Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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domingo, 23 de septiembre de 2018

MONARQUÍA Y REPÚBLICA, NI CHICHA NI LIMONÁ




Si nos mantuviéramos en una posición doctrinaria, el debate monarquía /república sería una falsa discusión desde una perspectiva anarquista ya que ambas son formas de Estado, principio inútil y nocivo tanto en origen como para cualquier función práctica según esta ideología. Considerado como instrumento de dominación de clase, que propiciaba el mantenimiento de la explotación y la desigualdad social, sería igualmente descartado. El anarquismo criticó la delegación de poder que suponía un sistema representativo como el liberal (y el democrático) que se constituía en monarquía o república como forma de Estado.
Así como no hay duda de que la monarquía no tuvo, ni tiene, afinidades con el anarquismo que rechaza de plano la idea misma de que la jefatura del Estado resida en una persona, un rey o una reina, siendo un cargo vitalicio al que se accede por derecho y de forma hereditaria, han existido afinidades históricas en España con la república.
La cultura democrática cobró forma en España, en el siglo XIX,  como una doble impugnación a las exclusiones políticas y sociales que implicaba la construcción del Estado liberal y las contradicciones del capitalismo. Así fue como el republicanismo federal asimiló el socialismo premarxista y, desde 1869, apoyó la construcción de organizaciones obreras.
El estado liberal consideró pronto al republicanismo federal como un movimiento peligroso para su existencia puesto que rechazaban, a la vez, dos aspectos sobre los que se sustentaba dicho estado: la autoridad y la propiedad. Este planteamiento revolucionario produjo, sin duda, afinidades con el anarquismo que se incrementaron por la huella de Proudhon en el pensamiento de Pi i Margall. Este margen de contacto pudo (puede) provocar equívocos sobre su afinidad pese a que las dos corrientes estaban bien delimitadas desde el punto de vista ideológico y no podemos considerar el republicanismo federal como precursor del anarquismo.
El republicanismo arraigó en las clases populares y no perdió apoyos cuando fracasó la experiencia republicana de 1873, manteniéndolos hasta bien entrado el siglo XX cuando la competencia del anarquismo se hizo patente. Esto no fue óbice para que se mantuviera la doble militancia republicana y anarquista en las últimas décadas del siglo XIX. La tradición democrático-social del republicanismo federal fue una aportación importante a la cultura radical del obrerismo presente en  anarquistas  que procedían del republicanismo.
Además de esta afinidad con el republicanismo federal, hay un segundo elemento a considerar: la mitificación de la II República (1931-1936). La historia puede convertirse en moneda de cambio para justificar posturas políticas actuales, para ello lo más fácil es construir mitos que repetidos hasta la saciedad acaban pareciendo verdades. El mito de la bondad o maldad intrínseca de la II República, según qué posiciones políticas lo necesiten, es uno de ellos tal y como observamos hoy en España.
El mito que está construyendo la nueva izquierda en España, con someras referencias a la II República, oculta sistemáticamente la política represiva de los gobiernos de centro-izquierda republicanos. Un aspecto relevante, que no por repetido en la historia reciente resulta menos engañoso, fue la clara diferencia entre el discurso y la práctica del republicanismo en la oposición, progresista e incluso radical, y el republicanismo en el poder defensor de un mundo de orden.
En el proyecto republicano, el orden y la reforma eran conceptos inseparables; para poder reformar las estructuras obsoletas de la monarquía liberal era necesario que las clases populares abandonaran la lucha y confiaran plenamente, delegando  el voto en los partidos, en su capacidad para democratizar el viejo sistema liberal. El sueño de una república reformista se centró en la igualdad política dando menos relevancia a la cuestión económica y social manteniendo intacta la economía liberal. Frente al paro, muy elevado por los efectos del crac de 1929, se aprobaron leyes draconianas como la de la Defensa de la República, la del Orden Público y, especialmente, la de  Vagos y Maleantes.
La ley de Vagos y Maleantes pretendía separar a los parados “respetables” de los pobres “peligrosos”, en la práctica cualquier trabajador/a que no tuviera empleo fijo podía ser detenido por tener aspecto sospechoso. Desde las páginas de periódicos como Solidaridad Obrera las diatribas contra esta ley eran constantes puesto que se aplicaba frecuentemente  contra los propios anarquistas y otros rebeldes sociales como los exiliados antifascistas de Europa o América Latina que se encontraban en España de manera clandestina.
Después, la II República sufrió un organizado golpe de Estado que desencadenó una guerra civil y una revolución social potenciada mayoritariamente por el movimiento libertario y, de nuevo, las diferencias entre las fuerzas republicanas de izquierdas contrarias a la revolución social y el movimiento libertario provocaron la confrontación abierta (sucesos de Mayo de 1937). La colaboración con los Gobiernos de la República durante la guerra se produjo para intentar salvar algo de la revolución social ya fracasada. Tras la guerra, el duro exilio, los intentos de unidad y el inicio del mito…
En conclusión, ante el debate monarquía/república, la respuesta sería: “ni chicha ni limoná”. Descartada la monarquía y reconociendo que hubo importantes afinidades con el republicanismo federal en la oposición, la experiencia de la II República y la Guerra Civil demostraron que la república es una forma de organizar un estado, mejor que la monarquía porque la jefatura del Estado es electiva, pero que el interés del anarquismo en esta fórmula solo podría despertar cierto interés en el caso improbable en que cuestionara la autoridad, la propiedad privada y otros aspectos sociales en los que no hemos entrado (por ejemplo el patriarcado) por la poca extensión de este texto[1].


[1] Para escribir este artículo, publicado en la revista de Sevilla El Topo, me he servido de mi propio libro: Laura Vicente (2013): Historia del anarquismo en España. Catarata, Madrid. Y de dos artículos, el de Chris Ealham: “Los mitos de la II República: la reforma, la represión y el anarcosindicalismo español”. Libre Pensamiento, nº 89, invierno 2016/2017, pp. 85-91 y el de  Eduardo Higueras Castañeda: “La cuestión del siglo: el federalismo español y las respuestas a la cuestión social en el siglo XIX”. Libre Pensamiento, nº 94, primavera 2018, pp. 9-15.

sábado, 17 de mayo de 2014

AL ANARQUISMO LE HA CAÍDO EL SAMBENITO DE LA VIOLENCIA

Esta semana (del 5 al 11 de mayo) en la revista "El siglo de Europa" ha salido una nueva entrevista relacionada con la publicación de Historia del anarquismo en España.







Y el enlace a la revista si queréis leerlo directamente:

http://www.elsiglodeuropa.es/siglo/historico/2014/1062/1062Cultura.pdf

sábado, 26 de abril de 2014

ANARQUISMO ¿PASADO O FUTURO?

 Una de las sorpresas que me ha deparado la publicación de El anarquismo en España son las entrevistas que diversas revistas me han ido solicitando en los últimos meses. La más reciente es la que ha aparecido en el último número de Números Rojos y que consiste en preguntar a tres "expertos" (José Luis Carretero, Carlos Taibo y yo misma) cuatro cuestiones sobre la vigencia del anarquismo.


Las preguntas tratan de dilucidar si la vieja utopía libertaria está vigente en la actualidad y se trasluce, de alguna manera, en los nuevos movimientos sociales del siglo XXI.


Os reproduzco mis respuestas porque los colores y el formato hacen ilegible su lectura reproduciéndolo en el formato de la revista.

¿Cree que, en general, el ideario anarquista clásico está vigente en la actualidad?

El ideario anarquista clásico, al igual que el de la izquierda clásica, me parece que no está vigente en la actualidad.
En Europa desde los años sesenta, el anarquismo, y toda la izquierda en general, entró en un proceso de crisis que es ahora, en el siglo XXI, cuando muestra su dramática dimensión. En España, el franquismo distorsionó esta cronología por la dura represión de la postguerra que asestó  un duro correctivo al anarquismo y el sindicalismo que lo condujeron al borde de la extinción. La crisis se produjo por la fractura de la tradicional asociación de la izquierda con el proletariado urbano que también disminuyó y se fragmentó. Cuando la vieja izquierda ya no pudo depender de las comunidades de la clase trabajadora porque cada vez representaba un porcentaje menor de la población, la llamada nueva izquierda se unió a los jóvenes de los años sesenta y no fue el interés de todos, sino las necesidades y los derechos de cada uno, lo que constituyó su base. El individualismo sustituyó a la comunidad y las reivindicaciones subjetivas de la suma de identidades sustituyeron a los propósitos sociales comunes. Los movimientos políticos desaparecieron sustituidos por el individualismo fragmentado de las preocupaciones particulares, incapaces de convertirlos en objetivos colectivos.

¿De qué estado de salud goza el anarquismo en la actualidad en España? 

Siempre ha sido muy difícil contar el número de personas adscritas al anarquismo por su tendencia a organizarse en pequeños grupos con actividades diversas y dispersas que no resulta fácil contabilizar.
Pero lo que está claro es que el anarquismo organizado ha desaparecido como fuerza social en la España de principios del siglo XXI. Desconozco la afiliación de la CNT, pero, al mantener su autonomía respecto al Estado y no participar en las elecciones sindicales, ha quedado reducida a una organización marginal desde el punto de vista sindical, mientras que la CGT que participa en las elecciones sindicales y los comités de empresa, cuenta con unos 5.000 delegados y alrededor de 60.000 afiliados.

¿Está presente el anarquismo en la esencia de muchos de los movimientos sociales producidos a raíz de la crisis?

Considero que los “ideales” anarquistas aparecen en propuestas asumidas por diversos movimientos sociales. Existe, lo que yo denomino, el “rastro de los ideales” ácratas y  se puede percibir en ideas o tendencias sociales que se han mantenido hasta el siglo XXI,  entre ellas encontramos  la libertad individual para regir el ámbito privado, centenares de miles de parejas viviendo su amor libremente, madres solteras que deciden encarar su maternidad en solitario, viviendo la sexualidad con libertad y sin tabúes. La mayor confianza en los cambios individuales o de pequeños grupos, experiencias de cooperación al margen de las instituciones, como el intercambio de trabajo y productos sustituyendo al dinero, la descentralización de las decisiones, la crítica de las desigualdades y de instituciones represoras y arbitrarias. La importancia de la educación y la sanidad públicas asumida en las luchas que en la actualidad mueven a las “mareas”, por no hablar de su base asamblearia y de acuerdos basados en el pacto y no en la imposición de las mayorías. Los movimientos antiglobalización contienen  muchos principios anarquistas, como la reivindicación de la autogestión y la lucha contra las organizaciones políticas y financieras supranacionales que pretenden suplantar los poderes del Estado eliminando cualquier capacidad de la libertad individual, provocando más explotación, control e insolidaridad. Por último, el distanciamiento actual de la acción política y de sus representantes electos no deja de mostrar una desconfianza hacia este ámbito tan denostado por los libertarios y, por tanto, sería otro “rastro” del anarquismo en dichos movimientos.

¿Cree que el pensamiento anarquista ganará protagonismo en el futuro?

El anarquismo histórico no renacerá seguramente en el siglo XXI, pero sus “rastros” de libertad, antiautoritarismo, librepensamiento, rebelión interior, libertad individual, democracia directa y revuelta ética, han mostrado, por ejemplo en el Movimiento 15 M, su fuerza en los debates que ocuparon el espacio que siempre ha defendido el anarquismo como propio: la calle, las plazas, auténticas ágoras de la política viva.