Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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domingo, 3 de agosto de 2025

LA GUERRA COMO DESPOSESIÓN

 

GUERRA DE TROYA


Oigo voces que dicen que lo que sucede en Gaza no es guerra porque no hay dos bandos enfrentados, como por ejemplo sucede en Ucrania. Sin embargo, esa afirmación nos conduciría a «sacar» de la IIª Guerra Mundial a pueblos o etnias que no formaban parte de un bando (supongo que ser bando significa tener Estado) como la población judía o gitana y que sufrieron la persecución y muerte en un genocidio tan rápido que no tiene comparación posible con ningún otro. Estas personas no decidieron ser bando, lo decidió el gobierno de Alemania, igual que el pueblo de Gaza es bando por decisión del gobierno de Israel.

Utilizar el «hambre» en una guerra, declarada o no, tampoco es nuevo. Los asedios o sitios tienen una larga historia: Troya, Cartago, Numancia, Breda; más cercanos los de Leningrado, Stalingrado, Varsovia o Budapest; el de Sarajevo en la guerra de la antigua Yugoslavia duró cuatro años y Gaza entra en esta pequeña lista con derecho propio. Lo habitual es que sean bloqueos militares prolongados de una posición, usualmente una ciudad, con el objetivo de conquistarla a través de la fuerza o el desgaste. El asedio implica rodear la posición y cortar sus líneas de abastecimiento. Pero también se ha utilizado el hambre en guerras no declaradas, de eso sabe mucho Ucrania que sufrió el Holodomor («matar de hambre») por parte del gobierno de Stalin en el contexto de la colectivización de la tierra entre 1932-1933 y en el que murieron millones de personas.


POBLACIÓN JUDÍA EN BUDAPEST (II GUERRA MUNDIAL)

La guerra moderna, dice Glucksmann en El discurso de la guerra, se define por arrasar completamente lo que hay para construir lo que «debe» haber, por ejemplo, Trump considera que en Gaza debería haber resorts y playas para turistas. Estas guerras son una maquinaria de hacer el vacío en nombre del supuesto progreso, la libertad y la felicidad para todos.

Por supuesto, estas guerras que los nazis y soviéticos llevaron a cabo en la IIª Guerra Mundial en lo que Timothy Snyder denominó tierras de sangre (su libro con ese título es magnífico), aplican la fuerza bruta de manera descomunal. Hay que destruir totalmente, despoblar, inmolar todo lo que estorba, lo que es un lastre. Es un plan de desposesión de largo alcance porque conlleva arrebatar la lengua, la cultura, los bienes materiales (la tierra, el agua, las casas por miserables que sean). Todo se puede sacrificar en este plan perverso.

Dice Amador Fernández Savater[1] que el racismo puede pensarse desde ahí: hay sujetos que estorban. Esto significa que la violencia de las guerras se cocina en tiempos de paz y en sistemas democráticos. Nunca debemos pensar que aquí (me refiero en los países occidentales) estamos libres de esa violencia y de la posibilidad de guerra porque ya ha sucedido y porque se percibe la violencia en Europa. No podemos afrontar a la extrema derecha como una deformidad de la democracia, la violencia implícita en el odio a las mujeres, en el racismo, en la precariedad y en tantos otros aspectos, están presentes en la defensa a ultranza del orden y la seguridad máxima, en la defensa de la productividad y el capital, en el rechazo de lo marginal (que cada vez lo componen más y más personas) y en tantos otros aspectos aparentemente poco relevantes.



GAZA

La guerra, la violencia, el odio no son rarezas, deformidades, están entre nosotras, en nuestra cotidianidad y van configurando un caldo de cultivo en el que se va diferenciando entre poblaciones de las que depende nuestra vida y nuestra existencia y las que representan una amenaza directa a nuestra vida y a nuestra existencia. Las poblaciones que parecen constituir una amenaza directa a nuestras vidas, tal y como explica Judith Butler en Marcos de guerra, no aparecen como «vidas» sino como una amenaza a la vida, por tanto, no sentimos el mismo horror y la misma indignación ante la pérdida de sus vidas.

Nadie está libre de convertir la destructividad en algo justificable. La posición de una parte de la izquierda española de no considerar la guerra de invasión de Rusia sobre Ucrania como rechazable y combatible como ocurre con otras guerras (apenas se ha producido movilización en contra de dicha invasión expansionista) resulta como mínimo preocupante.

Es evidente que las escasas respuestas a las guerras actuales, la de Gaza es muy clara, tienen un componente afectivo y, por ello, son difíciles de explicar. El afecto del horror se experimenta de manera diferencial según las poblaciones, por unas sentimos una urgente y no razonada preocupación y por otras sentimos que no nos afectan, o, como dice Butler, no aparecen como vidas en primer lugar.

Lógicamente, nuestro afecto no es solamente nuestro, nos viene comunicado de otras partes, nos predispone a oponer resistencia a ciertas dimensiones del mundo y a abrirnos a otras.  

Es urgente que nos preguntemos qué nos impide ver ciertas vidas en su precariedad y en su necesidad de apoyo y considerarlas vidas dignas de ser contempladas como tales.


Laura Vicente



[1] Fernández Savater, Amador (Edición y Prólogo) (1922): «Tabula Rasa: La lógica de la Modernidad y sus resistencias). En André Glucksmann. La religión de la guerra. Textos e intervenciones libertarias (1975-1980). Madrid, Arena, p. 17.

 

martes, 3 de enero de 2023

LA GUERRA DE UCRANIA Y LA IDEOLOGÍA DE IZQUIERDAS

  



Me ha costado mucho decidirme a escribir sobre el tema de la guerra en Ucrania y la actitud de la izquierda, incluidos sectores libertarios, hacia este conflicto bélico (no caeré en el justificante ideológico de decir «guerras» cuando quiero decir guerra en Ucrania). Asumo el riesgo que conlleva esta reflexión a contracorriente, busco el debate y el intercambio de pareceres.

No voy a adentrarme en un análisis geoestratégico, ni en cifras sobre armamento de los contendientes y sus respectivos apoyos, ni voy a recordar lo que acordó Rusia con Ucrania en 1990 sobre las armas nucleares en territorio ucraniano, mucho menos si Ucrania tiene identidad para constituirse como Estado-nación o es  solo la periferia de Rusia siendo la cuna de este Estado desde la Edad Media en el contexto del Kievan Rus (Estado eslavo oriental).

Mi interés no es analizar el conflicto desde esta perspectiva, entre otras cuestiones porque no conozco el tema lo suficiente para adentrarme con solvencia en sus intrincadas conexiones con las grandes potencias de principios del siglo XXI. Mi reflexión va por otros caminos puesto que me interesa entender porque la izquierda no se ha movilizado contra la invasión y guerra de Ucrania como si lo hizo, por ejemplo, contra la invasión y guerra de Irak en 2003.

En aquellas movilizaciones contra la guerra de Irak, en las que participé activamente, se nombraba la guerra en singular y, por supuesto, había otras guerras en el mundo en aquel momento. En aquella ocasión teníamos claro quién era el agresor (Estados Unidos y sus aliados entre los que se encontraba España) y quién el agredido (Irak). En las manifestaciones, además, se coreaban gritos de asesinos al «trio de las Azores» (Blair, Bush y Aznar). De hecho, la respuesta fue tan ágil que ya existían plataformas en contra de «la guerra» antes de producirse la invasión, las cuales convocaron una manifestación en todas las grandes ciudades para la tarde del día en que comenzara la invasión, sea cual fuere. Por último, se estima que en España se manifestaron entre ocho y once millones de personas.

La actitud de la izquierda ante la guerra de Ucrania ha sido muy diferente (también es cierto que en 2003 gobernaba el PP, mientras que en 2022 gobierna la coalición PSOE/UP). Parece que Ucrania no es un país defendible porque, por poner un ejemplo, hay nazis (algo que sorprendentemente se asume de la propaganda rusa para justificar la agresión a Ucrania, olvidando qué fuerzas políticas europeas y de algunos países americanos reciben y dan su apoyo a Putin). Incluso, no queda claro que sea un país agredido porque la guerra es entre dos bloques y los perdedores se darán en los dos países que se enfrentan (como si Ucrania no estuviera enfrentada a la segunda potencia militar del mundo). No he visto manifestaciones gritando asesino a Putin, aunque en realidad es que no ha habido manifestaciones, ni plataformas contra la guerra de Ucrania, así que las protestas no han movilizado sino a unos miles de personas, mayoritariamente ucranianas y sobre todo en los primeros días de la guerra.

La ideología, entendida como doctrina que pretende que la explicación de todo es una fórmula única, desarraiga de la realidad y entorpece la labor de «escucha» de esta, algo que debería ser obligado entre libertarios/as. Sin embargo, está primando la «no-escucha» de la realidad y se están trazando las pautas de cómo se quiere que sea, y cómo se quiere ordenar para hacerla cuadrar con el proyecto ideológico. Una pirueta que se sostiene solo desde la coherencia interna del discurso pero que no soporta el testimonio de quienes lo están viviendo. En definitiva, la izquierda (incluida una parte de la libertaria) parte de la ideología para construir los hechos y no que sean las ideas las que broten de los hechos.

¿Cómo podemos obviar algunas realidades patentes? La segunda potencia mundial en armamento, Rusia, fue quien decidió en febrero de 2022 agredir e invadir a Ucrania, un país muy inferior desde el punto de vista militar. Rusia justifica la invasión porque dice combatir el fascismo tocando la fibra emocional de la población exsoviética que fue educada en el recuerdo de la «Gran Guerra Patria». Tras unos meses en los que Ucrania, con la ayuda de países europeos y de la OTAN, ha impedido una victoria rápida de Rusia, esta se está centrando en destruir las infraestructuras energéticas de Ucrania con el único objetivo de socavar la resistencia de la población civil ucraniana ante el largo invierno que ya ha empezado.

Convendría centrarse en quienes son las víctimas principales de esta guerra: éxodo de población desde el inicio de la guerra, la totalidad de las muertes (igualmente de personas heridas y desaparecidas) de civiles, la destrucción de viviendas y de lugares de trabajo, la falta de alimentos y de electricidad para afrontar el frío, la amenaza permanente de bombardeos sobre ciudades sin ningún interés militar y tantos otros efectos de la guerra provocada por Rusia, sobre población civil.  Nada de esto sucede en Rusia.

Resulta sorprendente el impulso de una bienintencionada izquierda por aplastar toda sensibilidad, por vaciar el corazón ante el sufrimiento de la población civil ucraniana escudándose en la ideología. Sin embargo, «el corazón es la sede de la participación en el mundo, de la disposición a ser afectado por él y afectarlo a su vez»[1]. Recuperemos la capacidad de acción o de «afectar» y «ser afectada» a partir de la facultad de percibir a la otra persona y de entrar en relaciones comunes con los otros seres humanos, algo que desde mi parecer forma parte de la idiosincrasia anarquista y libertaria.

A partir de esa labor de «escucha» y arraigo a la realidad con la sensibilidad hacia las víctimas y las personas vulnerables, podremos además hablar de geoestrategia, de bloques, de posibilidades de encarar las guerras desde el antimilitarismo y el antimperialismo, etc., cuestiones, por otro lado, que no dependen de la coyuntura de una guerra y que son luchas permanentes.



[1] Manifiesto conspiracionista. Logroño: Pepitas de Calabaza, 2022, p. 19.