Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

domingo, 23 de noviembre de 2025

«A mi aire»




 2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (2 octubre)

Dijo Maquiavelo algo así como: «son numéricamente pocos los que aman el poder y de este amor nunca están saciados»

De que sean pocos tengo mis dudas, de que nunca se sacien de poder, no tengo ninguna duda.


«A mi aire» (9 octubre)

Muchas veces me pregunto qué significa para mí la montaña, por qué parece que estoy en casa (siempre entiendo casa como refugio) cuando me escapo en cualquier estación del año.

Muchos o pocos días, disfruto igual. Eso sí, procuro ir cuando sé que hay poca gente, por tanto, poco ruido (solo sonidos no humanos).


«A mi aire» (16 octubre)

Confío plenamente en el apoyo mutuo (a años luz de la caridad), la única posibilidad para crear corrientes, en doble dirección, de posibilidades para hacer frente a las adversidades y tejer otras formas de habitar el mundo (el pequeñito y el global).


«A mi aire» (23 octubre)

La historia no trabaja ni a favor ni en contra de nadie.

Cuando escucho a algunos «personajes» de la política, decir que están en el lado bueno

de la historia con un cinismo despreocupado, me generan una desconfianza total. 


«A mi aire» (30 octubre)

Es verdad que el tiempo es totalmente subjetivo: a veces pasa volando y otras transcurre con una lentitud desesperante. Pese a ello, nos obstinamos en domesticarlo y estructurarlo con horarios que para unas es un suplicio y para otras personas es tranquilizador.

A mí no me gustan los horarios y me los cargo cuando es una opción personal.


jueves, 13 de noviembre de 2025

LA TEORÍA NO TRANSFORMA LA REALIDAD

 

Es muy frecuente escuchar lo ignorantes, simples y «cortos» que son los grupos, líderes y votantes de la extrema derecha (o fascismo, postfascismo o términos similares). No voy a entrar ahora en la cuestión conceptual sino en los calificativos aplicados a dicho sector político. Que los ignorantes y tontos coman la «tostada» a los listos e inteligentes es un misterio que se achaca siempre a los medios de comunicación, redes sociales y demás herramientas para «comer el tarro» a la masa acrítica y que no digo que no tenga su importancia.

Está proliferando en los medios anarquistas (mucho más en los medios comunistas, socialdemócratas y progresistas) la idea de que ante esta situación hay que organizarse, que el fallo, teniendo la razón y la inteligencia, es la desorganización, la falta de responsabilidad y disciplina y, especialmente, la falta de una estrategia clara que nos marque con claridad la táctica a seguir.

En realidad, el ámbito anarquista está organizado, sea a través de colectivos, de revistas o periódicos, de radios libres, de editoriales, de ateneos, etc. Sin embargo, quienes hablan de falta de organización consideran que esas organizaciones son excesivamente diversas, múltiples, incoherentes e indisciplinadas. El modelo organizativo que proponen se basa en un grupo cohesionado que para alcanzar sus objetivos necesita responsabilidad y compromiso militante. Así mismo es fundamental «formarse» a través de talleres y cursos que permitan una discusión previa que conducirá a la «minoría activa» a diseñar un planteamiento estratégico que marque la pauta de la organización, acompañada de un planteamiento táctico que indique las acciones a desarrollar.

Las supuestas estrategias a largo plazo no son nuevas (tampoco el anarquismo se libró de ellas en el pasado), durante mucho tiempo se basaron en una sólida creencia: la idea de que el tiempo de los dominantes estaba a su vez inscrito en un tiempo más esencial, el de una evolución histórica que destruiría las propias dominaciones que ella misma había generado. Pero el tiempo ya no trabaja para transformar la desigualdad en igualdad, a decir verdad, nunca lo ha hecho porque igualdad y desigualdad son dos mundos enfrentados:

«No existe la teoría por un lado y por otro la práctica para aplicarla. Tampoco existe oposición entre la transformación del mundo y su interpretación. […] Existen textos, prácticas, interpretaciones y saberes que se articulan unos a otros y definen el campo polémico en el que la política construye sus mundos posibles»[1].

Volviendo al inicio de este escrito, cuando se piensa que un sector de los anarquismos (y la izquierda en sentido amplio) son los únicos que ven la realidad objetiva y que la masa de la ciudadanía no la ve, de hecho, están afirmando la desigualdad de las inteligencias, por tanto, la tarea que tienen las gentes iluminadas de instruir a quienes no lo son, a quienes no comprenden, a quienes están abducidos por los mensajes de la extrema derecha. Se parte siempre de que las «masas» no comprenden sus intereses o no comprenden la estrategia necesaria para organizarse y luchar.

No es ajeno a estos sectores otra vieja idea táctica: unirse con fuerzas no anarquistas para tener más fuerza contra el fascismo creando «poder popular», y, por qué no, sutilmente conducidos por los sectores institucionales, votando a las fuerzas progresistas, dejando aparcado algo evidente: que el sistema representativo no es sino un resorte del poder estatal.

Diversos sectores de los anarquismos ya estamos organizados, hacemos organización siempre que hay una lucha, por humilde que pueda parecer, puesto que se dota de las herramientas que precisa y que nunca serán las mismas que otras coetáneas o que se produjeron en el pasado. Confiamos en la «sublevación espontánea de la vida contra la dominación»[2], una manera existencial de entender el anarquismo en la que siempre va primero la acción, y siempre bajo condición de una acción que despliega una nueva potencia cuando un funcionamiento o una situación anteriormente tolerados se vuelven insoportables. Nuestra genealogía nos lleva a pensar que es inútil esperar la información adecuada, la discusión política e ideológica avanzada que configure una estrategia bien definida que vaya a hacer emerger la situación capaz de despertar la acción del pueblo o de cualquier otro sujeto. Ninguna teoría ha transformado nunca la realidad. No despreciamos las ideas puesto que son algunas de las fuerzas que participan de la situación, pero no compartimos que dirijan la resultante.

 Laura Vicente

 



[1] Jacques Rancière (2023): Los treinta ingloriosos. Escenas políticas 1991-2021. Pamplona, Katakrak, p. 38.

[2] Tomás Ibáñez (2022): Anarquistas en perspectiva. Barcelona, Descontrol, p. 63.

lunes, 3 de noviembre de 2025

APOYO MUTUO, UNA HERRAMIENTA SOLIDARIA


 

Este escrito se basa en la lectura de un libro[1] que con altibajos me parece una buena herramienta para los grupos de apoyo mutuo (en general, para cualquier grupo activista). Empezaré diciendo que me llama la atención que el autor no mencione como genealogía, aunque también como actualidad, que el «apoyo mutuo» tiene un largo recorrido en los anarquismos. No pretendo decir que solo los anarquistas lo hayan teorizado[2] y aplicado a la práctica, pero me resulta extraño esa invisibilidad o ignorancia de su importancia dentro de dicho movimiento.

El libro de 145 páginas se estructura en dos partes y una Introducción titulada: «Las crisis requieren tácticas audaces». La primera parte es más teórica: «¿Qué es el apoyo mutuo?», y son apenas treinta páginas, desde mi punto de vista bastante floja. Se trata de reflexiones muy simples entre las cuales lo más interesante es la diferencia que establece entre apoyo mutuo y caridad. Considera acertadamente que la caridad «no está diseñada para llegar a la raíz de la pobreza y la violencia». Para el autor, el activismo y el apoyo mutuo no deben vivirse como voluntariado, deben vivirse «como una existencia en sintonía con nuestras esperanzas para el mundo y con nuestras pasiones». Es importante, según este planteamiento, construir una base lo más sólida posible de apoyo mutuo para estar preparadas tanto para las próximas crisis que puedan llegar como para las rebeliones que puedan tejerse.

La segunda parte es eminentemente práctica, se titula: «Trabajar juntos y con propósito». Es la parte que cuenta con más páginas, está dirigida a facilitar las cosas a aquellas personas que deseen iniciar proyectos de apoyo mutuo o que ya formen parte de estos y «quieran construir culturas y estructuras grupales que ayuden a que el trabajo prospere».

Esta parte se inicia con algunos de los peligros y dificultades del apoyo mutuo. Señala cuatro tendencias peligrosas que conviene tener en cuenta para no caer en la desgastada forma de la caridad: la clasificación de las personas como merecedoras y no merecedoras de ayuda (o lo que es lo mismo, establecer jerarquías de mérito); practicar el «salvacionismo» y el paternalismo; ser cooptadas; y colaborar con las iniciativas que suprimen las infraestructuras públicas para ser reemplazadas por la empresa privada y el voluntariado.

Los cuatro peligros inducen a la reflexión de cómo sin querer se nos cuelan algunas veces actitudes relacionadas con estas tendencias peligrosas. Nunca está demás revisarlas para mejorar nuestra participación en proyectos de apoyo mutuo.

En la cooptación propone un tema peliagudo: cómo afrontar el daño y la violencia dentro o fuera de los grupos de apoyo mutuo. El planteamiento que resalta el autor es no colaborar con la policía y plantea lo que denomina «responsabilidad comunitaria» o «justicia transformadora». Estos procesos no son sencillos y pueden durar años ya que se basan en entender los comportamientos y apoyar a las personas que han infligido daño trabajando en sus creencias sobre género y sexualidad para intentar detener ese comportamiento. El objetivo es intentar lograr lo que los enfoques de castigo penal no logran: dar apoyo al superviviente para que se cure, brindar al causante del daño lo necesario para que cambie su comportamiento y evaluar cómo las normas comunitarias pueden cambiar a fin de disminuir la probabilidad de que ocurra cualquier daño.

Algunos trabajos de justicia transformadora se centran en la prevención y otros en brindar apoyo después de que suceda algo. Ambos son enfoques de apoyo mutuo, en tanto que abordan las necesidades inmediatas de supervivencia, reconociendo que los sistemas que se supone que garantizan seguridad (la policía, los fiscales y los tribunales) no lo hacen, y de hecho empeoran las cosas. Salir de la cultura del castigo está muy arraigado en los anarquismos y no siempre es fácil encontrar cómo hacerlo, en este libro encontramos propuestas interesantes que pueden ayudarnos a afrontarlo.

Hay un capítulo en esta segunda parte que también está muy vinculado a los anarquismos pero que no nos vacuna de caer en contradicciones en los grupos de apoyo mutuo o de cualquier otro tema. Se trata del capítulo 5, titulado: «Ni jefes, ni cuentistas», en él se exploran tres tendencias organizativas que pueden causar problemas: secretos, jerarquía y falta de caridad; prometer demasiado y cumplir poco, falta de respuesta y elitismo; y, por último, escasez, urgencia, competencia. El autor propone tablas en las que aparecen sintetizados el problema y cómo evitarlo.

La perspectiva de que cada grupo tiene su cultura me parece acertada. La cultura del grupo se construye a partir de las señales que damos a las personas cuando se unen o asisten a un evento, las normas que sigue el grupo, cómo celebramos las cosas juntas, cómo nos relacionamos en las conversaciones informales, cómo nos hacen sentir nuestras reuniones, cómo nos retroalimentamos entre nosotras y más. Se pueden tomar decisiones dirigidas a cambiar la cultura de un grupo revisando lo que funciona y lo que no y reflexionamos sobre cómo nuestra propia conducta se refleja en lo que queremos ver e influir unas personas en otras.

Cómo tomar las decisiones juntas, cómo facilitar las reuniones, y cómo afrontar los conflictos, son tres aspectos que tienen espacio en esta segunda parte y que pueden entorpecer o facilitar el funcionamiento de los grupos.

El libro acaba con un capítulo de «Conclusión» que es una muy buena síntesis del libro y que merece leerse con atención. La «lista de recursos», casi toda en inglés, cierra el libro y ojalá estuviera traducida para poder utilizarla.

Laura Vicente 



[1] Dean Spade (2020/2022): Apoyo mutuo. Construir solidaridad en sociedades en crisis. Madrid, Traficantes de sueños.

[2] Mencionemos la obra más conocida y difundida: Piotr Kropotkin, El Apoyo Mutuo. Publicada en 1902.

jueves, 23 de octubre de 2025

«A mi aire»


 2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (4 septiembre)

Pasear por un bosque que no está encantado, recorrer una ruta que no es de las diez más bonitas, pasear por un pueblo sin sabor, disfrutar de árboles y riachuelos sin nombre, saborear una comida sin foto que subir a Instagram, conversar en un bar cualquiera (igual

da que sea de carretera) … cada vez es más difícil pero no imposible.


«A mi aire» (11 septiembre)

Recordar a mi padre, sigue siendo enternecedor y rico en recuerdos y enseñanzas. Si leyera esto me miraría con escepticismo y pensaría que exageraba.

El mundo que habitó casi ha desaparecido, pero su forma de vivir, sus valores, su potencia, siguen alimentando hoy mi resistencia.

[Ayer, 10 de septiembre, un nuevo aniversario de la muerte de mi padre]

 

«A mi aire» (18 septiembre)

Llevo muy requetemal lo que está ocurriendo en la montaña (en Pirineos que es lo que más conozco): personas que acampan en donde no se puede, se bañan en los ibones alterando la composición del agua por los rastros de cremas, perfumes y demás, sombrillas en las orillas de ríos de montaña, música sonando mientras caminan y que todas oímos, riesgos innecesarios por caminar sin el material necesario y un largo etc.

La montaña merece respeto y cuidado.


«A mi aire» (25 septiembre)

La situación en Gaza para la población civil es insoportable y debería darnos vergüenza consentir que la clase política española se limite a utilizar un acontecimiento histórico de exterminio para ver si pueden sacar redito político.

¡Vergüenza! ¡Indignación y rabia!

lunes, 13 de octubre de 2025

Viure la força. Simone Weil i la Columna Durruti

 



Viure la força. Simone Weil i la Columna Durruti

Xavier Artigas

 Barcelona, 2025, Descontrol.

 

El libro de Artigas va muy bien acompañado con un Prólogo de Myrtille Gonzalbo y un Epílogo de Amador Fernández-Savater. En el caso de Myrtille, componente del grupo de los Gimenólogos que llevan a cabo una labor investigadora y de recuperación de la memoria encomiable, su reflexión sobre estos temas vinculados con Simone Weil resulta interesante e incisiva. El escrito de Amador, en su línea de pensamiento, se centra en lo que cree fue una búsqueda de Weil de «otro tipo de eficacia política», de «otra fuerza de transformación, de una fuerza débil». Sin duda, en una guerra el máximo de eficacia viene encarnado por el máximo de armas que son capaces de generar el máximo de terror (cualquiera de las guerras actuales puede darnos buenos ejemplos). Amador se pregunta si se puede rechazar la eficacia del terror sin rendirse, si es posible la revuelta de los débiles, de aquellos que no tienen medios para aterrorizar.

Prólogo y Epílogo resultan pertinentes sobre todo si queremos que la historia sea algo más que la recuperación sin más del pasado. Si algo tiene de interés la historia, saliendo del ámbito académico, es transmitir al presente todo aquello que pudo ser y no fue porqué resultó derrotado. En el caso que nos ocupa: la Guerra Civil española y la Revolución anarquista que se expandió por muchos más poros que los que se reconocen habitualmente, son un referente (hay muchos más a lo largo de la historia de las clases oprimidas, dominadas y explotadas) que nos pueden guiar muchos años después.

El libro de Artigas, como el subtítulo señala, está centrado en la filósofa Simone Weil y su experiencia de la guerra, breve pero intensa y trascendente, en la famosa Columna Durruti. Por todo ello, sus páginas, en las que los datos concretos le han costado al autor encontrarlos y, quizás por ello, se regodea en ellos, son un ir y venir sobre el efecto que tuvo en la filósofa coger un arma, ella que se consideraba contraria a las guerras, y afrontar la violencia que suele ser especialmente dura en las guerras civiles.

¿La mujer que entró en España identificándose como anarquista ante los milicianos revolucionarios que custodiaban la frontera poco después del inicio de la Revolución, salió anarquista poco tiempo después?

La famosa Carta a Bernanos, escritor católico, en la que condena la violencia del bando republicano ha hecho pensar a los sectores más reaccionarios que Weil abandonó las ideas anarquistas tras su experiencia en el frente de Aragón. El autor de este libro realiza una minuciosa investigación para contextualizar la Carta y ofrecer numerosos indicios de que, tras salir de España, Weil siguió apoyando la causa libertaria.

De todas formas, el tema de la violencia revolucionario es todo un temazo que ha generado siempre numerosos debates y numerosas controversias y que no creo que haya desaparecido de las preocupaciones de quienes piensan que pueden producirse transformaciones profundas y que es difícil que no aparezca la violencia. Desde luego, su presencia es segura y continuada en el bando de los sectores dominantes, no hace falta que exista un proceso de transformación social.

El libro abre esa caja de pandora que es mejor conocer y afrontar y no mirar hacia otro lado pensando que la violencia de los débiles siempre está justificada.

 

 Laura Vicente

viernes, 3 de octubre de 2025

¿ES POSIBLE LA RESISTENCIA?

 



No es que sea una novedad, pero hoy, más que nunca, es necesaria la desconfianza, incluso preventiva hacia el poder y sus detentadores (sí, también respecto al llamado Gobierno progresista). Esta generalización requeriría matizaciones, concreciones y detalles, pero sobre todo necesita pensar qué pasa hoy en un mundo en el que la extrema derecha parece avanzar imparable, mientras quienes tratamos de evitarlo parecemos instalados en la confusión y, muchas veces, en la frustración y el desánimo.

Las fórmulas del pasado siglo parecen no servir, los sujetos colectivos diferenciados (en especial la clase social) parecen haberse disuelto o, por lo menos, carecen de la fuerza del pasado. Los partidos ideológicos y los sindicatos de clase han llegado a su fin o forman parte del propio orden establecido, los conflictos han cambiado de sentido excepto algunos conflictos residuales que acaban en fracaso o con sindicalistas encarcelados.

Hace tiempo que se ha impuesto una terminología que implica pensar la sociedad según agendas genéricas e indiferenciadas: «los de arriba» y «los de abajo», «el 1%» y «el 99%», «los pocos» y «los muchos».

Entre «los muchos, los de abajo, el 99%», priman los movimientos espontáneos que parecen moverse por estallidos de descontento que surgen aquí o allí de manera imprevisible (el Movimiento del 15 M, los chalecos amarillos y tantos otros). Algunas los han llamado actos de «democracia insurgente». Son, en todo caso, subjetividades horizontales que surgen al mismo tiempo, movidas casi por una dirección invisible en reacción a un determinado estado de cosas, que se representan a sí mismas a través de sus protestas, sin una estrategia de lucha ni una voluntad explícita de mediación y negociación. Se designan de acuerdo con las emociones que los movilizan: los «descontentos», los «indignados», los «frustrados», etc[1].

«Los pocos» son las élites que se ubican en dos categorías: los ricos y poderosos (la oligarquía), y los dirigentes de los partidos y los propios partidos (lo que se ha venido denominando el establishment). «Los pocos» están llevando a cabo una verdadera revolución reaccionaria, no quieren saber nada de la fiscalidad progresiva pese a lo poco que pagan si lo comparamos con las clases medias y bajas. No salen a la calle, aunque cuentan con una extrema derecha que cada vez está más presente, utilizan medios indirectos a través de leyes o de los resquicios que deja la legalidad. Son «antisistema» desde el sistema que pretenden endurecer para los más pobres y desarrollan una oposición mucho más radical que «los muchos»: liberalización salvaje de la economía y del trabajo, reducción del gasto social, arremeten y generan alternativas falsas a las desigualdades sociales, raciales y de género, desprestigian los organismos nacionales e internacionales para mejor expoliar a los pobres, instigan a los sembradores de odio y miedo, y un largo etc.

La mayoría de la población ya no confía en la representación a través de los partidos, tampoco en los sindicatos, ambas estructuras tienen aparatos cerrados, sedimentados en burocracias con intereses propios y centrados en sus líderes y sus allegados dóciles, condiciones para el desarrollo de la corrupción, el enchufismo y el privilegio. Los partidos y los sindicatos se han convertido en máquinas electorales, con prácticas de control y medición a través de los sondeos, que suponen un genérico «dentro» y «fuera».

Mientras tanto, la mayoría social se describe a sí misma a través de las necesidades insatisfechas y la fatiga cotidiana de vivir: empleos precarios y mal pagados, jornadas laborales largas sin horas extraordinarias ni tope de jornada laboral (resulta grotesco el intento de la ministra de reducir la jornada laboral en media hora tal y como lo ha mostrado la indiferencia en el mundo del trabajo), viviendas caras y la cesta de la compra que no encaja con los precios que dice el gobierno progresista. Este panorama desmoraliza y enferma, impide proyectos de vida, incluso a corto plazo.

Las ideologías no consiguen traducir la representación emocional en una representación política ni social. La élite se atrinchera en el Estado, separándose de la ciudadanía, cuerpo externo que se ha de controlar, conquistar y embaucar. Sí, embaucar, lo que importa ya no es la naturaleza estructural del conflicto sino la manifestación visual de dos bandos enfrentados, todo ello teñido de mensajes y símbolos identitarios y racistas que cuajan en «los de abajo». El sector oligárquico desplaza con éxito la atención de «los muchos» a otros «muchos (inmigrantes, nacionales o no)».

Sé que donde hay poder y dominación hay resistencia, podría decir algunas cosas al respecto, pero hoy lo dejo aquí. Lo siento.

 Laura Vicente 



[1] Esta reflexión debe mucho a un librito de Nadia Urbinati (2023): Pocos contra muchos. El conflicto político en el siglo XXI. Katz, Buenos Aires/Madrid, p. 16.

 

martes, 23 de septiembre de 2025

«A mi aire»

 


2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (7 agosto)

Me gusta estar rodeada de mis plantas, estar cerca de algo vivo que sigue su ritmo al margen de todo: hojas que se caen, flores que nacen y mueren, y, sobre todo, levantar mi vista cansada y dejarla reposar en el verde tranquilizador que pese al calor, el cambio climático, la contaminación de la calle o el descuido de un viaje, sigue ahí.

No concibo una casa sin libros y sin plantas.


«A mi aire» (14 agosto)

Hace unos días le daba vueltas a que debo pensar cómo ofrecer resistencia, pero también debo pensar cómo no ofrecer resistencia…

Igual es una chaladura mía por el calor de agosto…


«A mi aire» (21 agosto)

Soy una firme convencida, desde que a los 15 años me autoproclamé inocentemente atea, que las religiones, sin excepción, deben ser algo privado que se practique en los templos.

No me gusta la ocupación del espacio público por los ritos religiosos. Como atea jamás lo he hecho, así que, por favor, un respeto.


«A mi aire» (28 agosto)

Todo nos encamina a ser productivas, a rendir, a consumir, a las prisas, a la falta de tiempo… Debemos parar y salirnos como podamos de ese papel que nos imponen para ser «alguien».

No hacer nada, perder el tiempo y que este se alargue y recobre su dimensión real, recuperar la lentitud de conversar, leer, disfrutar con la belleza sin valor económico. Todas sabemos lo que nos gusta, con qué disfrutamos, centrémonos en esas cosas.