Hay ideas luminosas, o como dice Walter Benjamín «ideas
faústicas», es decir, ideas maestras que tienen el poder de clarificar aspectos
que una lleva tiempo trabajando,
el de Ursula
K. Le Guin: «La teoría de la bolsa de ficción», lo es. En realidad, este breve
texto de Le Guin no se refiere a la historia sino a la ficción, al relato, a la
novela (a la ciencia-ficción, género en el que ella destaca).
Para
elaborar su teoría se sitúa en la prehistoria/inicio de la historia: un tiempo
en el que el principal alimento eran los vegetales, la caza menor y la pesca. Cazar
un gran animal suponía una gran aportación de carne que era escasa en una dieta
en la que predominaban los vegetales (70 % aproximadamente). La caza de un gran
animal, cuando esta pasó a ser individual, aportaba, además de carne, el relato
de la aventura de la caza que tenía acción y un Héroe, el propio cazador.
Le
Guin se plantea contar en «La teoría de la bolsa de ficción» otro relato nunca
contado: el relato de la vida. En este texto contrapone dos relatos, el
hegemónico (el del Héroe) y el nunca contado, el excluido (el de la vida):
El relato del Héroe (que está protagonizado por un
Hombre), es el relato de matar,
violar, atizar y asesinar con armas, cuchillos, hachas, herramientas para
machacar, moler y cavar. Herramientas que expulsan energía hacia fuera. Esta
civilización fue explicada como relato del ascenso del Hombre-Héroe que se
consideró el relato de toda la humanidad.
Este Hombre-Héroe se ha apoderado de la novela (de la
Historia) y su naturaleza imperial le condujo a tomar «todo» y a gobernar con decretos
y leyes. El Héroe decretó:
· * Que la
forma adecuada de la narrativa era la de la flecha o la lanza que da lugar a un
modo lineal, progresivo.
· * Que la
preocupación central de la narrativa era el conflicto
· * Que el
relato no valía si no figuraba el Héroe
El relato de la vida (que está protagonizado
mayoritariamente por mujeres), era el relato pacífico, el que no combate, el
que se basaba en los recipientes, contenedores, cestos, bolsas, mallas. La
antropóloga Elizabeth Fisher consideraba los recipientes como los primeros
artefactos culturales y de ahí elaboró la «Teoría de la Bolsa», que retomó Le
Guin. Esta teoría consideraba que los recipientes anclaban a la tierra: llevaban
cosas a casa, la casa misma era un recipiente de personas, ponían el contenido
en lugares sagrados, etc. El relato hegemónico, el del Hombre, escondió a esta otra
humanidad, aunque Le Guin consideraba que este relato, el de la vida, sí se había
contado a través de los mitos de la creación, la picaresca, los cuentos
folclóricos, las bromas y las novelas (que eran relatos antiheroicos), puesto
que la autora consideraba que las novelas contenían el relato de la vida:
· * La
forma adecuada de la novela era la de un saco o una bolsa que contenía palabras
y las palabras contenían cosas.
· * La
preocupación central no era ni el conflicto ni la armonía. Su propósito era un
proceso continuado, un relato sin fin (un «apilamiento»).
· * En
lugar de Héroes contenía personas (en realidad mayoritariamente mujeres).
Partiendo, y ampliando, las diferencias entre la Historia
hegemónica («el relato del Héroe») y otra manera de entender la historia («el
relato de la vida») vamos a reflexionar sobre cómo entendemos la historia.
La
historia hegemónica parte de una perspectiva de la historia que es lineal (Le
Guin lo señalaba respecto a la narrativa: «lineal y progresiva»), es decir, que
considera la historia como una línea ordenada de causas y consecuencias que
camina hacia adelante, que progresa conduciendo a hechos que previsiblemente
tienen que suceder. Es decir, que un hecho histórico determinado proviene de
algo que estaba en ciernes en un elemento originario cuyo desarrollo se acaba
concretando en dicho acontecimiento.
Es una
concepción muy vinculada a la Modernidad que estableció que la Historia era una línea de causalidad y
construyó un corpus de pensamiento y de acción que se fundamentaba en una
transmisión intencional de una generación a otra siguiendo una línea de
progreso.
Todo aquello que se consideraba
erróneo, desviado, contradictorio o fracasado en esa concepción lineal se
descartaba de la gran Historia: mujeres, clases trabajadoras anónimas, tareas
de cuidados, personas racializadas, etc.
Sin embargo, la historia es discontinua y
contradictoria, no lineal y ordenada; accidental y contingente puesto que nada
anuncia que se va a producir un acontecimiento, puede suceder o no, por tanto, no
es mecánica ni causal.
Este fragmento de un afamado autor de «novela negra»,
lo resume muy bien:
«El abuelo sacaba la petaca y
decía que, cuando llegáramos a tierra, pensaríamos en el viaje como una línea
continua desde el punto de partida hasta el destino. Un relato con sentido y
dirección. Lo recordaríamos como si fuera exactamente en ese punto donde
habíamos decidido que la barca tocara tierra, decía. Pero el lugar al que
llegamos y nuestro destino eran sitios diferentes. No era que una cosa
tuviera que ser mejor que la otra.
Llegamos a donde llegamos, y puede estar bien, puede ser un consuelo creer que
era ahí donde queríamos llegar o, por lo menos, a donde nos dirigíamos todo el
tiempo. Nuestra pobre memoria es como una madre bondadosa que nos dice que lo
hemos hecho bien, que cada impulso que dimos a los remos era limpio y se sumaba
como un elemento intencionado y lógico del relato. La idea de que en algún
momento perdimos el rumbo, que no supimos adónde nos dirigíamos, que la vida se
convirtió en un caos de movimientos convulsos y torpes de los remos, es tan
desagradable que preferimos reescribir la historia después».
Prefiero la
representación «geológica» (Le Guin le llama de «apilamiento») de la historia a
la «lineal». En la imagen «geológica» el peso de la historia funciona a través
de una acumulación espacial de capas sedimentarias heterogéneas entre las
cuales investigamos acontecimientos que sucedieron sin anuncio previo, que
pasan, a veces, como un rayo lleno de posibilidades por indagar y escudriñar.
La labor de la historia debe asumir la temporalidad esencial de la comunidad y reconocer que los
estratos sedimentarios son los depósitos dados por las generaciones anteriores que
definen a la comunidad por sus relaciones históricas con los ancestros y, a partir de ahí, recoger
las historias discontinuas, sorprendentes e inesperadas y llevar a cabo un
registro retrospectivo de conflictos, afectos y saberes. Un registro de las
convergencias, de los accidentes, de los desórdenes, de lo descartado por la
«gran Historia».
Así, toda subjetividad, toda
comunidad tiene un fondo constituido por un humus de significaciones legadas
por la tradición a la cual pertenece, y para su actividad de formación de
sentido lega a las generaciones futuras una capa suplementaria de significaciones.
Por eso no se puede definir una comunidad solamente por las relaciones sociales entre
los contemporáneos, sino también, y fundamentalmente, por las relaciones históricas con
los ancestros.
De alguna manera, somos lo
que somos en tanto que herencia y en tanto que el pasado produce efectos sobre
el presente, si no los produce, si se rompe esa trabazón con el pasado y deja
de «afectarnos» en nuestro quehacer y en nuestra sensibilidad, los hechos
pasados mueren y quedan en libros polvorientos sin brújula y sin sentido como «pasado pasado». El pasado no se puede cambiar, pero sí lo pueden
hacer las múltiples lecturas o apropiaciones que se hagan de este y así
convertir un «pasado pasado» en un «pasado presente».
Laura Vicente
[Texto publicado en la revista Humanitat Nova, nº 10, año 2025]
En realidad, Benjamin dice que las «ideas faústicas» son
ideas maestras que tienen el poder de encabezar los grandes asuntos de la
humanidad. No pretendo darle esa trascendencia, pero para mí el texto de Úrsula
K. Le Guin ha sido un texto referencial en mi manera de entender la historia.
Jo
Nesbø (2021): Cuchillo. Barcelona, Debolsillo, p. 540.