Esto no es una reseña, como digo en el título son impresiones, también podría decir emociones, que me ha suscitado la lectura del libro: El arte de no ser gobernados. Una historia anarquista de las tierras altas del sudeste asiático[1]. He leído a James C. Scott, politólogo y antropólogo, desde hace años, Elogio del anarquismo me llevó a Los dominados y el arte de la resistencia y he tenido que esperar mucho para poder leer El arte de no ser gobernados.
Scott es un experto en saber leer
detrás de la historia oficial, en cambiar la mirada sobre el pasado, en
comprender que los dominados no siempre usan la táctica del enfrentamiento
contra los dominantes, que existen artes de «disfraz político» muy útiles para
enfrentar la dominación. Tiene una mirada tan fina como para comprender que los
actores de la vida social y política no reducen sus intervenciones al escenario
público. Existen procedimientos de encubrimiento lingüístico, códigos ocultos,
anonimato, que puede aprovecharse para la resistencia.
Por
ejemplo, sobre el anonimato dice Scott en Los dominados: «La
espontaneidad, el anonimato y la falta de organización formal se convierten (…)
en modos efectivos de protesta en lugar de ser mero reflejo del escaso talento
político de las clases populares». La acción de las multitudes se ha
interpretado como resultado de la relativa incapacidad de las clases bajas para
mantener un movimiento político coherente de cualquier tipo. Se espera que, con
el tiempo, esas «primitivas formas de comportamiento de clase» sean
reemplazadas por movimientos más permanentes y más ambiciosos, con un liderazgo
que tenga como objetivo cambios políticos fundamentales. Sin embargo, el hecho
de que las multitudes escojan actuar de manera fugaz y directa no será de
ninguna manera un defecto o incapacidad para practicar modos más avanzados de
acción política. Según el autor esa manera de actuar responde a la sabiduría
táctica que el pueblo ha desarrollado como respuesta realista ante las
limitaciones políticas que se le imponen. Tal vez no necesiten organización
formal sino coordinarse con eficacia y una activa tradición popular[2].
Pero
bueno, yo no venía a hablar de estos libros sino de El arte de no ser gobernados. El autor presenta un espacio, al que
denomina Zomia, y que está formado por territorios que están por encima de los
300 metros de altitud, que abarcan desde la meseta central de Vietnam hasta el
noroeste de la India, atravesando a su paso cinco naciones del Sudeste Asiático
(Vietnam, Camboya, Laos, Tailandia y Birmania) y cuatro provincias de China
(Yunnan, Guizhou, Guangxi y partes de Sichuan). Una extensión de 2,5 millones
de kilómetros cuadrados que contiene cerca de cien millones de personas.
La tesis de Scott en este libro es sencilla,
sugerente y controvertida como él mismo señala en el Prefacio: Zomia es la
mayor de las regiones en las que aún perduran pueblos que todavía no han sido
totalmente incorporados a los Estados nación (aunque considera que tienen sus
días contados).
¿Por qué la historia de Zomia es una
historia anarquista? Porque estos pueblos se han mantenido sin Estado de forma
deliberada, son pueblos fugitivos, huidos, que, a lo largo de milenios, han
escapado de los Estados de los valles refugiándose, en general, en las colinas.
Scott demuestra, a lo largo de
quinientas páginas, que estos pueblos no eran atrasados, primitivos, «bárbaros»
o poco evolucionados, sino que consciente y deliberadamente se fugaron de los
valles en los que los Estados ejercían la dominación y el poder, adoptando
modelos de cultivo, siembra, patrones de movilidad, etc. para huir de la
explotación, los impuestos y la incorporación al ejército.
La huida del Estado es parte de la historia,
pero se ha ignorado sistemáticamente y no ha tenido un lugar legítimo en la
narrativa hegemónica de la civilización pese a su importancia histórica.
Emociona saber que, en zonas extensas, por ejemplo, Zomia pero también en el
castigado Oriente Medio, en Europa o en América (pone ejemplos de ello), han
existido comunidades relativamente libres, no estatalizadas, rodeadas de
Estados. Es cierto que para ello tuvieron que huir a las montañas, las
marismas, los pantanos, los litorales de los manglares o las laberínticas
regiones estuarias (algo de estas huidas intuyó Ursula K. Le Guin en Los
Desposeídos y Anarres).
La táctica de la huida, y no del
enfrentamiento, parece poco heroica, pero ha resultado ser muy eficaz y un
elemento crucial de la libertad popular. Y es que Scott nos propone
continuamente una inversión de la mirada que nos ha dominado sistemáticamente
tanto en la valoración de lo que hemos llamado progreso y civilización como en
las luchas y las resistencias al poder y la dominación.
El Estado ha sido considerado siempre
un factor de progreso y civilización y hemos naturalizado que la historia de
los Estados haya usurpado el lugar que debería haber ocupado la historia de los
pueblos (y no digamos los pueblos no sujetos a gobierno). Por otro lado son los
Estados los que dejan más evidencias físicas de su existencia, más basura dice
Scott, al igual que los asentamientos agrícolas puesto que concentran mayores
densidades de población que las sociedades recolectoras o las sociedades
agrícolas itinerantes.
Además, los Estados de hace cientos o
miles de años permiten una identificación como protonaciones y como
protonacionalismos que permiten la mitificación histórica, las genealogías, la
existencia de los ancestros de las naciones actuales.
Pero ¿qué mitos se pueden crear
partiendo de comunidades fugitivas, cimarronas, que han escapado de los
diferentes proyectos de progreso y civilización que constituían los Estados?
Si el progreso y la civilización es
la guerra, la explotación, la esclavitud… emociona pensar que millones de
personas han huido y han buscado espacios inaccesibles para llevar una vida sin
gobierno, una vida anárquica y relativamente libre. Y la constatación de su
existencia nos provoca una pregunta (de hecho, muchas): ¿Dónde están nuestros
espacios inaccesibles (imposible pensar que sean físicos en el siglo XXI)?
Y cierro (de momento, porque este
libro da para mucho más que estas impresiones emocionadas) con un autor tan
magnético y emocionante como Scott, Pierre Clastres y su libro La sociedad
contra el Estado[3]:
«Se dice que la historia de los pueblos que tienen historia es la historia de la lucha de clases. Podría decirse, al menos con el mismo acierto, que la historia de los pueblos sin historia es la historia de su lucha contra el Estado».
Laura Vicente
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