«El cronista que narra los acontecimientos sin hacer
distingos entre los grandes y los pequeños, da cuenta de una verdad, a saber,
que para la historia nada de lo que una vez aconteció ha de darse por perdido».
Walter Benjamin, Tesis sobre el concepto de
historia. Tesis III.
Y esto me lleva a explicar cómo entiendo la
investigación histórica. Empezaré por lo que rechazo, que es aquella manera de
pensar la historia como un tiempo que
transcurre de forma casi mecánica, inserto en la lógica de la historia y que se
desarrolla de forma lineal en una marcha hacia el progreso de la humanidad,
esa, como dice Benjamin, es la Historia de los vencedores. Tampoco me parece
que la historia tenga como función escudriñar el pasado para saber más de algo
«pasado», algo muerto que solo interesa como materia para curiosear. Esa es la
forma habitual de la Historia académica que investiga y escribe libros para ser
leídos por otros miembros de la misma Academia. No me interesa esa «historia
del pasado».
Entiendo
la historia como un tiempo discontinuo y contradictorio (no lineal y ordenado),
accidental y contingente (no hay causalidad), nada anuncia que se va a producir
un acontecimiento, puede suceder o no. La historia no avanza en línea recta
según una mecánica de causas/consecuencias hacia el futuro, sino que la
historia es más bien, hablando metafóricamente, estratos sedimentarios (o
apilamientos) que son depósitos dados por las generaciones anteriores y que
caracterizan a la comunidad actual por sus relaciones históricas con los
ancestros. Esta perspectiva de la historia la guía la preocupación por el
presente, conocer el pasado, pues, tiene efectos sobre el presente: eso es
hacer «historia del presente».
Volviendo
a Benjamin, este planteamiento supone una empatía, una relación profunda y
documentada entre las partes que se quieren relacionar: entre el pasado y el
presente. Si solo nos fiamos de las tradiciones recibidas (y de su
documentación) que ligan el presente al pasado, convertiremos el presente en
herencia, y, por tanto, en restauración del pasado de los vencedores que son la
parte emergente y triunfante de este pasado.
Se trata
de remontarnos en el pasado, pero no transitando la senda marcada de las
tradiciones reconocidas, sino orientándonos por la historia bastarda, lateral y
subterránea, que no encaja en la ordenada historia lineal y que es relevante para
el presente. Siguiendo estas huellas (realmente difíciles de encontrar) de lo
que «quiso ser y no pudo» descubriremos un pasado que no tiene conexión con el
presente pero que sí tiene la posibilidad de hacer presente[3].
En su tesis III, Benjamin viene a decir que hay dos tipos de pasado: uno que
está presente por derecho propio, es el pasado de los vencedores y está
recogido por la Historia hegemónica y otro, ausente, el de los vencidos.
El pasado
de los vencidos, constituido por tantos actos de revuelta, de desobediencia, de
sufrimiento y de injusticia, no podemos ignorarlo, nos muestra que el pasado
pudo ser de otra manera y que lo que ahora existe no es una fatalidad que no se
pueda cambiar. Solo así podemos imaginar un futuro que sea proyección del presente
posible no del existente.
Esa es la
función de la historia de los acontecimientos pequeños y olvidados por haber
fracasado en el pasado y esa es la función de «otra memoria» que forja
solidaridades entre generaciones vencidas y recupera experiencias de
sufrimiento pasado que no podemos olvidar en el presente.
[1] El
estudio sobre estas Tesis que más me ha ayudado a comprenderlas en toda
su complejidad es el de Reyes Mate (2006): Medianoche en la historia. Trotta,
Madrid.
[2] La
Historia en mayúscula es la Historia hegemónica, la Historia de los vencedores,
mientras que la historia en minúscula es la historia, entre otras muchas cosas,
de los vencidos, de los postergados y excluidos.
[3] Reyes
Mate (2006): Medianoche en la historia, p. 92.
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