Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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jueves, 3 de septiembre de 2020

EL NACIONALISMO CATALÁN Y LA POLÍTICA DE LA ETERNIDAD




Timothy Snyder es un historiador que siempre me depara sorpresas cuando lo leo, tanto en su faceta más histórica como en la de interpretador de la realidad actual. Es suyo ese concepto de «política de la eternidad»[1] que sitúa a un país en el centro de un relato de victimismo cíclico. En ese tipo de política ya no existe una línea que se extiende hacia el futuro como sucede en la «política de la inevitabilidad»[2], sino un círculo que hace que vuelvan las amenazas del pasado una y otra vez (Snyder, 2018: 16-17). Él lo aplica en su libro a diversos países, sobre todo EUA y Rusia, pero enseguida vi que la política de la eternidad se daba en gran parte en Cataluña y que era el nacionalismo catalán quien la estaba aplicando.

La primera característica y la que me parece que tiene más peso es que estamos ante una política que fabrica crisis artificiales y manipula emociones. Si por algo destaca el nacionalismo catalán desde hace ocho años es por construir ficciones políticas. Hoy ha quedado estancado en la república imaginaria aprobada en un referéndum sin garantías y en el que no participó la mayoría de la población. Se niega la verdad sistemáticamente y reducen la vida al espectáculo y el sentimiento. Las jornadas históricas se suceden unas a otras, las emociones se desbocan y los dramas cotidianos se ensalzan.

La manipulación de las emociones cuenta con unos medios de comunicación (en especial TV3) bien engrasados por subvenciones cuantiosas. El objetivo de dicha manipulación es provocar sentimientos de entusiasmo e indignación de forma intermitente con el fin de distraer la atención de su falta de capacidad o de voluntad para gobernar.  En lugar de gobernar, Puigdemont y su mano derecha Torra, crean crisis y espectáculo, son especialistas en ello. Pero además, se instalan en la ausencia de límites,  creen que puede hacer lo que quieran porque cuentan con la «voluntad del pueblo», el famoso «mandato popular», que da preferencia a la ficción sobre los hechos.

Negar la realidad suprime el sentido de la responsabilidad sobre lo que sucede de verdad. El nacionalismo catalán ha dividido a la sociedad catalana como solo puede hacerlo una mentira.

Si se puede mantener a los ciudadanos/as en la incertidumbre mediante la constante fabricación de crisis, es posible manejar y dirigir sus emociones. La TV tiene su papel al eliminar la pluralidad que representa a diversos intereses para centrarse siempre en el mismo mensaje. El propósito del nacionalismo catalán es crear un vínculo de ignorancia voluntaria con el «verdadero pueblo catalán» de forma que entiendan que sus dirigentes les están mintiendo pero les crean de todas formas. Es indudable que los ciudadanos/as tienen que poner de su parte y acercarse a los políticos de la eternidad. Desmoralizados/as por su incapacidad de cambiar su situación en la vida tras la crisis económica del 2008, especialmente las clases medias, han aceptado que el significado de la política no reside en las reformas institucionales, sino en las emociones diarias. Dejan de pensar en un futuro mejor para sí mismos, sus amigos y sus familiares, y prefieren la invocación constante de un pasado orgulloso igualmente ficticio.

La fabricación de crisis artificiales  sirven de dos maneras a sus propósitos, la que llevan trabajando más durante estos años es la de producir problemas imposibles de resolver porque son ficticios. El «España nos roba» es uno de los que logró movilizar más adeptos en su momento, el problema no es lo que hace o deja de hacer España, sino el simple hecho de que exista, razón por la cual se la borra del lenguaje político, académico, activista, etc. con términos como Estado español o Península Ibérica. Pero no podemos descartar que ERC esté pasando a otra fase, la de parecer que resuelven las crisis fabricadas para obtener poder real.

Otra característica hace referencia al papel de la Historia en esta política de la eternidad, de hecho podríamos decir con Snyder que este tipo de política destruye la Historia. Los políticos de la eternidad saltan de un instante a otro, a décadas o siglos de distancia, para construir un mito de inocencia y peligro (Snyder, 2018: 18). El pasado proporciona un tesoro de símbolos de la inocencia que los gobernantes explotan para ilustrar la armonía de la patria y la discordia del resto del mundo. Cataluña nunca ha existido en la historia como nación con algún tipo de Estado, pero da igual. Se ofrecen declaraciones poéticas sobre Cataluña destinadas a crear una unidad lírica a partir de ofensas y derramamientos de sangre anteriores. A partir de ahí se produce la invocación constante de un pasado orgulloso frente a las calamidades históricas y el peligro amenazante siempre de España. Si hay que inventarse que Colón o Teresa de Jesús eran catalanes, se inventa, ¿por qué no, si hay creyentes dispuestos a creer en dichos símbolos de inocencia de la propia nación?

Amparándose en esta inocencia primigenia cobra sentido lo que Snyder llama  «esquizofascismo» (Snyder, 2018: 143), nueva variedad de fascismo. Como Cataluña es inocente, ningún nacionalista catalán puede ser jamás fascista, siempre son los otros/otras. En realidad fascismo quiere decir anticatalán (mejor antinacionalista catalán). Los españoles pierden su individualidad y se transformaron en un colectivo cuya cultura justifica su desprecio hacia ella. El individuo desaparece en la eternidad. La política de la eternidad puede hacer que sean impensables otras ideas. Y eso es lo que significa la eternidad: la misma cosa una y otra vez (Snyder, 2018: 41).

La crisis del coronavirus ha descolocado levemente al nacionalismo catalán y a sus líderes, han intentado descarnadamente seguir con su política de la eternidad incluso con bromas macabras como la de Clara Ponsatí y su «de Madrid al cielo». Es posible que sus ficciones no oculten realidades como su participación en los recortes sociales incluida la sanidad. Torra está tan acostumbrado a comportarse en la Generalitat como fabricante de indignación que no sabe cómo moverse cuando ha de formular políticas concretas para toda la gente no solo para un grupo escogido de la ciudadanía. Bajo su verborrea del «pueblo», de la «gente», Torra y el nacionalismo catalán se refiere solo a «alguna gente». Que el coronavirus afecte  a toda la gente, que no pueda señalar enemigos interiores puede descolocarle, la duda está en si sus seguidores/as volverán a creer en sus ficciones políticas.




[1] Aparece en Timothy Snyder (2018), El camino hacia la no libertad. Barcelona, Galaxia Gutenberg.
[2] En la política de la inevitabilidad el futuro es más de lo mismo de lo que existe en el presente, las leyes del progreso son conocidas, no hay alternativas y, por tanto, no se puede hacer nada.


jueves, 23 de mayo de 2019

TONY JUDT con Timothy Snyder, Pensar el siglo XX


Cuando Tony Judt conoció su enfermedad (ELA) supo que tenía que abandonar la idea de escribir el libro que tenía in mente: una historia intelectual y cultural del pensamiento del siglo XX. El libro estaba en su cabeza, dice él mismo en el Epílogo, incluso en sus notas, pero era difícil que pudiera realizarlo por su enfermedad. En esa situación, Timothy Snyder le propuso, en diciembre de 2008, realizar una serie de conversaciones que tenían como punto de partida los intereses históricos y políticos de Judt (en gran parte coincidentes con los de Snyder) al compás de su evolución personal.

Y de eso trata este estupendo libro, de una interesante conversación sobre el siglo XX desde el punto de vista histórico, político y cultural. Tony Judt introduce cada capítulo vinculado a su evolución personal y después se produce la conversación. De esta manera, aparentemente fácil, se van desgranando numerosos temas que van definiendo lo sucedido en el siglo XX con un estilo ágil y entretenido.

Resulta imposible sintetizar todos los temas tratados en este auténtico libro-río dividido en nueve capítulos, un Prólogo de Snyder y un Epílogo de Judt. Por tanto, resaltaré aquellos aspectos que me interesan a mí, recomendando su lectura a partir de ellos.



Nacionalismo
Los dos son muy críticos con el nacionalismo y con los peligros que entraña en la actualidad, igual que los supuso en el pasado. Leyendo sus reflexiones es fácil apreciar mucho de lo que se dice al respecto en este libro y aplicarlo en España al hilo del auge del nacionalismo, especialmente español y catalán (el vasco, tras tantos muertos, está en fase moderada pero con los mismos planteamientos que los dos anteriores).
Snyder afirma algo de gran actualidad en Cataluña, respecto a la mitad de la población, puesto que lo llevan a cabo quienes tienen mayoría en el Parlament y gobiernan en la Generalitat. Para el sector nacionalista catalán, unido por el objetivo de la independencia, «la nación de uno no es el pueblo que vive en su país, sino más bien los que hablan un mismo idioma, o están asociados con una tradición (…)» (p. 169), idea que se deriva directamente de los románticos y puede apreciarse fácilmente en el nacionalismo actual. Cuando Torra habla de Cataluña como un todo unánime, no se equivoca, puesto que para él y el resto del nacionalismo que lo mantiene en el poder, la mitad de la población que no es partidaria de su opción política, simplemente no son catalanes/as.
Habitualmente los nacionalismos acostumbran a empezar como celebración de una identidad universal, pero ese planteamiento inclusivo va desapareciendo y se va convirtiendo en poco más que una defensa territorial. Que la izquierda quede atrapada en ese bucle es decepcionante.
La historia puesta al servicio de la nación suele empezar por el victimismo: cuando «una comunidad habla de contar la verdad” no solo pretende maximizar con su versión su propio sufrimiento, sino que a la vez minimiza implícitamente el sufrimiento de otros» (p. 56).  Las historias y los mitos nacionales son el subproducto necesario e inevitable de las naciones. Las naciones llegan con mucha facilidad a la conclusión de que tienen derechos qua naciones, de forma análoga a los derechos que los individuos reclaman para sí mismos (280).
No hay nacionalismo que se precie, y en este país estamos bien servidos de ellos, que no amañe el pasado, «es la forma más antigua de control del conocimiento: si tienes en tus manos el poder de la interpretación de lo que pasó antes (o simplemente puedes mentir acerca de ello), el presente y el futuro están a tu disposición» (256). Por eso, la historia ha sido, y es, tan importante para el nacionalismo, por desgracia siempre hay historiadores/as dispuestos a ponerse al servicio de la nación.

Marxismo
Los dos historiadores son muy críticos con el marxismo y con su idea de la historia que acaba siendo un proyecto que tiene un objetivo de progreso claro hacia la emancipación de la clase trabajadora. Es por ello que ven el marxismo como una religión secular que tiene mucho de la escatología tradicional cristiana: la caída del hombre, el Mesías, su sufrimiento y la redención vicaria de la humanidad, la salvación, la ascensión, etc. Este planteamiento provocó que durante décadas «a la “revolución” se le asoció un misterio y un significado que podía justificar, y de hecho justificaba, todos los sacrificios, especialmente los de los demás, y cuanto más sangrientos, mejor» (p. 101).
Cuando los seguidores de esta religión secular perdían la fe (en Stalin, por ejemplo), se daban cuenta que esta pérdida no era tan atractiva como la fe: de modo que aunque podía ser racional distanciarse, se perdía más de lo que se gana (se perdía, entre otras cosas, el intenso sentimiento de comunidad) (p. 104). Algo similar ocurre con la creencia en el nacionalismo y su proyecto, muy similar también en sus planteamientos a una religión, a veces no tan secular, porque muchas veces va asociada a las creencias religiosas, algo comprobable entre los y las líderes del nacionalismo catalán, vasco y español.
Como era de prever ninguno de los dos tiene ni idea del anarquismo ni de la Guerra Civil española, lo que provoca afirmaciones endebles, disparatadas o simplemente falsas, os sugiero que prestéis atención a lo que se dice en las pp. 90, 182, 183.

Historia
También resultan muy interesantes las reflexiones de Judt y Snyder sobre historia. Judt concede mucha importancia a la plausibilidad del relato histórico. Comparten ambos que un libro de historia triunfa o fracasa por la convicción con la que cuenta su relato. Debe sonar cierta. El trabajo del historiador consiste, por tanto, en «establecer que cierto hecho ocurrió» para transmitir cómo fue lo que les ocurrió a las personas, cuándo y dónde ocurrió, y con qué consecuencias (p. 258).

Historia y memoria
Judt considera que historia y memoria se odian mutuamente y que esta segunda es más joven, más atractiva que la historia, más adusta, poco atractiva y seria (p. 266). Judt cree en la diferencia entre memoria e historia y afirma que permitir que la memoria sustituya a la historia es peligroso. Mientras la historia  adopta necesariamente la forma de un registro, continuamente reescrito y reevaluado a la luz de evidencias antiguas y nuevas, la memoria se asocia a unos propósitos públicos, no intelectuales: un parque temático, un memorial, un museo, un edificio, un programa de TV, un acontecimiento, un día, una bandera. Estas manifestaciones mnemónicas del pasado son inevitablemente parciales, insuficientes, selectivas. Sin la historia, la memoria es susceptible de un mal uso (p. 267).
Snyder afirma que hay otra diferencia entre ambas: la memoria existe en primera persona. Si no hay persona, no hay recuerdo. Es más personal con el tiempo. Mientras que la historia existe sobre todo en la segunda o tercera persona, lo que permite la perspectiva de terceros, y la hace potencialmente universal (p. 268). El historiador debe escribir sobre las cosas dentro de su contexto. Contextualizar es parte de la explicación y, por tanto, distanciarse de la materia de estudio a fin de contextualizar es lo que distingue a la historia de otras formas alternativas  e igualmente legítimas de explicar la conducta humana (p. 274).

Fascismo
Y concluyo con una afirmación para la reflexión: «Las perspectivas para el fascismo hoy dependen de que un país quede atrapado en una situación que combine de alguna manera la sociedad de masas con unas instituciones políticas frágiles, fragmentadas» (p. 165).

martes, 3 de octubre de 2017

DEMOCRACIA, LIBERTAD, VOTO Y SÍMBOLOS DE LEALTAD



Es posible que algún día te ofrezcan la oportunidad de exhibir símbolos de lealtad. Asegúrate de que esos símbolos incluyen a tus conciudadanos en vez de excluirlos. Cuando todo el mundo obedece, la esfera pública se cubre de símbolos de lealtad, y la resistencia se convierte en algo impensable.

Timothy Snyder


El independentismo catalán lleva años (los cinco últimos intensamente) construyendo su discurso con una mezcla de zafiedad en su contenido e inteligencia fina a la hora de manejar la propaganda para fanatizar a sus seguidores/as. La mezcla de zafiedad e inteligencia ha logrado levantar un andamiaje de control estricto de la calle en el que banderas y pancartas con mensajes breves y repetitivos constituyen parte del propio discurso o incluso su cuerpo. El discurso está incrustado y escenificado en ese marco, es una obra de arte total dirigida tanto al oído como a la vista. La escenificación, a la que invitaron a las fuerzas de orden público (salvando a la suya fuertemente desprestigiada y en proceso de dignificación nacional) el 1 de octubre, logra victimizar a la población que es golpeada por la violencia de la nación enemiga. Todo ello con apariencia de espontaneidad mientras se difunden tópicos groseros que calan ofuscando la inteligencia. Cuanto menos dirigido al intelecto, el discurso será tanto más popular. Cruzará la frontera hacia la demagogia cuando pase a narcotizar a los seguidores de manera deliberada[1]. La lógica del patriotismo es muy peligrosa llevada a sus últimas consecuencias.

En el esfuerzo de Cataluña por constituirse como pueblo y como Estado se están convocando fantasmas de los que luego resultará difícil desprenderse. La cultura entendida como marca de pertenencia y de exclusión respecto a una comunidad alimenta mitos que resultan consoladores para un sector de la población (clase media y media-alta) que se siente agraviado por la crisis y por compartir recursos con territorios pobres del resto de España. La fusión mítica entre el pueblo (da igual que la mayoría del pueblo esté ausente de las filas nacionalistas) y la tierra a la que dicha colectividad cree pertenecer funciona como motor incuestionable (y si “el otro” lo cuestiona se le excluye, se le acusa de “facha”, de traidor, de renegado, se le señala como como españolista, como indigno de ser catalán…).

El nacionalismo catalán (de la derecha del PDeCAT al anticapitalismo de la CUP que sus propios votantes no se creen) se toma a sí mismo tan en serio que cualquier acto, cualquier declaración, cualquier voto, es de importancia histórica (en Cataluña estamos saturadas/os de momentos históricos hasta la náusea). Y en esta escenificación vuelven las palabras “grandes”: democracia, libertad, voto, etc. Palabras gastadas por la hipocresía de sistemas políticos que han recorrido un largo camino desde el primer liberalismo revolucionario (pero burgués) a la democracia (de la oligarquía transnacional). La democracia con su igualdad ante la ley formal, sus derechos y libertades vigilados y controlados cibernéticamente y el derecho del ser humano sobre su propia persona (autonomía y libertad ficticia), naufraga en medio de realidades de la economía capitalista que hacen preciso la existencia del Estado y una forma de servidumbre peor que la esclavitud (la necesidad)[2].

La democracia resulta inaceptable para el anarquismo, primero porque en ella se da el monopolio de poder centralizado en el Estado y segundo porque se limita al ámbito político y no se inmiscuye en el terreno de la economía. El control de la vida productiva de la persona es clave para cualquier transformación y de eso nada dice la convocatoria de CGT en Cataluña, de la mano de las nacionalistas CUPs, que convoca una huelga general el día 3 de octubre en un claro intento de reforzar a Junts pel sí en su pulso contra el Gobierno de Rajoy. Una huelga que otras fuerzas pretenden nacional, sin objetivos sociales, patrocinada por la ANC, Ómnium, y parte de la patronal catalana (también han convidado a CCOO y UGT), todo ello con la bendición de la Generalitat por boca de su vicepresidente.

La auténtica democracia es un sistema en el cual las personas corrientes disponen de medios efectivos para participar en las decisiones que afectan a su vida y comprometen a sus comunidades. Esto implica que no sea parcial y llegue a toda la vida social y económica mediante un verdadero  control de la producción y la inversión y mediante la supresión de las estructuras de jerarquía y dominio existentes en el sistema estatal, en la economía privada y en gran parte de la vida social. Evidentemente nada que ver con el famoso lema del “Derecho a decidir”, frase incompleta que nunca aclara sobre qué se ha de decidir, dejando sobreentendido que ese derecho se refiere exclusivamente a decidir sobre la independencia de Cataluña. Se trata de un lema acertado que se ha popularizado a costa de repetirlo machaconamente y de generar expectativas de cambio positivas que nunca se han concretado más allá de las mejores intenciones abstractas.

La ambigüedad con la que se vende la futura república catalana no variará la democracia capitalista de Estado en la que aunque el pueblo es soberano, el poder efectivo reside en gran parte en manos privadas, lo cual tiene efectos de gran alcance en todo el orden social. Mientras tanto el sistema de adoctrinamiento de la Generalitat busca mantener a sus seguidores/as en un estado de estupidez e ignorancia distraídos/as con simplificaciones groseras y de gran fuerza emocional. La multitud es el blanco de los medios de comunicación y de un sistema de educación pública encaminado a generar obediencia y formación en las destrezas requeridas, incluida la de repetir lemas patrióticos en ocasiones oportunas.


[1] Recomiendo encarecidamente la lectura del libro de Victor Klemperer, LTI. La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo.
[2] El siempre lúcido Noam Chomsky en su libro de artículos y conferencias diversas titulado Sobre el anarquismo.

jueves, 7 de septiembre de 2017

HISTORIA, TIRANÍA Y EL PROCESO INDEPENDENTISTA CATALÁN

La historia no se repite, pero si alecciona[1].

Un examen de la historia nos puede permitir comprender las fuentes de la tiranía actual y ayudarnos a reflexionar sobre la respuesta adecuada que hay que darle. Un referente histórico que nos puede aleccionar en la actualidad es la caída de algunas democracias europeas y la URSS, durante el periodo de entreguerras, en el totalitarismo que se extendió por Europa en la década de 1940.
A finales del siglo XIX, al igual que a finales del siglo XX, la expansión del comercio mundial generó expectativas de progreso. A principios del siglo XX, igual que a principios del siglo XXI, esas esperanzas fueron puestas en entredicho por nuevas visiones de la política de masas en las que un líder o un partido afirmaban representar directamente la voluntad del pueblo[2].
Tanto el fascismo como el comunismo fueron una reacción a la globalización: a las desigualdades reales o imaginadas que creaba, y a la impotencia de las democracias para afrontarlas. Hoy aparecen reacciones desde el poder y al margen de este que también plantean alternativas a dicha globalización. Especialmente manipulador ha sido en Cataluña el lema del “España nos roba”, que esconde sin demasiadas vergüenzas el egoísmo del rico para compartir con el que no lo es. El mantra de que la gandulería del sur de España se aprovecha de la laboriosidad del norte catalán se diferencia muy poco de la misma afirmación alemana o inglesa respecto al sur europeo (incluida, naturalmente, Cataluña).


Que difícil resulta en Cataluña renunciar a  pronunciar las frases que utiliza el independentismo avalado desde el poder político y mediático. Que difícil resulta inventar una forma de pensar y de hablar propia que permita evitar el bombardeo mediático que vamos a tener que soportar de nuevo (ahora hasta el 1 de octubre de 2017). Esta dificultad es cada vez mayor porque cuando la Generalitat y Junts pel sí hablan de “el pueblo” siempre se refieren a algunas personas y no a otras, los desacuerdos (véase como ejemplo la decisión adoptada por En Comú Podem a principios de julio de 2017)  siempre son conflictos, y cuando las personas intentan entender la situación política de una manera distinta, se les trata como si fueran difamadores dispuestos a arremeter contra sus iniciativas (véanse las pintadas que propició la CUP contra Podemos por las declaraciones de Iglesias en julio de que él no iría a votar al referéndum del 1 de octubre, posición a día de hoy que ya no debe ser tan clara visto lo visto ayer día 6 de septiembre)).
Las formas autoritarias de la Generalitat, de Junts pel sí y de la CUP (no se permiten las dudas cuando la patria está en juego dando lugar a ceses fulminantes como el del conseller d'Empresa i Coneixement, Jordi Baiget o se aprueba en el Parlament que solo se subvencionará a aquellos diarios que sean partidarios del proceso independentista) prefiguran formas tiránicas a las que nos estamos acostumbrando en Europa (en España y en Cataluña) con extrema facilidad.  Te sometes a la tiranía cuando renuncias a la diferencia entre lo que quieres oír y lo que oyes realmente. Esa renuncia a la realidad (a la verdad) puede resultar natural y agradable, pero la consecuencia es tu desaparición como individuo, y por consiguiente el derrumbe de cualquier sistema político que dependa del individualismo.
Renunciar a los hechos es renunciar a la libertad. Si nada es verdad, nadie puede criticar al poder, porque no hay ninguna base sobre la que hacerlo. Si nada es verdad, todo es espectáculo[3].
La verdad muere de cuatro maneras (basado en Victor Klemperer[4]):

La primera es la hostilidad declarada a la realidad verificable, asumiendo la forma de presentar las invenciones y las mentiras como si fueran hechos. Degradar el mundo tal como es supone el primer paso de una creación encaminada a un contra-mundo ficticio.

La segunda es el encantamiento chamánico, es decir, la repetición constante, diseñada para hacer plausible lo ficticio y deseable lo inventado.

La tercera es el pensamiento mágico, es decir, la aceptación descarada de las contradicciones. Aceptar falsedades tan radicales exige un abandono flagrante de la razón.

La cuarta es la fe que se deposita en quienes no la merecen. Una vez que la verdad se vuelve oracular en vez de fáctica, las pruebas resultaban irrelevantes.

La postverdad es el prefascismo[5]

Los nacionalistas-independentistas catalanes practican sin pudor las cuatro maneras de matar la verdad: la historia ha sido sistemáticamente sometida a manipulación como ya he explicado en diversos textos en este mismo espacio, la propaganda chamánico-mágica desde el poder de la Generalitat resulta muchas veces estrambótica, sin embargo parece normal a quienes se rinden a ella. La aceptación de ideas contradictorias, como decía Orwell, del doblepensar, es una actitud típica de la postverdad: desprecio por los hechos cotidianos y construcción de realidades alternativas (es decir, consignas que resuenan como una nueva religión prefiriendo los mitos creativos antes que la historia o el periodismo).  Los medios de comunicación crean un son de tambores de propaganda que despierta los sentimientos de la gente antes de que tenga tiempo de establecer los hechos. Hoy en Cataluña, mucha gente ha confundido la fe en un proyecto con enormes ambigüedades y/o defectos con la verdad sobre el mundo que vivimos.
El modo de destruir todas las normas legales es centrarse en la idea de la excepción. Si no ¿cómo se entiende que unos partidos de orden como los dos que componen Junts pel sí, consideren legítimo saltarse las leyes? ¿Qué ocurrirá cuando una ciudadana como yo se las salte también? La emergencia impide hablar de cosas reales cuando el enemigo está a la puerta.
La excepción ha construido en Cataluña una política teleológica y una política de la eternidad, ambas basadas en actitudes ahistóricas que definen el nacionalismo-independentismo.

La teleología (actitud antihistórica que define al nacionalismo catalán como a otros nacionalismos incluido el español, naturalmente) es la narración del tiempo que conduce a una meta cierta y a menudo deseable (la independencia de la República catalana independiente de la malvada España que nos conducirá a la dicha y la felicidad). La política de la inevitabilidad es un coma intelectual autoinducido.

La política de la eternidad (otra actitud antihistórica y también asumida plenamente por el nacionalismo catalán) se ocupa del pasado, libre de cualquier preocupación real por los hechos. Añora momentos del pasado que realmente nunca existieron (Cataluña nunca ha existido como ente político independiente, pero eso es anatema cuando se lo dices a un independentista), durante unas épocas que además fueron desastrosas. Cualquier referencia al pasado parece implicar un ataque de algún enemigo exterior contra la pureza de la nación. En la política de la eternidad, la seducción de un pasado mitificado nos impide pensar en posibles futuros. La costumbre de hacer hincapié en la condición  de víctimas embota el impulso de autocorrección. Dado que la nación se define por sus virtudes intrínsecas, la política acaba convirtiéndose en una discusión sobre el bien y el mal en vez de en un debate sobre las posibles soluciones a los problemas reales.

Enfádate ante el uso traicionero del vocabulario patriótico[6].

Vivir en Cataluña hoy con posturas de izquierda, implica rodearse de una coraza solitaria para resistir un nacionalismo-independentismo nefasto y no caer en la pasividad, enfadándonos del uso traicionero del patrioterismo (dejaré para otro día los sucesos lamentables que tuvieron lugar ayer en el Parlament y que propició el nacionalismo, catalán en este caso).
Un nacionalista nos anima a ser la peor versión de nosotros mismos, y después nos dice que somos los mejores. Un nacionalista (…), como dijo Orwell, tiende a “no sentir el mínimo interés por lo que ocurre en el mundo real”. El nacionalismo es relativista, dado que la única verdad es el resentimiento que sentimos cuando contemplamos a los demás. Como decía el novelista Danilo Kis, el nacionalismo “no tiene unos valores universales, ni estéticos, ni éticos”[7].


[1] Esta reflexión se basa en una lectura personal del libro de Timothy Snyder (2017): Sobre la tiranía. Veinte lecciones que aprender del siglo XX.  Galaxia Gutenberg, Barcelona, p. 11.
[2] Timothy Snyder (2017): 12-13.
[3] Timothy Snyder (2017): 75.
[4] Víctor Klemperer (1947): LTI La lengua del III Reich. Apuntes de un filólogo. Minúscula (8ª Edición), Barcelona.
[5] Timothy Snyder (2017): 81.
[6] Timothy Snyder (2017): 121.
[7] Timothy Snyder (2017): 139.

miércoles, 23 de marzo de 2016

JUSTOS, SALVADORES Y PARTISANOS. TIMOTHY SNYDER: Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia.


Cuando hice la reseña  sobre este libro ya señalé, que para no alargarla en exceso, los tres últimos capítulos los dejaba para una segunda parte. Estos capítulos sintetizan las acciones y actitudes de enfrentamiento al nazismo y de auxilio a las víctimas. Me interesaba conocer quienes fueron capaces de separarse de la masa y, aun a costa de arriesgar la propia vida y la de sus familias o vecinos, ayudar a los perseguidos/as, especialmente a la población judía.

Decía H. Arendt en Eichmann en Jerusalén que tan solo los seres “excepcionales” podían reaccionar “normalmente”, es decir, desde criterios morales y que la abrumadora mayoría del pueblo alemán creía en Hitler (…). Contra esta ciclópea mayoría se alzaban unos cuantos individuos aislados que eran plenamente conscientes de la catástrofe nacional y moral a que su país se dirigía. Los pocos justos fueron muy pocos confirma Timothy Snyderm, en Alemania y en la Europa oriental.

LOS POCOS JUSTOS
Joseph Roth en 1939 señalaba que la indiferencia resulta brutal cuando se enfrenta a lo humano:
(…) los indiferentes siempre han contribuido a que el mal triunfe. Si el humanitarismo se percibe como excepcional, ello significa que la inhumanidad es lo acostumbrado. Lo natural se convierte sin más en sobrenatural. (…) Nada es tan brutal como la indiferencia frente a lo que ocurre en el terreno de lo humano
Amparados en esa indiferencia, la mayoría de los judíos casi siempre fueron rechazados en su huida y morían. Las pocas personas que los ayudaban  lo hicieron porque eran capaces de imaginar cuán distintas podían ser sus propias vidas. El riesgo al que se exponían quienes ayudaban a los judíos lo compensaban con la visión del amor, del matrimonio, de los hijos, de soportar la guerra hasta que llegase la paz. Incluso el deseo sexual y el matrimonio era una posibilidad. El amor por los niños/as, ser una ayuda en una granja, podían ser otras posibilidades.


En la mayor parte de los casos que se socorría a los judíos, no había por medio ninguna institución, ni siquiera una privada como la granja, la casa, una familia o una relación amorosa. ¿Qué ocurría cuando no había ninguna motivación humana, ni ningún vínculo entre el acto individual de rescate y el universo en que tenía lugar, ni ninguna perspectiva de que el judío pudiese complementar el futuro del resto? ¿Quién acudía en su auxilio? Casi nadie.

Snyder analiza los motivos de los pocos justos y concluye que podían estar relacionados con algún elemento presente en el primer encuentro. Los judíos podían sobrevivir si se abstraían de su propio sufrimiento y eran capaces de observar el encuentro desde la perspectiva del otro. Las motivaciones eran diversas: sentirse obligado a ayudar a quien lo necesitaba, rebeldes de nacimiento,  o la firmeza en construir un lugar en el planeta que fuera seguro para los perseguidos. Integridad desinteresada, sentido de la humanidad, hospitalidad, amabilidad, comportamiento “normal”, bondad… Snyder analiza todas las posibilidades y afirma lo difícil que resulta conocer dichas motivaciones porque, en general, los que ayudaron no lo explican y si lo hacen es con modestia. Solían ser personas, señala Snyder, que en tiempos de paz solían tomarse las normas éticas y sociales quizás demasiado al pie de la letra. Eran, además, personas que se conocían a sí mismas.

Con querer ayudar no bastaba debido a que las presiones existentes, el riesgo y la duración de la ayuda podían ser excepcionales.
Era un época en la que ser bueno significaba no solo evitar el mal, sino actuar con total convicción por el bien de un desconocido, en un planeta en el que el infierno, no el cielo, era la recompensa a la bondad (353).
Resultaría consolador creer que las personas que provocaron la muerte de los judíos se comportaban de forma irracional, pero, de hecho, lo que a menudo hacían era adscribirse a la racionalidad económica estándar. Los pocos justos se comportaban de un modo que la norma, basada en cálculos económicos de bienestar personal, concebiría como irracional.

LOS SALVADORES GRISES
Como ya sabemos, en los lugares donde el Holocausto tuvo lugar, los Estados habían sido aniquilados, las leyes abolidas y la previsibilidad de la vida diaria destrozada. En este panorama grotesco los judíos debieron asumir toda la responsabilidad de sus propias vidas; actuaron de forma extraordinaria en unas circunstancias que escapaban a su entendimiento. Tuvieron que luchar contra la inercia colectiva, abandonar a sus familias y seres queridos y enfrentarse a lo desconocido. (…) no había nada que pudiera servir de preparación para lo que se inició en 1941 (286).
Los salvadores grises fueron personas que proporcionaban “papeles” a los perseguidos/as. Para personas que habían quedado desprotegidas completamente por la aniquilación del Estado, disponer de documentos, aunque fueran falsos, podía suponer la vida. Parece paradójico pero Snyder constata la  existencia de mujeres judías del este que fueron a Alemania ocultando ser judías con documentos falsos y salvaron la vida. En este sentido los diplomáticos, por poder dar “papeles”, salvaron  a muchos judíos, un ejemplo fue el cónsul español de Burdeos, Eduardo Propper de Callejón.









Irena Sendlerowa tiene una calle dedicada en Varsovia por su ayuda a niños y niñas judías.

PARTISANOS DE DIOS Y DE LOS HOMBRES
Respecto a quienes ofrecieron resistencia, partisanos de los hombres, Snyder describe los dos grupos que opusieron resistencia a los alemanes tras las líneas del frente oriental: el Ejército Nacional polaco y los partisanos soviéticos. Ambos luchaban contra los alemanes y ambos aspiraban a controlar las mismas tierras del este tras la guerra, tierras que eran la patria universal de los judíos.
Estos partisanos de los hombres salvaron a algunos judíos o los incorporaron a sus filas si les convino, pero tendieron a negar el especial sufrimiento de los judíos. Stalin explico a sus aliados que trataría los territorios adquiridos al aliarse con Alemania como si siempre hubieran sido soviéticos. Las fuerzas soviéticas cuando entraron en esas tierras llevaban amnesia entre su munición: la anterior ocupación de 1939 debía olvidarse y considerarse su llegada en 1944 como liberación del fascismo. En cambio el Ejército polaco que nunca había combatido al lado de Alemania, fue considerado por los soviéticos como fascista y muchos de sus oficiales ejecutados.
La propaganda soviética y polaca negó el  sufrimiento de los judíos y retrató sus asesinatos como parte del martirio generalizado de la pacífica ciudadanía soviética o polaca. Todo ello buscaba justificar entre otras cosas la apropiación de propiedades judías. El gobierno de estilo soviético en Polonia, al igual que en los demás lugares, requería el monopolio de la virtud, así como el control del pasado.
Respecto a los partisanos de dios, la ayuda de las iglesias a los judíos fue nula entre las iglesias que habían disfrutado de una relación estrecha con el Estado antes de la guerra y/o eran mayoritarias. Los cristianos que se compadecieron de los judíos fueron excepciones dentro de la catástrofe moral de la cristiandad durante el Holocausto.

Un balance tan escueto de las ayudas recibidas por los judíos debería hacernos pensar sobre los intereses políticos que saltan por encima de lo puramente ético, la indiferencia ante lo humano, los comportamientos colectivos manipulados con destreza por el poder y tantas otras cuestiones que siguen en juego cuando se trata ayudar a las personas indefensas que sufren persecución. Naturalmente pienso en los miles de personas refugiadas que llegan a Europa desde Siria.

jueves, 3 de marzo de 2016

TIMOTHY SNYDER (2015): Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia.

Tras la lectura de Tierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin, obra que ha aparecido en este espacio en diversas ocasiones, no dudé en leer esta nueva publicación que complementa la anterior.

Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia, plantea una idea interesante desde el mismo título: la historia puede tener un papel importante para explicar aquello que ocurrió, avisando lo que puede volver a ocurrir. El punto de partida de la obra es entender el desafío hacia la política convencional que fueron las ideas de Hitler, haciendo viable un crimen sin precedentes. El nazismo construyó una cosmovisión que contenía el potencial para cambiar todo a través de su proyecto de mundo perfecto en el que sobraban los judíos y que podía canalizar las tensiones de la globalización. Analizar las ideas, del “mundo de Hitler”, explica cómo se pueden reproducir en “nuestro mundo”, según el autor.
Aun cuando el intento es loable, resulta arriesgado que un historiador entre en el terreno del análisis de la actualidad y prevea posibilidades de futuro. Pero al margen de las conclusiones finales, que sería el capítulo más discutible (y cuestionable), Tierra negra es una obra de gran calidad que explica aspectos determinantes del Holocausto.
La obra está dividida en doce densos capítulos en los que se analizan todos aquellos aspectos que definieron el mundo de Hitler y los objetivos que perseguía. Los tres últimos capítulos, de los que me ocuparé en otro momento, sintetizan las acciones y actitudes de enfrentamiento al nazismo (o al stalinismo, en menor medida) y de auxilio a las víctimas.
Tierra negra, desde mi punto de vista, aporta claves interpretativas que esclarecen aspectos fundamentales de lo ocurrido en Europa oriental, entre 1933 y 1945. Esas claves son las que trataré de sintetizar.



La concepción nazi del ser humano en relación a la naturaleza. El espacio vital.
Resulta imprescindible partir de las propias ideas de Hitler para comprender la lógica racional, que la tiene, de su pensamiento político.
Hitler rompió con las escuelas de pensamiento político que presentaban a los seres humanos diferenciándolos de la naturaleza por su capacidad de imaginar y crear nuevas formas de asociación. Para el nazismo, la estructura inmutable de la vida residía en la división de los animales en especies, condenados a un “aislamiento interno” y a una lucha constante hasta la muerte. Hitler estaba convencido de que las razas humanas eran como las especies y que el incesante conflicto de las razas no era un elemento más de la vida, sino su esencia. Por tanto, los humanos no eran en realidad más que un elemento de la naturaleza y esta consistía en una cruenta lucha. La ley de la selva era la única ley, las personas debían reprimir toda tendencia a la compasión y ser codiciosas.
Los judíos no eran una raza, sino una no-raza o contrarraza, ya que ellos obedecían a la extraña lógica de la “no naturaleza” porque se resistían a los imperativos básicos de la naturaleza e inventaban ideas generales que alejaban a las razas de la lucha natural, generando conceptos que permitían ver el mundo menos como una trampa ecológica y más como un orden humano.
Al equiparar la naturaleza con la política, el nazismo no solo abolía el pensamiento político, sino también el científico, puesto que ninguna raza, por avanzada que fuera, podía cambiar la estructura básica de la naturaleza mediante ninguna innovación.
Vinculado con esta concepción de la naturaleza, el espacio vital era un término que expresaba toda la amplitud de significado que el nazismo asignaba a la lucha natural, que iba desde la lucha racial permanente por la supervivencia física hasta la guerra sin fin por la percepción subjetiva de querer tener el nivel de vida más alto del mundo. Alemania necesitaba controlar territorio suficiente para producir alimentos sin coste para la industria. Esos territorios, eran imaginados como “espacios” que estaban de hecho “abiertos”, es decir, no ocupados por “nadie”, el racismo convertía las tierras pobladas en potenciales colonias. Aunque esas tierras estaban ocupadas por el grupo cultural más grande de Europa, los eslavos (ucranianos, rusos, bielorrusos y polacos), el problema quedó solventado al ser considerados como raza inferior. De esta manera el principal objetivo de Hitler se podía poner en marcha: enviar a los alemanes a una fatídica guerra de destrucción racial en el este.

La creación de la no estatalidad y  la guerra de destrucción racial en el este
Snyder, en una de sus principales claves interpretativas, considera que la destrucción del Estado, es decir, la no estatalidad permite poner en marcha su revolución al dejar desprotegidas a las personas, especialmente a las minorías que son las que más necesitan de la protección del Estado y del imperio de la ley. Su ideología le permitía prever la destrucción de Estados en nombre de la naturaleza y así posibilitar la guerra racial. La revolución nazi se basaba en no reconocer la ciudadanía y arrastrar a Alemania junto a Europa al desgobierno. A Hitler no le importaba el destino de su propio Estado porque creía en un mundo formado por razas más que por Estados y actuaba en consecuencia. La destrucción del Estado podía ser el final de la guerra o el principio. Cuando la guerra se volvió en su contra, la matanza de judíos bajo control alemán se aceleró. Para él las derrotas alemanas sacaban a la luz la mano oculta del enemigo judío mundial, cuya destrucción era necesaria para ganar la guerra y redimir a la humanidad; el exterminio de judíos era una victoria para la especie. 
Hitler no era un nacionalista alemán seguro de la victoria de su país que aspiraba a ampliar el Estado alemán, sino un anarquista zoológico que creía que debía restaurar el estado natural de las cosas (p. 277).
Esta revolución se anticipó, antes de la guerra, cuando las SS en Alemania crearon en los campos de concentración pequeñas zonas dentro del país donde el Estado carecía de jurisdicción, es decir, de no estatalidad. Himmler estableció el primer campo de concentración en 1933 en Dachau, en él el Partido Nazi (no el Estado alemán) podía castigar al pueblo (comunistas, socialistas, disidentes políticos, homosexuales, criminales y maleantes) de manera extralegal, al margen de la protección del Estado y aislados de la comunidad nacional alemana. La voluntad de Hitler podía, pues, separar a los órganos coercitivos de la ley y del Estado.
El precedente de los campos alemanes como espacios de la no estatalidad se confirmó en 1938 cuando el Estado austriaco dejó de existir y Hitler proclamó la Anschluss, los nazis comprobaron que la mejor manera de separar a los judíos de la protección del Estado era destruirlo. Ningún estado se interesó por la desaparición de Austria, pero los judíos vieron el inicio de un proceso generalizado de separación de los Estados europeos y empezaron a intuir que no tenían lugar donde ir. La destrucción de Austria supuso la llegada de judíos  a Polonia, que reaccionó también intentando quitar la nacionalidad a los judíos polacos que vivían en el extranjero arrebatándoles la ciudadanía y dejándoles en situación vulnerable.
Alemania buscó, a partir de noviembre de 1938, la alianza con Polonia tras había absorbido Austria (y su oro) y gran parte de Checoslovaquia (y sus armas), unos nueve millones de personas. Pero las autoridades polacas no querían guerra y dudaban de la buena voluntad de los alemanes, de esta manera, al no aceptar el pacto se convirtieron en una barrera para la guerra de destrucción racial en el este.  En esa situación se inscribe el pacto con la URSS a la que le interesaba ese pacto para rehacer Europa del Este (cosa que Londres y París no le ofrecían). El acuerdo firmado por Ribbentrop y Mólotov el 23 de agosto de 1939 era más que un pacto de no agresión, incluía un protocolo secreto que dividía Finlandia, las tres repúblicas bálticas y Polonia en dos esferas de influencia, la soviética y la alemana. Esta zona era además uno de los núcleos territoriales de la comunidad judía mundial que los judíos llevaban poblando medio milenio sin interrupción, este núcleo se convirtió en el lugar más peligroso para los judíos en toda su historia: 20 meses después, allí daría comienzo el Holocausto y en tres años la mayor parte de los millones de judíos que vivían allí estarían muertos. Stalin sabía que estaba entregando a Hitler dos millones de judíos y la ciudad judía más importante de Europa, Varsovia.
La invasión alemana de Polonia se llevó a cabo bajo la premisa de que Polonia no existía y no podía existir nunca, por tanto, no hubo ocupación porque nada existía (una postura parecida mantuvo la URSS). De esta manera pudo dar comienzo la verdadera revolución nazi. Hitler no reconocía la ciudadanía y arrastraba a Alemania junto a Europa al desgobierno. Alemania trataba Polonia como Europa había tratado a las colonias: como un pedazo de tierra poblada por seres descontrolados e indefinidos; eso suponía reprimir personas y destruir las instituciones que de hecho estaban presentes aunque negadas. Había que destruir a la elite polaca, la intelligentsia, y a través de los Eisatzgruppen, cuerpos especiales de policías  y miembros de las SS, organizados por Heydrich, impedir la creación de la resistencia polaca. El camino al Holocausto se iba allanando.


La doble ocupación y el mal mayor
Para Snyder, el plan de Hitler de erradicar al pueblo judío del planeta requería algo más que la guetización o la proclamación de un orden colonial. La hipótesis del autor considera que, para precipitar el Holocausto, hacía falta una doble destrucción del Estado que implicaba: primero la destrucción de los Estados nación de entreguerras mediante las técnicas soviéticas y luego la del recién creado aparato del Estado soviético por las técnicas nazis, aún en construcción. Fue en la zona de doble ocupación donde se perfiló la Solución Final.
La destrucción que realizó la URSS se llevó a cabo con los medios que ya habían usado durante el Gran Terror: la policía secreta (NKVD) y las deportaciones a los gulag. Así, el poder soviético asesinó en masa a oficiales y otros ciudadanos, la élite culta, para evitar la resistencia  (en Katyn, en abril de 1940, 21.892 personas fueron asesinadas, entre ellas había judíos). Sus familias fueron deportadas, explotadas y desnacionalizadas, se legalizó el robo a través de las nacionalizaciones, resultando los judíos los más afectados.
La destrucción de los Estados por parte de la URSS provocó que hubiera gente que deseara la llegada de los alemanes para restaurar dichos Estados, algo falso pero con lo que jugaron los nazis. Hitler solo estaba interesado en librar a sus colaboradores políticos de los judíos.
Los alemanes llevaron el anhelo de anarquía (entendida como no estatalidad) que sólo se puede trasladar al extranjero, aprendieron a explotar la experiencia de la ocupación soviética para alcanzar sus propias metas, aún más radicales, e inventaron la política del mal mayor. En la zona de doble obscuridad, donde confluyeron la creatividad nazi y la precisión soviética, se encontraba el agujero negro del holocausto.
En 1941, los miembros de los Einsatzgruppen, los policías y los soldados, todos ellos alemanes, colaboraron con grandes sectores de la población local, de múltiples nacionalidades, que habían experimentado el dominio soviético. Acusar exclusivamente de estos asesinatos a los Einsatzgruppen fue un mito surgido en los juicios en Alemania para proteger a la mayoría de los asesinos y aislar los crímenes de la sociedad alemana en sí. Ciudadanos soviéticos de todas las nacionalidades, incluido un número considerable de comunistas, participaron en el asesinato de judíos junto con los alemanes.
De la misma manera, explicar que la población local colaboró por ser antisemita es contribuir al mito de que los asesinatos de judíos en el frente oriental respondieron a la ira justificada de los pueblos oprimidos contra sus supuestos caciques judíos. Es cierto que estaba extendido el antisemitismo, pero ese hecho no explica el asesinato en masa y eso lleva a pensar que, igual que alemanes y judíos tenían objetivos políticos, también los tenían los pueblos locales. Si se cae en la trampa de la etnificación y la responsabilidad colectiva, se abole el pensamiento político y se revoca la voluntad individual, por tanto, se puede caer en la complicidad con nazis y propagandistas soviéticos. Esta masacre sin precedentes no habría sido posible sin un estilo especial de política. Por tanto, la matanza de judíos la planificaban los alemanes pero la ejecutaban con la colaboración de personas de todas las nacionalidades presentes en la zona.
Los alemanes necesitaban personas de otras nacionalidades para que su ideología se extendiera más allá de sus fronteras. Al definir el comunismo como corriente judía y a los judíos como comunistas, los invasores alemanes perdonaron de facto a la gran mayoría de los colaboradores con el poder soviético (cuando la colaboración había sido de prácticamente toda la ciudadanía). El mito judeobolchevique confirmaba la idea a la que los nazis debían aferrarse para que su invasión tuviera sentido: un único golpe a la URSS podía ser el principio del fin de la conspiración judía mundial y un único golpe a los judíos podía acabar con la URSS.
La política consiste en la coordinación de actores con experiencias, percepciones y objetivos distintos; sin embargo en este lugar y este tiempo concretos, en los que un régimen extremadamente duro daba paso a otro, en los que la colaboración con los soviéticos había sido generalizada, y en los que las instrucciones nazis para el asesinato racial no eran específicas, no existía una fuente de autoridad política que sirviera de guía. La política del mal mayor fue una creación colectiva en una época de caos.
Se trataba de que aquellos que habían colaborado con los soviéticos, se congraciaran con los alemanes matando judíos. Hubo más colaboración allí donde existía la cuestión nacional y, por tanto, motivaciones políticas (por ejemplo entre los ucranianos, lituanos y letones) que creían que la invasión alemana favorecería sus intereses políticos.
Los judíos eran sacrificados en nombre de la sagrada mentira de la inocencia colectiva del resto (p. 212).
El mito judeobolchevique separaba a los judíos del resto de ciudadanos soviéticos, y a la mayoría de soviéticos de su propio pasado. El asesinato de judíos y el traspaso de sus bienes eliminaban el sentimiento de responsabilidad por el pasado.

En resumen…
Una ideología basada en el conflicto racial como esencia de la vida, el derecho a un espacio para las razas superiores que exterminan, o ponen a su servicio, a las no razas o razas inferiores.

La no estatalidad como clave para poner en marcha la revolución nazi basaba en arrastrar a Alemania junto a Europa al desgobierno. Alemania, gracias a la no estatalidad, engendró nuevas formas de hacer política que se pudieron aplicar en las zonas de doble ocupación (soviética y nazi) de la Europa oriental, lo que Snyder denominó en su obra anterior las tierras de sangre.

La revolución nazi, que se concretó muy pronto en el exterminio de los judíos al fracasar el intento de ocupación rápida de la URSS, contó con la colaboración de grandes sectores de la población local de múltiples nacionalidades, incluido un número considerable de comunistas. Esta colaboración no se debió solo al miedo o a reacciones irracionales, sino fundamentalmente a algo tan racional como que tenían objetivos políticos propios, recuperar sus estados nacionales.

La doble ocupación, el paso de un régimen extremadamente duro a otro, provocó la inexistencia de una fuente de autoridad política que sirviera de guía y la política del mal mayor se impuso. Los judíos eran sacrificados para justificar la mentira de la inocencia colectiva del resto.