Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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viernes, 11 de abril de 2025

TERESA CLARAMUNT CREUS. 94 años de su muerte

 


He escrito y he hablado mucho sobre Teresa Claramunt Creus (TC), en los últimos años algo menos. Mi libro sobre esta mujer tan apasionante salió a la calle en 2006 publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo, pronto hará veinte años. Diecinueve años son muchos años y seguramente ahora rectificaría algunas cosas de ese libro, pero nada sustancial. Aquella investigación marcó mi manera de acercarme a la historia y la vida de esta sindicalista, feminista y anarquista sigue muy presente en mí.  Escribí en mi último texto que un acontecimiento lo es desde nuestra mirada, que no está en la cosa en sí, esta mujer es un ejemplo de tal afirmación.

El origen de mi interés por TC se sitúa en los años en los que realicé la Tesis Doctoral sobre el sindicalismo zaragozano en los años veinte del pasado siglo y buscaba las primeras sociedades obreras que formaron parte de la CNT, allá por 1910 y 1911. Encontré a esta mujer de cuarenta y ocho años en la prensa con una salud deteriorada por sus estancias en prisión. Había sido deportada a Huesca, como tantos otros, por su relación con los sucesos de la Semana Trágica (julio 1909). Pocos meses después se instaló a vivir en Zaragoza, en parte como consecuencia de la separación de su compañero también deportado, Leopoldo Bonafulla, con el que había convivido los últimos ocho años y con el que no volvió a compartir su vida.

La encuentro, por primera vez, participando en un mitin organizado por la Sociedad de Obreros de la Madera que apoyaban a los huelguistas de la fábrica de Cardé y Escoriaza, en octubre de 1910. En este mitin participaba otra mujer: Antonia Maymón (nacida en Madrid de familia aragonesa y pronto instalada en Zaragoza) que presidía la Agrupación Femenina “La Ilustración de la Mujer”. Los puntos en común con esta maestra racionalista eran muchos: ambas mujeres eran propagandistas y activistas en los medios ácratas y ambas estaban preocupadas por la cuestión femenina. De hecho, en este mitin T. C. habló del tema sindical y también de poner en marcha una «revolución de las costumbres, empezando por nuestros hogares». Una idea, la de la revolución doméstica, que no debía ser fácil de digerir en los ambientes sindicalistas, predominantemente masculinos.

La vuelvo a encontrar, de nuevo con Antonia Maymón, en un mitin en septiembre de 1911 en el que se trataba de ratificar el acuerdo de huelga general en solidaridad con los carreteros de Bilbao y contra la guerra de Marruecos adoptado por la recién constituida CNT (octubre/noviembre de 1910). Tras el mitin se produjeron carreras y cruce de disparos con las fuerzas de orden público (murieron dos sindicalistas) y tras los incidentes hubo registros domiciliarios y numerosas detenciones, entre las que se encontraba Claramunt, Maymón y otros muchos. Claramunt acabó juzgada por un tribunal militar e ingresó en la cárcel hasta la amnistía aprobada por el gobierno en 1913. Esta estancia en la cárcel, de poco más de un año y medio, fue fatal para su salud ya de por sí deteriorada desde su estancia en Montjuïc en 1896.

De nuevo volví a encontrar a TC a raíz del asesinato del Cardenal Soldevila (Zaragoza nunca más ha vuelto a tener cardenal desde este atentado en junio 1923), ya que prestó declaración y su domicilio fue registrado por su posible relación con los autores de la muerte del Cardenal (Francisco Ascaso y Rafael Torres Escartín). El propio Manuel Buenacasa (El movimiento obrero español) afirmó que Claramunt fue la inspiradora del atentado, también Federica Montseny afirmó en una entrevista con Antonina Rodrigo que había alguna relación entre Claramunt y Ascaso y que ella le escondió la pistola con la que había llevado a cabo el atentado. La realidad es que nada se pudo demostrar y que no fue ni tan siquiera detenida.

No me sorprendió la presencia de Claramunt en Zaragoza, llamada «la perla negra» del anarquismo, ya que había en esta ciudad una pequeña colonia catalana [se deportaba a la gente a 300 Km. de donde vivía]. Existió, durante estos años, una estrecha relación entre los sindicalistas y anarquistas zaragozanos y barceloneses. Como explicó Pere Gabriel en un artículo titulado «Propagandistas confederales entre el sindicato y el anarquismo», no era sólo una relación de publicistas y propagandistas que iban de una ciudad a otra, sino del elevado número de aragoneses que pasaron a formar parte de las cúpulas dirigentes de la CNT de Cataluña y las repetidas vueltas a tierras aragonesas. El caso paradigmático fue el de Manuel Buenacasa, pero la lista fue muy larga: Miguel Abós, Felipe Alaiz, Ramón Acín, Arturo Parera, etc. También se instalaron catalanes en Zaragoza como la propia Claramunt, García Oliver, Vicente Segura, Luís Riera, Pedro Fuste, y otros.

Estas fueron las breves pistas que encontré sobre esta mujer mientras investigaba el sindicalismo zaragozano y que, aunque no olvidé, tampoco le pude dedicar más atención. Acabé la Tesis trabajando yo misma en Cataluña y acabó publicada en forma de libro en 1993.

Pasaron más de diez años hasta que retorné a la investigación y decidí que sería sobre esta mujer en forma de biografía, un formato casi imposible por la escasez de datos, por no decir ausencia de datos, de los primeros veinte años de la vida de TC. Esta mujer no tenía relevancia, no era alguien digno de mención desde la perspectiva histórica, o dicho de otra manera, era una más dentro de la multitud anónima que carecía de interés histórico. Realizar la biografía de un trabajador o trabajadora del siglo XIX, parecía imposible.

Pero el vacío biográfico no implicaba que no se pudiera escribir sobre alguna individualidad, sino que había que hacerlo de otra forma. Siguiendo los planteamientos del antropólogo social Ignasi Terrades, (en Eliza Kendal. Reflexiones sobre una autobiografía) enfoqué su biografía desde lo que se hacía en contra de su vida, a su alrededor y sin contar con su vida. Por tanto, las condiciones de miseria material, sus carencias educativas, sus condiciones de vida, los espacios de sociabilidad o sus luchas para mejorar sus condiciones de trabajo, eran capaces de llenar en gran parte el vacío biográfico de una mujer anónima.

A partir de ahí, la investigación me condujo a desbrozar el camino para investigar a una mujer que actuó, luchó y vivió siempre desde el cuerpo, y desde luego, se hizo carne en ella esa afirmación de Spinoza de: «nadie sabe lo que puede un cuerpo». Teresa Claramunt empezó a trabajar en talleres textiles a los 10 años, sufrió carencias alimentarias, habitacionales, sanitarias y pobreza energética, a lo largo de toda su vida. Sufrió varios abortos y vio morir a sus criaturas en los primeros días o semanas de vida. Fue detenida y encarcelada numerosas veces y fue torturada en el castillo de Montjuïc.

Teresa Claramunt actuó desde el sentido común[1], es decir, desde la singularidad de los cuerpos y sus experiencias tomando como base una atmósfera construida por sus relaciones con su cultura, su historia individual y social. El sentido común puede manifestarse a través de opiniones (el anarquismo le proporcionó un marco teórico sencillo para entender lo que le rodeaba), pero de hecho proviene de procesos más profundos y encarnados. Refleja, como decía en su biografía, la experiencia vivida lo más fielmente posible. Fue dicha experiencia la que está en la base de su excepcional ruptura con los estereotipos de mujer en el paso del siglo XIX al XX. Igualmente excepcional fue su rebelión como obrera contra el proceso de disciplinamiento social al que fue sometida la clase obrera para someterla al régimen de producción capitalista. Esta práctica de rebelión continuada desde que apenas tenía veinte años fue lo que la individualizó y diferenció dentro de la multitud anónima y convirtió su vida en un acontecimiento a tener en cuenta tras 94 años de su muerte.

Laura Vicente 

 



[1] Miguel Benasayag y Bastien Cany (2022): Experiencia y sentido común. Repensar la separación que impuso la Modernidad. Buenos Aires, Prometeo, p. 40.

 

jueves, 6 de marzo de 2025

Los derechos de las mujeres en crisis

 


Existe una sensación, con sustento real en algunos países, de catástrofe, de que los derechos conseguidos pueden retroceder e incluso desaparecer. No digo que los derechos no estén en peligro, pero creo que debemos abandonar esa visión catastrofista y enfocar bien dicho peligro y, sobre todo, cómo afrontarlo[1].

Para empezar, debo aclarar desde dónde escribo. Lo hago como mujer (dejaré para otro día la cuestión del sujeto que daría para otro escrito) y lo hago desde el feminismo anarquista que acostumbra a ser más partidario de despenalizar, dejar de tipificar como delito una conducta o acción (por ejemplo, la reivindicación histórica del aborto, hoy en peligro de ser penalizado de nuevo) que de regular a través de leyes. Ya lo dijo Hobbes (poco sospechoso de anarquista y de feminista): «Las leyes son limitaciones de la libertad».

No me gustaría que se entendiera que soy contraria a los derechos legales, pero me parece que debemos cambiar el enfoque respecto a su trascendencia, ya que son derechos legales que se incumplen sistemáticamente como todos los demás derechos (constitucionales, derechos humanos, etc.). Quiero intentar (solo intentar) dar sentido a cosas que no tienen nombre, eso siempre es muy arriesgado

Puesto que no soy partidaria de leyes por lo que conlleva de limitación de la libertad (un riesgo que trataré de sortear: coincidir con el neoliberalismo o, peor, con el tecnofascismo), los derechos solo importan cuando los reclamamos, los usamos y los superamos en busca de nuevas reclamaciones y libertades; solo importan si nos instan a seguir adelante. Es decir, no deberíamos considerar como puerto de llegada el reconocimiento de un derecho. Los derechos no son «cosas» para distribuir desde arriba, desde el Estado, sino demandas de algo más que surgen desde abajo. No son «cosas» sino relaciones sociales y como tales no son algo que tenemos, sino que hacemos cada día, sin esta agencia los derechos son frágiles y dependen de los cambios de gobierno o de la voluntad de la justicia burguesa.

Los derechos solo tienen sentido si las personas involucradas están en posición de reclamarlos y defenderlos. La libertad, como los derechos, es algo que solo puede ser garantizado por las mismas personas que los reclaman. Las prácticas feministas de lucha política y social no se pueden confundir con la institucionalización de los derechos o la igualdad formal, por ello «la política de proclamar los propios derechos, por muy justa u hondamente sentida que sea, es una clase subordinada de política»[2]. Las prácticas de libertad política crean, mediante el discurso y, especialmente, mediante la acción, un espacio subjetivo intermedio que, en ocasiones, excede el espacio institucional. Solo cuando se produce esa situación de fuertes movilizaciones y luchas se consiguen ampliar los espacios de libertad y autonomía de las mujeres que, a veces, quedan regulados en forma de derechos, sin ser este su objetivo fundamental.

Un rasgo de los derechos legales es su tendencia a deteriorarse en artefactos legales muertos y hasta en instrumentos políticos peligrosos cuando pierden conexión con las prácticas de libertad feministas. No podemos compartir, como ya hemos explicado, las posiciones de un sector del feminismo que ha aceptado la estrategia de que un cambio social se basa en los derechos legales.

Así mismo, no podemos dejarnos cegar por las respuestas jurídicas y centradas en el Estado a las preguntas políticas y sociales que nos hacemos como feministas y haríamos bien en dar protagonismo a lo que las mujeres podemos y no podemos lograr en nuestras luchas al margen de la legalidad institucional.

 Laura Vicente



[1] Este texto forma parte de un artículo más largo titulado: «Cambio social y derechos legales» de próxima aparición en la revista Crisis de Zaragoza.

[2] Afirmación con la que coincido, pese a no compartir muchos de los postulados del Colectivo de la librería de mujeres de Milán, Sexual Difference; citado en Linda M. G. Zerilli (2008): El feminismo y el abismo de la libertad. Buenos Aires, FCE, p. 187.

miércoles, 13 de noviembre de 2024

ERREJÓN Y LA DOBLE MORAL

 




La doble moral ha sido un comportamiento netamente masculino desde tiempos inmemoriales, ya que a las mujeres no se les ha permitido más que una versión de la moral, la del sistema heteropatriarcal. Las mujeres han sido vigiladas, maltratadas, encerradas, para que su comportamiento respondiera a la normatividad estricta, lo contrario implicaba, entre otras cosas, un peligro para la paternidad legítima de los hombres que han castigado siempre, incluso con la muerte. Pero las normas elaboradas por los hombres permiten un comportamiento masculino laxo, aceptable y bien visto (en todo caso, los hombres nunca han sido censurados por vivir en la doble moral).


Pero el «caso Errejón» resulta llamativo porque la doble moral parece que no va con los hombres «progresistas» o de izquierdas, ellos se las han apañado para hacernos creer que no hacen esas «cosas», que eso es propio de la derecha, del conservadurismo casposo. Los hombres de izquierdas se han situado en un nivel de superioridad moral, también en los comportamientos sexuales, puesto que son feministas y han logrado una nueva masculinidad que les exime del machismo, del deseo de dominio y del abuso de poder. El «caso Errejón» demuestra que las cosas no son tan sencillas y que algunos viven esa doble moral de forma extrema.


El «caso Errejón» pone de manifiesto otros aspectos dignos de reflexión. El discurso identitario construido sobre las diferencias entre hombres y mujeres, que los feminismos han consolidado y, en algunos casos, han naturalizado como elementos fijos, han servido para regular los deseos, la sexualidad y las relaciones sociales. Las identidades femeninas y masculinas se han basado en un contraste binario entre una sexualidad femenina sacralizada (necesitada de seguridad y afecto) y una sexualidad masculina irrefrenable y, en ocasiones, agresiva y violenta. El «caso Errejón» parece responder a ese prototipo de mal masculino peligroso.


Pero sin entrar en detalles del «caso Errejón» que está en fase de investigación, individualizar el peligro de las agresiones sexuales, nos apartan de responsabilizar a las instancias e instituciones que sostienen el sistema heteropatriarcal y que son el fundamento de las violencias. Errejón conoce tan bien el discurso feminista que él mismo utilizó este argumento en su carta de dimisión para justificar su comportamiento culpando al patriarcado. Esto no funciona así: tú debes responsabilizarte de tu comportamiento agresor y abusador y nosotras nos encargaremos de indagar el aspecto estructural del sistema heteropatriarcal que hay tras tu violencia contra las mujeres.


El «caso Errejón» ha puesto en evidencia la facilidad con la que los feminismos y otras instancias políticas caen en el punitivismo, en la necesidad de poner en la picota al agresor y castigarle. Comprendemos que las víctimas puedan necesitar el castigo, pero desde un punto de vista feminista y anarquista debemos preguntarnos: ¿Para qué sirve el castigo, la pena? ¿Qué aporta a la solución de la violencia de género una política restrictiva y regulacionista? ¿Consideramos que el feminismo anarquista debe apostar por una justicia basada en la venganza? En ningún caso podemos apoyar la necesidad de que el Estado aparezca como la instancia protectora de las víctimas y que estas queden como seres necesitados de protección e incapaces de autoprotegerse.


No resulta, por último, menos relevante que hayan sido en gran parte mujeres de las formaciones políticas en que estaba encuadrado Errejón quienes han ocultado su conducta sexual agresiva y maltratadora en aras de la defensa de un fin superior: la defensa del proyecto político que compartían. Tanta importancia se concede a este fin superior que para muchos el «caso Errejón» tendrá graves consecuencias para la izquierda en su proyecto electoral.


Al margen de ser de izquierdas o de derechas, la vida cotidiana de los hombres está, como mínimo, salpicada de machismo (y eso no depende de quién gobierna), es un mal estructural que conviene enfocar de modo adecuado para avanzar en el debilitamiento del sistema heteropatriarcal.


Laura Vicente

martes, 13 de agosto de 2024

ANARCOFEMINISMO PARA EL SIGLO XXI: PUNITIVISMO (II)




 [primera parte publicada el 3 de agosto de 2024]

2-El Derecho y el proceso penal

La Modernidad se ha mostrado incapaz de pensar que se pueda vivir fuera del Derecho, eso nos ha convertido en sus prisioneras al pensar que se puede legislar sin límites y sobre cualquier cosa.[1] Es imprescindible salir de esa lógica y poner en cuestión la dificultad irresoluble de combatir la violencia contra las mujeres sin hacer explícito que los agresores no son perturbados o locos, sino elementos que reproducen, en versión extrema, sus imposiciones de género. La ley nunca podrá poner en cuestión el modelo de distribución de géneros en todos los ámbitos en los que opera y lo único que hace es parcializar el modelo y recurrir como única solución al castigo y el encierro de los agresores.[2]

Quizás debido a que nos enfrentamos a un problema complejo, la izquierda institucional ha participado activamente del punitivismo, al igual que amplios sectores del feminismo[3] que han sido utilizados para endurecer las penas. Dar prioridad al Derecho y al proceso penal para combatir los ataques y discriminaciones contra las mujeres ha hecho olvidar a un sector de los feminismos que la lógica penal tiene efectos sociales contraproducentes. En primer lugar, el impacto de las penas en las personas es enorme y va acompañado del olvido de las víctimas. En segundo lugar, el derecho penal no parece ser un instrumento idóneo para resolver conflictos, puesto que provoca más problemas que los que intenta resolver. Y, por último, el sistema penal es en sí mismo un dispositivo de creación de feminidad que no es objetivo ni neutral como pretende y que responde a valores e intereses patriarcales.[4] El «giro carcelario» limita a los feminismos al individuo y a lo punitivo, y marginaliza lo colectivo y la comprensión de lo que hay tras la violencia.

Como venimos diciendo, el punitivismo, a través de los dispositivos del Estado (derecho, policía, cárcel, etc.), puede impulsar una política restrictiva y regulacionista con la que estamos profundamente en desacuerdo, basada en:

·       La cultura del castigo como única respuesta a las agresiones y discriminaciones que sufren las mujeres no disuade a quienes las cometen. Deberíamos preguntarnos para qué sirve la pena. Desde luego, sabemos que, por un lado, legitima la soberanía del Estado y refuerza su aparato coercitivo; y que, por otro, puede servir para expresar el odio de las víctimas más que para abordar las causas de los delitos.

·       El aumento de la inseguridad que crea un clima de «estado de emergencia» en lo referente a las violencias que sufren las mujeres, un clima de «guerra contra los hombres» como he escuchado a algunas mujeres libertarias, sirve de excusa al punitivismo para el uso de la violencia en el que se basa. Esa percepción de auténtico «pánico sexual» lleva a mujeres feministas a considerar que todo es violencia y que esta se usa para medir la calidad de vida de las mujeres entre las que han sido agredidas y las que no, mientras que se habla menos de explotación laboral u otras cuestiones igualmente relevantes.  La percepción de una situación grave de inseguridad puede llegar a justificar la necesidad de que el Estado proteja a las víctimas y, para ello, puede parecer necesario acusar a unos colectivos como causantes de los malestares y ocultar realmente a quien los provoca.

·       La selección de los delitos y de los causantes debería llevar a preguntarnos cuando se recurre a la penalización de determinadas acciones, a quién se está criminalizando, puesto que coincide que los causantes suelen ser personas pobres, racializadas y de barrios marginales (así lo muestra la población carcelaria).

3-Victimización de las mujeres

Estamos de acuerdo con Françoise Vergès[5]  cuando plantea que quiere evitar pensar el patriarcado bajo el prisma: mujeres víctimas/hombres verdugos, aunque entre estos haya quienes merecen ese calificativo. Y lo vemos así porque construir a las víctimas como sujeto político que legitima las demandas políticas priva a las mujeres de la posibilidad de hablar como algo más que víctimas, pasando a ser percibidas como seres sin agencia necesitadas de la protección que han perdido al pasar a ser el «natural protector» (marido o compañero), su agresor. Esta «figura natural de protección» es sustituida por la agencia estatal.[6] Legitimarse como sujetos políticos autodefiniéndose como víctima tiene como consecuencia el regreso de la justicia penal al foco de atención, respaldando y consolidando el cambio en el ámbito de la seguridad que en estos mismos años se ha ido imponiendo en toda Europa y en otros lugares.

La victimización de las mujeres pretende además definir sujetos que sean «buenas víctimas» para abordar los conflictos desde la lógica binaria o dualista presente en lo penal: delincuente-víctima, malo-buena. El modelo de «buena víctima» suele definir a una mujer inocente, ingenua, que no provoca, que no negocia, que conviene, en definitiva, al modelo de mujer victimizada. El Estado, en representación de las mujeres, es el encargado de poner límites porque ese modelo de «buena víctima» no es capaz de ponerlos, de esta manera se positiviza el papel del Estado y de sus cuerpos de seguridad.

Hay una parte de los feminismos que en lugar de contrarrestar esta victimización necesitada de protección (si no es por parte de hombres, por parte del Estado) ve a las mujeres como víctimas continuas de la construcción de género, de ahí su insistencia en la necesidad de aislar a las mujeres de los peores abusos que realiza esa clase de dominación no a través de estrategias emancipatorias, sino de restricciones y regulaciones de la sexualidad y el discurso: censura, demandas por daños, más policía, más regulación, más seguridad, etc.[7]

El feminismo punitivista, como ya hemos visto, ha considerado que la base de las discriminaciones que sufren las mujeres es la sexualidad, convirtiendo la heterosexualidad en una relación de dominación del poder patriarcal en la que se aprende la sumisión. Esta perspectiva procede de las llamadas dominance feminist, tendencia que ha sostenido que las mujeres son una clase oprimida, que la sexualidad es la causa de dicha opresión y que la dominación masculina descansa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales. Han potenciado un discurso mujerista (esencialista) y victimista.

4-Construir propuestas anarcofeministas

Cuando se habla de «Justicia Patriarcal» hablamos de una justicia que conlleva que la palabra de la víctima no tiene valor. Además, es una justicia que interviene sobre la víctima y no sobre el victimario (no hay casas de acogida para los hombres violentos sino para las mujeres-víctimas).

El feminismo anarquista plantea no denunciar ante la justicia patriarcal y que las mujeres produzcamos otro tipo de justicia. Tenemos claro que la relación victimario/víctima no se resuelve con la cárcel. Queremos asumir la responsabilidad de construir otra respuesta de justicia que aglutine los casos como fenómenos sociales históricos que superar y no como delitos individuales. Asumimos también la responsabilidad de no fortalecer el sistema carcelario clasista, racista, patriarcal, policiaco y corrupto. La justicia hay que construirla fuera del código penal, de la policía y de la cárcel

El antipunitivismo, por tanto, es un planteamiento que critica el entramado público-privado del punitivismo. Considera que el poder punitivo es un sistema de violencia estatal organizada, sexista, racista, revictimizante, selectivo en su control e inadecuado para el proyecto feminista, ya que lo punitivo es una pieza angular para el sostenimiento del sistema patriarcal que sigue propagando los mismos modelos de interpretación/acción respecto al género, sexualidad, clase, raza y poder. Por ello, lo consideramos una estructura fracasada que debe ser abolida.[8]

El anarquismo tiene una larga genealogía antipunitivista, abolicionista de las cárceles y cuestionadora de las políticas del Estado y de su dispositivo penal. Igualmente, podemos destacar su constante lucha contra la dominación y el poder, con aciertos y con elementos que obligatoriamente hay que revisar en este siglo XXI. El punitivismo es incompatible con el feminismo anarquista ya que no confiamos en los castigos legales para acabar con la violencia contra las mujeres y mejorar su situación.

El antipunitivismo feminista está en construcción, las feministas anarquistas tenemos la ventaja de caminar por un sustrato de experiencias, saberes y luchas que explican por qué es en el ámbito libertario y anarquista donde el antipunitivismo y el abolicionismo están más arraigados y tienen un recorrido más largo. No quiero ocultar que también en el seno del anarcofeminismo hay personas que participan de la cultura del castigo de las violencias, que recurren con frecuencia a los tribunales para denunciar agresiones y que comparten con el feminismo cultural una visión simplista y moralista de la sexualidad.

Nuestra opción no va en esa dirección punitivista, queremos imaginar la protección más allá de la represión, de la vigilancia, de la cárcel y del paternalismo. Queremos reapropiarnos del ámbito de la protección e inventar sistemas de protección de los seres humanos sin hacer de ellos víctimas, sin entender la debilidad como un defecto. El antipunitivismo feminista y anarquista parte del reconocimiento de que el Derecho y el proceso penal es patriarcal y que debe transformarse en la línea de deconstruir el pensamiento heteropatriarcal-sexista. Tarea ardua que no se conseguirá con otras leyes, sino con una práctica y un pensamiento anarcofeminista en la línea prefigurativa que consiste en reproducir en el propio proceso de vida aquello por lo que se está luchando.

El anarcofeminismo debe indagar en las ventajas de la justicia restaurativa o justicia reparadora como forma de pensar la justicia cuyo foco de atención son las necesidades de las víctimas y los autores o responsables del delito, y no el castigo a estos últimos ni el cumplimiento de principios legales abstractos. En esta justicia restaurativa es importante tener en cuenta «la comunidad cercana» en el conflicto y su gestión.

Para concluir, difícilmente el término violencia puede definir la compleja situación de desigualdad, subordinación y discriminación a la que las mujeres todavía están sometidas, y también la experiencia que tienen en esta situación distintas mujeres en contextos diferentes. Es importante, por tanto, indagar en las motivaciones y las formas que adopta la violencia masculina sobre las mujeres, puesto que está extendida en todas las latitudes y atraviesa todos los estratos sociales. Esta tarea de comprender qué se esconde detrás de la violencia es importante para poder oponerse con otros instrumentos que no sean solo los de la justicia penal.

 Laura Vicente

Artículo publicado en la revista Redes Libertarias nº 1



[1] Agamben, Giorgio, Creación y anarquía, Madrid, Adriana Hidalgo Ed., 2020.

[2] Macaya, Laura, «Violencia de género y victimización en las políticas estatales» en Sánchez, Irene, Olivé, Neus, Martín, Lorena, Macaya Laura Putas e insumisas. Violencias femeninas y aberraciones de género: reflexiones en torno a las violencias generizadas. Barcelona, Virus, 2017, p. 63.

[3] Francés, Paz en «A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos» en Serra, Clara, Garaizábal, Cristina y Macaya, Laura (Coordins.), Alianzas rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad. Manresa, Bellatierra. 2021. Esta autora habla de los feminismos carcelarios; los feminismos minimalistas o garantistas y los directamente abolicionistas de la cuestión penal y de la prisión.

[5] Vergès, Françoise, Una teoría feminista de la violencia. Por una política antirracista de la protección. Madrid, Akal, 2022.

[6] Macaya, «Violencia de género y victimización en las políticas estatales», p. 59.

[7] Brown, Wendy, Estado del agravio. Poder y libertad en la modernidad tardía. Madrid, Lengua de Trapo, 2019, p. 190-191.

[8] Francés, «A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos».

sábado, 3 de agosto de 2024

ANARCOFEMINISMO PARA EL SIGLO XXI: PUNITIVISMO (I)

 


Resulta llamativo que muchas autoras que se inscriben dentro del feminismo antipunitivista ignoren, dentro de las trayectorias que analizan el aparato represivo del Estado, la cultura del castigo y la utilidad de las cárceles, al anarquismo.[1] No pretendo realizar una reflexión sobre cómo entiendo la anarquía y los anarquismos, pero voy a adentrarme en un tema, el del castigo de las violencias de género, especialmente a través de los dispositivos penales y coercitivos del Estado (policía, derecho penal, sistema judicial, cárcel, frontera, etc.), y quiero dejar clara la mirada desde la que lo haremos: el feminismo anarquista.

Dice Catherine Malabou[2] que el anarquismo «es ante todo un combate contra los mecanismos de dominación, que desborda la esfera estatal (…) para abarcar todos los ámbitos de la vida (…)»; la lucha contra la subordinación ha sido (y es) una constante dentro de los anarquismos, tanto históricos como actuales.  Si la dominación desborda el Estado, el anarquismo no es solo lucha contra el Estado, pero su lucha lleva implícita la resistencia al Estado, puesto que es un elemento que está presente en dicha subordinación.

El anarquismo es incompatible con el Derecho entendido al modo del positivismo legalista y estatista, así como con las leyes por ser mandatos del Estado. No confunde justicia con Derecho, puesto que las leyes son expresión de la autoridad de unas personas sobre otras y no pueden aceptarse como justas.[3] En la medida en que unas personas amenazan a otras con el castigo de la cárcel o incluso con privarlas de la vida para que lleven a cabo ciertos comportamientos y se abstengan de otros, las leyes niegan la libertad. Por lo mismo, atentan contra la igualdad al establecer una jerarquía intolerable: la desigualdad entre quienes mandan y quienes obedecen, dialéctica de la que las leyes no se pueden librar. Por mucho que se diga que defiende los intereses generales, las leyes son la protección expresa de los privilegios. Por otro lado, los dogmas del positivismo estatalista, a saber: la omnipotencia del legislador y el culto legal, significan una fe en la capacidad de las leyes para resolver todos los problemas sociales[4] que no podemos compartir.

La cultura del castigo, intrínseca al sistema penal, siempre es selectiva, por lo que uno de los objetivos del anarquismo es desmontar la naturalización del Derecho que la Modernidad ha generalizado para proteger al capitalismo.

1-Identidad femenina, sexualidad y violencia

Los feminismos de los primeros ochenta años del siglo XX se centraron en consolidar una identidad y un discurso identitario construido sobre la base de las diferencias existentes entre mujeres y hombres, lo que se denominó diferencia de género. Pero esa identidad trabaja con la lógica de la taxonomía de la Modernidad. Hemos sido subjetivadas y excluidas (mujeres, gays, trans, lesbianas, etc.) y, al mismo tiempo, hemos utilizado ese lugar para producir una forma de identidad que interpela al poder que nos subjetiva. Esa interpelación puede llevarnos a cambios que se pueden considerar positivos como es el caso de leyes nuevas, reconocimiento social, acceso a derechos antes inexistentes, etc.

Ese discurso identitario que ha logrado avances en el camino de la igualdad legal con los hombres ha llevado a algunos sectores del feminismo a naturalizar la categoría «mujer» pensada como privilegio, desarrollando una política de identidad normativa y excluyente. Las identidades sexuales y de género han sido tratadas por ese sector del feminismo como elementos fijos, reforzando las divisiones binarias (hombres-mujeres, heterosexuales-homosexuales), que regulan los deseos, las prácticas sexuales y las relaciones sociales en general.

De hecho, la construcción de la identidad femenina ha estado basada en la sacralización de la sexualidad de las mujeres y del cuerpo femenino que solo se entrega en contextos de seguridad y afecto. En la misma línea, la normativa de género ha vinculado la feminidad con una emocionalidad frágil necesitada siempre de protección. Estas ideas construyen un imaginario perjudicial para las mujeres, puesto que la sacralización de la sexualidad femenina tiene como contrapartida la concepción de la sexualidad masculina como intrínsecamente violenta e irrefrenable. Desmontar la pureza de la sexualidad femenina supone desmontar en paralelo la idea de la intrínseca violencia sexual masculina. Como señala L. Macaya,[5] los efectos de la violencia sexual dependen de los significados que concedamos a la sexualidad y al cuerpo femenino y no inspira confianza precisamente el hecho de que la creación de estos significados haya estado en manos del sistema heteropatriarcal y sus normativas de género.

Nos parece de gran relevancia, para enfocar mejor las luchas del feminismo anarquista, no naturalizar la sexualidad y entender que sus pautas hegemónicas son un producto cultural derivado de una construcción de género binaria, sexista y heteronormativa.

Por otro lado, esa misma sacralización de la sexualidad femenina y, por ende, de la vagina, ha llevado aparejada la consideración de que los ataques a nuestra sexualidad tengan repercusiones gravísimas y patológicas en nuestra psique. Este planteamiento patriarcal convierte la violación en un mal tan temido que alimenta el miedo y la indefensión de las mujeres o de aquellas personas percibidas como mujeres. El miedo acaba convirtiendo la sexualidad en una fuente de peligro que puede privar a las mujeres de explorar con libertad la propia forma de existencia, de disfrutar libremente y de divertirse. El afán de seguridad y de protección puede acabar situando a las mujeres en la pasividad y la sumisión, necesitando amparo siempre por su incapacidad para tomar decisiones y enfrentarse a una situación percibida como peligrosa.

Esta manera de enfocar la violencia contra las mujeres, particularmente la violencia sexual, es fácil que nos conduzca a adoptar posturas individualizantes que sitúan a la categoría «hombre» y a los hombres bajo sospecha permanente, situándolos como enemigos y, por tanto, favoreciendo perspectivas punitivas y castigadoras. Como señala L. Macaya, culpabilizar al individuo concreto y desresponsabilizar de la violencia a las instancias e instituciones que sostienen el sistema heteropatriarcal causante de las violencias suele ser la solución que promueve el Estado (no quitamos, por ello, la responsabilidad de los comportamientos agresivos a los hombres concretos). Si no indagamos en lo que hay detrás de la violencia, será difícil buscar posibles soluciones ajenas a la lógica del castigo, que de poco sirve para acabar con dichas violencias.

[Continuación el día 13 de agosto]

Publicado en la revista Redes Libertarias, nº 1



[1] Este artículo forma parte de una serie de textos iniciada con Laura, Vicente, “Construyamos el anarcofeminismo del siglo XXI”, Libre Pensamiento 102 (primavera 2020), pp. 63-69; “A vueltas con ‘lo trans’ desde el anarcofeminismo” Acracia, (5 marzo 2022) https://acracia.org/a-vueltas-con-lo-trans-desde-el-anarcofeminismo/  y Kaos en la red, (8 de marzo 2022), https://kaosenlared.net/a-vueltas-con-lo-trans-desde-el-anarcofeminismo/ ; “Anarcofeminismo para el siglo XXI: Genealogía”, Acracia, (4 abril 2023), https://acracia.org/anarcofeminismo-para-el-siglo-xxi-genealogia/ y Kaos en la red (5 de abril 2023), https://kaosenlared.net/anarcofeminismo-para-el-siglo-xxi-genealogia/

[2] Malabou, Catherine, ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía. Santiago de Chile y Donostia, La Cebra, Palinodia, Kasilda, 2023, p. 28.

[3] Ribaya, Benjamín, «Anarquismo y Derecho». Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), Núm. 112, Abril-Junio 2001, p. 90.

[4] Ribaya, «Anarquismo y Derecho», p. 92.

[5]  Macaya Andrés, Laura, «Contra el feminismo punitivo: herramientas para destruir la casa del amo», 11/06/2018. https://catalunyaplural.cat/es/contra-el-feminismo-punitivo-herramientas-para-destruir-la-casa-del-amo/

 

Laura Vicente 

martes, 23 de julio de 2024

ANARCOFEMINISMO Y VIOLENCIAS CONTRA LAS MUJERES

 



El número de mujeres asesinadas en 2024 a fecha de hoy (15 de julio) es de 21, la mitad de estos asesinatos se han producido en los meses de junio y julio. Parece que el verano no es para muchas mujeres esa estación de vacaciones y relajación sino todo lo contrario.

Difícilmente el término violencia puede definir la compleja situación de desigualdad, subordinación y discriminación a la que las mujeres todavía estamos sometidas, y también la experiencia que tienen en esta situación distintas mujeres en contextos diferentes. Es importante, por tanto, indagar en las motivaciones y las formas que adopta la violencia masculina sobre las mujeres puesto que está extendida en todas las latitudes y atraviesa todos los estratos sociales. Esta tarea de comprender qué se esconde detrás de la violencia es importante para poder oponerse con otros instrumentos que no sean solo los de la justicia penal que están demostrando su fracaso[1].

Desde el anarcofeminismo consideramos que debemos ir más allá del discurso de la víctima porque no es un discurso subversivo y puede revertirse contra la víctima y convertirse en un discurso reaccionario. Los feminismos nos hemos obstinado en autovictimizarnos porque parece el único camino para ser escuchadas cuando puede ser la forma de silenciarnos perversamente. La víctima solo puede dar testimonio de «su» dolor y es difícil que pueda hablar fuera de su guion de víctima, solo dejando ese guion se puede trascender su propia victimización[2].

Somos conscientes de que estamos hechas de orden patriarcal y hemos aprendido a hacer justicia desde lo punitivo. Pero este planteamiento no nos sirve para nuestros propósitos, hay que desarrollar formas alternativas de lidiar con el Derecho, buscando conferirle sentidos radicalmente no apropiantes/individualizantes, es decir, desvinculados de la opresión que genera y que mantiene la división entre poseedores y no poseedores (ya que la propiedad ocupa el lugar de categoría central en la estructura bélico-jurídica originaria). El individualismo posesivo de los inicios violentos del orden jurídico sustenta no solo una diferencia radical entre aquellos que poseen y los que no poseen, sino que también hace posible la creación y el desarrollo de la personalidad del sujeto jurídico, comprendido como algo particular, cerrado y único[3].

Es necesaria una revisión del tipo de sexualidad que consideramos liberadora. Nuestra manera de entender el feminismo no es esencialista y es pro-sexo, lo que implica asumir el peligro/riesgo en las relaciones con los hombres (conviene también cuestionar las falsas expectativas de la protección desde el Derecho y el código penal). El feminismo anarquista lucha por la libertad, el deseo y el placer de las mujeres, o lo que es lo mismo, opta por la libertad sexual por delante de la seguridad y no se doblega a las normas patriarcales. No podemos aceptar que un sector del feminismo se haya vuelto «productor» de normas sobre lo que está bien y lo que está mal en la sexualidad y en la relación entre los sexos contribuyendo a limitar la libertad y moldear la subjetividad.

Somos partidarias de la autogestión colectiva de las violencias y de profundizar en cómo operan estas (poder y violencia están íntimamente relacionados, por lo que es necesario cuestionar el poder, no reforzarlo); hay que ir a las causas de las violencias. Expresar el odio a las personas que agreden (por ejemplo, en los movimientos sociales) parece que es hacer algo, pero lo único para lo que sirve es para expresar la rabia de las víctimas. No es nueva la propuesta de promover acciones de lucha y de educación social en lugar de confiar en las vías legales: distribuir material informativo que explica el papel de la sociedad en el desarrollo de las violencias contra las mujeres o de la desigualdad en el mundo laboral; imprimiendo y haciendo públicas las descripciones de los violadores, de forma que desaparezca la seguridad del anonimato; y afrontando en grupo, junto a las víctimas, a los violadores en público. Una educación que parte de la realidad y trata de modificarla[4].

Somos partidarias de construir un proyecto político a largo plazo basado en la autodefensa feminista, entendido como un «proceso de rehumanización», tal y como plantea Elsa Dorlin[5]. El miedo se ha construido colectivamente como una característica femenina, una verdadera mujer debe tener miedo. Al tener miedo debe elaborar estrategias de evasión, incluso debe excluirse de determinados espacios. Sin embargo, es superando el miedo impuesto por siglos de opresión, asesinato, tortura, silencio, mediante técnicas constantemente readaptadas, como se puede cambiar de bando el miedo. No vamos a hacer apología de la violencia, pero esta ha sido una herramienta negada a las mujeres (incluso para autodefenderse) incidiendo en la incapacidad defensiva de las mismas. Las mujeres debemos aprender a defendernos, sobre todo colectivamente (pero también individuamente porque la violencia se lleva a cabo en muchas ocasiones en los espacios familiares), debemos explorar los medios para hacerlo, renunciar a ellos supone reforzar el sistema de valores dicotómicos y normativos basados en que ellos incorporan la violencia y las mujeres no lo hacen en ninguna situación.

Como hemos dicho al principio, hablar de violencia no define la compleja situación de desigualdad, subordinación y discriminación a la que las mujeres todavía estamos expuestas. Las propuestas planteadas requieren tiempo y que las personas asumamos con qué nos enfrentamos y dejemos de recurrir sistemáticamente al Estado «protector» y punitivista. Nuestra lucha es contra cualquier tipo de dominación lo cual desborda el Estado, pero la lucha contra la dominación lleva implícita la resistencia al Estado. El poder va mucho más allá del Estado, es polimorfo e históricamente cambiante de unas relaciones de poder consustanciales con la propia vida social, por eso la lucha contra la desigualdad y discriminación que sufrimos las mujeres resulta tan compleja y tan difícil de afrontar.

 Laura Vicente 



[1] Las propuestas que aportamos en este breve texto están más desarrolladas en un artículo recientemente aparecido: Vicente, Laura, «Anarcofeminismo para el siglo XXI: punitivismo», Redes Libertarias, nº 1 (2024), pp. 37-42.

[2] Este planteamiento lo desarrolla Galindo, María, Feminismo bastardo. España, Mantis Narrativa, 2022, p. 97.

[4] Estas acciones son relatadas por Kytha Kurin en el texto: Anarco-feminismo. ¿Por qué el guion? Canadá, 1980. https://periodicolaboina.wordpress.com/2019/03/09/anarco-feminismo-por-que-el-guion/