Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

lunes, 23 de julio de 2018

MISANTROPÍA, AGUAFIESTAS, SOLEDAD, SILENCIO Y LENTITUD[1]


Dice el diccionario de la RAE que misantropía es: la aversión al género humano y al trato con otras personas. Sin embargo, Alfonso Berardinelli afirma que la misantropía es aversión, desconfianza y desprecio no tanto por el hombre y la humanidad en abstracto, como por el hombre en cuanto animal social, por la humanidad vista en sus comportamientos sociales.
Berardinelli le da la vuelta al concepto como si fuera un calcetín. La misantropía no es  el odio al ser humano, el verdadero objetivo del misántropo/a es la persona “social”, la persona dispuesta a obedecer, complaciente, las reglas del ambiente, la persona satisfecha de las “buenas normas” comúnmente aceptadas.


El misántropo/a detesta la sociabilidad porque ve en ella la traición de cuánto hay de precioso en el ser humano, es decir,  los impulsos hacia la verdad y la justicia. La humanidad se corrompe cuando se pliega a la sociabilidad, es decir, la trama de comportamientos que genera lo peor del ser humano, entre otras actitudes, la renuncia a la verdad, la hipocresía, su espíritu de adaptación, la esclavitud de la costumbre, etc. El hombre socializado renuncia a sí mismo, por ello la intelectualidad debe decantarse hacia la misantropía, ser personas indóciles a las “buenas costumbres” de la sociabilidad.
Berardinelli va más lejos al recuperar otro término con mala prensa, el de aguafiestas. La intelectualidad tiene que ejercer de aguafiestas, es decir, tienen que ser personas que consiguan entender y describir con mayor precisión los fenómenos políticos que involucraron a millones de personas, aun cuando ello les lleve a ser considerados traidores, tránsfugas o intrusos. Los aguafiestas acostumbran a ser críticos con la izquierda sin por ellos pasarse a la derecha, ser usados por la propaganda de derechas y continuar criticando la cultura burguesa y la sociedad capitalista. Algunos célebres aguafiestas han sido: Ignazio Silone, George Orwell, Arthur Koestler, Simone Weil o Albert Camus.
El ser misántropos/as y aguafiestas puede parecer poco envidiable, pero si a ese “programa” le añadimos la soledad, el silencio y la lentitud, ¿quién querría ser un intelectual de este estilo en el siglo XXI?, ¿quién querría serlo en una sociedad en la que la industria cultural se ha apropiado de todo, convirtiendo la cultura en mercancía?  La reducción del arte, pensamiento, emociones y sueños a mercancías que producir en serie para el consumo de masas es ahora un fenómeno tan gigantesco y omnipresente que es difícil escapar a su influjo.
Solo algunos héroes y heroínas que nadan a contracorriente, como el propio Berardinelli, se obstinarán en ese modelo. De hecho el autor de este libro, en 1995, abandonó su cátedra de Historia de la Literatura Moderna en la Universidad de Venecia tras veinte años en la enseñanza, para vivir de trabajos en precario como crítico literario y cultural, conferenciante y colaborador en alguna editorial.
Berardinelli defiende la soledad como sabiduría y como goce de uno mismo al estilo de Montaigne. Para su desgracia la cultura y las ideas, para manifestar su poder completamente específico, todavía tiene necesidad de tiempo y de concentración, de lentitud y de silencio. Silenciosa y solitaria, la lectura bien hecha, la lectura responsable instaura una especie de “diálogo monologante” entre el libro y el lector. La cultura es imaginación y valor, afirma Berardinelli, capacidad de actuar en soledad, de ir contracorriente y de enfrentarse a la angustia. Si se entiende así, en este mundo del espectáculo y la mercancía, será difícil encontrarla. Como afirma George Steiner en El lector infrecuente: “El intelectual es sencillamente un ser humano que cuando lee un libro tiene un lápiz en la mano”: comenta, anota, objeta, responde, conecta una experiencia escrita con una experiencia aún no formalizada. Es la intensidad de la atención y la meditación las que otorgan valor a a aquello que se lee.
Entre los más agudos diagnósticos de la vida contemporánea se encuentran escritores antipolíticos y profundamente antisociales como Karl Kraus, Ortega y Gasset, Adorno, Canetti, Günter Anders, Montale, Gadda o Pasolini.





[1] Este texto está basado en el libro de Alfonso Berardinelli (2015): El intelectual es un misántropo. Ediciones El Salmón.

viernes, 13 de julio de 2018

Dos mujeres, dos clases sociales y dos mundos enfrentados



La millonaria Rafaela Torrents y la sindicalista Teresa Claramunt comparten protagonismo en un ensayo firmado por la historiadora Laura Vicente. Es lo único en común entre dos mujeres a las que el orden social de finales del siglo XIX —no tan distinto al imperante hoy— situó en polos opuestos.

Teresa Claramunt y Rafaela Torrents, mujer contra mujer en la Cataluña insurgente de finales del siglo XIX. 

Periódico EL SALTO, 2018-07-05

Teresa Claramunt y Rafaela Torrents, mujer contra mujer en la Cataluña insurgente de finales del siglo XIX

Las protagonistas de esta historia son cuatro y tienen nombres femeninos: Rafaela, Teresa, Barcelona y la desigualdad. Su autora es Laura Vicente, quien en Mujer contra mujer en la Cataluña insurgente (Comuniter, 2018) ha creado un relato híbrido entre el ensayo documental y la recreación histórica que pretende fotografiar las vidas de dos mujeres absolutamente opuestas en el marco de la Barcelona finisecular que pasaba la página del XIX al XX. Con sus retratos, Vicente busca “una visión global desde dos miradas de mujeres comunes, reales y desconocidas para la historia”, comenta a El Salto esta doctora en Historia por la Universidad de Zaragoza y especialista en historia de la mujer.
Rafaela Torrents (1838-1909) y Teresa Claramunt (1862-1931) nunca se cruzaron y sus comportamientos y condiciones no podrían haber sido más diferentes. Vicente parte del atentado en el Liceo el 7 de noviembre de 1893, un suceso que le sirve para entrelazar las vidas de Torrents y Claramunt: la primera asistía desde la platea a la representación del Guillermo Tell de Rossini, la obra que esa noche inauguraba la temporada de la Ópera en Barcelona, y la segunda sería detenida en la posterior oleada de arrestos —que ascendieron a más de 500 al finalizar el año—, pese a no guardar relación con el ataque, dos bombas lanzadas sobre el patio de butacas cuya explosión provocó una veintena de muertos. Según algunas interpretaciones, el atentado ejemplificaría el choque sangriento de los dos mundos —el burgués y el obrero, de los que Torrents y Claramunt son exponentes muy claros— que compartían la misma ciudad.
“Desde la abundancia de Rafaela Torrents se pueden apreciar mejor las carencias de las mujeres trabajadoras —explica Vicente—. Ella estaba protegida por el dinero y por las influencias políticas que tenía. Aunque intenta transgredir algunos límites, no necesita arriesgar todo como tiene que arriesgar Teresa Claramunt, incluso su salud, que se va deteriorando progresivamente por la falta de recursos”. La historiadora ya había publicado en 2006 otro trabajo, centrado en la figura de Claramunt, pero se quedó con la impresión de que le faltaba la otra parte de la sociedad, las clases altas, “que aparecían casi como una sombra proyectada en la pared”.
MUJER (RICA) CONTRA MUJER (POBRE)
Marquesa una, trabajadora textil desde los diez años la otra, la desigualdad entre ambas se ilustra plenamente con un dato: a los 18 años, el hijo de Rafaela Torrents era el segundo mayor contribuyente al fisco en Barcelona; mientras, Teresa Claramunt sufrió la muerte de cinco de sus retoños a edad muy temprana, apenas unos pocos meses de vida.
De Claramunt llegó a afirmar Federica Montseny —anarcosindicalista que se convirtió en la primera mujer ministra durante la II República— que carecía de cultura y no usaba frases floridas pero que tenía el instinto certero del pueblo. Participante activa en la huelga de las siete semanas en 1883, con el objetivo de reducir la jornada laboral a 10 horas, Claramunt tejió redes con sus compañeras y un año después crearon la sección varia de trabajadoras anarcosindicalistas de Sabadell en la que ella propuso compartir, en las jornadas festivas, los conocimientos de cada una relativos a administración de la casa, lectura o escritura. Después publicaría folletos, organizaría huelgas y secundaría protestas que en numerosas ocasiones dieron con sus huesos en la cárcel. La represión institucional hizo mella en el cuerpo y la salud de Teresa Claramunt.
Rafaela Torrents, por su parte, enviudó muy joven, quedando a cargo de administrar la fortuna legada a su único hijo por parte de su marido, un terrateniente cuya familia había amasado un tesoro en el mercado de los esclavos en Cuba. Esa situación desahogada le permitió disponer de palacete y participar en los rituales de la clase alta en Barcelona, también moverse en los ambientes en los que lo hacían quienes regían el destino de la ciudad. Su mentalidad era conservadora, al igual que sus ideas políticas.
Prolijo en detalles relativos a la vida cotidiana de ambas, el libro de Laura Vicente se inscribe en una corriente historiógrafica denominada contrahistoria, que renuncia conscientemente al gran relato para centrarse en la letra pequeña, según la autora. Un propósito que emparenta su trabajo con el de Carlo Ginzburg (autor de El queso y los gusanos: el cosmos según un molinero del siglo XVI) o el de María Rosón, en su investigación sobre cultura visual e identidades de género en los primeros años del franquismo.
Vicente reconoce que en su búsqueda topó con complicaciones derivadas de la falta de documentación sobre dos personas comunes, aunque una de ellas fuese de clase alta: “De hecho, se sabe menos de Rafaela Torrents que de Teresa Claramunt. Acercarte a su historia es complicado porque hay poco rastro. Claramunt tiene tres coordenadas que hacen muy complicada su biografía: es mujer, viene de clase humilde y desarrolla una ideología política revolucionaria. En el caso de Torrents, el hecho de ser una mujer observada como una persona banal y carente de interés por su condición de clase en esta época lo hace difícil”.
BARCELONA, LA TERCERA EN DISCORDIA
Aunque ninguna de las dos era oriunda de Barcelona, la capital catalana es la tercera protagonista del relato escrito por Laura Vicente a partir de las vidas de Rafaela Torrents y Teresa Claramunt en la segunda mitad del siglo XIX. En ese periodo, la población barcelonesa creció hasta un 300%, debido a la anexión de localidades como Gracia, San Martín o Sants. En 1930 la ciudad alcanzó el millón de habitantes, en un proceso también definido por la baja natalidad, lo que propició el fomento —por parte de las patronales, necesitadas de mano de obra— de la inmigración desde zonas rurales de Cataluña y de fuera.
En esa Barcelona dual creció una febril actividad sindical y obrera, recuerda Vicente: “Cuando se habla de la Cataluña insurgente, se habla de la Cataluña de las clases trabajadoras que eran las que habían construido espacios de resistencia y rebeldía en los barrios, encauzados por el sindicalismo y especialmente por el anarquismo. Pero esto es extensible a cualquier otro lugar de España y de Europa. Lo que queda de eso ahora mismo en la ciudad de Barcelona son barrios en los que hay espacios que emergen en momentos determinados que podrían enlazar con este planteamiento de posiciones de resistencia y rebeldía. Se manifestaron muy claramente en el 15M, por ejemplo. No con la fuerza de entonces, pero siguen muy vinculados al mundo libertario, ya lo muestren explícitamente o por las prácticas que desarrollan”.
La historiadora señala también que en Barcelona “sigue habiendo una distancia enorme entre los barrios de clase alta y de clase trabajadora: no es poca cosa, por ejemplo, que exista una diferencia media de ocho años en esperanza de vida entre unos y otros”.
REGRESO AL FUTURO
Es inevitable preguntar a Vicente si encuentra algún denominador común entre aquella efervescencia vivida en Cataluña a finales del siglo XIX y la que se ha disparado en el último lustro. Para ella, se trata de realidades difíciles de comparar pero señala algo que las diferencia de manera “abismal”. En su opinión, “lo de ahora es una insurgencia que viene desde dentro del Estado, desde dentro del poder político, en un proceso de enfrentamiento respecto a otra parte del Estado. La fuerza que, en gran parte, han adquirido las movilizaciones ha sido porque han venido incentivadas y potenciadas desde el poder político. En aquel entonces, vino radicalmente desde fuera del Estado y del poder, en un proceso de autoorganización”.
Abundando en la idea, la historiadora considera que los Comités de Defensa de la República parten de un planteamiento que viene desde arriba: “No he visto un desafío claro por parte de esos comités a la parte del Estado que se controla en Cataluña por parte de la transformada CiU, que es la que ha estado al frente de este proceso”.
En otro hipotético juego de espejos entre el pasado y el presente, ¿podría considerarse a Inés Arrimadas, de Ciudadanos, y Anna Gabriel, de las CUP, como reflejos de Rafaela Torrents y Teresa Claramunt? Vicente sonríe ante la pregunta y comenta que “desde sus posiciones políticas se podría intentar ver los estratos sociales que hay ahora mismo en Cataluña. Pero hay una cosa que llama la atención: Arrimadas recibe muchos votos en los barrios obreros, gana de hecho, y en cambio el partido de Anna Gabriel, que viene de planteamientos anticapitalistas, tiene muchos votos en los barrios altos de Barcelona. Ahí tendríamos que entrar en otra cosa muy compleja que está ocurriendo hoy en Cataluña”.

ESTE ARTÍCULO, SE HA PUBLICADO EN EL PERIÓDICO EL SALTO   (si haces clic te llevo).

martes, 3 de julio de 2018

A VUELTAS CON EL FEMINISMO


Comprendo los motivos por los que el libro de Despentes[1], publicado en Francia en 2006 y traducido aquí doce años después, tiene tanto éxito. Una razón del éxito puede ser su lenguaje desenvuelto, fresco y roquero-punki, que resulta diferente a lo que las feministas acostumbran cuando escriben y que puede resultar atractivo a las generaciones de feministas más jóvenes. No es mi caso, no soy ni joven ni recién llegada al feminismo, quizás por ello su lenguaje me resulta, en algunos momentos, cargante y superficial. Sin embargo, no abandoné su lectura y no me arrepiento.


Otra razón de su éxito puede ser que habla desde la experiencia vivida y no desde un conocimiento académico. Ese método de conocimiento de la realidad es valioso por su autenticidad y cercanía a la cotidianeidad. Sin embargo es muy subjetivo y resulta difícil elaborar una “teoría”, como ella pretende, desde su experiencia personal únicamente. Basarse en su vida personal, siguiendo a Svetlana Aleksiévich[2], es interesante puesto que como afirma en  su  obra, El fin del “Homo Sovieticus”, se puede edificar la realidad sucedida a través de un espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano (…) Porque, en verdad es ahí donde ocurre todo.
La brillantez de algunas partes del libro de Despentes se relaciona con las posibilidades que permite el conocimiento, como dice Carlo Ginzburg[3],  de que a través de una persona común puede escrutarse como en un microcosmos, las características de todo un estrato social en un determinado periodo histórico.
Despentes misma señala que ese estrato social es el de las clases populares cuando afirma en la segunda página: Yo hablo como proletaria de la feminidad (12); o cuando señala que el libro ofrece una clave de lectura del éxito del modelo de la <<calentona>> en la cultura popular actual (24).

Aborda temas polémicos dentro del feminismo con desenvoltura y afirmaciones rotundas puesto que trata el tema de la violación, de la prostitución y de la pornografía. Sorprende que Despentes, que habla de primera mano, no dramatice ni la violación ni la prostitución sino todo lo contrario.
Me ha parecido interesante algo que todas conocemos, a saber, el silencio que las mujeres suelen guardar respecto a la violación u otras agresiones sexuales:
Es asombroso que las mujeres no digamos nada a las niñas, que no haya ninguna transmisión de saber, ni de consignas de supervivencia, ni de consejos prácticos y simples. Nada (48).
Sí se transmite el miedo (se domestica a las niñas para que nunca hagan daño a los hombres), pero la autora habla de empoderamiento frente a las agresiones, de transmisión de saber y este, en efecto, no se produce. Menciona acertadamente a Camille Paglia como la primera que sacó la violación del horror absoluto, de lo no dicho, para no negar, ni morir, sino para vivir con (51 y 56). Hoy que escribo desde las protestas contra la liberación de los agresores de “la manada” tienen más relevancia estas palabras:
(…) hasta qué punto todo está escrupulosamente organizado para garantizar que ellos triunfen sin arriesgar demasiado cuando atacan a mujeres (57).
Pero va más lejos cuando afirma que existe un dispositivo cultural que predestina la sexualidad femenina a gozar de su propia impotencia, es decir, de la superioridad del otro, más bien a gozar contra su propia voluntad que como zorras a las que les gusta el sexo (61). En definitiva, afirma que hay una predisposición femenina al masoquismo que la lleva a tener fantasías de violación.
Otro tema polémico que trata la autora desde su experiencia como prostituta durante una etapa breve de su vida es el de la prostitución ocasional, que sería un curro bien pagado, para una mujer poco o nada cualificada (80). La autora critica que de la prostitución basada en la trata y, por ello, practicada en condiciones asquerosas, se acaben extrayendo conclusiones sobre el mercado del sexo en su conjunto (93).
Nada censurable veo en que una mujer decida voluntariamente, para ganar dinero, dedicarse a la prostitución (al puterío, una palabra que le gusta más a la autora), sin embargo, no me parece que sea el caso de la mayoría de las mujeres prostitutas y por eso sus afirmaciones  me parecen trágicamente banales en muchas ocasiones.
La pornografía, el orgasmo y otros temas son abordados también por Despentes en esta  Teoría King Kong cuyo capítulo dedicado a explicarla me parece lo más interesante del libro siendo igual que el resto intuiciones brillantes plenas de subjetividad. ¿Por qué teoría King Kong? Porque King Kong funciona como una metáfora de una sexualidad anterior a la distinción entre los géneros tal y como se impuso políticamente hacia finales del siglo XIX. King Kong está más allá de la hembra y más allá del macho. Es la bisagra entre el hombre y el animal, entre el adulto y el niño, entre el bueno y el malo, lo primitivo y lo civilizado, el blanco y el negro. Híbrido anterior a la obligación de lo binario. La isla de la película es la posibilidad de una forma de sexualidad polimorfa e hiperpotente (130-131).
Bonito planteamiento si queremos “creerlo”. En todo caso me gusta mucho su planteamiento de que para algunas mujeres el feminismo no es una causa secundaria, un lujo; es una necesidad para sobrevivir, es la única respuesta a la violencia inaudita (162) que han sufrido las mujeres a lo largo de la historia. El feminismo es una revolución no un reordenamiento de consignas de marketing (…). El feminismo es una aventura colectiva (…). Una visión del mundo, una opción (169).





[1] Virginie Despentes (2018): Teoría King Kong. Random House, Barcelona.
[2] Svetlana Aleksiévich (2015): El fin del “Homo Sovieticus”. Acantilado,  Barcelona,  pp. 10 y 14. Premio Nobel 2015.
[3] Carlo Ginzburg (1981): El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. Muchnik, Barcelona, p. 22.