Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

lunes, 23 de enero de 2023

PELÍCULAS Y RECUERDOS

ANKA ZHURAVLEVA  

Mi entorno ha sido siempre urbano y mi mentalidad y forma de vida también lo es, siempre ha habido algo en los ambientes rurales que me ha resultado asfixiante y que me ha generado alarma y desconfianza. Los espacios pequeños, con poca población y cuyos habitantes se conocen todos, nunca me han resultado atrayentes.

Esta pequeña reflexión tiene su origen en la película «As Bestas» que he visto estos días de enero en el cine, pero está presente también la película «Alcarrás» que vi en casa, pero no pude acabar.

Pero hay algo más, recordé un suceso que ha podido influir en esas sensaciones que he descrito y que afloraron al ver «Alcarrás», un pueblo de casi diez mil habitantes de la provincia de Lérida que poco tiene que ver con la diminuta aldea gallega que aparece en «As Bestas» aunque ambos encajan en esa denominación de zona rural. Curiosamente en ambos casos es la propuesta de instalar energía alternativa con un hipotético beneficio económico (placas solares en Alcarrás y molinos eólicos en la aldea gallega) la que desencadena problemas entre las familias y entre el vecindario.

Mientras estaba viendo «Alcarrás», una sensación desagradable fue creciendo más y más: ese pueblo, su vecindario, sus formas de vida aparentemente armoniosas me recordaba otro pueblo muy cercano, Almacellas. Un suceso personal, cual magdalena de Proust en forma cinematográfica, me obligó  a dejar de ver la película.

Cuando tenía 18 años fui a ese pueblo a recoger fruta para ganar un dinero y afrontar el curso siguiente. La idea parecía buena porque tenía una amiga que era de ese pueblo y podía estar en su casa con lo que podía evitar gastos y además estar con ella. Los buenos planes se convirtieron en malos porque en una casa que consideraba segura sufrí un intento de violación muy serio y del que escapé por los pelos.

Pocas personas conocen ese suceso y jamás pensé que escribiría sobre él. Dejé la película a medias con muy mal sabor de boca y muy agobiada y, de nuevo, arrinconé ese recuerdo en el «cajón» de la memoria. Sin embargo, la película «As Bestas», que he visto hace unos días, me volvió a situar en el entorno rural y la historia relatada se acercaba más y más a mi mal recuerdo. Las sensaciones de asfixia y desconfianza que, ahora hice consciente, tenían más que ver con mi experiencia personal que con el entorno rural, aunque es probable que nunca los pueda deslindar.

La revelación personal que ambas películas me han despertado ha permitido hacerme entender que algo aparentemente olvidado no se ha disuelto, sigue en mi memoria. Las mujeres no solemos hablar de las agresiones que hemos sufrido, las guardamos como si no hubieran sucedido, pero están ahí, ya que un recuerdo se hace, se deshace y, a veces como en este caso, se rehace.

Ambas películas están recibiendo buenas críticas y premios, pero como habréis descubierto este texto no pretende hacer una reseña o crítica cinematográfica. Esta reflexión, ahora entiendo que tardía, me interpela como mujer, me confirma cómo silenciamos las agresiones y los abusos. ¿Qué hace que las callemos, las ocultemos, las olvidemos? Estaría bien intentar buscar respuestas y compartirlas colectivamente como ya hacen algunas mujeres dentro de los feminismos o en grupos de afinidad o amistad.

 Laura Vicente

viernes, 13 de enero de 2023

PERSPECTIVAS SOBRE LOS ANARQUISMOS II

 



Tomando como pretexto el libro de Tomás IbáñezAnarquismos en perspectiva. Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente, el autor nos convocó para establecer un diálogo en torno a tres cuestiones de carácter bastante general sobre las cuales intervendríamos unos cinco minutos.

La segunda pregunta fue: 

2ª Nuestra visión del futuro inmediato de los anarquismos, por dónde  pueden ir las cosas en los próximos años

Creo que el futuro plantea unos retos considerables a cualquier opción transformadora y que los anarquismos actuales no están a al altura de esos retos si no se producen cambios radicales y solucionan los problemas, desajustes e insuficiencias señalados en la anterior pregunta.

Comparto con George Woodcook, en su libro El anarquismo, que los anarquismos no dependen de ninguna organización estable y me gustaría creer en su magnífica metáfora de que los anarquismos pueden florecer cuando las circunstancias le sean favorables, para volver, como planta del desierto, a adormecerse durante temporadas  e incluso años, esperando las lluvias que les hagan retoñar.

¿Cuáles son las circunstancias previsibles de cara al futuro?

De hecho, estas circunstancias ya existen en la actualidad y sintetizo en los siguientes aspectos:

1º Un capitalismo caótico y suicida en busca de beneficios inmediatos y que ha colonizado el mundo.

2º Una sociedad conformista e individualista que opone poca resistencia a la dominación y a los ensayos de control social (un buen ejemplo ha sido la pandemia de covid).

3º Sin ser colapsista, el cambio climático que parece irreversible con las consecuencias que conlleva de extensión de la pobreza en el mundo.

4º Auge de la extrema derecha y los nacionalismos.

¿Los anarquismos pueden florecer en estas circunstancias?



martes, 3 de enero de 2023

LA GUERRA DE UCRANIA Y LA IDEOLOGÍA DE IZQUIERDAS

  



Me ha costado mucho decidirme a escribir sobre el tema de la guerra en Ucrania y la actitud de la izquierda, incluidos sectores libertarios, hacia este conflicto bélico (no caeré en el justificante ideológico de decir «guerras» cuando quiero decir guerra en Ucrania). Asumo el riesgo que conlleva esta reflexión a contracorriente, busco el debate y el intercambio de pareceres.

No voy a adentrarme en un análisis geoestratégico, ni en cifras sobre armamento de los contendientes y sus respectivos apoyos, ni voy a recordar lo que acordó Rusia con Ucrania en 1990 sobre las armas nucleares en territorio ucraniano, mucho menos si Ucrania tiene identidad para constituirse como Estado-nación o es  solo la periferia de Rusia siendo la cuna de este Estado desde la Edad Media en el contexto del Kievan Rus (Estado eslavo oriental).

Mi interés no es analizar el conflicto desde esta perspectiva, entre otras cuestiones porque no conozco el tema lo suficiente para adentrarme con solvencia en sus intrincadas conexiones con las grandes potencias de principios del siglo XXI. Mi reflexión va por otros caminos puesto que me interesa entender porque la izquierda no se ha movilizado contra la invasión y guerra de Ucrania como si lo hizo, por ejemplo, contra la invasión y guerra de Irak en 2003.

En aquellas movilizaciones contra la guerra de Irak, en las que participé activamente, se nombraba la guerra en singular y, por supuesto, había otras guerras en el mundo en aquel momento. En aquella ocasión teníamos claro quién era el agresor (Estados Unidos y sus aliados entre los que se encontraba España) y quién el agredido (Irak). En las manifestaciones, además, se coreaban gritos de asesinos al «trio de las Azores» (Blair, Bush y Aznar). De hecho, la respuesta fue tan ágil que ya existían plataformas en contra de «la guerra» antes de producirse la invasión, las cuales convocaron una manifestación en todas las grandes ciudades para la tarde del día en que comenzara la invasión, sea cual fuere. Por último, se estima que en España se manifestaron entre ocho y once millones de personas.

La actitud de la izquierda ante la guerra de Ucrania ha sido muy diferente (también es cierto que en 2003 gobernaba el PP, mientras que en 2022 gobierna la coalición PSOE/UP). Parece que Ucrania no es un país defendible porque, por poner un ejemplo, hay nazis (algo que sorprendentemente se asume de la propaganda rusa para justificar la agresión a Ucrania, olvidando qué fuerzas políticas europeas y de algunos países americanos reciben y dan su apoyo a Putin). Incluso, no queda claro que sea un país agredido porque la guerra es entre dos bloques y los perdedores se darán en los dos países que se enfrentan (como si Ucrania no estuviera enfrentada a la segunda potencia militar del mundo). No he visto manifestaciones gritando asesino a Putin, aunque en realidad es que no ha habido manifestaciones, ni plataformas contra la guerra de Ucrania, así que las protestas no han movilizado sino a unos miles de personas, mayoritariamente ucranianas y sobre todo en los primeros días de la guerra.

La ideología, entendida como doctrina que pretende que la explicación de todo es una fórmula única, desarraiga de la realidad y entorpece la labor de «escucha» de esta, algo que debería ser obligado entre libertarios/as. Sin embargo, está primando la «no-escucha» de la realidad y se están trazando las pautas de cómo se quiere que sea, y cómo se quiere ordenar para hacerla cuadrar con el proyecto ideológico. Una pirueta que se sostiene solo desde la coherencia interna del discurso pero que no soporta el testimonio de quienes lo están viviendo. En definitiva, la izquierda (incluida una parte de la libertaria) parte de la ideología para construir los hechos y no que sean las ideas las que broten de los hechos.

¿Cómo podemos obviar algunas realidades patentes? La segunda potencia mundial en armamento, Rusia, fue quien decidió en febrero de 2022 agredir e invadir a Ucrania, un país muy inferior desde el punto de vista militar. Rusia justifica la invasión porque dice combatir el fascismo tocando la fibra emocional de la población exsoviética que fue educada en el recuerdo de la «Gran Guerra Patria». Tras unos meses en los que Ucrania, con la ayuda de países europeos y de la OTAN, ha impedido una victoria rápida de Rusia, esta se está centrando en destruir las infraestructuras energéticas de Ucrania con el único objetivo de socavar la resistencia de la población civil ucraniana ante el largo invierno que ya ha empezado.

Convendría centrarse en quienes son las víctimas principales de esta guerra: éxodo de población desde el inicio de la guerra, la totalidad de las muertes (igualmente de personas heridas y desaparecidas) de civiles, la destrucción de viviendas y de lugares de trabajo, la falta de alimentos y de electricidad para afrontar el frío, la amenaza permanente de bombardeos sobre ciudades sin ningún interés militar y tantos otros efectos de la guerra provocada por Rusia, sobre población civil.  Nada de esto sucede en Rusia.

Resulta sorprendente el impulso de una bienintencionada izquierda por aplastar toda sensibilidad, por vaciar el corazón ante el sufrimiento de la población civil ucraniana escudándose en la ideología. Sin embargo, «el corazón es la sede de la participación en el mundo, de la disposición a ser afectado por él y afectarlo a su vez»[1]. Recuperemos la capacidad de acción o de «afectar» y «ser afectada» a partir de la facultad de percibir a la otra persona y de entrar en relaciones comunes con los otros seres humanos, algo que desde mi parecer forma parte de la idiosincrasia anarquista y libertaria.

A partir de esa labor de «escucha» y arraigo a la realidad con la sensibilidad hacia las víctimas y las personas vulnerables, podremos además hablar de geoestrategia, de bloques, de posibilidades de encarar las guerras desde el antimilitarismo y el antimperialismo, etc., cuestiones, por otro lado, que no dependen de la coyuntura de una guerra y que son luchas permanentes.



[1] Manifiesto conspiracionista. Logroño: Pepitas de Calabaza, 2022, p. 19.