Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

viernes, 23 de mayo de 2025

«A mi aire»

 


2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (2 enero)

Recibo 2025 montañeando entre el frío y la nieve.

Con gorro, guantes y bien abrigada

cuando se hace de día y asoma el sol;

caminando y caminando, escuchando

la naturaleza dormida;

con té, platos calientes, un buen vino

y un libro cuando anochece.


«A mi aire» (9 enero)

Cada año sueña al siguiente.

Hoy podemos ejercitarnos porque este acaba de empezar.


«A mi aire» (16 enero)

Cuando alguien vota a la extrema-derecha, que no sea la minoría que se beneficia de su auge, pienso en esta afirmación de Spinoza: «¿Por qué combaten los hombres por su servidumbre como si se tratase de su salvación?».

Gran pregunta que convendría pensar y repensar.


«A mi aire» (23 enero)

El progreso es infernal porque frivoliza el sufrimiento humano como efecto colateral y precio a pagar pasajero y excepcional para un bien mayor que puede ser la cultura, la religión, la nación o simplemente los superiores intereses materiales de los que causan el daño.

¿Será por eso por lo que me deja perpleja que una cierta izquierda se autodenomine «progresista»?


«A mi aire» (30 enero)

Hay un público necesitado de absolutos.

¿Cómo digerimos eso?


«A mi aire» (6 febrero)

La revolución (si aún soñamos con ella) está firmemente ligada al día a día. Si actuamos en el plano de lo cotidiano, y no en el de la ideología, podemos ir transformando la vida diaria como cuestión colectiva, reapropiándonos de ella mediante la lucha. Eso la gente lo puede identificar y sentir.

No puedo abandonar la Utopía, pero esta no tiene el contenido heroico de la lucha por el poder, sino la sencillez de la toma de la vida.


«A mi aire» (13 febrero)

En las dictaduras (también en las democracias totalitarias), el tiempo es lento, pesado, vacío. En ese tiempo, el ser humano es declarado una NADA.


«A mi aire» (20 febrero)

¡Cuánto cuesta desprenderse de lo material cuando está inmerso en tantos recuerdos y tanto cariño!

Lo siento, padre


«A mi aire» (27 febrero)

Los combates que han hecho avanzar los caminos de la emancipación no son los que han alineado a los pueblos detrás de las ideas, sino los que están inmersos en las realidades concretas de injusticia y de opresión, evitando la deriva metafísica de las ideologías.


«A mi aire» (6 marzo)

Ante la amenaza de que las mujeres perdamos derechos legales, debemos tener claro que los derechos no son cosas que distribuyen desde arriba, no son algo que «tenemos», sino algo que «hacemos».

Las prácticas de libertad política de los feminismos no se pueden confundir con la institucionalización de los derechos o la igualdad formal.


«A mi aire» (13 marzo)

Busquemos dar sentido a cosas que no tienen nombre.


«A mi aire» (20 marzo)

Ese señor (el «payaso yanqui» que da miedo) de larga corbata, pelo naranja y que adopta maneras histriónicas, ha perdido su nombre para mí.

No pienso volver a pronunciar su nombre como acto de resistencia a su mera existencia. Espero que podamos hacer algo más colectivamente.


«A mi aire» (27 marzo)

La vida es más fácil con certezas, con convicciones, con certidumbres…

Vivimos una época (la llaman postmodernidad) en que las hemos perdido y la vida es más difícil. Por eso hay tantas personas que vuelven al pasado en su busca y están dispuestas a «creer» en quien les asegura que es posible recuperarlas. Eso es terriblemente peligroso.

martes, 13 de mayo de 2025

HISTORIA Y «EL RELATO DE LA VIDA»

 

Hay ideas luminosas, o como dice Walter Benjamín «ideas faústicas», es decir, ideas maestras que tienen el poder de clarificar aspectos que una lleva tiempo trabajando[1], el de Ursula K. Le Guin: «La teoría de la bolsa de ficción», lo es. En realidad, este breve texto de Le Guin no se refiere a la historia sino a la ficción, al relato, a la novela (a la ciencia-ficción, género en el que ella destaca).


Para elaborar su teoría se sitúa en la prehistoria/inicio de la historia: un tiempo en el que el principal alimento eran los vegetales, la caza menor y la pesca. Cazar un gran animal suponía una gran aportación de carne que era escasa en una dieta en la que predominaban los vegetales (70 % aproximadamente). La caza de un gran animal, cuando esta pasó a ser individual, aportaba, además de carne, el relato de la aventura de la caza que tenía acción y un Héroe, el propio cazador.

Le Guin se plantea contar en «La teoría de la bolsa de ficción» otro relato nunca contado: el relato de la vida. En este texto contrapone dos relatos, el hegemónico (el del Héroe) y el nunca contado, el excluido (el de la vida):

El relato del Héroe (que está protagonizado por un Hombre)[2], es el relato de matar, violar, atizar y asesinar con armas, cuchillos, hachas, herramientas para machacar, moler y cavar. Herramientas que expulsan energía hacia fuera. Esta civilización fue explicada como relato del ascenso del Hombre-Héroe que se consideró el relato de toda la humanidad.

Este Hombre-Héroe se ha apoderado de la novela (de la Historia) y su naturaleza imperial le condujo a tomar «todo» y a gobernar con decretos y leyes. El Héroe decretó:

·      * Que la forma adecuada de la narrativa era la de la flecha o la lanza que da lugar a un modo lineal, progresivo.

·       * Que la preocupación central de la narrativa era el conflicto

·      * Que el relato no valía si no figuraba el Héroe

El relato de la vida (que está protagonizado mayoritariamente por mujeres), era el relato pacífico, el que no combate, el que se basaba en los recipientes, contenedores, cestos, bolsas, mallas. La antropóloga Elizabeth Fisher consideraba los recipientes como los primeros artefactos culturales y de ahí elaboró la «Teoría de la Bolsa», que retomó Le Guin. Esta teoría consideraba que los recipientes anclaban a la tierra: llevaban cosas a casa, la casa misma era un recipiente de personas, ponían el contenido en lugares sagrados, etc. El relato hegemónico, el del Hombre, escondió a esta otra humanidad, aunque Le Guin consideraba que este relato, el de la vida, sí se había contado a través de los mitos de la creación, la picaresca, los cuentos folclóricos, las bromas y las novelas (que eran relatos antiheroicos), puesto que la autora consideraba que las novelas contenían el relato de la vida:

·       * La forma adecuada de la novela era la de un saco o una bolsa que contenía palabras y las palabras contenían cosas.

·      * La preocupación central no era ni el conflicto ni la armonía. Su propósito era un proceso continuado, un relato sin fin (un «apilamiento»).

·           *  En lugar de Héroes contenía personas (en realidad mayoritariamente mujeres).

Partiendo, y ampliando, las diferencias entre la Historia hegemónica («el relato del Héroe») y otra manera de entender la historia («el relato de la vida») vamos a reflexionar sobre cómo entendemos la historia.

La historia hegemónica parte de una perspectiva de la historia que es lineal (Le Guin lo señalaba respecto a la narrativa: «lineal y progresiva»), es decir, que considera la historia como una línea ordenada de causas y consecuencias que camina hacia adelante, que progresa conduciendo a hechos que previsiblemente tienen que suceder. Es decir, que un hecho histórico determinado proviene de algo que estaba en ciernes en un elemento originario cuyo desarrollo se acaba concretando en dicho acontecimiento.



Es una concepción muy vinculada a la Modernidad que estableció que la Historia era una línea de causalidad y construyó un corpus de pensamiento y de acción que se fundamentaba en una transmisión intencional de una generación a otra siguiendo una línea de progreso.

Todo aquello que se consideraba erróneo, desviado, contradictorio o fracasado en esa concepción lineal se descartaba de la gran Historia: mujeres, clases trabajadoras anónimas, tareas de cuidados, personas racializadas, etc.

Sin embargo, la historia es discontinua y contradictoria, no lineal y ordenada; accidental y contingente puesto que nada anuncia que se va a producir un acontecimiento, puede suceder o no, por tanto, no es mecánica ni causal.

Este fragmento de un afamado autor de «novela negra»[3], lo resume muy bien:

«El abuelo sacaba la petaca y decía que, cuando llegáramos a tierra, pensaríamos en el viaje como una línea continua desde el punto de partida hasta el destino. Un relato con sentido y dirección. Lo recordaríamos como si fuera exactamente en ese punto donde habíamos decidido que la barca tocara tierra, decía. Pero el lugar al que llegamos y nuestro destino eran sitios diferentes. No era que una cosa tuviera   que ser mejor que la otra. Llegamos a donde llegamos, y puede estar bien, puede ser un consuelo creer que era ahí donde queríamos llegar o, por lo menos, a donde nos dirigíamos todo el tiempo. Nuestra pobre memoria es como una madre bondadosa que nos dice que lo hemos hecho bien, que cada impulso que dimos a los remos era limpio y se sumaba como un elemento intencionado y lógico del relato. La idea de que en algún momento perdimos el rumbo, que no supimos adónde nos dirigíamos, que la vida se convirtió en un caos de movimientos convulsos y torpes de los remos, es tan desagradable que preferimos reescribir la historia después».

Prefiero la representación «geológica» (Le Guin le llama de «apilamiento») de la historia a la «lineal». En la imagen «geológica» el peso de la historia funciona a través de una acumulación espacial de capas sedimentarias heterogéneas entre las cuales investigamos acontecimientos que sucedieron sin anuncio previo, que pasan, a veces, como un rayo lleno de posibilidades por indagar y escudriñar. La labor de la historia debe asumir la temporalidad esencial de la comunidad y reconocer que los estratos sedimentarios son los depósitos dados por las generaciones anteriores que definen a la comunidad por sus relaciones históricas con los ancestros y, a partir de ahí, recoger las historias discontinuas, sorprendentes e inesperadas y llevar a cabo un registro retrospectivo de conflictos, afectos y saberes. Un registro de las convergencias, de los accidentes, de los desórdenes, de lo descartado por la «gran Historia».

Así, toda subjetividad, toda comunidad tiene un fondo constituido por un humus de significaciones legadas por la tradición a la cual pertenece, y para su actividad de formación de sentido lega a las generaciones futuras una capa suplementaria de significaciones. Por eso no se puede definir una comunidad solamente por las relaciones sociales entre los contemporáneos, sino también, y fundamentalmente, por las relaciones históricas con los ancestros.

De alguna manera, somos lo que somos en tanto que herencia y en tanto que el pasado produce efectos sobre el presente, si no los produce, si se rompe esa trabazón con el pasado y deja de «afectarnos» en nuestro quehacer y en nuestra sensibilidad, los hechos pasados mueren y quedan en libros polvorientos sin brújula y sin sentido como «pasado pasado». El pasado no se puede cambiar, pero sí lo pueden hacer las múltiples lecturas o apropiaciones que se hagan de este y así convertir un «pasado pasado» en un «pasado presente»[4].

 Laura Vicente

[Texto publicado en la revista Humanitat Nova, nº 10, año 2025]



[1] En realidad, Benjamin dice que las «ideas faústicas» son ideas maestras que tienen el poder de encabezar los grandes asuntos de la humanidad. No pretendo darle esa trascendencia, pero para mí el texto de Úrsula K. Le Guin ha sido un texto referencial en mi manera de entender la historia.

[2] Utilizo las mayúsculas porque el relato hegemónico se convirtió en «el Relato», el único, el que siempre ha representado a la humanidad, el universal.

[3] Jo Nesbø (2021): Cuchillo. Barcelona, Debolsillo, p. 540.

 [4] Edgar Straehle (2024): Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria. Madrid, Akal.

sábado, 3 de mayo de 2025

TRANSFEMINISMOS



Miriam Solá y Elena Urko (compiladoras) (2018, 4ª ed.): Transfeminismos. Epistemes, fricciones y flujos. Tafalla, Txalaparta.

«Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo»

Audre Lorde

 

Este libro ha tenido amplia difusión como lo demuestra sus cuatro ediciones en 2018, sin embargo, no es fácil hacerse cargo de qué se entiende por transfeminismos desde el punto de vista teórico y conceptual. Este inconveniente se debe a que se trata de un libro muy fragmentario que trata de abarcar muchos temas por parte de muchas personas y colectivos que se centran en temas parciales. El lado positivo de este inconveniente es que se centra en la práctica de este tipo de feminismos, es decir, considera la práctica como criterio de verdad; esto es, la verdad (potencia y realidad) se acredita en la práctica misma. Esta perspectiva nos sitúa ante la modestia del conocimiento puesto que este es parcial y efímero[1].

La aparición de lo queer es lo que ha posibilitado el cuestionamiento de la categoría «mujeres», algo fundamental en los feminismos transfeministas. La influencia del pensamiento y el activismo queer ha contribuido a:

·       Cuestionar el binarismo de género y la dicotomía homo/hetero.

·       Evidenciar la violencia de toda forma identitaria.

·       La articulación de discursos minoritarios, prácticas políticas, artísticas y culturales que estaban emergiendo en las comunidades feministas, okupas, lesbianas, anticapitalistas, maricas y transgénero (se ha favorecido la conexión de toda esta serie de formas organizativas).

De hecho, como señala Miriam Solá en la Introducción, transfeminismo se usa porque suena mejor en castellano que el término queer, materializando la necesidad política de hacerse cargo de la multiplicidad del sujeto feminista. Además, es un término que quiere situar al feminismo como un conjunto de prácticas y teorías en movimiento que dan cuenta de una pluralidad de opresiones y situaciones, mostrando la complejidad de los nuevos retos a los que debe enfrentarse y la necesidad de una resistencia conjunta en torno al género y a la sexualidad

Los transfeminismos, en efecto, surgen en el contexto de los debates sobre la forma tradicional de entender el sistema sexo/género y la sexualidad. Se produjo una deconstrucción del género para poner en el centro de los debates feministas la especificidad de la opresión sexual, que afecta directamente a otros individuos o grupos, más allá de las mujeres y que el feminismo tradicionalmente no había incluido en su sujeto de representación. En esta línea, se produjo un cuestionamiento de la norma heterosexual como régimen político-económico y como base de la división sexual del trabajo o de las desigualdades estructurales entre los géneros.

Estos planteamientos me generan algunas dudas, alguna de las cuales se plantean en el propio libro:

·       ¿La relativización de las identidades que se propone puede llevar a un ocultamiento de la asimetría entre hombres y mujeres? Es decir, ¿la crítica al binarismo puede implicar la invisibilidad de las desigualdades de género estructurales?

·       ¿La pluralidad de opresiones y la multiplicidad del sujeto feminista no puede recaer en la construcción de un universal (sujeto y opresión) reunido en la lucha feminista? Me parece que, pese a que se habla de pluralidad de opresiones, se da mucha relevancia a la opresión sexual.

·       ¿Los transfeminismos practican el hecho de que ninguna identidad por separado (color, clase, género, diferencia sexual) puede constituir por separado la identidad ni ser la base de una política de transformación radical? ¿Se entienden realmente las identidades como formas fragmentadas? La lectura de los diversos capítulos me genera dudas.

Las dudas siempre son interesantes puesto que abren posibilidades de otras prácticas y de reflexiones sobre diferentes temas, formas organizativas, orientación de las luchas, etc.

Laura Vicente 

 



[1] Aunque no coincido en algunos de sus postulados, este libro que acabo de leer me ha parecido que clarifica algunas cuestiones tratadas en este que reseñamos: Juan Manuel Aragües Estragués (2024): La escritura de los dioses. Política para una (im)posible gramática de lo real. Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza