Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

lunes, 23 de octubre de 2017

SOBRE EL LENGUAJE TOTALITARIO



El fanático es el verdadero rival de su racionalismo.
VICTOR KLEMPERER

La manipulación del lenguaje resulta relativamente fácil de realizar y se puede hacer de manera rápida si cuenta con la potencia de las instituciones del Estado. Imponer palabras, expresiones e incluso formas sintácticas se puede convertir en una necesidad para aquellas ideologías que pretenden su asimilación mecánica e inconsciente a base de repetirlas millones de veces. Una lengua, que se convierte en fanatismo de masas, se puede centrar en despojar al individuo de su esencia individual en narcotizar su personalidad.

Es difícil pensar en la posibilidad de que el lenguaje, que es algo tan íntimo, tan cercano a nosotros/as, pueda enraizar expresiones totalitarias (igual que racistas, clasistas o machistas) de las que apenas somos conscientes y que nuestra lengua acaba imponiendo su voluntad. El libro de Victor Klemperer[1] es un excelente texto que escudriña en la terminología que el nazismo impuso en la lengua alemana y en cómo pervive más allá del fin del III Reich.

Sería interesante que una filóloga/o llevara a cabo una tarea similar en el vocabulario del soberanismo catalán y en cómo se han introducido en parcelas de nuestra vida cotidiana expresiones que bajo la apariencia de positividad, libertad y democracia, esconden trampas bien calculadas por los expertos que, desde el aparato institucional catalán, se han puesto en circulación en los últimos cinco años (algunos ejemplos relevantes: “mandato popular”, “derecho a decidir”, “España nos roba”, “Constitución franquista”, etc.).


[1] Basado en el libro de Victor Klemperer (2016, 8ª ed): LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo. Minúscula, Barcelona.

viernes, 13 de octubre de 2017

CUANDO EL NACIONALISMO PONE LAS EMOCIONES EN EL CENTRO DEL DEBATE

Nunca he sido partidaria de exponer mis emociones en público, una educación sobria hasta el límite, en una familia obrera que migró del campo a la ciudad en momentos de dura crisis (una rama familiar antes de la II República y la otra en la década de 1950) y una convicción propia de que había que controlar las emociones en aras de la racionalidad, me convencieron de lo peligroso que podía llegar a ser conducirse exclusivamente por sentimientos.

He procurado a lo largo de mi vida mantenerme en esa línea de actuación, acompañada por la idea de que era necesario actuar colectivamente buscando la justicia social y la libertad. Esas convicciones no forman en mí un barniz que se puede rascar para sustituirlas por otras sino la idiosincrasia de mi forma de ser. Nunca he pretendido ocupar cargos ni beneficiarme en nada de mi activismo y eso me ha permitido ir construyendo un perfil muy personal vinculado al anarquismo sin que esté determinado por ninguna organización aunque he estado afiliada más de 30 años a la CNT, posteriormente CGT. Abandoné esta organización hace tres años por disconformidad con la línea nacionalista adoptada en Cataluña  y que en las últimas semanas se ha mostrado en toda su desoladora magnitud.

DURANTE MESES Y MESES DI CLASE CON LA CAMISETA AMARILLA CONTRA LOS RECORTES EN EDUCACIÓN

Sin embargo hoy rompo esa línea de actuación y hablo de emociones y sentimientos, con mucho pudor, porque el nacionalismo ha colocado en el centro del debate político una ideología que se sitúa exclusivamente en el terreno subjetivo de las emociones. Sobre los sentimientos del nacionalismo catalán se habla continuamente en los medios de comunicación proclives a la independencia, sobre los del nacionalismo español algo parecido en otros medios. Esa confrontación de subjetividades emocionales ha creado dos mundos paralelos en los que los “otros” no tienen cabida y sirven para reafirmar identidades excluyentes, rencores, rabia y odio.

Pero yo no me sitúo en ninguna de las dos reacciones identitarias: no me gustan las banderas, ni las señas de identidad lingüística, ni los agravios egoístas, no me emocionan los himnos patrióticos, ni sentirme fuerte arropada por una masa que busca la unanimidad y rechaza la discrepancia, ni busco en la historia la confirmación de mis deseos.

Ese control de las emociones me ha conducido a una incómoda situación, estoy en tierra de nadie, no me ampara ninguna organización, no me consuela la convicción de sentirme en posesión de la verdad, no me siento arraigada a ningún pedazo de tierra, a ninguna categoría de superioridad ética (ni étnica). En esa tierra de nadie hace frío, hay confusión, no tengo raíces que me sujeten a tradiciones o creencias, mi nombre circula en listas de malos patriotas, la amenaza de graves palabras (traidora, deshonesta, renegada, fascista…) ronda alrededor mío, de mi familia y de mis amistades que como yo estamos instalados en esa tierra de nadie.

¿Qué me queda tras años de compromiso social y activismo?
¿Acabar hablando en público de emociones y sentimientos?

martes, 3 de octubre de 2017

DEMOCRACIA, LIBERTAD, VOTO Y SÍMBOLOS DE LEALTAD



Es posible que algún día te ofrezcan la oportunidad de exhibir símbolos de lealtad. Asegúrate de que esos símbolos incluyen a tus conciudadanos en vez de excluirlos. Cuando todo el mundo obedece, la esfera pública se cubre de símbolos de lealtad, y la resistencia se convierte en algo impensable.

Timothy Snyder


El independentismo catalán lleva años (los cinco últimos intensamente) construyendo su discurso con una mezcla de zafiedad en su contenido e inteligencia fina a la hora de manejar la propaganda para fanatizar a sus seguidores/as. La mezcla de zafiedad e inteligencia ha logrado levantar un andamiaje de control estricto de la calle en el que banderas y pancartas con mensajes breves y repetitivos constituyen parte del propio discurso o incluso su cuerpo. El discurso está incrustado y escenificado en ese marco, es una obra de arte total dirigida tanto al oído como a la vista. La escenificación, a la que invitaron a las fuerzas de orden público (salvando a la suya fuertemente desprestigiada y en proceso de dignificación nacional) el 1 de octubre, logra victimizar a la población que es golpeada por la violencia de la nación enemiga. Todo ello con apariencia de espontaneidad mientras se difunden tópicos groseros que calan ofuscando la inteligencia. Cuanto menos dirigido al intelecto, el discurso será tanto más popular. Cruzará la frontera hacia la demagogia cuando pase a narcotizar a los seguidores de manera deliberada[1]. La lógica del patriotismo es muy peligrosa llevada a sus últimas consecuencias.

En el esfuerzo de Cataluña por constituirse como pueblo y como Estado se están convocando fantasmas de los que luego resultará difícil desprenderse. La cultura entendida como marca de pertenencia y de exclusión respecto a una comunidad alimenta mitos que resultan consoladores para un sector de la población (clase media y media-alta) que se siente agraviado por la crisis y por compartir recursos con territorios pobres del resto de España. La fusión mítica entre el pueblo (da igual que la mayoría del pueblo esté ausente de las filas nacionalistas) y la tierra a la que dicha colectividad cree pertenecer funciona como motor incuestionable (y si “el otro” lo cuestiona se le excluye, se le acusa de “facha”, de traidor, de renegado, se le señala como como españolista, como indigno de ser catalán…).

El nacionalismo catalán (de la derecha del PDeCAT al anticapitalismo de la CUP que sus propios votantes no se creen) se toma a sí mismo tan en serio que cualquier acto, cualquier declaración, cualquier voto, es de importancia histórica (en Cataluña estamos saturadas/os de momentos históricos hasta la náusea). Y en esta escenificación vuelven las palabras “grandes”: democracia, libertad, voto, etc. Palabras gastadas por la hipocresía de sistemas políticos que han recorrido un largo camino desde el primer liberalismo revolucionario (pero burgués) a la democracia (de la oligarquía transnacional). La democracia con su igualdad ante la ley formal, sus derechos y libertades vigilados y controlados cibernéticamente y el derecho del ser humano sobre su propia persona (autonomía y libertad ficticia), naufraga en medio de realidades de la economía capitalista que hacen preciso la existencia del Estado y una forma de servidumbre peor que la esclavitud (la necesidad)[2].

La democracia resulta inaceptable para el anarquismo, primero porque en ella se da el monopolio de poder centralizado en el Estado y segundo porque se limita al ámbito político y no se inmiscuye en el terreno de la economía. El control de la vida productiva de la persona es clave para cualquier transformación y de eso nada dice la convocatoria de CGT en Cataluña, de la mano de las nacionalistas CUPs, que convoca una huelga general el día 3 de octubre en un claro intento de reforzar a Junts pel sí en su pulso contra el Gobierno de Rajoy. Una huelga que otras fuerzas pretenden nacional, sin objetivos sociales, patrocinada por la ANC, Ómnium, y parte de la patronal catalana (también han convidado a CCOO y UGT), todo ello con la bendición de la Generalitat por boca de su vicepresidente.

La auténtica democracia es un sistema en el cual las personas corrientes disponen de medios efectivos para participar en las decisiones que afectan a su vida y comprometen a sus comunidades. Esto implica que no sea parcial y llegue a toda la vida social y económica mediante un verdadero  control de la producción y la inversión y mediante la supresión de las estructuras de jerarquía y dominio existentes en el sistema estatal, en la economía privada y en gran parte de la vida social. Evidentemente nada que ver con el famoso lema del “Derecho a decidir”, frase incompleta que nunca aclara sobre qué se ha de decidir, dejando sobreentendido que ese derecho se refiere exclusivamente a decidir sobre la independencia de Cataluña. Se trata de un lema acertado que se ha popularizado a costa de repetirlo machaconamente y de generar expectativas de cambio positivas que nunca se han concretado más allá de las mejores intenciones abstractas.

La ambigüedad con la que se vende la futura república catalana no variará la democracia capitalista de Estado en la que aunque el pueblo es soberano, el poder efectivo reside en gran parte en manos privadas, lo cual tiene efectos de gran alcance en todo el orden social. Mientras tanto el sistema de adoctrinamiento de la Generalitat busca mantener a sus seguidores/as en un estado de estupidez e ignorancia distraídos/as con simplificaciones groseras y de gran fuerza emocional. La multitud es el blanco de los medios de comunicación y de un sistema de educación pública encaminado a generar obediencia y formación en las destrezas requeridas, incluida la de repetir lemas patrióticos en ocasiones oportunas.


[1] Recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Victor Klemperer, LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo.
[2] El siempre lúcido Noam Chomsky en su libro de artículos y conferencias diversas titulado Sobre el anarquismo.