Utilizo intencionadamente el término libertario
porque es un concepto vago y equívoco que permite vincular diferentes
manifestaciones que comparten solo algunos aspectos y orientaciones (por
determinar según las circunstancias), incluso el nacionalismo. Dejo de lado el
desprestigio de su uso por el término inglés “libertarian” que extrae del
anarquismo casi exclusivamente su oposición al Estado.
Desde el ámbito libertario se ha podido observar un
encandilamiento ante las movilizaciones de masas disciplinadas que ha sido
capaz de impulsar el independentismo, especialmente en dos jornadas mitificadas
por su apariencia de desobediencia, transgresión de la ley, ocupación de la
calle, construcción de un sujeto colectivo, desafección masiva, éxodo respecto
a las instituciones establecidas, etc.
Esa visión de que se abría una brecha a través del
“anonimato que desbordó la expresión política del nacionalismo y que puso algo
de 15M”[1],
me parece ilusoria ya que frente al Estado español no había solo gente anónima
que se apoderaba de la vida política sin resortes de poder sino que había otra
parte del Estado, más débil pero no menos eficaz. Lamentablemente
el ámbito libertario, entusiasta con las posibilidades de transformación a
través de la independencia, olvidan que el bloque independentista forma parte
del Estado, tiene policía que practica con eficacia la represión (recordemos
precisamente cómo actuó para disolver las concentraciones y acampadas el 15M) y
medios de comunicación subvencionados y controlados. Dentro del bloque
independentista ha sido la vieja Convergencia la que ha dirigido todo el
proceso (y lo sigue haciendo metamorfoseado en la tercera o cuarta marca
electoral para hacerse invisible y que se olvide su pasado), además de ser la
campeona de los recortes sociales y la corrupción.
Hay
dos jornadas que parecen convertirse en la prueba del algodón de que todo es
posible, desde una independencia sin fronteras (up) hasta un supuesto
catalanismo popular persistente y ligado a la pobreza[2]:
La primera de estas jornadas es la del 1 de octubre,
en la que, según los más optimistas, el Gobierno catalán se vio sobrepasado por
la gente y se produjo una transgresión de la ley y una desobediencia colectiva
por el deseo de votar.
La segunda jornada es la del 3 de octubre en la que,
según los mismos optimistas, se constituyó un sujeto colectivo que ocupó la
calle al margen del Gobierno catalán.
Desde mi punto de vista, posiblemente más pesimista
de lo que quisiera, no ocurrió ni una cosa ni la otra, salvo, eso sí, que miles
y miles de personas se movilizaron, algunas con propósitos de transformación
social, la mayoría apoyando a su Gobierno para empujarlo a que se convirtiera
en otro Estado y forzara un reparto del poder que le disputaba al Estado
español. Todo lo que se ha ido conociendo demuestra que el Gobierno catalán
organizó la “transgresión” con todos los resortes de poder autonómico de que
disponía: funcionarios, recursos económicos, centros escolares abiertos para
hacer asambleas y votar (cerrados para hacer el paro nacional), policía
catalana, medios de comunicación, y especialmente ANC y Omnium.
El día 3 de octubre hubo paro nacional convocado por
la Generalitat, el 80 % de los Ayuntamientos, incluido el de Barcelona, y la
“Mesa por la democracia” formada por los sindicatos mayoritarios (esos que no
ven la necesidad de convocar un paro por la precariedad laboral) parte de la
patronal y las organizaciones independentistas.
Nunca fue desbordado el Gobierno catalán.
Solo así se entiende que tras la aplicación del 155
(que ha quitado algunos de los resortes de poder al bloque independentista),
ese movimiento colectivo transgresor y desobediente se haya disuelto como un
azucarillo y, lo que es más grave, haya dado su voto mayoritario a una opción
de derechas y presidencialista como es “Junts per Catalunya” (cuya matriz es
Convergencia partido corrupto y neoliberal donde los haya), haciendo retroceder
a la supuesta izquierda independentista (ERC y CUP). Que estupenda jugada la de
Puigdemont, el candidato que se ha impuesto a la izquierda a la que ha sabido
derrotar. Nadie se mueve mejor dentro de los nacionalismos que la derecha.
No me detendré en otro ejercicio de mitificación, el
de la democracia (especialmente si está avalada por otro mito, la República),
sistema supuestamente mucho mejor que el que se ha construido en España que es
protofascista (los entusiastas patriotas de a pie no tienen temor en usar el
fascista directamente, no solo contra el
PP, sino contra quien no opina como ellos/ellas, al margen de toda su
trayectoria personal).