Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

martes, 23 de febrero de 2021

LA NECROPOLÍTICA Y ACHILLE MBEMBE

 



La primera vez que escuche esta palabra fue a una amiga, yo hablaba de la política del capitalismo suicida que plantea la novedosa idea de que a ciertos sectores de la población se los considera desechables y ella mencionó este concepto de «necropolítica». Es característica del capitalismo actual la cosificación del ser humano, el cuerpo se convierte en mercancía, susceptible de ser desechada.

La racionalidad del mercado es la que está decidiendo a quién es necesario proteger y a quién no, cuáles son las vidas que se van a apoyar, quienes van a encontrar sostén para su salud. Hay políticas que buscan explícitamente la muerte de ciertas poblaciones y otras que crean las condiciones de negligencia sistemática que provocan la muerte de tantas personas.

Foucault habla del biopoder: término para referirse a un régimen inédito que toma como nuevo objetivo y vehículo de acción el bienestar de la población y la sumisión corporal y sanitaria de sus ciudadanos/as. Sería el antecedente de la necropolítica de Achille Mbembe. O como dice Elisabeth Falomir Archambault en la Introducción  del libro Necropolítica[1], este concepto es el envés de la noción foucaltiana de biopoder y una concepción radical y transgresora de la relación entre Estado y ciudadanía.

La necropolítica es una suerte de contrabiopoder ligado al concepto de necrocapitalismo, capitalismo que organiza sus formas de acumulación de capital como un fin absoluto que prevalece por encima de cualquier otra lógica o metanarrativa. Por tanto, la necropolítica se refiere al uso del poder social y político para dictar cómo algunas personas pueden vivir y como algunas deben morir. La soberanía es el poder de dar vida o muerte, en definitiva, plantea el derecho a exponer a otras personas a la muerte.

¿Cómo se ha llegado a la necropolítica? La respuesta es que es uno de los numerosos imaginarios de la soberanía propios de la modernidad. La percepción de la existencia del «Otro» como un atentado a mi propia vida, como una amenaza mortal o un peligro absoluto cuya eliminación biofísica reforzaría mi potencial de vida y de seguridad. La segregación de las personas que deben morir supone el control en el campo biológico dividiendo a la especie humana en diferentes grupos y subgrupos y estableciendo una ruptura biológica entre unos y otros.

Esta visión y este poder es profundamente racista y está inscrita en la forma en que funcionan todos los Estados modernos. El Estado nazi abrió la vía a la consolidación del derecho a matar, que culminó con la «solución final», combinando las características de un Estado racista, mortífero y suicida. Las premisas materialesdel exterminio nazi pueden localizarse en el imperialismo colonial y en los mecanismos técnicos de ejecución de las personas desarrollados entre laRevolución Industrial y la Iª Guerra Mundial.

La relación entre la modernidad y el terror provienen de fuentes múltiples que Achille Mbembe repasa en este ensayo como el mundo colonial y la esclavitud, las prácticas políticas del Antiguo Régimen o la Revolución francesa.

[En el libro hay otro interesante ensayo titulado: «Sobre el gobierno privado» indirecto centrado especialmente en África].

 

 



[1] Achille Mbembe (2011): Necropolítica. España, Melusina.

sábado, 13 de febrero de 2021

CUERPO POLÍTICO NEGRO

 


La RAE define al cuerpo como un conjunto de partes que forman un ser vivo, se puede agregar a este concepto inicial, el lenguaje simbólico significado por la cultura, estableciéndolo entonces, como una categoría política. Por ello, el cuerpo lo podemos considerar como lugar de lo político.

El cuerpo político marca una diferencia con el cuerpo «natural» que sería el objeto del discurso médico. Al margen de si existe esta diferencia entre cuerpo natural y cuerpo político, importa hacer hablar el cuerpo y configurar su lenguaje desde su poder intrínseco, inherente, inalienable, para generar colectivamente configuraciones culturales hacia lo comunitario.

Hemos empezado por el título del libro[1] porque en su brevedad me llamó mucho la atención cuando me lo enseñaron, confieso que pensé que se refería a cuerpos de mujeres y no es así aunque ellas están presentes en este libro.

El libro está compuesto por diecisiete textos de autores y autoras (hay unas líneas biográficas de cada una de estas personas) de diferentes épocas, edades, géneros y, supongo, situaciones sociales. Los textos tienen contenidos diferentes, algunos de ellos sorprendentes, como el dedicado a las «Políticas del pelo negro» o la diferencia entre la población negra procedente de la esclavitud y la que procede de la inmigración reciente en el texto de «La construcción de Afroamérica».

En todo caso, aunque los temas son muy diferentes, todos los textos giran en torno al cuerpo político negro, en definitiva, al racismo en Estados Unidos. Ese racismo hacia el cuerpo negro va aflorando, va hablando, va sintiendo, a lo largo de todos y cada uno de los textos. Su lectura nos va conduciendo a una triste conclusión: la población negra nunca ha sido aceptada en Estados Unidos en pie de igualdad con la población blanca. Siempre ha sido maltratada utilizando los métodos más zafios y groseros o los métodos más refinados y sutiles, pero siempre considerándola como un problema en su propio país.

Me he acercado a aspectos del racismo en los que nunca había pensado porque el racismo es muy simple y muy complejo a la vez y tiene muchos recovecos que los estudios de este libro van desvelando poco a poco. Romper con la invisibilidad del racismo es importante y, en ese sentido, este libro habla del lenguaje político del cuerpo negro y enuncia tanto como ha sufrido, y sufre, en Estados Unidos. Nos ayuda a pensar y vivir el cuerpo de otras formas que sean críticas con los modelos hegemónicos, y nos acerca a todo lo que un cuerpo puede ser y lo que nos gustaría que fuese, desde una perspectiva transformadora.



[1]Mireia Sentís (compiladora) (2017): Cuerpo político negro. Madrid, ediciones del oriente y el mediterráneo/BAAM

 

miércoles, 3 de febrero de 2021

PARADIGMA DE GOBIERNO O PARADIGMA DEL HABITAR

 

El Consejo Nocturno (CN) [1] no es un autor o autora, ni un colectivo u organización. Su existencia, como dicen en la Introducción, está en la órbita del Partido Imaginario o del Comité Invisible y es solo «de ocasión»: sus miembros se limitan a reunirse en momentos de intervención y, en este caso, se sitúan en México.

Este libro habla de los territorios, de cómo defenderlos, de cómo vivir autónomamente en ellos, fuera y en contra del poder. Optan por luchas heteróclitas, es decir, que no se ajustan a las normas.


La Metrópoli

El centro de la reflexión se ubica en la Metrópoli, espacio del capital por antonomasia en el siglo XXI. Como tal espacio, la Metrópoli impulsa el culto al crecimiento. Los nuevos «Jinetes del Apocalipsis» suman muchos más de cuatro: cambios climáticos, agotamiento genético, contaminación, colapso de las diversas protecciones inmunitarias, aumento del nivel del mar y cada año millones de refugiados que huyen.

La Metrópoli es la organización misma de los espacios y de los tiempos que persigue directa e indirectamente, racional e irracionalmente, el capital; organización en función del máximo rendimiento y de la máxima eficiencia posibles en cada momento.

Bajo la Metrópoli, los humanos experimentan constantemente una destrucción de todo habitar. Lo que ofertan los poderes metropolitanos es hacer intercambiables, como el resto de las cosas en el sistema mercantil de equivalencia, todos los lugares que podían guardar algún principio de habitabilidad. Lo que predomina bajo la Metrópoli es una condición generalizada de extranjería.

El individuo metropolitano no sabe hacer nada, provoca la imposibilidad, por tanto, del habitar y de toda praxis autónoma, en definitiva, del estar en el mundo[2]. En un orden que no reconoce afuera alguno, el enemigo solo puede ser interno, lo cual exige un control generalizado y sin precedentes de todos aquellos lugares del continuum metropolitano que representan potencialmente una desestabilización, una falla, un ingobernable, es decir, todos los lugares.

Habitar

Si las críticas se centran solo en el aspecto económico del dominio capitalista, apenas se pueden percibir la proliferación de mecanismos de reestructuración del capital en múltiples dimensiones (la vida cotidiana, el sexo, el cuidado, la amistad, el agua, el transporte, etc.). La Metrópoli, esta especie de Imperio que se quiere incontestable, pretende anular toda perturbación, toda desviación, toda negatividad que interrumpa el avance infinito de la economía. Pero el CN sostiene que «existe una constelación de mundos autónomos erigidos combativamente y en cuyo interior se afirma siempre, de mil maneras diferentes, una férrea indisponibilidad  hacia cualquier gobierno de los hombres y las cosas (…)»[3].

Por tanto, la alternativa tiene que basarse en la ruptura con cualquier avatar del paradigma de gobierno en favor del paradigma del habitar[4]. La política que viene está completamente volcada al principio de las formas-de-vida y su cuidado autónomo antes que a cualquier reivindicación de «abstracciones jurídicas» (los derechos humanos) o económicas (la fuerza de trabajo, la producción).

El paradigma de gobierno hace de nosotros  unos lisiados y nos separa de nuestra propia potencia. «Se trata por tanto de procurarse una presencia integra a partir de la cual podamos organizarnos para tomar de nuevo en nuestras manos cada uno de los detalles de nuestra existencia, por ínfimos que sean, porque lo ínfimo es también dominio del poder»[5]. Esto pasa por la fractura de las individualidades, pasa por el encuentro con los aliados y la conformación de un nuevo pueblo donde los afectos y los saberes  autónomos expulsen de entre nosotros a todo «experto» en gobierno y biopolítica.

«Una potencia (…) es índice de sí misma, permanece siempre autónoma con respecto a cualquier forma de poder, no lo tiene como una norma para ser. (…). (…) se trata siempre de componer un tipo de actuar político que permanezca autónomo y heterogéneo luchando cuerpo a cuerpo con la ley sin jamás cederle terreno, al mismo tiempo que persevera en la búsqueda de una salida fuera de sus arquitecturas categoriales»[6].

Habitar es devenir ingobernable, es fuerza de vinculación y tejimiento de relaciones autónomas[7]. Es necesario construir comunidad que tiene como norte la creación de poder popular. Con una doble vertiente: que sean iniciativas por fuera del mercado y del Estado; y que las gestionen los mismos miembros del movimiento de forma colectiva.

Devenir autónomos es entrar en contacto con todas las escalas y detalles de nuestras existencias. Habitar es un entrelazamiento de vínculos. Es pertenecer  a los lugares en la misma medida en que ellos nos pertenecen. Es estar anclados. Habitar antes que gobernar entraña una ruptura con toda lógica productivista.

Las zonas de autonomía son «agujeros negros ilegibles para el poder, una constelación de mundos sustraídos a las relaciones mercantiles (…)»[8]. Autonomía absoluta supone que no se entablan relaciones con el Gobierno. Cambiar el mundo sin tomar el poder, sí, pero constituyendo una potencia.

 


[1] Consejo Nocturno (2018): Un habitar más fuerte que la metrópoli. Logroño, Pepitas de Calabaza, pp. 46-48.

[2] Consejo Nocturno, p. 54.

 [3]Consejo Nocturno, p. 9.

[4]Consejo Nocturno, p. 10

[5] Consejo Nocturno, p. 81.

[6] Consejo Nocturno, p. 74.

[7] Consejo Nocturno, p. 88.

[8] Consejo Nocturno, p. 119.