánchez Saornil. Era una de
las mujeres más militantes y la más implicada en la lucha sindical, feminista,
propagandística y revolucionaria. Salió al exilio en 1939, en su caso protegida
por su pertenencia a SIA. Sin embargo, decidió regresar con su compañera Mery,
en 1942, a Madrid trasladándose después a Valencia. Abandonó el activismo y poca gente conoció su
paradero, tuvo que callar y olvidar su identidad política anterior.
No
olvidemos, por otro lado, los sufrimientos de las mujeres que salieron al exilio. Este supuso para ellas abandonar todo lo que había
sido su vida hasta ese momento y sufrir la condición de refugiadas en un
momento en que el auge del fascismo y los sones de guerra en Europa lo
complicaban más de lo habitual. De hecho, sufrieron la huida hacia
Francia, los campos franceses y el
intento de rehacer la vida sin documentos.
Las
mujeres, muchas veces solas, arrastrando de sus hijos e hijas y de sus mayores,
se convirtieron en el único bastión de los suyos. Aprendieron a vivir en campos
de concentración y refugios, soportando toda clase de privaciones
(alimenticias, higiénicas, sanitarias), con un único aliado: su infinita
capacidad de resistencia.[8]
Por
último:
Sorprende, sin
embargo, que haya habido momentos muy posteriores a la Guerra Civil y el primer
franquismo en que se volvió a rapar a mujeres para castigar su heterodoxia, una
fue con ocasión de las huelgas mineras en Asturias de 1962. El 2 de septiembre de 1963, Ana Sirgo
y Constantina Pérez fueron detenidas mientras intentaban movilizar a un grupo
de mujeres para bloquear el acceso al Pozo Fondón. En los calabozos de la
policía en Sama, ante las protestas de las detenidas, los funcionarios,
«respondieron golpeando a las detenidas, a las que acabaron rapándoles el pelo»[9].
Mar Cambrollé, activista trans, afirmó también
recientemente que en aplicación de la Ley de peligrosidad social, abolida en
1979, en Andalucía «a las mujeres transexuales las rapaban, las despojaban de
sus ropas femeninas y sufrían todo tipo de vejaciones»[10].
Un arma de humillación y violencia contra las mujeres cuyas dimensiones están todavía por descubrir.
[1] Este planteamiento lo desarrolla François Jullien (2006/2015): Conferencia sobre la eficacia. Madrid,
Katz. Es la base del pensamiento chino en contraste con el pensamiento griego
que es la base de nuestro pensamiento occidental.
[2] Ràncière, 2011, p. 141.
[3] Joly, Maud (2008): “Las violencias sexuadas
de la guerra civil española: paradigma para una lectura cultural del conflicto”,
Historia Social, nº 61, p. 93.
[4] González Duro, Enrique (2012): Las rapadas. El franquismo contra la mujer. Siglo
XXI, Madrid, p. 45.
[5] Sánchez, Pura (2012): “Individuas de dudosa moral”. En
Osborne, Raquel (ed.) (2012): Mujeres
bajo sospecha. (Memoria y sexualidad 1930-1980). Madrid, Fundamentos, p.
108.
[6] “Liberatorios de prostitución”, Mujeres Libres, nº 5, día 65 de la
Revolución, septiembre 1936.
[7] Laura
Muñoz-Encinar, “Descubriendo la represión de género: un análisis de la
violencia sufrida por las mujeres durante la guerra civil y la dictadura de
Franco en el suroeste de España”.
[8] Rodrigo,
Mujer y exilio, p. 16.
[9] Claudia Cabrero Blanco “Las mujeres y las huelgas de 1962”. Asturias social, enero de 2010. Fundación Juan Muñiz Zapico. http://www.fundacionjuanmunizzapico.org/huelgas1962/huelgas1962_prensa_2003-2011.htm?IdNoticia=as_201001 (Consultado 09-02-2019).
[10] El Salto,
Febrero 2019, nº 22, “Las personas trans somos el verbo de la disidencia”.
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