Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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domingo, 23 de julio de 2023

EL NOSOTROS DE LA MAYORÍA DESCOLONIAL


Acabé de leer el libro de Houria Bouteldja[1] casi al mismo tiempo que se produjo el asesinato en un control policial de Nahel Merzouk en el suburbio parisino de Nanterre. Mientras releía el libro se producían las protestas de ira de los franceses de segunda categoría que viven en los banlieue más desfavorecidos del extrarradio de las grandes ciudades.

A esos ciudadanos franceses de segunda, Bouteldja los llama en su libro: «indígenas»[2], término usado por el imperio francés para nombrar a todos los pueblos dominados y explotados en sus colonias. El PIR usa el término «indígena» como identidad política, no como identidad esencialista/culturalista, para nombrar a todas las poblaciones que, aunque nacidas y/o criadas dentro de Francia son todavía consideradas racialmente inferiorizadas.

Bouteldja es una persona muy polémica en Francia, ha sido acusada de racista inversa e incluso de fascista. No conozco tanto su trayectoria como para opinar al respecto más allá de este libro, que no considero fascista en modo alguno, aunque sí que hay algunas formulaciones que considero desafortunadas y que no comparto.

La autora escribe desde el cuerpo, desde la experiencia vivida y por ello, se trata de un texto personal e íntimo, escribe muchas veces en primera persona. Por otro lado, es un texto muy político, una especie de manifiesto, puesto que el texto está pensado como un escrito que dirige a la opinión pública para exponer y defender un programa de acción transformadora con respecto a lo establecido. El texto es provocador e incómodo de leer desde la blanquitud que ella denuncia.

El punto de partida es que la raza blanca es privilegiada, empezando por el privilegio más precioso que es la vida, protegida por su moral, sus leyes y sus armas. La raza blanca fue inventada por las necesidades de sus burguesías emergentes que idearon una comunidad de intereses entre ella y los proletarios blancos (para ellos era un instrumento de gestión, para el resto era un salario). Así, la raza blanca fue inventada, desde entonces hay un conflicto de intereses entre razas, tan poderoso y estructurado como el de clases[3].

Partiendo de este planteamiento, la autora afirma que el capitalismo no es el fundamento del sistema como dice la izquierda blanca. El capitalismo histórico es la estructura económica de algo más fundamental: la civilización-mundo moderna occidental con sus múltiples jerarquías de dominación. Esta es el fundamento del capitalismo histórico y no al revés. En el giro descolonial, es la Modernidad -con sus múltiples jerarquías de dominación a escala mundial- lo que constituye el fundamento de la civilización-mundo en que estamos metidos y que se hizo planetaria al destruir las otras civilizaciones[4].

Por tanto, la lucha centrada contra el capitalismo se queda corta si no se cuestiona las jerarquías de dominación raciales, patriarcales, eurocéntricas, cartesianas, ecológicas, pedagógicas, epistemológicas, cristianocéntricas, etc. de la Modernidad.

La autora se convierte en el centro de la polémica cuando afirma, que en Francia hay una cuestión racial, ligada a la herencia colonial. Para dar cara a esa realidad la autora utiliza palabras que incomodan: «blancos», «judíos» e «indígenas», es decir, negros y árabes, en su mayoría musulmanes[5]. Empiezo a discrepar con la autora cuando convierte esas categorías: «blancos», «judíos» e «indígenas», en entidades homogéneas, borrando las diferencias y las contradicciones que las atraviesan.

Quizás, en el aspecto en que tengo mayores desacuerdos es en el que titula: «Nosotras, las mujeres indígenas». Comparto su denuncia del feminismo blanco que se ha ocupado de sus propios intereses sin tener en cuenta ni la raza, ni la clase social, pero me llama la atención su apología del machismo magrebí: «Yo prefiero los buenos machos fornidos, que se asumen» y no aquellos que «abdican de su virilidad para complacer a los Blancos[6]» (la homosexualidad formaría parte de dicha abdicación).

La autora defiende con pasión algo que siempre ha ligado a las mujeres al conservadurismo y a la aceptación de su condición inferiorizada: primar la solidaridad de raza y familiar, resumida en una frase de Assata Shakur: «No podemos ser libres mientras que nuestros hombres estén oprimidos». Por eso, «mi lugar está entre los míos»[7].

«La crítica radical del patriarcado indígena es un lujo» para las mujeres racializadas y aboga por la fiel sumisión comunitaria al menos mientras exista el racismo. De ahí se deriva la necesidad de que las mujeres protejan a sus hombres porque están «igual de oprimidos que nosotras»[8].

Por último, discrepo en el papel protagonista que le da a dios (por definición, algo que ha contribuido a la subordinación y explotación de las mujeres): «Solo una entidad está autorizada para dominar: Dios»[9].

Por lo demás, me parece una propuesta interesante cuando señala que puede haber un posible lugar de encuentro que puede estar en el cruce de nuestros intereses comunes -el miedo a la guerra civil y el caos-, ahí donde podrían aniquilarse las razas y donde podría encararse nuestra igual dignidad. Si se logra rechazar el odio y conjurar lo peor, puede construirse el «amor revolucionario», que no implica una política del corazón, pero sí la renuncia de los Blancos a sus privilegios[10].

 Laura Vicente



[1] Houria Bouteldja (2017): Los blancos, los judíos y nosotros. Hacia una política del amor revolucionario. México, Akal.

[2] Bouteldja forma parte del Partido de los Indígenas de la República (PIR), nombre de una convocatoria política, una asociación y luego de un movimiento político que apareció en 2005 en Francia. Se convirtió en un partido político, definiéndose como antirracista y decolonial. 

[4] Prefacio de Ramón Grosfoguel en Houria Bouteldja, Los blancos, los judíos y nosotros, p. 11.

[5] En Enzo Traverso (2018): Las nuevas caras de la derecha. Argentina, Siglo XXI, p. 76.

[7] Houria Bouteldja, Los blancos, los judíos y nosotros, p. 75.

[9] Houria Bouteldja, Los blancos, los judíos y nosotros, p. 85.

[9] Houria Bouteldja, Los blancos, los judíos y nosotros, p. 116.

[10] Houria Bouteldja, Los blancos, los judíos y nosotros, pp. 48 y 121.

 

 

martes, 3 de noviembre de 2020

LA PALABRA DE GLORIA ANZALDÚA COMO MÁQUINA DE PRODUCCIÓN DEL MUNDO


La lectura del libro Borderlands/La frontera. La nueva mestiza de Gloria Anzaldúa[1] me ha sugerido diversas impresiones-reflexiones que se han desbordado por el contenido de la propuesta. Era consciente de que me iba a enfrentar a un libro diferente, una manera no académica de entender la teoría queer, un libro en el que la poesía tenía un gran protagonismo (más de un tercio del libro) como forma de expresión de su experiencia y de su manera de entender el feminismo.

El espacio de Anzaldúa era el de la mezcla de culturas, de feminismos, de géneros de escritura, de identidades, de espiritualidad. Ella se definía como activista chicana, puesto que nació en Harlinger (Texas), la parte mexicana que  ocupó Estados Unidos a raíz del conflicto bélico que se produjo entre 1846 y 1848 (era tejana de séptima generación).  Anzaldúa invocaba (se auto invocaba así misma) a la «nueva mestiza», un sujeto consciente de sus conflictos de identidad que retaba el pensamiento binario occidental desde un feminismo decolonial que destacaba la intersección de conflictos sexo/género, clase social y raza, estableciendo una relación con la cultura impuesta por el colonialismo.

Pese a que mi interés por estos planteamientos feministas es grande, el libro de Anzaldúa no me ha interesado tanto como esperaba. La propia autora, y comparto su opinión, consideraba que la palabra era (y es) una máquina de producción del mundo[2]. Hay una pugna y tensión en los modos de decir/se y decir/nos que no es negativa sino que debe impulsarnos a ver las posibilidades de articulación política que hay ahí. Me parece que  Anzaldúa en este libro entra en ese reto de traducir la tensión y la incomodidad del decir (se/nos) en posibilidades políticas, sin embargo tengo serias dudas sobre su manera de hacerlo.

Parto de la necesidad de un marco global para pensar los feminismos sin por ello universalizar la experiencia de todas las mujeres. Anzaldúa toma el camino, en este libro, de la biografía y la genealogía, un camino para salir de la invisibilidad y el silencio forzado, que tiene muchas posibilidades pero también riesgos.

Entre las posibilidades está el reconocimiento de las vidas queer con toda la complejidad de alegrías y tristezas, potencialidades e imposibilidades, encuentros y pérdidas. Entre los riesgos está la deriva hacia un individualismo que puede reducir las posibilidades de la lucha colectiva y hacia un esencialismo que puede conducir al conservadurismo.

La idea de que a través de la narración de la experiencia personal las mujeres pueden llegar a una toma de conciencia susceptible  de movilizar lo suficiente como para provocar el final de la organización social que explota y ejerce el dominio patriarcal es cuestionable. La importancia del yo-sujeto parte de una idea, que no comparto, basada en que las personas tenemos una «naturaleza intrínseca» enterrada bajo la personalidad que el colonialismo, en el caso de Anzaldúa, le había impuesto[3]. Realmente lo que podemos tomar como natural no responde a ninguna esencia, sino que resulta de un conjunto de prácticas que lo han instituido. No se trata, siguiendo a Foucault, de rescatar lo que está enterrado, oculto por las apariencias normativas, sino deconstruir dichas apariencias para ver cómo han sido construidas, no hay ninguna «naturaleza intrínseca» enterrada, no hay ninguna determinada forma del ser fija e inamovible.

La realidad se desagrega en una multitud de formas de poder y de hegemonía y la acción colectiva susceptible de transformar esa realidad también se divide en multitud de prácticas difíciles de conectar entres sí. Las identidades múltiples definen una lucha contra las opresiones apoyándose sobre el análisis de los procesos sociales globales. Si todo el mundo oprime de una forma o de otra, el objetivo acaba por no ser el cambio de  las estructuras sino de las personas una a una, cada una luchando sobre su terreno por su identidad. La política propuesta es, pues, una deconstrucción individual, basada en nociones provisionales en devenir y fragmentadas. 

La herencia de la Ilustración y del pensamiento racional es señalada como la causante del colonialismo por parte del hombre (y la mujer) blanco occidental, de clase media y heterosexual. El universalismo debe ser fuertemente criticado puesto que coexiste con la exclusión, la dominación y el colonialismo, y la cultura occidental no tiene ninguna lección a dar a otras culturas del mundo. Pero no comparto la idea de que las culturas formen grupos homogéneos e inmutables ignorando aspectos claves como la clase social o el género que distorsionan e introducen grandes diferencias en el hecho cultural.

La identidad cultural  de cada persona es un bien precioso a defender porque es su riqueza y evita la uniformización, es necesario luchar por mantener la variedad cultural sobre la Tierra, sin olvidar que todas las culturas tienen aspectos criticables. Las culturas solo viven si son libres de evolucionar. La idea de que las culturas tienen un origen antiguo que marca su autenticidad y que deben conservarse sin variación, nos adentran en un peligroso esencialismo[4].

El libro de Anzaldúa, desde mi punto de vista, está excesivamente centrado en el yo-sujeto, considerando que a través de una orientación espiritual, basada en una sospechosa superioridad ética, se pueden obtener objetivos feministas colectivos y transformadores. La espiritualidad no está exenta de un reverso inquietante cuando la autora habla de que los blancos, pero también buena parte de «nuestra propia gente» (el pueblo chicano) «se han separado de sus raíces espirituales y han tomado nuestras obras artísticas espirituales en un intento inconsciente de recuperar esas raíces». Para ello es mejor abandonar el modelo occidental: los mitos griegos y el punto de vista escindido del cartesianismo y «enraicémonos en el suelo y el alma mitológicos de este continente»[5]. Anzaldúa pobló su libro de creencias en que esa «alma mitológica», esas «raíces espirituales» inmunizaban contra el poder masculino consolidado en comportamientos autoritarios y valores jerárquicos propios de sociedades patriarcales, idealizando de esta manera la importancia de dicha espiritualidad.

 

 



[1] Gloria Anzaldúa (2016): Borderlands. La frontera. La nueva mestiza. Madrid, Capitán Swing.

[2] Una formula muy interesante que aparece en el libro de Judith Butler, Virginia Cano y Laura Fernández (2019): Vidas en lucha. Conversaciones. Buenos Aires, Katz Editores, p. 21.

[3] Gloria Anzaldúa: Borderlands, p. 56.

[4] Estas reflexiones sobre la cultura en Vanina (2020): Où va le féminisme. Acratie, pp. 80 y 82.

[5] Gloria Anzaldúa: Borderlands, p. 123.


viernes, 13 de marzo de 2020

Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras


El tema de este libro (1) es el feminismo decolonial. Lo componen siete artículos que abordan este tema desde diferentes perspectivas y el prólogo realizado por el colectivo Eskalera Karakola de Madrid.


El hecho de que sean autoras diferentes provoca que el libro sea desigual y que haya artículos que me han interesado más que otros. Me detendré en los dos que más me han interesado:

*bell hooks (1984), “Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista”.

Su punto de partida es que las mujeres blancas han convertido en universal su perspectiva de la realidad (convirtieron sus intereses en el foco principal del movimiento feminista). No han tenido en cuenta si esta se adecuaba a las experiencias vitales de las mujeres como colectivo, de esta manera apartaron la atención del clasismo, el racismo y el sexismo. No son conscientes, además, de sus prejuicios de raza y de clase.

Las identidades de raza y clase crean diferencias en la calidad, en el estilo de vida y en el estatus social que están por encima de las experiencias comunes que las mujeres comparten.

Las mujeres que se sienten excluidas del discurso y la práctica feminista pueden hacerse un lugar solo si primero crean, a través de la crítica, una conciencia de los factores que las alienan. Interesante la afirmación de que mujeres como ella no han adquirido su conciencia feminista por los análisis feministas dominantes sino por su experiencia vivida, por eso no usan el término «feminista». Cuando han expresado este camino particular y diferente han sido tratadas con condescendencia, solo se las podía oír si sus afirmaciones eran un eco de los sentimientos del discurso dominante.

Las mujeres negras tienen un punto especial de ventaja que les otorga la marginalidad ya que ellas no tienen un «otro» institucionalizado al que puedan discriminar, explotar u oprimir. Así, tienen una experiencia vivida que reta directamente la estructura social de la clase dominante racista, clasista y sexista.

*Avtar Brah (1992), “Diferencia, diversidad, diferenciación”.

Las relaciones patriarcales se articulan con otras formas de relación social en un determinado contexto histórico. Las estructuras de clase, racismo, género y sexualidad no pueden tratarse como «variables independientes» porque la opresión de cada una está inscrita en las otras –es constituida por y es constitutiva de las otras-.

Me ha parecido muy interesante su conceptualización de la diferencia: diferencia como experiencia, diferencia como relación social, diferencia como subjetividad, y diferencia como identidad.

El resto de artículos que forman parte de este libro son los siguientes:

*Kum-Kum Bhavnani y Margaret Colson (1986), “Transformar el feminismo socialista. El reto del racismo”.

*Aurora Levins Morales (2001), “Intelectual orgánica certificada”.

*Gloria Anzaldúa (1987), “Los movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan”.

*Chela Sandoval (1995), “Nuevas ciencias. Feminismo Cyborg y metodología de los oprimidos”.

*M. Jacqui Alexander y Chandra Talpade Mohanty (1997), « Genealogías, legados, movimientos”.

La síntesis de todas estas aportaciones se fundamente en el cuestionamiento del género que iguala a todas las mujeres y su planteamiento de que hay múltiples opresiones y diferencias sobre las que es necesario reflexionar. Y todo ellos en la idea de mantener un diálogo continuo que no renuncie a las diferencias, ni jerarquice, o fije a priori, posiciones unitarias y excluyentes de víctimas y opresores.

Es necesario incorporar las diferencias de origen, raza, clase y género y poner en dialogo a mujeres con constituciones múltiples y complejas. Cuestionar, de esta manera, algunos análisis supuestamente universales que hoy se revelan en su parcialidad.

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(1) VVAA (2004): Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras. Madrid, Traficantes de sueños.