Leyendo algunos libros recientes que hablan de la vida y de la belleza compruebo que tienen, entre otros referentes a Emma Goldman. Eso me hace recordar el librito del que soy autora: Emma Goldman. La unión apasionada de pensamiento y vida. Un libro ilustrado por Agustín Comotto; de ese libro son las ilustraciones de este texto que es un fragmento del apartado sobre "Su vida" y que reproduzco a continuación:
Su vida fue un torbellino, Emma Goldman fue una mujer apasionada, diversa y contradictoria, no temió mostrar sus dudas, incoherencias y contradicciones. La manera de entenderse como persona y la manera de entender el anarquismo no eran esferas diferenciadas sino que se entremezclaban generando ese torbellino de vitalidad que supo describir con su característico apasionamiento:
« (…) sabía que lo personal jugaría siempre un papel dominante en mi vida. No estaba cortada de una sola pieza (…). Hacía tiempo que me había dado cuenta de que estaba hecha de diferentes madejas, cada una diferente a la otra en tono y textura. Hasta el fin de mis días estaría dividida entre el anhelo por una vida personal y la necesidad de darlo todo a mi ideal».[1]
Leyendo
con atención este fragmento apreciamos su seguridad de
que lo personal tendría «un papel dominante» en su vida puesto que, como anarquista,
afirmaba los valores éticos como elemento clave de sus ideales. Este elemento
sustentante de su manera de pensar le conducía a desarrollar un proyecto de reforma
de sí misma como ser humano, una tarea que Goldman siempre supo difícil.
Su manera de
entenderse a sí misma, hecha de «diferentes
madejas», indicaba el
rechazo de una visión fija y unificada del sujeto, o como ella dice: «de una
sola pieza». Intuyó algo muy actual: que eran las prácticas múltiples,
pequeñas, contingentes y, a menudo, dispersas las que contribuían a hacer que las
personas fueran como eran. Emma Goldman, la persona constituida por múltiples «madejas»,
representaba perfectamente a ese sujeto no unitario de final abierto, activado
por el deseo, la sensualidad, la afectividad y la empatía del que hablan diversos/as
autoras hoy[2].
La actualidad de Goldman se pone de evidencia en la facilidad y naturalidad
con la que escribió en su autobiografía sobre la importancia del amor y de la
sexualidad, así como sobre las contradicciones y dificultades que conllevaba
vivir el deseo y la afectividad sin cortapisas. En el siglo XIX fue capaz de construir espacios de resistencia políticos y
antiautoritarios hasta el punto de politizar su vida cotidiana y la esfera de
lo personal.
Su vida fue un continuo
«soñar hacia delante», una virtud anticipatoria que invadió su vida y la
activó. Fue una poderosa fuerza motivadora que no solo se basó en la utopía
anarquista, su «ideal», sino también en la imaginación, el arte o la belleza.
La vitalidad de Goldman le dio fuerza para emanciparse de las rutinas
cotidianas y, con ello, para mirar hacia el futuro. Construyendo el futuro, abrió
los espacios donde pudo proyectar sus deseos activos.
¿De dónde sacó Goldman su esperanza de cambio? La respuesta puede
estar en un acto gratuito de confianza que podríamos atribuir a su amor por la
vida, a su amor por el mundo. Un amor que ella no entendía como un ideal
abstracto, sino como la preocupación que le generaba cualquier ser vivo (un
caballo maltratado, las presas en la cárcel, las prostitutas, las obreras que
se veían obligadas a traer criaturas al mundo sin desearlo, el autor de un
atentado, las víctimas de los bolcheviques o del fascismo en la Guerra Civil
española).
Ese amor por la vida era para Goldman un fin en sí mismo que
intensificaba su compromiso y el gozo de la vida. También era un acto de «soñar
hacia delante», en la medida en que contribuía a crear las condiciones para
dejar a la posteridad su deseo de un mundo mejor. Ella construyó una ética
basada en la humildad de las microprácticas corrientes de la vida cotidiana en
su casa, que abría a muchos compañeros y compañeras, en su gusto por la cocina
para agasajar a sus invitados/as, pero también en la cárcel cuando logró unas
navidades que todas las presas sin redes familiares o amistosas (que ella sí
tenía) tuvieran un pequeño regalo.
Su amor por el mundo era una muestra de su rechazo al egoísmo y al individualismo
posesivo contra el que no se cansó de escribir, era una muestra de su ética
generosa y desinteresada por la que siempre vivió en precario.[3]
¿De dónde salió esta mentira a medias? En el contexto de la Revolución
rusa, cuando vivió en su país de origen entre enero de 1920 y diciembre de
1921, Goldman se fijó muy pronto en lo que le parecía «una extraña falta de
solidaridad» en la población, lo resumió de esta manera: «A la gente ya no le
quedaba ni la vitalidad, ni la empatía necesarias para pensar en el prójimo».[4]
Algo que para ella era fundamental que existiera en una revolución social y que
le empezó a generar dudas (e insomnio y dolor de cabeza) sobre el carácter
revolucionario del nuevo régimen. A Emma Goldman le costó creerlo, pero la
dictadura bolchevique había dado un hachazo al aspecto social de la vida en
Rusia:
«Ya no hay foro alguno ni siquiera para el debate social más inofensivo, no hay clubes, no hay lugares de encuentro, no hay restaurantes, ni siquiera salas de baile. Recuerdo la expresión de perplejidad de Zorin [un amigo bolchevique] cuando le pregunté si la gente joven no podía quedar de tanto en tanto para bailar libre de la supervisión comunista. “Las salas de baile son lugares de reunión de contrarrevolucionarios. Las hemos cerrado”, me informó».[5]
Bailar, para Goldman, era síntoma de una vida llena
de alegría, bailar expresaba la vitalidad de la juventud y sus ganas de vivir.
Sin embargo, la vida que impulsaba el Partido Comunista era, según su criterio,
una vida severa e intimidatoria, una vida sin color ni calidez, una vida
represiva. Una vida incompatible con lo que ella entendía que era la revolución
social.
En esta anécdota llama poderosamente la atención
cómo se utiliza el lema que ha comprimido a Emma Goldman en una «píldora» para
ser utilizada por el capitalismo actual, que todo lo vampiriza y lo vomita, convirtiéndola
en mercancía reaccionaria. Sus auténticas palabras iban más lejos que esa frase
que, convertida en mercancía, igual se puede utilizar para hablar de alta
costura (lo he visto con mis propios ojos en una revista) que de cualquier otro
tema ajeno a la vida de Goldman. Lo que ella dijo iba más allá, era un pequeño
programa de lo que era importante en su vida y para la vida: empatía, alegría,
calidez, color, lugares de encuentro y de debate (para poder charlar, comer con
las amistades o compañeros/as, bailar, recibir o regalar flores, leer, ir al
teatro, etc.), en definitiva, lo que le permitía disfrutar de la vida.
Cualquier sugerencia del valor de la vida humana, de
la importancia de la integridad revolucionaria, era repudiada por las amistades
bolcheviques de Goldman y su actitud catalogada como «sentimentalismo burgués»,
debilidad y traición a la revolución. No se amilanó por semejantes acusaciones
y supo ver en los y las bolcheviques el error de su creencia en la «fórmula
jesuítica de que el fin justifica los medios», por la que todo era legítimo si
servía a su planteamiento de la revolución.[6]
Fue su amor a la vida lo que le ayudó a enfrentarse a esta manera de ver la
revolución, indiferente al ser humano, y continuar conmoviéndose por el
sufrimiento.
[1]
Goldman, Viviendo mi vida (I), p. 183.
[2] Una de las autoras actuales que habla en estos términos, que tan bien se adaptan a la manera de sentirse y pensarse Emma Goldman, es Rosi Braidotti (2009): Transposiciones. Sobre la ética nómada. Barcelona, Gedisa, p. 49.
[3] Me ha
facilitado mucho esta lectura de Emma Goldman, la lectura del libro de Rosi
Braidotti (2009): Transposiciones. Sobre
la ética nómada. Barcelona, Gedisa.
[4] Emma Goldman (2018): Mi desilusión en Rusia. Barcelona, El Viejo Topo, p. 48.
[5]Goldman, Op. cit, p. 268.
[6] Goldman, Op. cit, p. 101.
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