Ya habréis adivinado por el título que voy a
hacer referencia al texto de Étienne de La Boétie[1], un texto que he leído muchas veces, la
última hace un par de semanas. Volví a leerlo porque me asombra ver a partidos
políticos que dicen que la política es negociación y pacto y que eso justifica
el decir sí a lo que ayer dije que no, haciendo de «la necesidad virtud». No
importan las promesas hechas en campaña electoral, se dicen muchas cosas para
atraer el voto y todo el mundo lo sabe y lo comprende.
Pero por encima de todo, me llama la atención
que quienes votan, personas que se consideran de «izquierdas», acepten la
mentira tranquilamente y comprendan que hay necesidades superiores (por
ejemplo, amnistiar a malversadores de dinero público que no invirtieron en
sanidad o en enseñanza o en afrontar la sequía o tantas otras necesidades de la
mayoría de la población) que justifican el engaño. Que se haga desde la derecha
no es sorprendente, pero que personas que se consideran de izquierdas
justifiquen la mentira para olvidar lo que hizo un partido de derechas en su
tarea de gobierno resulta pasmoso.
No confío en la clase política, mucho menos en
el Estado y sus aparatos de control, dominación y castigo, por eso no voto.
Aunque procuro mantenerme ajena a la política institucional, no puedo evitar el
asombro ante la confianza de quienes votan mostrando un comportamiento sumiso y
dócil ante un sistema político cada vez más degradado.
Pero pasemos a hablar de
un opúsculo inspirador que no
es de extrañar que resultara atractivo a las mentes despiertas de los y las
anarquistas de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX y que era
habitual en las pequeñas, pero bien nutridas, bibliotecas de los obreros y
obreras.
En el siglo XIX, cuando arraigó el anarquismo en
España, la escritura marcaba una diferencia de
clase: se abría una brecha entre hablantes y escribientes, iletrados y letrados. No dominar la lectura y la escritura
era percibido por las clases trabajadoras como una carencia, el anarquismo
batalló para llenar ese vacío partiendo, muchas veces, del autodidactismo. No
es raro, por tanto, la proliferación de escritores y escritoras dentro del
mundo ácrata, así como la fundación de periódicos y revistas. Donde había
anarquistas había periódicos y, por tanto, obreros y obreras «ilustradas».
¿Qué les
pudo resultar atractivo, a anarquistas españoles, de un texto escrito en el siglo
XVI? Hay un aspecto crucial que puede dar una explicación a esta pregunta, la lucha de emancipación la entendía el
anarquismo también como autoemancipación de los dispositivos de poder, de los
prejuicios, de la ignorancia, de las trabas que oprimían potencialidades y que
se expresaban en actos comunes y cotidianos. La anarquía no era un lugar donde llegar
gracias a una consecuencia lógica o científicamente deducible, sino una
búsqueda a través de la lucha colectiva, pero también de una lucha en la
construcción cotidiana para acercar lo máximo posible la brecha entre fines y
medios.
En ese contexto, era normal el interés por La
Boétie que reflexionaba acerca de las motivaciones de la dominación y de la
tiranía. Este autor señaló tres causas de la servidumbre voluntaria, antítesis
del deseo de autoemancipación ácrata: en primer lugar, la costumbre y la
educación, en segundo lugar, la corrupción, y por fin, la violencia. El centro
de la reflexión era la libertad, (…) un
bien tan grande y placentero, que el perderlo es causa de todos los males (…).
La libertad era entendida como un
elemento natural, al que muchos seres humanos renunciaban sometiéndose al
poder. El tirano era astuto y sabía cómo embrutecer a sus súbditos para lograr
esa renuncia a la libertad.
La pregunta que se hacía La Boétie es
plenamente actual y tiene que ver con el estupor que le causaba que la mayoría obedeciera
a uno solo y quisiera servirle. La renuncia a la libertad se producía según La
Boétie, muchas veces, sin necesidad y siempre suponía una degradación y la
pérdida de humanidad de la persona. Si las personas no podían afrontar el hecho
de su propia libertad siempre creerían y confiarían en redenciones venidas
desde fuera y la humanidad permanecería alienada si no encontraría el camino para
vivir en libertad.
Hay alguna luz para rechazar la servidumbre.
Según La Boétie, la amistad, que siempre era igualitaria, era clave para
desarrollar el amor mutuo. Los libros y la ciencia eran también claves puesto
que daban al ser humano el sentimiento de sus derechos y el odio a la tiranía.
Por tanto, era fundamental mantener la mente despejada y el espíritu
clarividente, tomándose la molestia de pulirla por el estudio y el saber.
No creo que hayamos avanzado mucho, sino
retrocedido, en esa búsqueda de la clarividencia manteniendo la mente despejada
que proponía La Boétie. El estudio y el saber se ven sobrepasados en la
actualidad por una masa no filtrada de informaciones que embotan por completo
la percepción provocando, incluso, perturbaciones psíquicas.
El ruido del «enjambre digital», como señala
Byung-Chul Han[2] es constante y se refleja en individuos
aislados que no desarrollan ningún «nosotros», que no marchan en una misma
dirección, no se manifiestan en una sola voz, son fugaces y por ello no
desarrollan energías políticas ni cuestionan las relaciones de poder dominantes.
Los representantes del pueblo no se perciben
como peones del «pueblo» sino del sistema (de ahí las revueltas reaccionarias
antisistema). Caminamos a una democracia desideologizada (por eso da igual
decir hoy lo contrario de lo que se dijo ayer, las ideas son irrelevantes) en
la que los políticos son sustituidos por expertos que administran y optimizan
el sistema. Ese es el motivo por el que los representantes y los propios
partidos políticos se hacen superfluos abriendo el camino a individualidades
que los sustituyen (tipo Trump, Milei, Putin, Bukele y tantos otros).
Volviendo al inicio, cada cual que piense sobre
la relevancia de la mentira y del engaño de la clase política, de la
desideologización y de los motivos por los que sobra la pregunta del por
qué, ante el es así. ¿Nos dirigimos a una tiranía cotidiana y de
baja intensidad que presenta la servidumbre voluntaria bajo los ropajes de la seducción
en medio del ruido del enjambre que Le Boétie no pudo ni imaginar?
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