Hace tiempo que valoro conceptos que hace años
consideraba secundarios porque pensaba que había otros con mucho más peso (me
refiero a las grandes palabras: libertad, igualdad, utopía…). Sin embargo, con
el paso del tiempo y de las experiencias vividas me doy cuenta que hay
conceptos sobrevalorados por su ampulosidad y que han estado en la base de la
construcción de grandes distopias. En cambio, de forma lenta pero segura,
emergen otros conceptos menos épicos que las víctimas, que han sufrido los
grandes totalitarismos del siglo XX, destacan como fundamentales: bondad,
sensibilidad o ética.
Bauman y Donskis[1]
han escrito un libro donde se refieren a alguno de estos conceptos
convirtiéndolos en centrales en su reflexión sobre la modernidad líquida. No
voy a referirme a las muchas ideas sobre cultura, educación, historia, memoria,
etc. que aparecen en este libro para centrarme en tres aspectos que considero
centrales (la crisis política, la adiaforización y el mal).
Los autores utilizan el concepto de interregno de Gramsci para hacer referencia a nuestra época
desde el punto de vista político, concepto con el que se refiere a esas épocas
en las que se acumula una evidencia de que las viejas y conocidas formas de
hacer las cosas ya no funcionan, a la vez que sus sustitutos más eficaces aún
no se han presentado o son demasiado precoces, volátiles e incipientes para ser
tenidos en cuenta. Nuestro interregno,
según los autores, está marcado por
el desmantelamiento y el descrédito de las instituciones que solían contribuir
a los procesos de formación e integración de las visiones, los programas y los
proyectos públicos (109).
Este desmantelamiento-descrédito afecta de lleno al liberalismo
en la Europa de hoy. Hay una ola de contraliberalismo que incluye graves
violaciones de los derechos humanos por lo que podríamos estar entrando en un totalitarismo suave basado en la vigilancia
masiva y la colonización de lo privado (101). De hecho, nuestra época se define ya por la derrota de
la idea del individuo autónomo y con ella de la libertad política.
Y lo peor está por llegar porque cada vez abunda más
el antiguo liberal que se decanta por
una amalgama de racismo, xenofobia, etc. pero sigue comprometido con la
economía de libre mercado y su aspecto neoliberal, algo que acerca a las
democracias con países como China o Rusia (97).
En este interregno
tiene un gran protagonismo el miedo y la inseguridad como argumento para
construir el totalitarismo suave. En
realidad ha sido el Estado el que ha permitido la mayor inseguridad proveniente
del mercado y que afecta al trabajo, la vivienda, la educación, la sanidad, las
ayudas a la gente mayor etc. Por tanto,
el Estado tiene que buscar otras variedades “no económicas” de vulnerabilidad
en que apoyar su legitimidad. El miedo al otro
(al inmigrante, al refugiado, al parado, al terrorista islámico, a los miembros
de otras culturas y religiones, etc.) debilita la confianza mutua e incrementa
la sospecha mutua y ahí el Estado recupera su papel de imprescindible para
defender la seguridad y reducir, aparentemente, el miedo.
Uno de los aspectos que más destaca en este interregno es la pérdida de sensibilidad. Los
autores utilizan el término adiaforización (indiferencia): estratagemas
para situar, a propósito, o por defecto, ciertos actos y/o actos omitidos
respecto a ciertas categorías de seres humanos fuera del eje moral-inmoral (57). En ese proceso de insensibilidad,
de indiferencia, ocupa un lugar importante la inflación de las palabras de peso, es decir, la aplicación de términos importantes que se utilizan cada vez con
mayor libertad e irresponsabilidad al hablar de cualquier cosa, convirtiendo
esas palabras (por ejemplo genocidio u holocausto) en una decoración exánime
(140). La inflación de conceptos y valores (juramentos, promesas, conceptos) provoca
que todo se vuelva uniformemente importante y, a la vez, superfluo. La falta de
respeto hacia los conceptos y el lenguaje enmascara temporalmente la falta de
respeto hacia los demás (155-157).
La insensibilidad moral inducida y artificial tiende
a convertirse en una compulsión o segunda
naturaleza, es decir, en un estado permanente y casi universal; y los dolores morales quedan, en
consecuencia, despojados de su saludable papel como advertencia, alerta y
activación (189).
Y todo esto nos conduce al mal:
La geografía simbólica del
mal no se detiene en las fronteras del sistema político, penetra mentalidades,
culturas, espíritus nacionales, patrones de pensamiento y tendencias de la
conciencia (17).
El mal no se limita a la guerra o a las ideologías
totalitarias. Hoy en día se revela con mayor frecuencia en la ausencia de
reacción ante el sufrimiento del otro, al negarse a comprender a los demás, en
la insensibilidad y en los ojos apartados de una silenciosa mirada ética. En la
actualidad el mal asume formas anónimas de insensibilidad que pasan
inadvertidas; el mal es mucho más difícil de reconocer que en el pasado (221).
[1] Zigmunt
Bauman y Leonidas Donskis (2015): Ceguera
moral. La pérdida de sensibilidad en la modernidad líquida. Paidos,
Barcelona. Las imágenes son de Helma Speksnijder.