Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

sábado, 23 de agosto de 2025

«A mi aire»

 

2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra

«A mi aire» (3 julio)

Recuperar la relación con familiares con los que compartí la niñez me deja inquieta: tantos juegos compartidos, tantas risas, tantas travesuras y ahora tantos años después no somos capaces de hablar de aquello.

Ahora nos contamos las preocupaciones de adultas, pero sin rascar la profundidad que tenían nuestras vivencias infantiles.

Es muy extraño.


«A mi aire» (10 julio)

Hay libros que abren la mente a cambiar la mirada sobre algo que tenemos muy arraigado. Ese es el caso de James C. Scott y su libro: “El arte de no ser gobernados”. Desarrolla la tesis de que durante cientos de años en las tierras altas del sudeste asiático millones de personas vivieron sin ser gobernadas por un Estado. Huyeron de las zonas bajas en las que el Estado recaudaba impuestos, sometía a la población a trabajo esclavizado y los alistaba en el ejército hacia las zonas montañosas. Adaptaron su economía a esa condición (agricultura itinerante y de rozas) por decisión propia y no por retraso o no civilizadas.

Por qué sí, nos han convencido de que el Estado es desarrollo y civilización y vivir sin Estado, igualitariamente y con libertad es todo lo contrario.


«A mi aire» (17 julio)

Para mí la corrupción política es inaceptable.

¿Cómo es que hay personas que votan a partidos políticos que la practican?

Supera mi capacidad de entendimiento, de comprensión, de discernimiento…


«A mi aire» (24 julio)

Me cuesta aceptar que la ultraderecha tenga las cosas tan claras y el viento sople a su favor. Me enerva que se infiltren en el espacio de los dominados, en los barrios, entre la gente joven y que el viento nos arrastre sin rumbo.

¿Qué vamos a hacer?


«A mi aire» (31 julio)

A veces, imbuida en esta realidad del capitalismo neoliberal, se me olvida la importancia que tiene el deseo de libertad en un sentido vivencial sin la contaminación del capital.

Es cierto, que cuesta recordarlo cuando tantas personas viven maltratadas por la miseria, la guerra, la exclusión y la explotación.

miércoles, 13 de agosto de 2025

«Las pajaritas» de Ramón Acín en el manto de la Virgen del Pilar

 


Ver «Las pajaritas» en el manto de la virgen del Pilar me noqueó. Pensé que era una falsa imagen hecha con IA o que la Asociación de Papiroflexia de Zaragoza (el manto era de papel) no sabía el significado de las dos pajaritas una en frente de la otra, que era casualidad, ignorancia o ambas cosas a la vez.

Ramón Acín era, como no podía ser de otra forma, anticlerical. La llamada «cuestión religiosa» y la oposición a la Iglesia católica era desde finales del siglo XIX el sustento del movimiento librepensador que había sido un fuerte nexo de unión entre el republicanismo de izquierdas, la masonería, el espiritismo y el obrerismo organizado, mayoritariamente de influencia anarquista. Ramón Acín tiene diversos escritos en los que critica la traición de las órdenes religiosas al Evangelio, la desnaturalización de las celebraciones eclesiásticas o el oscurantismo contrario a la cultura libre que suponían las rígidas creencias católicas. Su posicionamiento con las clases sociales poderosas y con la ley y el orden, no podían sino alejarlo de todo lo que tuviera que ver con el clero católico.

Digo todo esto porque me cuesta creer que a Acín le hubiera parecido bien que «Las pajaritas» estuvieran en el manto de una virgen y en el interior de la basílica del Pilar. La obra de un anarcosindicalista que fue ejecutado, el 6 de agosto de 1936, por un movimiento militar, católico, totalitario y golpista, ni siquiera en estos tiempos líquidos, cuadra.

Parece que se trata de un homenaje a la paz y la memoria de Hiroshima, algo muy loable, pero hoy hay guerras y masacres a las que un anarcosindicalista como Acín hubiera prestado sus «pajaritas» en las plazas y en el espacio común antes que en una basílica.

Pero ¿qué representan «Las pajaritas»? ¿cuál es su mensaje?

No es fácil explicarlo; para quienes han hecho este homenaje es sencillamente una alegoría de la infancia y la naturaleza, también se dice que representan la libertad, la paz y la posibilidad de romper barreras y limitaciones como hace una «pajarita» al volar con alas de papel.

Ramón Acín era profesor de dibujo en la Escuela de Magisterio de Huesca cuando proyectó sus «pajaritas», por ese motivo y por sus ideas anarquistas, se han interpretado como evocación del movimiento pedagógico racionalista de la época en el que la infancia tenía un papel fundamental. Como artista, pedagogo y anarcosindicalista creía en la emancipación de la humanidad basada en gran parte en la educación y la cultura. He aquí cómo lo plasmó en un artículo titulado «Florecicas», publicado por el periódico cenetista: Solidaridad Obrera en 1923:

«El canto de la libertad es lo que cantan los niños al salir de la escuela. Hay que sacar la escuela al bosque, al jardín, al huerto y pegar fuego a esas escuelas pocilgas memorísticas y rutinarias de los mapas con sus océanos colgados en la pared y su Cristo difunto. A los niños no se les pega ni con una flor. Hay que llevar a la escuela: belleza, alegría y salud».

La obra de «Las pajaritas» levantada en el Parque Miguel Servet de Huesca en 1929 inspiro estas palabras de Ramón Acín:

«Las aguas, las escuelas, los árboles. He aquí los tres problemas capitales de la ciudad. Todo para los niños, la higiene, la cultura, la alegría y la salud. Los niños son la única esperanza de un mañana mejor».

Carlos Mas, que junto con Emilio Casanova hicieron la edición anotada de los escritos de Acín (1913-1936), titulada: Ramón Acín toma la palabra, sostiene que «Las pajaritas» se entienden en paralelo a una fotografía del farmacéutico Ricardo Compairé. En esta fotografía aparecen en su casa Ramón Acín y su compañera Conchita Monrás, uno enfrente de la otra y en medio de ambos hay una jaula con una pajarita de papel dentro.


Para Mas, la pareja representa la dualidad del amor igualitario, la pajarita la libertad, y el arte, la resignificación de la vida. Las dos «pajaritas» reflejan la mirada especular de las figuras y plasman una estética racionalista y el carácter lúdico que hemos visto reflejado en los fragmentos reproducidos de Acín. Por tanto, las «pajaritas» simbolizan el vuelo a un mundo mejor, a un mundo libre, y la duplicidad de las dos «pajaritas», la mirada igualitaria en la que cada pajarita se reconoce en la otra en paridad presidida por la libertad, base del pensamiento anarquista y libertario que condujeron a Ramón Acín y a Conchita Monrás a su ejecución por el peligro que representaban sus actos, sus ideas y su manera de vivir y educar a sus hijas.

Son tiempos líquidos como hemos dicho antes, tiempos de impostura, de crueldad, de control y vigilancia… muy alejados de los sueños de Ramón y Conchita, pero «Las pajaritas» siguen simbolizando para muchas personas ese sueño de libertad de unas pajaritas con alas de papel. No deberían estar encerradas en un templo católico sino en un espacio abierto y popular.

Laura Vicente (agosto de 2025)

 

domingo, 3 de agosto de 2025

LA GUERRA COMO DESPOSESIÓN

 

GUERRA DE TROYA


Oigo voces que dicen que lo que sucede en Gaza no es guerra porque no hay dos bandos enfrentados, como por ejemplo sucede en Ucrania. Sin embargo, esa afirmación nos conduciría a «sacar» de la IIª Guerra Mundial a pueblos o etnias que no formaban parte de un bando (supongo que ser bando significa tener Estado) como la población judía o gitana y que sufrieron la persecución y muerte en un genocidio tan rápido que no tiene comparación posible con ningún otro. Estas personas no decidieron ser bando, lo decidió el gobierno de Alemania, igual que el pueblo de Gaza es bando por decisión del gobierno de Israel.

Utilizar el «hambre» en una guerra, declarada o no, tampoco es nuevo. Los asedios o sitios tienen una larga historia: Troya, Cartago, Numancia, Breda; más cercanos los de Leningrado, Stalingrado, Varsovia o Budapest; el de Sarajevo en la guerra de la antigua Yugoslavia duró cuatro años y Gaza entra en esta pequeña lista con derecho propio. Lo habitual es que sean bloqueos militares prolongados de una posición, usualmente una ciudad, con el objetivo de conquistarla a través de la fuerza o el desgaste. El asedio implica rodear la posición y cortar sus líneas de abastecimiento. Pero también se ha utilizado el hambre en guerras no declaradas, de eso sabe mucho Ucrania que sufrió el Holodomor («matar de hambre») por parte del gobierno de Stalin en el contexto de la colectivización de la tierra entre 1932-1933 y en el que murieron millones de personas.


POBLACIÓN JUDÍA EN BUDAPEST (II GUERRA MUNDIAL)

La guerra moderna, dice Glucksmann en El discurso de la guerra, se define por arrasar completamente lo que hay para construir lo que «debe» haber, por ejemplo, Trump considera que en Gaza debería haber resorts y playas para turistas. Estas guerras son una maquinaria de hacer el vacío en nombre del supuesto progreso, la libertad y la felicidad para todos.

Por supuesto, estas guerras que los nazis y soviéticos llevaron a cabo en la IIª Guerra Mundial en lo que Timothy Snyder denominó tierras de sangre (su libro con ese título es magnífico), aplican la fuerza bruta de manera descomunal. Hay que destruir totalmente, despoblar, inmolar todo lo que estorba, lo que es un lastre. Es un plan de desposesión de largo alcance porque conlleva arrebatar la lengua, la cultura, los bienes materiales (la tierra, el agua, las casas por miserables que sean). Todo se puede sacrificar en este plan perverso.

Dice Amador Fernández Savater[1] que el racismo puede pensarse desde ahí: hay sujetos que estorban. Esto significa que la violencia de las guerras se cocina en tiempos de paz y en sistemas democráticos. Nunca debemos pensar que aquí (me refiero en los países occidentales) estamos libres de esa violencia y de la posibilidad de guerra porque ya ha sucedido y porque se percibe la violencia en Europa. No podemos afrontar a la extrema derecha como una deformidad de la democracia, la violencia implícita en el odio a las mujeres, en el racismo, en la precariedad y en tantos otros aspectos, están presentes en la defensa a ultranza del orden y la seguridad máxima, en la defensa de la productividad y el capital, en el rechazo de lo marginal (que cada vez lo componen más y más personas) y en tantos otros aspectos aparentemente poco relevantes.



GAZA

La guerra, la violencia, el odio no son rarezas, deformidades, están entre nosotras, en nuestra cotidianidad y van configurando un caldo de cultivo en el que se va diferenciando entre poblaciones de las que depende nuestra vida y nuestra existencia y las que representan una amenaza directa a nuestra vida y a nuestra existencia. Las poblaciones que parecen constituir una amenaza directa a nuestras vidas, tal y como explica Judith Butler en Marcos de guerra, no aparecen como «vidas» sino como una amenaza a la vida, por tanto, no sentimos el mismo horror y la misma indignación ante la pérdida de sus vidas.

Nadie está libre de convertir la destructividad en algo justificable. La posición de una parte de la izquierda española de no considerar la guerra de invasión de Rusia sobre Ucrania como rechazable y combatible como ocurre con otras guerras (apenas se ha producido movilización en contra de dicha invasión expansionista) resulta como mínimo preocupante.

Es evidente que las escasas respuestas a las guerras actuales, la de Gaza es muy clara, tienen un componente afectivo y, por ello, son difíciles de explicar. El afecto del horror se experimenta de manera diferencial según las poblaciones, por unas sentimos una urgente y no razonada preocupación y por otras sentimos que no nos afectan, o, como dice Butler, no aparecen como vidas en primer lugar.

Lógicamente, nuestro afecto no es solamente nuestro, nos viene comunicado de otras partes, nos predispone a oponer resistencia a ciertas dimensiones del mundo y a abrirnos a otras.  

Es urgente que nos preguntemos qué nos impide ver ciertas vidas en su precariedad y en su necesidad de apoyo y considerarlas vidas dignas de ser contempladas como tales.


Laura Vicente



[1] Fernández Savater, Amador (Edición y Prólogo) (1922): «Tabula Rasa: La lógica de la Modernidad y sus resistencias). En André Glucksmann. La religión de la guerra. Textos e intervenciones libertarias (1975-1980). Madrid, Arena, p. 17.