Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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domingo, 23 de febrero de 2025

DESARROLLAR LA VIDA FUERA DEL GUIÓN


Charles Fourier afirmó en una ocasión que cuando la gente sentía, respiraba y desarrollaba su vida fuera del guion establecido, la emancipación estaba materialmente en marcha. Fue el caso de hombres y mujeres que, mucho antes del 19 de julio de 1936, ya sentían una «atracción pasional» por organizar su vida social sobre la base del apoyo mutuo, la cooperación, la libertad y la igualdad. En esa ocasión lo hicieron «a lo grande» y por ese motivo nos atraen tanto los «momentos» revolucionarios vividos por miles y miles de personas durante meses (e incluso años, por lo menos tres) en este país.

Pero, esa práctica emancipatoria no ha sido excepcional y se ha producido en otros muchos lugares y en otros tiempos. Sin salir de Europa aún a riesgo de que nos acusen de eurocéntricas: la revuelta de los esclavos de Espartaco, la revolución francesa de 1789 (en sus experiencias populares), la comuna de París, los soviets de la revolución rusa (1905 y 1917), los espartaquistas en la Alemania de 1919, Nanterre durante Mayo de 1868, el 15 M en algunos países europeos y en otros lugares del norte de África y EEUU, y tantas otras experiencias que me dejo y que son igualmente destacables.



Fue Walter Benjamin quien habló del «instante mesiánico», señalando que cada instante puede acoger la plenitud del tiempo mesiánico, que no hay ningún momento que no lleve consigo la oportunidad de revolución y que esta puede interrumpir la catástrofe del progreso. Fue también Benjamin quien no se amilanó ante el hecho de que todos estos «momentos» revolucionarios fueran derrotados y planteó la necesidad de recuperar esa genealogía de los vencidos y traerlos al presente para disponer de futuro.

Hannah Arendt describe la importancia de rescatar ese itinerario de los vencidos con la ayuda de una imagen magnífica, la del pescador de perlas que va al fondo del mar para arrancar en la profundidad perlas y corales y llevárselas, como fragmentos del mundo submarino, a la superficie del día. Benjamin propone esa inmersión en las profundidades del pasado para traer a la claridad del día, fragmentos y acontecimientos de tantos «momentos» revolucionarios como se han producido y han sido negados por los vencedores.



Kristin Ross identifica muchos de esos «momentos» con la forma-comuna, poniendo el foco en el conflicto entre el Estado y las comunas, en realidad entre el Estado y cualquier otro tipo de organización de la vida política, cualquier clase de inteligencia política alternativa, cualquier modelo diferente de comunidad. Las comunas y su forma de vida florecen en la medida en que retrocede el Estado, cuyo papel es gestionar todas las esferas de las sociedades al tiempo que mantienen su dominio y lo perpetua.

Algunos hilos recurrentes y reconocibles, según Ross, de la forma-comuna son:

1.     El espacio-tiempo de la forma-comuna está anclado en el arte y la organización de la vida cotidiana, y ligado íntimamente a la responsabilidad adquirida respecto a los medios de subsistencia. Por ello requiere de una intervención pragmática en el aquí y ahora, y un compromiso de trabajo con los ingredientes y elementos del momento actual.

2.     Un entorno local, vecinal o delimitado. Las dimensiones espaciales y temporalidades distintivas de la forma-comuna se despliegan junto con un Estado distante, desmantelado o en desmantelamiento, cuyos servicios son considerados superfluos por un grupo de personas, que han decidido hacerse cargo ellas mismas de sus propios problemas.

Cuando las cuestiones que afectan a la existencia (la crianza, los residuos, el combustible, los alimentos, etc.), y en especial a la subsistencia, dejan de estar limitadas al plano individual o familiar, y cuando el poder no emana de una ley, sino que proviene de la iniciativa directa de los de abajo gestionando sus asuntos en común, estamos ante una «toma de la vida», descartando la tradicional «toma del poder» que tantas distopias ha provocado en el pasado en nombre de la revolución y de la emancipación[1].

 Laura Vicente 



[1] Sirva este texto, que pretendía ser reseña, aunque no lo logre, para recomendar dos libros: Kristin Ross (2024): La forma-comuna. La lucha como manera de habitar. Virus, Barcelona; y Michael Löwy (2015): Judíos heterodoxos. Romanticismo, mesianismo, utopía. Anthropos y Universidad Autónoma Metropolitana, Barcelona y Iztapalapa.

 

 

sábado, 3 de noviembre de 2018

NADIE TIENE DERECHO A OBEDECER



Fachada Palacio de los Oficios. Bolzano
La visita que hice en septiembre a Bolzano (Italia) tenía un objetivo prioritario, visitar el Palacio de los Oficios en las afueras de la ciudad. En esta ciudad, como en muchas otras de Italia, quedan importantes restos del fascismo. En el caso de este Palacio (construido en 1939), que forma parte de una inmensa plaza monumental, muy del gusto del totalitarismo fascista, había subsistido desde la fecha de su construcción un relieve con Mussolini como gran protagonista.

Detalle del relieve: Mussolini. Bolzano
Benito Mussolini aparece en este relieve en el centro de la escena, montado a caballo con el brazo en alto y una leyenda muy del gusto fascista: “Credere, Obbedire, Combattere” (creer, obedecer, combatir).

Y así se ha mantenido este edificio sin que nadie lo cuestionara, o en todo caso, sin que nada se hiciera hasta 2014. Fue en esa fecha cuando, tras abrir un concurso para ver qué hacer con este relieve, de las diferentes propuestas se aplicó la que resultó ganadora. El relieve se ha dejado tal cual y encima se decidió colocar un letrero luminoso con la frase de Hannah Arendt en tres lenguas: alemán, italiano y ladino.

Detalle del relieve: leyenda en letrero luminoso

NADIE TIENE DERECHO A OBEDECER

Una frase  que sirve para recordar que nuestras acciones son siempre el resultado de una elección y, por tanto, de un juicio en el presente.

sábado, 13 de octubre de 2018

HANNAH ARENDT


Llegué a este libro de Laure Adler sobre Arendt a través de otro libro comentado aquí, Entre amigasuna persona con gustos lectores parecidos a los míos me condujo a esta biografía. Me costó encontrar el libro y cuando lo logré en una librería de segunda mano, le faltaba la sobrecubierta, pero el libro merece la pena y mucho.


¿Qué encontraremos en esta biografía?

1.
Innumerables claves de la biografía de Hannah Arendt que nos permiten entender su vida y su pensamiento. No he leído otras biografías que se han publicado[1] y no puedo compararlas con esta, pero la de Adler es una biografía empática y muy bien narrada, además de rigurosa en cuanto a la utilización de las fuentes.
Sin entrar en detalles excesivamente íntimos, en esta biografía encontraremos una visión de conjunto de la vida de Arendt desde su nacimiento hasta su muerte. Una vida, como es bien sabido, azarosa, complicada y plena de acontecimientos positivos y negativos. Sus relaciones familiares, de pareja y de amistad, tejen un lienzo que nos permite acercarnos a la personalidad de Arendt.
Su pensamiento está muy presente en esta biografía puesto que se van desgranando sus diferentes investigaciones que acaban publicadas en libros y se dan claves muy interesantes para acercarnos a su lectura o para contextualizarlos si ya los hemos leído.

2.
La importancia que tiene la amistad para Arendt queda patente en este libro; famosa fue su frase: Mi patria no es mi pueblo, sino mis amigos, pronunciada en respuesta a los ataques que sufrió por la publicación de su Eichmann en Jerusalén. Informe sobre la banalidad del mal.
En su ensayo “La crisis de la cultura”, incluido en Entre el pasado y el futuro[2], escribía que una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado[3].
Ella dio un gran valor a elegir a sus amigas y amigos, saber conocer a las personas más allá de sus errores y de sus aciertos y primar el afecto por encima de todo lo demás. Esa es la clave, quizás, de que mantuviera su relación con Heidegger pese a su pasado nazi y no perdonara a Adorno sus dudas en los primeros tiempos del nacionalsocialismo; el primero era su amigo y el segundo no.
El culto a la amistad y la experiencia de la amistad que otorga conocimiento de los otros, recorre las páginas de esta biografía y es perceptible en su correspondencia, entre otras personas, con Mary McCarthy, con Gershom Scholem o con el propio Martin Heidegger[4]. La vida de Arendt es un ejemplo vivo de esa experiencia apasionada de la amistad.

3.
Esta biografía también nos permite acercarnos al significado del término comprender, entendido como actividad sin fin a través de la cual aceptamos la realidad y nos reconciliamos con ella para habitar el mundo. Porque a Arendt le interesa estar en el mundo, habitarlo, ya que ella ama al mundo, ama comprender al mundo, a las cosas, como lo que son.


4.
Interesante resulta el modo en que se trata en esta biografía el escándalo inesperado que produjo la publicación de Eichmann en Jerusalén. En la relación de libros que Arendt escribió, la acogida tensa y alborotada de Eichmann en Jerusalén, fue muy relevante. Esta obra fue duramente atacada por afirmar la sumisión de las víctimas como fenómeno general respecto al régimen que las masacraba y por la malinterpretación del concepto de la banalidad del mal. No fue bien recibida la insistencia en las zonas grises del Holocausto nazi.
Ante las duras críticas y ataques, Arendt se refugió en sus amigos/as y, en cierta manera, en sus alumnos/as. Eran los que la conocían y acogieron el sentido de su propuesta de entendimiento del holocausto recogida en este libro tan polémico. 

5.
Excelente el número de notas de que dispone la biografía. Gracias a ellas y al texto, hay una buena bibliografía que nos  acerca a la comprensión de la vida y el pensamiento de Arendt. 


[1] Elisabeth Young-Bruehl (1982): Hannah Arendt. Paidos, Barcelona. Alois Prinz (2001): La filosofía como profesión. La vida de Hannah Arendt. Herder, Barcelona.
[2] Hannah Arendt (2016): Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Austral, Barcelona.
[3] Hannah Arendt (2016): Entre el pasado y el futuro, p. 345.
[4] Entre amigas. Correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy (1949-1975). Lumen, Barcelona. Tradición y política. Correspondencia 1939-1964. Hannah Arendt-Gershom Scholem. Trotta, Madrid. Hannah Arendt-Martin Heidegger. Correspondencia 1925-1975. Herder, Barcelona.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Entre amigas. Correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy (1949-1975).



Compré este libro porque he leído a las dos amigas, más a Arendt que a McCarthy pero también de esta última leí hace tiempo El grupo, una novela que tuvo mucho éxito cuando fue publicada en 1963. McCarthy es considerada como una gran novelista y ensayista, de origen judío (una abuela suya lo era), se movió en los círculos de la izquierda norteamericana mientras vivió en Nueva York. Fue muy pronto crítica con el estalinismo y colaboró con varias revistas entre las que destaca la Partisan Review, de la que se alejó tras la II Guerra Mundial por las posiciones conservadoras que adoptó la revista.
Entre la década de los cuarenta y los cincuenta fue muy crítica con el reaccionario senador McCarthy y su “caza de brujas”. Su posición ideológica la llevó a participar en las campañas contra la guerra de Vietnam y contra los escándalos del Presidente Nixon de la década de los setenta.
Arendt es de sobra conocida como una de las pensadoras más influyentes del siglo XX. Nacida en Alemania tuvo que huir de este país por su origen judío. Le fue retirada la nacionalidad alemana en 1937 y fue apátrida hasta que consiguió la nacionalidad estadounidense en 1951, diez años después de llegar a Estados Unidos.
No le gustaba ser considerada filósofa y afirmaba que sus estudios eran de “teoría política”. Compartía una mentalidad de izquierdas con su segundo marido, el poeta y filósofo comunista Heinrich Blücher que, muy pronto, fue crítico con el estalinismo. Por su condición de mujer judía y de izquierdas se involucró también en temas de actualidad destacando su famoso, y muy criticado por algunos sectores, Eichmann en Jerusalén, publicado en Estados Unidos en 1963.


Ambas se conocieron en 1949 y su correspondencia empezó inmediatamente hasta la muerte de Arendt en 1975, veintiséis años que en este libro aparecen agrupados en seis partes. Cuando murió Arendt, McCarthy fue su ejecutora literaria hasta su propia muerte en 1989. Este libro fue publicado en Estados Unidos en 1996.
En esta correspondencia encontramos mucho cariño y ternura entre ambas mujeres que en sus cartas escriben sobre diversos temas: vida cotidiana sin descartar su intimidad (parejas, amistades, servicio…), actualidad (especialmente temas políticos), los manuscritos de sus libros que eran valorados y corregidos por la otra amiga, libros de otros autores/as, viajes, arte, etc.
El rigor intelectual que aparece en estas cartas es lógico dada la talla de su pensamiento, sin embargo sorprende más adentrarse en las “pequeñas cosas” de la cotidianeidad como son las dolencias físicas, las tareas domésticas, la vivienda, etc. (más prolija en este sentido McCarthy que Arendt). La planificación de viajes por separado o conjuntamente es otro aspecto interesante, McCarthy era una experta en arte y la planificación del viaje que hicieron a Sicilia (p. 427-434) en 1971 es como para anotarlo como guía para visitar esta isla italiana.
Son ilustrativas sus charlas sobre el mundo masculino: sus parejas (en el caso de McCarthy se casó cuatro veces, dos Arendt), sus amigos, sus hijos (en el caso de McCarthy uno y varios de su último marido), sus críticos, etc. Ambas construyeron una hermandad llena de complicidad que se convertía en defensa de la amiga ante la crítica de sus obras que en algunos casos fueron duras. Especial importancia tienen en su correspondencia los ataques que recibió Arendt por su Eichmann en Jerusalén, respondidos, ante la negativa de su amiga a hacerlo, por McCarthy. Curiosamente coincidió en el tiempo con las críticas que recibió McCarthy por su novela El grupo.
Arendt se negó a responder directamente porque consideró que la crítica a Eichmann en Jerusalén formaba parte de una campaña política; no es crítica y realmente no tiene nada que ver con mi libro. (…) Yo escribí un informe y no hago política, ni judía ni ninguna otra (239). Luego, Arendt escribió un ensayo, muy interesante, sobre Verdad y política, que implícitamente será una respuesta (245).
Ambas amigas compartían sus manuscritos para saber la opinión de la otra que ambas valoraban mucho puesto que no era un intercambio de cortesía sino que las dos hacían una lectura minuciosa con alabanzas pero también críticas. McCarthy, además fue una excelente correctora en el uso del inglés de Arendt.
Hay multitud de comentarios, en ocasiones con enorme sentido del humor, de libros y de autores/as que nos permiten conocer sus gustos y sus manías respecto a numerosos personajes del momento como Sartre, Beauvoir, Bellow, Grass, Sontag, Sarraute y otros muchos/as.
Esta correspondencia es un diálogo entre dos mujeres unidas por una gran afinidad electiva, preocupadas por su tiempo (macartismo, Vietnam, Nixon, Mayo del 68, etc.) centradas en su obra, grandes lectoras y escritoras, interesadas por la política, poco feministas aunque su empoderamiento personal es un ejemplo feminista de la nueva mujer.
Dice McCarthy:
El hombre, al parecer, no tiene el menor sentido de la historia; cree que los males que ve a su alrededor son todos nuevos (400).
Una gratificante y rica lectura.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

VERDAD Y POLÍTICA


Este título, en plena campaña electoral en Cataluña, puede hacer pensar que quiero hablar de ese tema. No es así. O lo es de manera indirecta puesto que quiero hablar del ensayo de Hannah Arendt que lleva ese título tan actual. Hoy no hablamos de verdad sino de postverdad para hacer referencia a la constatación de que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal. La postverdad está en la capacidad que tienen algunos sectores políticos para presentarse como lo que no son, prometiendo lo que no pueden hacer

Cuando en 1961 se celebró en Jerusalén el juicio del nazi Adolf Eichmann, la revista The New Yorker escogió como enviada especial a Hannah Arendt, exiliada en EUA. Se desplazó a Jerusalén y fue escribiendo artículos sobre el juicio al miembro de las SS involucrado en la solución final. Estos reportajes fueron publicados en forma de libro (440 pág.) en 1963. Ya en aquellos años esta obra provocó duras críticas y una fuerte animadversión contra ella.  Eichmann no era una figura demoníaca sino más bien un funcionario mediocre y obediente para quien Arendt acuñó la categoría de “banalidad del mal”. Esta caracterización, sumada a sus acusaciones contra muchos consejos judíos en campos y guetos por colaboracionismo con los propios nazis, generó una formidable polémica en torno al libro de Arendt sobre el proceso de Jerusalén.



La controversia causada por esta obra de Arendt provocó la aparición del ensayo “Verdad y política” puesto que se utilizaron una enorme cantidad de mentiras en dicha disputa.
En este ensayo Arendt señala la dificultad de que verdad y política vayan de la mano, de hecho afirma que la mentira siempre ha sido vista como una herramienta necesaria y justificable (15) para la actividad de los políticos, demagogos y hombres de Estado. Decir la verdad es arriesgado y lo ha sido a lo largo de la historia.
La autora distingue entre la verdad racional propia de las ciencias naturales, la verdad factual de las ciencias sociales y la opinión propia de la colectividad humana. La facilidad con la que se convierten las verdades factuales en opiniones pretende desdibujar la línea divisoria entre ambas como si las personas fueran incapaces de aceptar la persistencia de la verdad. Quizás, sospecha Arendt, puede ser inherente a la naturaleza del campo político el estar en guerra con la verdad en todas sus formas (37); por este motivo el compromiso con la verdad es considerado como una actitud antipolítica.
Arendt va más lejos cuando afirma que lo opuesto de la verdad factual no es el error, la ilusión o la opinión (…), sino la falsedad deliberada o la mentira (55). En este sentido es importante la manipulación masiva de los hechos y las opiniones, algo que es evidente, según Arendt, en la reescritura de la historia, el trabajo de los creadores de imagen y la política gubernamental.
La última vuelta de tuerca se da cuando el político embustero se cree su propia mentira, solo el autoengaño es capaz de crear una apariencia de fiabilidad (63). Naciones enteras podrían terminar guiándose por una red de engaños con la que sus líderes querían someter a los opositores. La amenaza más peligrosa, entonces, vendría de los miembros del propio grupo que pretendieran romper el hechizo e insistieran en hablar de hechos que no encajaran con el engaño.
Pero los hechos (la verdad) son superiores al poder, tienen una fuerza peculiar frente al poder, este no puede inventar un sucedáneo viable de la verdad. La persuasión y la violencia pueden destruir la verdad, pero no pueden reemplazarla. ¿Podemos seguir pensando con Arendt en esa fuerza peculiar de la verdad?
En todo caso, esa convicción es lo que le lleva a concluir su ensayo con estas palabras:

En términos conceptuales, es posible definir la verdad como aquello que no podemos cambiar; en términos metafóricos, es el terreno que pisamos y el cielo que se extiende sobre nuestras cabezas (80).

Finalmente sí he hablado de la campaña electoral en Cataluña.

sábado, 20 de septiembre de 2014

HANNAH ARENDT, Eichmann en Jerusalén. Épilogo.





En el epílogo, Arendt escribe una especie de alegato que considera que es lo que los juzgadores de Jerusalén se debían haber atrevido a decir al acusado (pp. 405-406):
Has reconocido que el delito cometido contra el pueblo judío en el curso de la guerra es el más grave delito que consta en la historia, y también has reconocido tu participación en él. Pero has dicho que nunca actuaste impulsado por bajos motivos, que nunca tuviste inclinación a matar, que nunca odiaste a los judíos, y pese a esto, no pudiste comportarte de manera distinta y no te sientes culpable. Nos es muy difícil, aunque no imposible, creerte; existen pruebas, aunque escasas, que demuestran sin dejar lugar a dudas razonables lo contrario de cuanto afirmas, en lo referente a tus motivos y tu conciencia. También has dicho que tu papel en la Solución Final fue de carácter accesorio, y que cualquier otra persona hubiera podido desempeñarlo, por lo que todos los alemanes son potencialmente culpables por igual. Con esto quisiste decir que, cuando todos, o casi todos, son culpables, nadie lo es. Esta es una conclusión muy generalizada, pero nosotros no la aceptamos. Y si no comprendes las razones por las que nos negamos a aceptarla, te recomendamos que recuerdes la historia de Sodoma y Gomorra, dos vecinas ciudades bíblicas que fueron destruidas por fuego bajado del cielo porque todos sus habitantes eran culpables. Esto, dicho sea incidentalmente, ninguna relación guarda con la recién inventada teoría de la “culpabilidad colectiva”, según la cual hay gente que es culpable, o se cree culpable, de hechos realizados en su nombre, pero que dicha gente no ha realizado, es decir, de hechos en los que no participaron y de los que no se beneficiaron. En otras palabras, ante la ley, tanto la inocencia como la culpa tienen carácter objetivo, e incluso si ochenta millones de alemanes hubieran hecho lo que tú hiciste, no por eso quedarías eximido de responsabilidad.Afortunadamente no se llegó tan lejos. Tú mismo has hablado de una culpabilidad por igual, en potencia, no en acto, de todos aquellos que vivieron en un Estado cuya principal finalidad política fue la comisión de inauditos delitos. Poco importan las accidentales circunstancias interiores o exteriores que te impulsaron a lo largo del camino a cuyo término te convertirías en un criminal, por cuanto media un abismo entre la realidad de lo que tú hiciste y la potencialidad de lo que los otros hubiesen podido hacer. Aquí nos ocupamos únicamente de lo que hiciste, no de la posible naturaleza inocua de tu vida interior y de tus motivos, ni tampoco de la criminalidad en potencia de quienes te rodeaban. Has contado tu historia con palabras indicativas de que fuiste víctima de la mala suerte, y nosotros, conocedores de las circunstancias en que te hallaste, estamos dispuestos a reconocer, hasta cierto punto, que si estas te hubieran sido más favorables muy difícilmente habrías llegado a sentarte ante nosotros o ante cualquier otro tribunal de lo penal. Si aceptamos, a efectos dialécticos, que tan solo a la mala suerte se debió que llegaras a ser voluntario instrumento  de una organización de asesinato masivo todavía queda el hecho de haber tú, cumplimentado y, en consecuencia, apoyado activamente, una política de asesinato masivo. El mundo de la política en nada se asemeja a los parvularios; en materia política la obediencia y el apoyo son una misma cosa. Y del mismo modo que tú apoyaste y cumplimentaste una política de unos hombres que no deseaban compartir la tierra con el pueblo judío ni con ciertos otros pueblos de diversa nación –como si tú y tus superiores tuvierais el derecho de decidir quién puede y quién no puede habitar el mundo-, nosotros consideramos que nadie, es decir, ningún miembro de la raza humana, puede desear compartir la tierra contigo. Esta es la razón, la única razón, por la que has de ser ahorcado.


Y para concluir una inquietante, y actual, pregunta: 
¿Cabe concebir que ni siquiera un judío alemán llegara a preguntarse cuántos individuos, entre los de su clase, hubieran actuado igual que los alemanes, si se hubieran hallado en sus circunstancias? (p. 430)

sábado, 13 de septiembre de 2014

HANNAH ARENDT, Eichmann en Jerusalén.

Cuando en 1961 se celebró en Jerusalén el juicio del nazi Adolf Eichmann, la revista The New Yorker escogió como enviada especial a Hannah Arendt, filósofa alemana judía exiliada en EUA. Se desplazó a Jerusalén y fue escribiendo artículos sobre el juicio al miembro de las SS involucrado en la solución final. Estos reportajes fueron publicados en forma de libro (440 pág.) en 1963. Ya en aquellos años esta obra provocó duras críticas y una fuerte animadversión contra ella que no ha desaparecido, pese a su prestigio, en la actualidad.

Hannah Arendt nació en Hannover en 1906 y murió en EUA en 1975. La privación de derechos y la persecución que empezó en Alemania contra los judíos en 1933, junto con un breve encarcelamiento ese mismo año, contribuyó a que emigrara a EUA. En 1937 Alemania le retiró la nacionalidad, como a tantos otros judíos, y quedo en  situación de apátrida hasta que en 1951 consiguió la nacionalidad norteamericana. Al quitarles a los judíos la nacionalidad alemana  dejaban a estos sin patria y con dos problemas importantes, por un lado evitaba que ningún país solicitara información sobre las víctimas del exterminio y, además, permitía al Estado en que la víctima residía confiscar sus bienes y enviarlos a Alemania. El Ministerio de Hacienda hizo preparativos para recibir el botín que les mandarían de todos los rincones de Europa.


 Se trata de una pensadora que siempre rechazó ser considerada filósofa y prefería que sus obras fueran clasificadas dentro de la teoría política. Además de  Eichmann en Jerusalén, escribió otras obras relevantes entre las que me parecen destacables: Los orígenes del totalitarismo (1951), La condición humana (1958) y Sobre la revolución (1963).


La obra objeto de esta reseña está estructurada en 15 capítulos que repasan el juicio a Eichmann con una minuciosidad extraordinaria, además hay una Advertencia preliminar, el Epílogo, un Post Scríptum y la Bibliografía.

El punto de partida para la redacción de los reportajes de Arendt es su actitud ante el tema: pudiendo haberse conformado con lo que se esperaba de ella y hacer la descripción de un monstruo antisemita que de forma sádica y asesina protagonizó la solución final contra los judíos, no lo hizo. Fue a Jerusalén con la mente abierta a interrogarse sobre la personalidad del acusado, era la primera vez que podía escuchar y observar a un nazi con responsabilidad en el exterminio, y los motivos que le habían llevado a su actividad criminal, pero no dejó fuera de su escrutinio a las autoridades y a la población de Alemania y del resto de la Europa ocupada por los nazis o por los fascistas italianos. No obvió analizar el comportamiento de la propia población judía y, especialmente, de sus autoridades. Cuestionó el trabajo del tribunal de Jerusalén porque nunca comprendió las diferencias entre expulsión, genocidio y discriminación, si lo hubieran sabido diferenciar hubiera quedado claro que el mayor crimen que ante sí tenía era el exterminio físico del pueblo judío, es decir, un delito contra la humanidad y que solo la elección de las víctimas, no la naturaleza del delito, podía ser consecuencia de la larga historia de antisemitismo y odio hacia los judíos (pp. 391-392).

La lectura de esta obra nos pone delante de una terrible realidad, la capacidad del ser humano normal y corriente de causar daño a sus congéneres por ideales, lo pernicioso que es dejarse arrastrar por las ideas dominantes en un momento histórico determinado y abandonar la capacidad en manos de las leyes de un Estado totalitario, refugiándose en su cumplimiento necesario. El colapso moral general que fue capaz de provocar el nazismo en toda una nación como la culta Alemania y otros muchos países europeos ocupados por ellos en los que el colaboracionismo predominó. E incluso el colapso moral que produjo entre las víctimas para salvarse del exterminio incluso negociando con los criminales. ¿Quién puede saber lo que cualquiera de nosotros hubiera hecho en esas circunstancias? Sí sabemos que hubo seres excepcionales que, perdidos en un océano de confusión, de muerte y de terror, supieron discernir lo más elemental del comportamiento humano y se mantuvieron internamente libres para discernir lo que estaba bien y lo que estaba mal. Seres excepcionales para actuar con normalidad en momentos excepcionales. Su existencia nos regala la esperanza en el género humano, ayer y hoy.

Arendt se decantó por arriesgar al reflexionar e investigar, sacando conclusiones con una libertad de criterio que nunca es fácil puesto que muchos prefieren las explicaciones simples de blanco o negro y no de una variada gama de grises. Sus ideas disgustaron a muchos, incluida la comunidad judía estadounidense e israelí, respecto a cuatro temas, el primero el concepto de la banalidad del mal, por el que Arendt señaló que Eichmann era un hombre común que carecía de motivos para matar a los judíos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria diligencia en orden a su personal progreso y que tal diligencia no era criminal. Este alto funcionario de las SS se marcó una línea de actuación de obediencia ciega a las leyes y la pura irreflexión le predispuso a dejarse arrastrar por la corriente de su tiempo y a convertirse en uno de los mayores criminales. Este comportamiento lo clasificó  como banal, e incluso cómico, pero no diabólico aunque tampoco era común. En el juicio quedó claro para ella que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana (p. 418). El fiscal y los jueces no podían creer que Eichmann fuera una persona “normal”, para ellos era un ser diabólico, un monstruo antisemita que odiaba a los judíos. Sin embargo Arendt vio en Eichmann a un ciudadano fiel cumplidor de la ley que pudo dejar de “sentir” y eliminar la piedad meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico (p. 156) por esa obediencia ciega de funcionario que anulaba la facultad humana de juzgar. Es propio de todo gobierno totalitario, decía Arendt, transformar a los hombres en funcionarios y simples ruedas de la maquinaria administrativa y deshumanizarlos. El contexto legal del nazismo daba cobertura a estas actitudes y, por ello, tan solo los seres “excepcionales” podían reaccionar “normalmente”, es decir, desde criterios morales (p. 47).


La crítica que Arendt realizó a los líderes de las asociaciones judías que ayudaron en las tareas administrativas y policiales a los nazis fue el tema que provocó más indignación. Según sus investigaciones, la formación de gobiernos títere  en los territorios ocupados iba siempre acompañada de la organización de una oficina central judía, los  integrantes de los consejos judíos eran por lo general los más destacados dirigentes judíos del país de que se tratara, y a estos los nazis confirieron extraordinarios poderes (…). Estos consejos judíos elaboraban listas de individuos de su pueblo, con expresión de los bienes que poseían; obtenían dinero de los deportados a fin de pagar los gastos de su deportación y exterminio; llevaban un registro de las viviendas que quedaban libres; proporcionaban fuerzas de policía judía para que colaboraran en la detención de otros judíos y los embarcaran en los trenes que debían conducirles a la muerte; e incluso, como un último gesto de colaboración, entregaban las cuentas del activo de los judíos, en perfecto orden, para facilitar a los nazis su confiscación (pp. 172-174). Incluso el trabajo material de matar, en los centros de exterminio, estuvo a cargo de comandos judíos (p. 181).

El pueblo judío, decía Arendt, tenía muy difícil organizar una resistencia al exterminio ya que no poseía territorio, no disponía de gobierno, ni de ejército y tampoco tuvo un gobierno en el exilio que le representara ante los aliados. Pero sí existían organizaciones comunales judías y organizaciones de ayuda, tanto de alcance local como internacional. Allí donde había judíos había asimismo dirigentes judíos, y estos dirigentes, casi sin excepción, colaboraron con los nazis (…). Sin estos dirigentes, el número total de víctimas difícilmente se hubiera elevado a una suma que oscila entre los cuatro millones y medio y los seis millones (p. 184).

Este tema tan sensible muestra la objetividad de la que Arendt hacía gala, de ahí posiblemente la afirmación del novelista judío Saul Bellow que señalo que era una mujer vanidosa, rígida y dura, cuya comprensión de lo humano resultaba limitadísima. Metió el dedo en una llaga peligrosa puesto que señaló el colapso moral generalizado que los nazis produjeron en la respetable sociedad europea, no solo en Alemania, sino en casi todos los países, no solo entre los victimarios, sino también entre las víctimas (p. 185). Y dentro de las víctimas, no se detuvo ante el colapso moral que se dio en la respetable sociedad judía que colaboró con sus victimarios y que  aceptaron sin protestar la clasificación en categorías y, por tanto, la existencia de judíos prominentes con privilegios que suponía la aceptación de la norma general que significaba la muerte de cuantos no fueran casos especiales, la mayoría (pp. 194-195).

Resulta muy interesante el repaso que realiza Arendt a las deportaciones en cada país europeo y las diversas actitudes ante el tema que provocaron una menor o mayor mortalidad de los judíos, en este sentido llama la atención el rechazo al exterminio judío por parte de la Italia de Mussolini o la postura más antisemita entre todos los países europeos de Rumania.

El tercer aspecto que provocó polémica, y en el que no nos vamos a detener por su carácter más jurídico, fueron las dudas sobre la legalidad jurídica de Israel a la hora de juzgar a Eichmann, además, según Arendt, el tribunal de Jerusalén fracasó al no abordar tres problemas: el problema de la parcialidad propia de un tribunal formado por los vencedores, el de una justa definición de “delito contra la humanidad”, y el de establecer claramente el perfil del nuevo tipo de delincuente que comete este tipo de delito (p. 400). El mayor defecto fue, según la filósofa, que  la acusación se basó en los sufrimientos de los judíos y no en los actos de Eichmann (p. 18).

Por último, el escrutinio que realizó de las autoridades, de la población alemana, y del resto de la Europa ocupada por los nazis, incluso en el momento del juicio a Eichmann, también generó detractores. Afirmaba con rotundidad que La abrumadora mayoría del pueblo alemán creía en Hitler (…). Contra esta ciclópea mayoría se alzaban unos cuantos individuos aislados que eran plenamente conscientes de la catástrofe nacional y moral a que su país se dirigía. No se olvidó de mencionar a los conspiradores, como los de julio de 1944, para afirmar que eran en realidad antiguos nazis o individuos que habían ocupado altos cargos en el Tercer Reich y que, en realidad nunca se opusieron a Hitler por el problema judío. Para Arendt en Alemania se produjo la debacle moral de toda una nación (p. 163). El colaboracionismo generalizado de gran parte de las autoridades y de la población, en el resto de Europa, especialmente en su parte oriental, extiende dicho colapso moral a casi todo el continente. Los movimientos de resistencia, que Arendt no trata por no ser el objeto de su libro, son esa parte excepcional que reaccionó contra la barbarie.

sábado, 30 de agosto de 2014

LAS BOLSAS DE OLVIDO, EN LA HISTORIA, NO EXISTEN

KATI HORNA
Este texto enlaza con el anterior, titulado “¿Historia Muda?”, puesto que H. Arendt afirma que la historia siempre acaba hablando incluso por los pequeños resquicios que los regímenes totalitarios pueden dejar. Tan importante como esta argumentación de que las “bolsas de olvido” no existen es la convicción de que cualquier acción frente al terror totalitario es útil aunque en el momento no lo parezca. He aquí la responsabilidad de gran parte de Europa y de los europeos/as en el escaso número de casos como el del alemán Schmidt y la importancia de la Resistencia en Europa por parte de otros europeos/as.

KATI HORNA

Anton Schmidt estaba al mando de una patrulla que operaba en Polonia, dedicada a recoger soldados alemanes que habían perdido el contacto con sus unidades. En el desarrollo de esta actividad, Schmidt había entrado en relación con miembros de las organizaciones clandestinas judías (…) y había ayudado a los guerrilleros judíos proporcionándoles documentos falsos y camiones del ejército. Y, lo cual es todavía más importante: <<No lo hacía para obtener dinero>>. Lo anterior duró cinco meses, desde octubre de 1941 hasta marzo de 1942, en que Schmidt fue descubierto y ejecutado.
(…)
Cierto es que el dominio totalitario procuró formar aquellas bolsas de olvido en cuyo interior desaparecían todos los hechos, buenos y malos, pero del mismo modo que todos los intentos nazis de borrar toda huella de las matanzas –borrarlas mediante hornos crematorios, mediante fuego en pozos abiertos, mediante explosivos, lanzallamas y máquinas trituradoras de huesos-, llevados a cabo a partir de junio de 1942, estaban destinados a fracasar, también es cierto que vanos fueron todos sus intentos de hacer desaparecer en <<el silencioso anonimato>> a todos aquellos que se oponían al régimen. Las bolsas de olvido no existen. Ninguna obra humana es perfecta, y, por otra parte, hay en el mundo demasiada gente para que el olvido sea posible. Siempre quedará un hombre vivo para contar la historia. En consecuencia, nada podrá ser jamás <<prácticamente inútil>> por lo menos a la larga. En la actualidad, sería para Alemania de gran importancia práctica, no solamente en lo referente a su prestigio en el extranjero, sino también en cuanto concierne a su tristemente confusa situación interior, que pudieran contarse más historias como la del sargento Anton Schmidt. La lección de esta historia es sencilla y al alcance de todos.

HANNAH ARENDT, Eichmann en Jerusalén, DeBolsillo, Barcelona, 2013 (séptima edición), pp. 335-336 y 339.