Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

viernes, 13 de septiembre de 2024

Marina Bettaglio y Olga Albarrán Caselles (2024): Madres que cuentan. Conversaciones con 16 autoras sobre escritura y maternidad.

 


Tengo que reconocer que pese a ser madre de dos hijos, el tema de la maternidad no me atrae especialmente, así que puedo entender el desinterés de quienes no son madres. Sin embargo, diversas circunstancias me han conducido a la lectura de este libro que me ha interesado mucho.

Fui una madre atípica pero silenciosa, cosa rara en mi (digo lo de silenciosa, no lo de atípica). El mandato de la «buena madre» fue tan potente que no me convenció, pero si me silenció. Las amigas que, como yo, habían sido madres hablaban maravillas de la maternidad, de la conexión con su bebé, de la armonía de la experiencia, etc., etc. y yo escuchaba consternada porque mi experiencia era un caos: no tenía tiempo para nada, iba muerta de sueño, cansada por tener que hacerme cargo de todo porque mi compañero trabajaba jornadas partidas y a 45 Km, de donde vivíamos… yo solo me preguntaba: ¿Esto cuando acaba?

Este libro me ha recordado muchas cosas de aquella época.

El planteamiento del libro es establecer una relación entre maternidad y creación artística a través de la literatura. Partiendo de 16 entrevistas realizadas a otras tantas escritoras durante la pandemia de covid se indaga sobre las luces y sombras de la reproducción biológica y los cuidados maternales. El hecho de que desde la escritura se pueda escrutar las sombras de la maternidad da una gran libertad para ir lejos y saltarse todos los estereotipos. Pese a que la base es la ficción, la tendencia a escribir desde la primera persona conlleva la indagación en sus propias experiencias como madres.

Ser madres les limita su condición de escritoras e incluso su manera de narrar con obras cortas en extensión, el recurso al aforismo, fragmentarias, etc. Todas están de acuerdo que el tema de la maternidad en la literatura ha sido excluido de las novelas y relatos por considerarlo una temática femenina y basada en la rutina doméstica. Poco atractiva para quien pudiera leerlas (solo mujeres y no todas) y poco rentable para las editoriales. Pero todas están de acuerdo que ha habido un boom de publicaciones sobre este tema y que las cosas han cambiado. Todas concuerdan en que ha sido la potencia del feminismo en los últimos años lo que ha abierto espacio para la publicación de novelas, relatos y poesía sobre la maternidad.

Llama la atención que siendo la maternidad un hecho que afecta a todas las personas, porque todas son hijas o hijos, haya sido un tema tan invisibilizado y silenciado. Parece que mostrar la angustia, la tristeza, el malestar, etc., convertía (y convierte) a las mujeres en «malas madres». La posibilidad de acabar con esta sensación de culpabilidad es hablar y contar lo que las madres sienten y piensan. Que haya editoriales como La Tormenta que las publiquen hará posible que se hable, se comparta y se reflexione sobre este tema.

martes, 3 de septiembre de 2024

Edgar Straehle (2024): Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria. Madrid, Akal

 



El libro de Edgar Straehle reflexiona sobre la revolución, pero a la vez cavila en el trasfondo del tema principal sobre qué es la historia, la memoria y la tradición. En efecto, toda revolución como hecho o acontecimiento histórico, tiene y cultiva una memoria que suele integrarse en una tradición. A partir de este recorrido el hecho histórico será invocado de formas diferentes, muchas veces banales y condicionadas por el presente convirtiéndolo en un bien de consumo (especialmente político).

Las revoluciones han sido despreciadas por el relato histórico hegemónico hasta que son reapropiadas, domesticadas y asimiladas por el poder, mientras ocurre ese proceso, como señala Straehle, la tradición revolucionaria ha sido posible gracias a que se desafió la narración oficial. La memoria de las revoluciones, negada por la hegemónica, ha tenido que ser cultivada para subsistir en la clandestinidad, en los márgenes.

Pero ya estoy mezclando historia, memoria y tradición como si todo fuera equivalente cuando no lo es. Creo que Edgar Straehle lo clarifica bien a lo largo de su libro. Veamos cómo lo plantea…

La memoria ¿qué memoria? Esta cuestión es relevante porque la memoria en este país está de plena actualidad y es campo de batalla entre diversos partidos políticos con influencia en los resultados electorales. Además, hay muchas asociaciones de memoria que trabajan por la «recuperación de la memoria», especialmente de la II República, Guerra Civil y Franquismo.

La memoria puede ser entendida como la presentación y representación de la historia pasada, desde un prisma selectivo y presentizada (es decir, la memoria es la selección desde el presente de lo que queremos recordar de la historia).

Representar o escenificar el pasado es una manera de apropiárselo y, al hacerlo, investirse de su poder o de su legitimidad simbólica; es una forma de cortar el tiempo intermedio que separa el presente del pasado evocado y de abrir el porvenir desde ese pasado.

De ahí esa conexión tradicional entre el poder y la memoria. Esta al dotarle de un pasado, ayuda al poder a extenderse en el tiempo y con ello lo pertrecha simbólicamente para reforzarlo de cara al futuro.

La memoria no solo se compone de recuerdos sino también de olvidos, en no pocos casos poco inocentes. Toda memoria se construye y renueva desde una selección que incluye y, por tanto, también excluye; que prioriza y, por tanto, posterga. A fin de cuentas, la memoria no deja de ser un terreno político y politizado también infestado de luchas, asimetrías, ninguneos y discriminaciones.

El pasado, por tanto, no se puede cambiar, pero sí lo pueden hacer las múltiples lecturas o apropiaciones que se hagan de este y, con ello, ayudan a convertir un «pasado pasado» en un «pasado presente».

Mientras la memoria subsiste y las batallas por la memoria son muy importantes en nuestros días, la tradición parece que se ha perdido, en especial  tras la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento del llamado socialismo real. No se acepta la herencia y se desconfía de cualquier tipo de tradición.

Estos temas que estamos comentando ocupan los tres capítulos primeros hasta llegar a la revolución protagonista del libro: la Revolución francesa. El capítulo 4 se dedica a esta revolución, pero está presente en casi todos los capítulos posteriores dedicados a otras revoluciones: La Comuna de París, la revolución rusa y Mayo de 1968 (capítulo 5), la revolución americana (acompañada de Hannah Arendt, capítulo 6), la Ilustración, la revolución de 1848 y Marx (capítulos 7 y 8), vuelve a la revolución francesa en el capítulo 10 y en cierta manera en el 11 cuando escribe sobre la interesante revolución haitiana. Un capítulo especial es el dedicado a la historia de las mujeres (capítulo 9 e invadiendo el 10).

Para concluir, dice el autor que la memoria y la tradición no solo se componen de recuerdos sino también de olvidos, en no pocos casos poco inocentes. Toda memoria se construye y renueva desde una selección que incluye y por tanto también excluye; que prioriza y por tanto posterga. No puedo estar más de acuerdo, me cuesta mucho entender que haya olvidado la revolución libertaria que se produjo en España durante la Guerra Civil, especialmente la que protagonizaron las mujeres.

Pese a este poco inocente olvido, el libro merece la pena ser leído.

 Reseña: Laura Vicente

 

 

viernes, 23 de agosto de 2024

LOUISE MICHEL Y LOS JUEGOS OLÍMPICOS 2024


He dejado pasar un tiempo para digerir que la Francia de Macron haya considerado a Louise Michel como una de las diez «heroínas doradas» de la historia francesa homenajeadas en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos.

Ignoro qué y quién estableció los criterios para que fuera una de las diez mujeres elegidas para ese reconocimiento dorado. Louise Michel fue una mujer anarquista condenada por los sucesos de la «Comuna de París» a diez años de destierro en Nueva Caledonia y no comprendo el porqué de su elección salvo que la consideren un personaje reapropiado y domesticado para formar parte del espectáculo de los Juegos Olímpicos.

La Comuna de París, pese a que duró muy poco (del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871), fue un episodio de gran repercusión que rápidamente fue interpretado como la primera revolución proletaria de la historia. La Comuna resonó como una advertencia y como la imagen de un desorden y un caos insoportable para la burguesía. De hecho, la Comuna certificó que la burguesía había dejado de ser revolucionaria capitaneando una represión que fue terrible: las personas ejecutadas ascendieron a varias decenas de miles, incluidos niños y niñas[1].

A la represión le siguió una cruel campaña de demonización en el campo de la memoria que alentó una fiebre anticommunard cultivada por los intelectuales del momento. La campaña contra la memoria de los communards llegó incluso a los cementerios puesto que los caídos no pudieron referirse a la Comuna en sus tumbas hasta el año 1906.



Y resulta, haciendo referencia a nuestra «heroína dorada», Louise Michel, que las principales dianas fueron las mujeres, injuriadas bajo la etiqueta de
pétroleuses o incendiarias y a quienes se les dedicó todo tipo de epítetos peyorativos. Fueron mostradas y señaladas como mujeres furiosas, enloquecidas y portadoras de un delirio criminal y satánico con el que pretendían incendiar París y a sus dos millones de habitantes. Desde estas frecuentes narrativas la pétroleuse representaba no solo a la mujer peligrosa y descontrolada, sino un mundo completamente del revés. Una Louise Michel uniformada y armada simbolizó como pocas ese mundo al revés. Feminista y anarquista dedicó su vida a la revolución y así lo escribió en sus Memorias, publicadas en 1886:

«Sí, bárbara como fui, amaba el cañón, el olor de la pólvora y la metralla en el aire, pero por encima de todo, estaba enamorada de la revolución».

Louise Michel contribuyó, durante la Comuna, a la organización de la educación infantil, a la movilización y organización de las mujeres y a la incorporación de las prostitutas a las tareas de la comunidad. Las mujeres, organizadas en asociaciones locales, crearon cooperativas de trabajo y actuaron en todos los frentes de la Comuna. Louise Michel formó parte de los Comités de Vigilancia de la Comuna y debatió con otras mujeres y hombres las estrategias y el rumbo de la Comuna.

Volviendo al espectáculo de los Juegos Olímpicos, ¿qué le ocurriría en 2024 a cualquier mujer anarquista y feminista que tuviera un comportamiento similar al de Louise Michel o que participara en un acontecimiento parecido al de la Comuna? ¿La considerarían una «heroína dorada» o sería objeto de castigo represivo?

No, Louise Michel continúa teniendo una impronta de rebeldía y de luchadora anarquista y feminista contra la dominación y a favor de la libertad, que no cuadra con ese reconocimiento mercantilizado y domesticado que nos endilgaron los creativos del espectáculo de la ceremonia de inicio de los Juegos Olímpicos.


Laura Vicente



[1] Resulta interesante para entender el significado de la Comuna el libro de Edgar Straehle (2024): Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria. Madrid, Akal. Igualmente, interesante es la última edición del libro de la propia Louise Michel (2023): La Comuna de París. Madrid, La Tormenta.

martes, 13 de agosto de 2024

ANARCOFEMINISMO PARA EL SIGLO XXI: PUNITIVISMO (II)




 [primera parte publicada el 3 de agosto de 2024]

2-El Derecho y el proceso penal

La Modernidad se ha mostrado incapaz de pensar que se pueda vivir fuera del Derecho, eso nos ha convertido en sus prisioneras al pensar que se puede legislar sin límites y sobre cualquier cosa.[1] Es imprescindible salir de esa lógica y poner en cuestión la dificultad irresoluble de combatir la violencia contra las mujeres sin hacer explícito que los agresores no son perturbados o locos, sino elementos que reproducen, en versión extrema, sus imposiciones de género. La ley nunca podrá poner en cuestión el modelo de distribución de géneros en todos los ámbitos en los que opera y lo único que hace es parcializar el modelo y recurrir como única solución al castigo y el encierro de los agresores.[2]

Quizás debido a que nos enfrentamos a un problema complejo, la izquierda institucional ha participado activamente del punitivismo, al igual que amplios sectores del feminismo[3] que han sido utilizados para endurecer las penas. Dar prioridad al Derecho y al proceso penal para combatir los ataques y discriminaciones contra las mujeres ha hecho olvidar a un sector de los feminismos que la lógica penal tiene efectos sociales contraproducentes. En primer lugar, el impacto de las penas en las personas es enorme y va acompañado del olvido de las víctimas. En segundo lugar, el derecho penal no parece ser un instrumento idóneo para resolver conflictos, puesto que provoca más problemas que los que intenta resolver. Y, por último, el sistema penal es en sí mismo un dispositivo de creación de feminidad que no es objetivo ni neutral como pretende y que responde a valores e intereses patriarcales.[4] El «giro carcelario» limita a los feminismos al individuo y a lo punitivo, y marginaliza lo colectivo y la comprensión de lo que hay tras la violencia.

Como venimos diciendo, el punitivismo, a través de los dispositivos del Estado (derecho, policía, cárcel, etc.), puede impulsar una política restrictiva y regulacionista con la que estamos profundamente en desacuerdo, basada en:

·       La cultura del castigo como única respuesta a las agresiones y discriminaciones que sufren las mujeres no disuade a quienes las cometen. Deberíamos preguntarnos para qué sirve la pena. Desde luego, sabemos que, por un lado, legitima la soberanía del Estado y refuerza su aparato coercitivo; y que, por otro, puede servir para expresar el odio de las víctimas más que para abordar las causas de los delitos.

·       El aumento de la inseguridad que crea un clima de «estado de emergencia» en lo referente a las violencias que sufren las mujeres, un clima de «guerra contra los hombres» como he escuchado a algunas mujeres libertarias, sirve de excusa al punitivismo para el uso de la violencia en el que se basa. Esa percepción de auténtico «pánico sexual» lleva a mujeres feministas a considerar que todo es violencia y que esta se usa para medir la calidad de vida de las mujeres entre las que han sido agredidas y las que no, mientras que se habla menos de explotación laboral u otras cuestiones igualmente relevantes.  La percepción de una situación grave de inseguridad puede llegar a justificar la necesidad de que el Estado proteja a las víctimas y, para ello, puede parecer necesario acusar a unos colectivos como causantes de los malestares y ocultar realmente a quien los provoca.

·       La selección de los delitos y de los causantes debería llevar a preguntarnos cuando se recurre a la penalización de determinadas acciones, a quién se está criminalizando, puesto que coincide que los causantes suelen ser personas pobres, racializadas y de barrios marginales (así lo muestra la población carcelaria).

3-Victimización de las mujeres

Estamos de acuerdo con Françoise Vergès[5]  cuando plantea que quiere evitar pensar el patriarcado bajo el prisma: mujeres víctimas/hombres verdugos, aunque entre estos haya quienes merecen ese calificativo. Y lo vemos así porque construir a las víctimas como sujeto político que legitima las demandas políticas priva a las mujeres de la posibilidad de hablar como algo más que víctimas, pasando a ser percibidas como seres sin agencia necesitadas de la protección que han perdido al pasar a ser el «natural protector» (marido o compañero), su agresor. Esta «figura natural de protección» es sustituida por la agencia estatal.[6] Legitimarse como sujetos políticos autodefiniéndose como víctima tiene como consecuencia el regreso de la justicia penal al foco de atención, respaldando y consolidando el cambio en el ámbito de la seguridad que en estos mismos años se ha ido imponiendo en toda Europa y en otros lugares.

La victimización de las mujeres pretende además definir sujetos que sean «buenas víctimas» para abordar los conflictos desde la lógica binaria o dualista presente en lo penal: delincuente-víctima, malo-buena. El modelo de «buena víctima» suele definir a una mujer inocente, ingenua, que no provoca, que no negocia, que conviene, en definitiva, al modelo de mujer victimizada. El Estado, en representación de las mujeres, es el encargado de poner límites porque ese modelo de «buena víctima» no es capaz de ponerlos, de esta manera se positiviza el papel del Estado y de sus cuerpos de seguridad.

Hay una parte de los feminismos que en lugar de contrarrestar esta victimización necesitada de protección (si no es por parte de hombres, por parte del Estado) ve a las mujeres como víctimas continuas de la construcción de género, de ahí su insistencia en la necesidad de aislar a las mujeres de los peores abusos que realiza esa clase de dominación no a través de estrategias emancipatorias, sino de restricciones y regulaciones de la sexualidad y el discurso: censura, demandas por daños, más policía, más regulación, más seguridad, etc.[7]

El feminismo punitivista, como ya hemos visto, ha considerado que la base de las discriminaciones que sufren las mujeres es la sexualidad, convirtiendo la heterosexualidad en una relación de dominación del poder patriarcal en la que se aprende la sumisión. Esta perspectiva procede de las llamadas dominance feminist, tendencia que ha sostenido que las mujeres son una clase oprimida, que la sexualidad es la causa de dicha opresión y que la dominación masculina descansa en el poder de los hombres para tratar a las mujeres como objetos sexuales. Han potenciado un discurso mujerista (esencialista) y victimista.

4-Construir propuestas anarcofeministas

Cuando se habla de «Justicia Patriarcal» hablamos de una justicia que conlleva que la palabra de la víctima no tiene valor. Además, es una justicia que interviene sobre la víctima y no sobre el victimario (no hay casas de acogida para los hombres violentos sino para las mujeres-víctimas).

El feminismo anarquista plantea no denunciar ante la justicia patriarcal y que las mujeres produzcamos otro tipo de justicia. Tenemos claro que la relación victimario/víctima no se resuelve con la cárcel. Queremos asumir la responsabilidad de construir otra respuesta de justicia que aglutine los casos como fenómenos sociales históricos que superar y no como delitos individuales. Asumimos también la responsabilidad de no fortalecer el sistema carcelario clasista, racista, patriarcal, policiaco y corrupto. La justicia hay que construirla fuera del código penal, de la policía y de la cárcel

El antipunitivismo, por tanto, es un planteamiento que critica el entramado público-privado del punitivismo. Considera que el poder punitivo es un sistema de violencia estatal organizada, sexista, racista, revictimizante, selectivo en su control e inadecuado para el proyecto feminista, ya que lo punitivo es una pieza angular para el sostenimiento del sistema patriarcal que sigue propagando los mismos modelos de interpretación/acción respecto al género, sexualidad, clase, raza y poder. Por ello, lo consideramos una estructura fracasada que debe ser abolida.[8]

El anarquismo tiene una larga genealogía antipunitivista, abolicionista de las cárceles y cuestionadora de las políticas del Estado y de su dispositivo penal. Igualmente, podemos destacar su constante lucha contra la dominación y el poder, con aciertos y con elementos que obligatoriamente hay que revisar en este siglo XXI. El punitivismo es incompatible con el feminismo anarquista ya que no confiamos en los castigos legales para acabar con la violencia contra las mujeres y mejorar su situación.

El antipunitivismo feminista está en construcción, las feministas anarquistas tenemos la ventaja de caminar por un sustrato de experiencias, saberes y luchas que explican por qué es en el ámbito libertario y anarquista donde el antipunitivismo y el abolicionismo están más arraigados y tienen un recorrido más largo. No quiero ocultar que también en el seno del anarcofeminismo hay personas que participan de la cultura del castigo de las violencias, que recurren con frecuencia a los tribunales para denunciar agresiones y que comparten con el feminismo cultural una visión simplista y moralista de la sexualidad.

Nuestra opción no va en esa dirección punitivista, queremos imaginar la protección más allá de la represión, de la vigilancia, de la cárcel y del paternalismo. Queremos reapropiarnos del ámbito de la protección e inventar sistemas de protección de los seres humanos sin hacer de ellos víctimas, sin entender la debilidad como un defecto. El antipunitivismo feminista y anarquista parte del reconocimiento de que el Derecho y el proceso penal es patriarcal y que debe transformarse en la línea de deconstruir el pensamiento heteropatriarcal-sexista. Tarea ardua que no se conseguirá con otras leyes, sino con una práctica y un pensamiento anarcofeminista en la línea prefigurativa que consiste en reproducir en el propio proceso de vida aquello por lo que se está luchando.

El anarcofeminismo debe indagar en las ventajas de la justicia restaurativa o justicia reparadora como forma de pensar la justicia cuyo foco de atención son las necesidades de las víctimas y los autores o responsables del delito, y no el castigo a estos últimos ni el cumplimiento de principios legales abstractos. En esta justicia restaurativa es importante tener en cuenta «la comunidad cercana» en el conflicto y su gestión.

Para concluir, difícilmente el término violencia puede definir la compleja situación de desigualdad, subordinación y discriminación a la que las mujeres todavía están sometidas, y también la experiencia que tienen en esta situación distintas mujeres en contextos diferentes. Es importante, por tanto, indagar en las motivaciones y las formas que adopta la violencia masculina sobre las mujeres, puesto que está extendida en todas las latitudes y atraviesa todos los estratos sociales. Esta tarea de comprender qué se esconde detrás de la violencia es importante para poder oponerse con otros instrumentos que no sean solo los de la justicia penal.

 Laura Vicente

Artículo publicado en la revista Redes Libertarias nº 1



[1] Agamben, Giorgio, Creación y anarquía, Madrid, Adriana Hidalgo Ed., 2020.

[2] Macaya, Laura, «Violencia de género y victimización en las políticas estatales» en Sánchez, Irene, Olivé, Neus, Martín, Lorena, Macaya Laura Putas e insumisas. Violencias femeninas y aberraciones de género: reflexiones en torno a las violencias generizadas. Barcelona, Virus, 2017, p. 63.

[3] Francés, Paz en «A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos» en Serra, Clara, Garaizábal, Cristina y Macaya, Laura (Coordins.), Alianzas rebeldes. Un feminismo más allá de la identidad. Manresa, Bellatierra. 2021. Esta autora habla de los feminismos carcelarios; los feminismos minimalistas o garantistas y los directamente abolicionistas de la cuestión penal y de la prisión.

[5] Vergès, Françoise, Una teoría feminista de la violencia. Por una política antirracista de la protección. Madrid, Akal, 2022.

[6] Macaya, «Violencia de género y victimización en las políticas estatales», p. 59.

[7] Brown, Wendy, Estado del agravio. Poder y libertad en la modernidad tardía. Madrid, Lengua de Trapo, 2019, p. 190-191.

[8] Francés, «A la búsqueda de alternativas en la justicia desde los feminismos».

sábado, 3 de agosto de 2024

ANARCOFEMINISMO PARA EL SIGLO XXI: PUNITIVISMO (I)

 


Resulta llamativo que muchas autoras que se inscriben dentro del feminismo antipunitivista ignoren, dentro de las trayectorias que analizan el aparato represivo del Estado, la cultura del castigo y la utilidad de las cárceles, al anarquismo.[1] No pretendo realizar una reflexión sobre cómo entiendo la anarquía y los anarquismos, pero voy a adentrarme en un tema, el del castigo de las violencias de género, especialmente a través de los dispositivos penales y coercitivos del Estado (policía, derecho penal, sistema judicial, cárcel, frontera, etc.), y quiero dejar clara la mirada desde la que lo haremos: el feminismo anarquista.

Dice Catherine Malabou[2] que el anarquismo «es ante todo un combate contra los mecanismos de dominación, que desborda la esfera estatal (…) para abarcar todos los ámbitos de la vida (…)»; la lucha contra la subordinación ha sido (y es) una constante dentro de los anarquismos, tanto históricos como actuales.  Si la dominación desborda el Estado, el anarquismo no es solo lucha contra el Estado, pero su lucha lleva implícita la resistencia al Estado, puesto que es un elemento que está presente en dicha subordinación.

El anarquismo es incompatible con el Derecho entendido al modo del positivismo legalista y estatista, así como con las leyes por ser mandatos del Estado. No confunde justicia con Derecho, puesto que las leyes son expresión de la autoridad de unas personas sobre otras y no pueden aceptarse como justas.[3] En la medida en que unas personas amenazan a otras con el castigo de la cárcel o incluso con privarlas de la vida para que lleven a cabo ciertos comportamientos y se abstengan de otros, las leyes niegan la libertad. Por lo mismo, atentan contra la igualdad al establecer una jerarquía intolerable: la desigualdad entre quienes mandan y quienes obedecen, dialéctica de la que las leyes no se pueden librar. Por mucho que se diga que defiende los intereses generales, las leyes son la protección expresa de los privilegios. Por otro lado, los dogmas del positivismo estatalista, a saber: la omnipotencia del legislador y el culto legal, significan una fe en la capacidad de las leyes para resolver todos los problemas sociales[4] que no podemos compartir.

La cultura del castigo, intrínseca al sistema penal, siempre es selectiva, por lo que uno de los objetivos del anarquismo es desmontar la naturalización del Derecho que la Modernidad ha generalizado para proteger al capitalismo.

1-Identidad femenina, sexualidad y violencia

Los feminismos de los primeros ochenta años del siglo XX se centraron en consolidar una identidad y un discurso identitario construido sobre la base de las diferencias existentes entre mujeres y hombres, lo que se denominó diferencia de género. Pero esa identidad trabaja con la lógica de la taxonomía de la Modernidad. Hemos sido subjetivadas y excluidas (mujeres, gays, trans, lesbianas, etc.) y, al mismo tiempo, hemos utilizado ese lugar para producir una forma de identidad que interpela al poder que nos subjetiva. Esa interpelación puede llevarnos a cambios que se pueden considerar positivos como es el caso de leyes nuevas, reconocimiento social, acceso a derechos antes inexistentes, etc.

Ese discurso identitario que ha logrado avances en el camino de la igualdad legal con los hombres ha llevado a algunos sectores del feminismo a naturalizar la categoría «mujer» pensada como privilegio, desarrollando una política de identidad normativa y excluyente. Las identidades sexuales y de género han sido tratadas por ese sector del feminismo como elementos fijos, reforzando las divisiones binarias (hombres-mujeres, heterosexuales-homosexuales), que regulan los deseos, las prácticas sexuales y las relaciones sociales en general.

De hecho, la construcción de la identidad femenina ha estado basada en la sacralización de la sexualidad de las mujeres y del cuerpo femenino que solo se entrega en contextos de seguridad y afecto. En la misma línea, la normativa de género ha vinculado la feminidad con una emocionalidad frágil necesitada siempre de protección. Estas ideas construyen un imaginario perjudicial para las mujeres, puesto que la sacralización de la sexualidad femenina tiene como contrapartida la concepción de la sexualidad masculina como intrínsecamente violenta e irrefrenable. Desmontar la pureza de la sexualidad femenina supone desmontar en paralelo la idea de la intrínseca violencia sexual masculina. Como señala L. Macaya,[5] los efectos de la violencia sexual dependen de los significados que concedamos a la sexualidad y al cuerpo femenino y no inspira confianza precisamente el hecho de que la creación de estos significados haya estado en manos del sistema heteropatriarcal y sus normativas de género.

Nos parece de gran relevancia, para enfocar mejor las luchas del feminismo anarquista, no naturalizar la sexualidad y entender que sus pautas hegemónicas son un producto cultural derivado de una construcción de género binaria, sexista y heteronormativa.

Por otro lado, esa misma sacralización de la sexualidad femenina y, por ende, de la vagina, ha llevado aparejada la consideración de que los ataques a nuestra sexualidad tengan repercusiones gravísimas y patológicas en nuestra psique. Este planteamiento patriarcal convierte la violación en un mal tan temido que alimenta el miedo y la indefensión de las mujeres o de aquellas personas percibidas como mujeres. El miedo acaba convirtiendo la sexualidad en una fuente de peligro que puede privar a las mujeres de explorar con libertad la propia forma de existencia, de disfrutar libremente y de divertirse. El afán de seguridad y de protección puede acabar situando a las mujeres en la pasividad y la sumisión, necesitando amparo siempre por su incapacidad para tomar decisiones y enfrentarse a una situación percibida como peligrosa.

Esta manera de enfocar la violencia contra las mujeres, particularmente la violencia sexual, es fácil que nos conduzca a adoptar posturas individualizantes que sitúan a la categoría «hombre» y a los hombres bajo sospecha permanente, situándolos como enemigos y, por tanto, favoreciendo perspectivas punitivas y castigadoras. Como señala L. Macaya, culpabilizar al individuo concreto y desresponsabilizar de la violencia a las instancias e instituciones que sostienen el sistema heteropatriarcal causante de las violencias suele ser la solución que promueve el Estado (no quitamos, por ello, la responsabilidad de los comportamientos agresivos a los hombres concretos). Si no indagamos en lo que hay detrás de la violencia, será difícil buscar posibles soluciones ajenas a la lógica del castigo, que de poco sirve para acabar con dichas violencias.

[Continuación el día 13 de agosto]

Publicado en la revista Redes Libertarias, nº 1



[1] Este artículo forma parte de una serie de textos iniciada con Laura, Vicente, “Construyamos el anarcofeminismo del siglo XXI”, Libre Pensamiento 102 (primavera 2020), pp. 63-69; “A vueltas con ‘lo trans’ desde el anarcofeminismo” Acracia, (5 marzo 2022) https://acracia.org/a-vueltas-con-lo-trans-desde-el-anarcofeminismo/  y Kaos en la red, (8 de marzo 2022), https://kaosenlared.net/a-vueltas-con-lo-trans-desde-el-anarcofeminismo/ ; “Anarcofeminismo para el siglo XXI: Genealogía”, Acracia, (4 abril 2023), https://acracia.org/anarcofeminismo-para-el-siglo-xxi-genealogia/ y Kaos en la red (5 de abril 2023), https://kaosenlared.net/anarcofeminismo-para-el-siglo-xxi-genealogia/

[2] Malabou, Catherine, ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía. Santiago de Chile y Donostia, La Cebra, Palinodia, Kasilda, 2023, p. 28.

[3] Ribaya, Benjamín, «Anarquismo y Derecho». Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), Núm. 112, Abril-Junio 2001, p. 90.

[4] Ribaya, «Anarquismo y Derecho», p. 92.

[5]  Macaya Andrés, Laura, «Contra el feminismo punitivo: herramientas para destruir la casa del amo», 11/06/2018. https://catalunyaplural.cat/es/contra-el-feminismo-punitivo-herramientas-para-destruir-la-casa-del-amo/

 

Laura Vicente 

martes, 23 de julio de 2024

ANARCOFEMINISMO Y VIOLENCIAS CONTRA LAS MUJERES

 



El número de mujeres asesinadas en 2024 a fecha de hoy (15 de julio) es de 21, la mitad de estos asesinatos se han producido en los meses de junio y julio. Parece que el verano no es para muchas mujeres esa estación de vacaciones y relajación sino todo lo contrario.

Difícilmente el término violencia puede definir la compleja situación de desigualdad, subordinación y discriminación a la que las mujeres todavía estamos sometidas, y también la experiencia que tienen en esta situación distintas mujeres en contextos diferentes. Es importante, por tanto, indagar en las motivaciones y las formas que adopta la violencia masculina sobre las mujeres puesto que está extendida en todas las latitudes y atraviesa todos los estratos sociales. Esta tarea de comprender qué se esconde detrás de la violencia es importante para poder oponerse con otros instrumentos que no sean solo los de la justicia penal que están demostrando su fracaso[1].

Desde el anarcofeminismo consideramos que debemos ir más allá del discurso de la víctima porque no es un discurso subversivo y puede revertirse contra la víctima y convertirse en un discurso reaccionario. Los feminismos nos hemos obstinado en autovictimizarnos porque parece el único camino para ser escuchadas cuando puede ser la forma de silenciarnos perversamente. La víctima solo puede dar testimonio de «su» dolor y es difícil que pueda hablar fuera de su guion de víctima, solo dejando ese guion se puede trascender su propia victimización[2].

Somos conscientes de que estamos hechas de orden patriarcal y hemos aprendido a hacer justicia desde lo punitivo. Pero este planteamiento no nos sirve para nuestros propósitos, hay que desarrollar formas alternativas de lidiar con el Derecho, buscando conferirle sentidos radicalmente no apropiantes/individualizantes, es decir, desvinculados de la opresión que genera y que mantiene la división entre poseedores y no poseedores (ya que la propiedad ocupa el lugar de categoría central en la estructura bélico-jurídica originaria). El individualismo posesivo de los inicios violentos del orden jurídico sustenta no solo una diferencia radical entre aquellos que poseen y los que no poseen, sino que también hace posible la creación y el desarrollo de la personalidad del sujeto jurídico, comprendido como algo particular, cerrado y único[3].

Es necesaria una revisión del tipo de sexualidad que consideramos liberadora. Nuestra manera de entender el feminismo no es esencialista y es pro-sexo, lo que implica asumir el peligro/riesgo en las relaciones con los hombres (conviene también cuestionar las falsas expectativas de la protección desde el Derecho y el código penal). El feminismo anarquista lucha por la libertad, el deseo y el placer de las mujeres, o lo que es lo mismo, opta por la libertad sexual por delante de la seguridad y no se doblega a las normas patriarcales. No podemos aceptar que un sector del feminismo se haya vuelto «productor» de normas sobre lo que está bien y lo que está mal en la sexualidad y en la relación entre los sexos contribuyendo a limitar la libertad y moldear la subjetividad.

Somos partidarias de la autogestión colectiva de las violencias y de profundizar en cómo operan estas (poder y violencia están íntimamente relacionados, por lo que es necesario cuestionar el poder, no reforzarlo); hay que ir a las causas de las violencias. Expresar el odio a las personas que agreden (por ejemplo, en los movimientos sociales) parece que es hacer algo, pero lo único para lo que sirve es para expresar la rabia de las víctimas. No es nueva la propuesta de promover acciones de lucha y de educación social en lugar de confiar en las vías legales: distribuir material informativo que explica el papel de la sociedad en el desarrollo de las violencias contra las mujeres o de la desigualdad en el mundo laboral; imprimiendo y haciendo públicas las descripciones de los violadores, de forma que desaparezca la seguridad del anonimato; y afrontando en grupo, junto a las víctimas, a los violadores en público. Una educación que parte de la realidad y trata de modificarla[4].

Somos partidarias de construir un proyecto político a largo plazo basado en la autodefensa feminista, entendido como un «proceso de rehumanización», tal y como plantea Elsa Dorlin[5]. El miedo se ha construido colectivamente como una característica femenina, una verdadera mujer debe tener miedo. Al tener miedo debe elaborar estrategias de evasión, incluso debe excluirse de determinados espacios. Sin embargo, es superando el miedo impuesto por siglos de opresión, asesinato, tortura, silencio, mediante técnicas constantemente readaptadas, como se puede cambiar de bando el miedo. No vamos a hacer apología de la violencia, pero esta ha sido una herramienta negada a las mujeres (incluso para autodefenderse) incidiendo en la incapacidad defensiva de las mismas. Las mujeres debemos aprender a defendernos, sobre todo colectivamente (pero también individuamente porque la violencia se lleva a cabo en muchas ocasiones en los espacios familiares), debemos explorar los medios para hacerlo, renunciar a ellos supone reforzar el sistema de valores dicotómicos y normativos basados en que ellos incorporan la violencia y las mujeres no lo hacen en ninguna situación.

Como hemos dicho al principio, hablar de violencia no define la compleja situación de desigualdad, subordinación y discriminación a la que las mujeres todavía estamos expuestas. Las propuestas planteadas requieren tiempo y que las personas asumamos con qué nos enfrentamos y dejemos de recurrir sistemáticamente al Estado «protector» y punitivista. Nuestra lucha es contra cualquier tipo de dominación lo cual desborda el Estado, pero la lucha contra la dominación lleva implícita la resistencia al Estado. El poder va mucho más allá del Estado, es polimorfo e históricamente cambiante de unas relaciones de poder consustanciales con la propia vida social, por eso la lucha contra la desigualdad y discriminación que sufrimos las mujeres resulta tan compleja y tan difícil de afrontar.

 Laura Vicente 



[1] Las propuestas que aportamos en este breve texto están más desarrolladas en un artículo recientemente aparecido: Vicente, Laura, «Anarcofeminismo para el siglo XXI: punitivismo», Redes Libertarias, nº 1 (2024), pp. 37-42.

[2] Este planteamiento lo desarrolla Galindo, María, Feminismo bastardo. España, Mantis Narrativa, 2022, p. 97.

[4] Estas acciones son relatadas por Kytha Kurin en el texto: Anarco-feminismo. ¿Por qué el guion? Canadá, 1980. https://periodicolaboina.wordpress.com/2019/03/09/anarco-feminismo-por-que-el-guion/

sábado, 13 de julio de 2024

ANTIPOLITICISMO ANARQUISTA

 

Hace pocos días intentaba distanciarme del concepto «libertario» y «anarquista» que utiliza la extrema derecha con un desparpajo cabreante. Traté de enmarcarlo en nuestra genealogía, que nos ha costado sangre y fuego (sin querer ponerme transcendente ni intensa), nunca con afán de propiedad. El anarquismo es movimiento y lejos de mí la idea de que haya conceptos o ideas inamovibles y graníticas, pero tampoco soy partidaria de la volatilidad y lo «líquido» (que decía Bauman) porque detrás nuestro existen experiencias, personas, propósitos y emociones que nos enraízan a un proyecto que continúa vivo, cambiando y adaptándose a los nuevos tiempos.

El antipoliticismo, entendido como rechazo a la política institucional, a la democracia liberal y neoliberal delegada y representativa que nos condena cada cuatro años a los que nos abstenemos sin preocuparse, o enviando a las «fuerzas del (des)orden», cuando ejercemos otros derechos de los que nunca hacen campañas publicitarias, ha sido anarquista.

No quiero entrar en el debate de si es uno de esos rasgos invariables del anarquismo o no lo es, entiendo que nuestro rechazo a la democracia delegada y representativa como elemento de dominación desde el Estado, es una posición que forma parte del compromiso ético de no hacer como «medio» lo que se contradice con «los fines» que pretendemos. No podemos votar y defender, a la vez, la democracia directa. Luego puede haber excepciones, parches, votar «en contra» de y no «a favor de», confiar en que se pueden «asaltar los cielos» desde las instituciones, etc. y etc. Cuando esas excepciones acaban convirtiéndose en cotidianas, hay que pensar qué se está haciendo, recapacitar…, o no, cada cual es muy libre.

Pero vamos, no estoy escribiendo estas líneas para hacer campaña por la abstención o para insistir que la política no es solo política institucional, que la política es «la cosa pública» y de esa siempre ha hecho mucha el anarquismo. Escribo estas pocas líneas para mostrar mi estupefacción porque resulta que ahora la bandera del antipoliticismo y de las posiciones antisistema la enarbola también la extrema derecha.

No pillan mal momento, el personal está hasta las narices de la política institucional que ha quedado descarnada y con las vergüenzas al aire en un momento en que casi nadie tiene mayorías absolutas y se coaligan derechas e izquierdas, supuestamente irreconciliables, por el bien de «la democracia» y la estabilidad (y puedes añadir todos los eufemismos que dicha política nos ofrece continuamente). Decir o prometer algo y hacer lo contrario es moneda de cambio frecuente, pactar con cualquiera que ofrezca los votos necesarios para gobernar también. La incomodidad y el malestar de las fieles votantes va polinizando y calando, algo que vemos en el voto creciente de la extrema derecha que se posicionan como faro orientador cuestionando el sistema y el «establishment», o sea sé, los grupos de poder profesionalizado que mangonean el sistema institucional.

Sobra decir que a la extrema derecha no le va mal con el «sistema» y que aspira a crear otro «establishment» que le asegure más aún sus privilegios y su orden tradicional sin fisuras: la masculinidad patriarcal, la blanquitud, la heteronormatividad, la familia tradicional, la sociedad de clases, el individualismo darwiniano, etc.

Al ámbito anarquista, ¿Qué le toca hacer en estos momentos? ¿Cómo enfocamos el descontento y la despolitización? ¿votando o construyendo antipoliticismo anarquista?


Laura Vicente