Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

lunes, 23 de marzo de 2020

LA DOMINACIÓN MASCULINA

La fuerza especial de la sociodicea masculina procede de que acumula dos operaciones:« legitima una relación de dominación inscribiéndola en una naturaleza biológica que es en sí misma una construcción social naturalizada» (p. 37).

Hacía tiempo que tenía este libro (1) en casa, de hecho es un libro por el que ha pasado el tiempo, veinte años desde su publicación en castellano es mucho, pero no ha perdido actualidad. Me parece un trabajo que aporta mucho al tan manido tema de la dominación masculina.

El tema es la dominación patriarcal y el libro arranca sentando sus hipótesis de trabajo, a saber, considera que la preeminencia universalmente reconocida a los hombres se afirma en la objetividad de las estructuras sociales y de las actividades productivas y reproductivas, y se basa en una división sexual de trabajo de producción y de reproducción biológico y social que confiere al hombre la mejor parte, así como en los esquemas inmanentes a todos los hábitos.


El autor intenta establecer la siguiente tesis: que las estructuras de dominación son «el producto de un trabajo continuado (histórico por tanto) de reproducción» (p. 50) al que contribuyen unos agentes singulares (entre ellos los hombres, con unas armas como la violencia física y la violencia simbólica) y unas instituciones: Familia, Iglesia, Escuela, Estado.

Los dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como naturales. Y desvelando las dificultades con que cuenta la rebelión contra los dominadores. 

Pierre Bourdieu considera muy relevantes las prácticas de la violencia simbólica que  son parte de estrategias construidas socialmente en el contexto de esquemas asimétricos de poder, caracterizados por la reproducción de los roles sociales, estatus, género, posición social, categorías cognitivas, representación evidente de poder y/o estructuras mentales, puestas en juego cada una o bien todas simultáneamente en su conjunto, como parte de una reproducción encubierta y sistemática. La violencia simbólica se caracteriza por ser una violencia invisible, soterrada, subyacente, implícita o subterránea, la cual esconde la matriz basal de las relaciones de fuerza que están bajo la relación en la cual se configura. Haciendo alusión a Michel Foucault, «el poder está en todas partes». Solo (ahí es nada) debemos «hacer visible lo invisible».

La violencia simbólica se instituye a través de la adhesión que el dominado se siente obligado a conceder al dominador cuando no dispone de otro instrumento de conocimiento que aquel que comparte con el dominador y que, al no ser más que la forma asimilada de la relación de dominación, hacen que esa relación parezca natural.

El efecto de la dominación simbólica (trátese de etnia, de sexo, de cultura, de lengua, etc.) se produce a través de los esquemas de percepción, de apreciación y de acción que constituyen los hábitos y que sustentan, antes que las decisiones de la conciencia y de los controles de la voluntad, una relación de conocimiento profundamente oscura para ella misma.

La fuerza simbólica es una forma de poder que se ejerce directamente sobre los cuerpos al margen de cualquier coacción física. La trenza simbólica encuentra sus condiciones  de realización, y su contrapartida económica, en el inmenso trabajo previo que es necesario para operar una transformación duradera de los cuerpos y producir las disposiciones permanentes que desencadena y despierta (p. 54).

Los dominados contribuyen, sabiéndolo o no, a su propia dominación al aceptar tácitamente  los límites impuestos, adoptando la forma de «emociones corporales –vergüenza, humillación timidez, ansiedad, culpabilidad- o de pasiones y de sentimientos –amor, admiración, respeto-» (p. 55).

Y algo sobre lo que las feministas anarquistas deberíamos reflexionar: es ilusorio creer que la violencia simbólica puede vencerse exclusivamente con las armas de la conciencia y de la voluntad, ya que los efectos y las condiciones de su eficacia están duraderamente inscritos en lo más íntimo de los cuerpos bajo forma de disposiciones.

La realidad es que el poder simbólico no puede ejercerse sin la contribución de los que lo soportan. Es en sí mismo el efecto de un poder, inscrito de manera duradera en el cuerpo de los dominados bajo la forma de esquemas de percepción y de inclinaciones (a admirar, a respetar, a amar, etc.) que hacen sensibles a algunas manifestaciones simbólicas del poder. El principio de visión dominante no es una simple representación mental, un fantasma, una «ideología», sino un sistema de estructuras establecidas inscritas en las cosas y en los cuerpos (pp. 56-57).

La dominación impone unas limitaciones de las posibilidades de pensamiento y de acción que la dominación impone a las oprimidas y de la invasión de su conciencia por el poder omnipresente de los hombres.

El feminismo, por tanto, no puede limitarse a una simple conversión de las conciencias y las voluntades ya que el fundamento de la violencia simbólica no reside en las conciencias engañadas que bastaría con iluminar, sino en unas inclinaciones modeladas por las estructuras de dominación que las producen. La transformación solo puede esperarse de una transformación radical de las condiciones sociales de producción de las inclinaciones que llevan a los dominados a adoptar el punto de vista de los dominadores.

Pierre Bourdieu entiende por inclinaciones o habitus el proceso a través del cual se desarrolla la reproducción cultural y la naturalización de determinados comportamientos y valores. Estas son inseparables de las estructuras o habitudines que las producen y reproducen (p. 59).

Lo típico de los dominadores es ser capaces de hacer que se reconozca como universal su manera de ser particular. Sin embargo, las normas con que se valora a las mujeres no tienen nada de universales.

El autor considera muy importante, le dedica un apartado entre las páginas 104-119, el trabajo histórico de deshistorización, es decir, la necesidad en los estudios históricos de dedicar una parte del trabajo a la historia de los agentes y de las instituciones que concurren permanentemente a asegurar esas permanencias de dominación masculina: Iglesia, Estado, Escuela, etc.

Remarca un cambio importante que se ha producido en el siglo XX y, añado se ha intensificado en el XXI, consiste en que la dominación masculina no se impone con la evidencia de la obviedad. Esto es debido al trabajo crítico del feminismo que ha conseguido romper el círculo del refuerzo generalizado.

Pese a estos cambios positivos, considera que no es tan fácil superar los dualismos (cuestiona por vanidosos los llamamientos que hacen los filósofos posmodernos a superarlos) porque están profundamente arraigados en las cosas (las estructuras) y en los cuerpos. No han nacido de un mero efecto de dominación verbal y no pueden ser abolidos por un acto de magia performativa; los sexos no son meros «roles» que pueden interpretarse a capricho.

Señala, por último, que algunas feministas actuales prefieren rehuir el análisis de la sumisión, por miedo a admitir que la participación de las mujeres en la relación de dominación equivalga a transferir de los hombres a las mujeres el peso de la responsabilidad. Rechaza con claridad la representación idealizada de los oprimidos y de los estigmatizados en nombre de la simpatía, de la solidaridad y de la indagación moral y de no señalar los propios efectos de la dominación. Es partidario de asumir los riesgos de parecer que se justifica el orden establecido desvelando las propiedades  por las cuales los dominados (mujeres, obreros, etc.) tal como la dominación los ha hecho, pueden contribuir a su propia dominación (p. 138).
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(1) Pierre Bourdieu (2000): La dominación masculina. Barcelona, Anagrama

viernes, 13 de marzo de 2020

Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras


El tema de este libro (1) es el feminismo decolonial. Lo componen siete artículos que abordan este tema desde diferentes perspectivas y el prólogo realizado por el colectivo Eskalera Karakola de Madrid.


El hecho de que sean autoras diferentes provoca que el libro sea desigual y que haya artículos que me han interesado más que otros. Me detendré en los dos que más me han interesado:

*bell hooks (1984), “Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista”.

Su punto de partida es que las mujeres blancas han convertido en universal su perspectiva de la realidad (convirtieron sus intereses en el foco principal del movimiento feminista). No han tenido en cuenta si esta se adecuaba a las experiencias vitales de las mujeres como colectivo, de esta manera apartaron la atención del clasismo, el racismo y el sexismo. No son conscientes, además, de sus prejuicios de raza y de clase.

Las identidades de raza y clase crean diferencias en la calidad, en el estilo de vida y en el estatus social que están por encima de las experiencias comunes que las mujeres comparten.

Las mujeres que se sienten excluidas del discurso y la práctica feminista pueden hacerse un lugar solo si primero crean, a través de la crítica, una conciencia de los factores que las alienan. Interesante la afirmación de que mujeres como ella no han adquirido su conciencia feminista por los análisis feministas dominantes sino por su experiencia vivida, por eso no usan el término «feminista». Cuando han expresado este camino particular y diferente han sido tratadas con condescendencia, solo se las podía oír si sus afirmaciones eran un eco de los sentimientos del discurso dominante.

Las mujeres negras tienen un punto especial de ventaja que les otorga la marginalidad ya que ellas no tienen un «otro» institucionalizado al que puedan discriminar, explotar u oprimir. Así, tienen una experiencia vivida que reta directamente la estructura social de la clase dominante racista, clasista y sexista.

*Avtar Brah (1992), “Diferencia, diversidad, diferenciación”.

Las relaciones patriarcales se articulan con otras formas de relación social en un determinado contexto histórico. Las estructuras de clase, racismo, género y sexualidad no pueden tratarse como «variables independientes» porque la opresión de cada una está inscrita en las otras –es constituida por y es constitutiva de las otras-.

Me ha parecido muy interesante su conceptualización de la diferencia: diferencia como experiencia, diferencia como relación social, diferencia como subjetividad, y diferencia como identidad.

El resto de artículos que forman parte de este libro son los siguientes:

*Kum-Kum Bhavnani y Margaret Colson (1986), “Transformar el feminismo socialista. El reto del racismo”.

*Aurora Levins Morales (2001), “Intelectual orgánica certificada”.

*Gloria Anzaldúa (1987), “Los movimientos de rebeldía y las culturas que traicionan”.

*Chela Sandoval (1995), “Nuevas ciencias. Feminismo Cyborg y metodología de los oprimidos”.

*M. Jacqui Alexander y Chandra Talpade Mohanty (1997), « Genealogías, legados, movimientos”.

La síntesis de todas estas aportaciones se fundamente en el cuestionamiento del género que iguala a todas las mujeres y su planteamiento de que hay múltiples opresiones y diferencias sobre las que es necesario reflexionar. Y todo ellos en la idea de mantener un diálogo continuo que no renuncie a las diferencias, ni jerarquice, o fije a priori, posiciones unitarias y excluyentes de víctimas y opresores.

Es necesario incorporar las diferencias de origen, raza, clase y género y poner en dialogo a mujeres con constituciones múltiples y complejas. Cuestionar, de esta manera, algunos análisis supuestamente universales que hoy se revelan en su parcialidad.

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(1) VVAA (2004): Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras. Madrid, Traficantes de sueños.

martes, 3 de marzo de 2020

ENZO TRAVERSO Y LOS INTELECTUALES


El título, ¿Qué fue de los intelectuales?(1)es muy explícito, estamos ante un libro en el que, a modo de entrevista, Enzo Traverso reflexiona sobre la intelectualidad, su papel en la sociedad, en especial en el espacio político. Se articula alrededor de tres capítulos: Del nacimiento de los intelectuales a su declive, El ascenso del neoconservadurismo y, por último, ¿Cuáles son las alternativas para el futuro?


En el primer capítulo se hace el repaso de la evolución de la intelectualidad desde el caso Dreyfus con su defensa de los derechos humanos, punto en el que Traverso sitúa su nacimiento, hasta la época actual que arranca de la caída del Muro de Berlín en que se inicia su declive.

Es la caída del llamado «socialismo real», simbolizado por el Muro de Berlín, la que marca el dominio de la comunicación en la política y la hegemonía del capitalismo cuyos efectos provocan el eclipse del papel de la intelectualidad. Es la época en la que se extiende el neoconservadurismo, las utopías se derrumban y con ellas las ideologías.

En el tercer capítulo se percibe como triunfan los «especialistas» que se vinculan al poder como «expertos» desconectados de la sociedad y de los movimientos sociales. En esta situación la intelectualidad es irrelevante y su futuro no parece bueno.

Me ha resultado interesante el cambio de paradigma que dibuja respecto a los partidos políticos que desde la década de 1980 ya no necesitan militantes ni intelectuales, sino gerentes de comunicación. Los partidos se han vuelto postideológicos: ya no tienen una línea rectora, tampoco una clara identidad social. Todos sufrieron escisiones, metamorfosis, incluso se disolvieron. Se convirtieron en partidos catch-all («atrápalo todo» o «partidos de todo el mundo». No precisan de un diario, se expresan a través de los medios y orientan su línea según las fluctuaciones de una opinión medida por sondeos, así como bajo la presión de cierta cantidad de lobbies. Estos partidos ya no precisan de intelectuales puesto que ya no defienden ideas ni proyectos, lo que necesitan es publicistas que vendan la marca del producto (pp. 58-59).

En 1989 concluye un ciclo histórico y señala el triunfo del capitalismo que es un sistema sin alternativa. La hegemonía neoliberal nació de la derrota histórica del comunismo (pp. 59-60). El antiguo intelectual comprometido ha derivado en un nuevo intelectual, cuya postura política derivaría de su humanismo (p. 71).

La política de la identidad surgió de las luchas de los grupos dominados y subalternos que se sumaron a una crisis mayor de la identidad estadounidense tradicional. Más tarde, con la crisis del marxismo y el final del socialismo real, la noción de identidad comenzó a reemplazar a la de clase en las ciencias humanas y sociales (p. 94).

Son reflexiones que te conducen a otras y que te hacen comprender mejor nuestro mundo.


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(1)Enzo Traverso (2014): ¿Qué fue de los intelectuales? Buenos Aires, Siglo Veintiuno.