Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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lunes, 3 de julio de 2023

FÁBRICA, MUJERES Y ANARQUISMO (II)

 

Manifestación de la Huelga de La Constancia (1913)

      2. SINDICALISMO Y ANARQUISMO

Como hemos visto, en España, a finales del siglo XIX, los códigos Civil y Penal establecían claramente la subordinación femenina y la realidad cotidiana imponía que las obreras asumían por completo los «cuidados» tras su jornada laboral. Esta doble jornada hacia casi imposible que dispusieran de tiempo para asistir a reuniones especialmente si tenían criaturas. Por otro lado, las mujeres no eran bien recibidas en las organizaciones societarias y sindicales, especialmente en las primeras, ya que no acostumbraban a ser mano de obra cualificada y la transitoriedad de su presencia en el oficio las conducía incluso a la exclusión. En los sindicatos, donde la exclusión no existía, se desarrolló un vocabulario tradicional de «combate», de «enfrentamiento», de «lucha de clases» que poseía connotaciones de género por su obsesión por una virilidad, a veces inconsciente, para la cual hacer sindicalismo era mostrar que se tenía «cojones». Así, este vocabulario en gran medida machista del sindicalismo rechazó otras relaciones posibles con el sindicalismo emancipador que pudieran desarrollar las mujeres. Los locales de las sociedades obreras y los sindicatos eran espacios masculinizados en los que las mujeres se sentían fuera de lugar. Esta situación hacía muy difícil desarrollar un activismo societario o sindical por parte de las obreras, pero, pese a ello, aunque reducido, existió en el siglo XIX y en la primera década del XX.

Deberíamos preguntarnos si no sigue siendo así en plenos siglo XXI.

Veamos el tipo de sindicalismo que se desarrolló en esta época, cómo evolucionó y qué papel tuvo el anarquismo.

Las sociedades de oficio y los sindicatos quieren controlar el mercado de trabajo por el lado de la oferta para poder hacer realidad el objetivo de la solidaridad entre la comunidad de oficio o de rama productiva. Este control del mercado laboral se sostiene sobre diversas prácticas como el aprendizaje, el reparto del trabajo durante las crisis, las listas de parados del sindicato, el rechazo al destajo o la prohibición de horas extras.

Aunque el societarismo intentó asociar, ya antes de 1868, a las mujeres de oficio (hiladoras y tejedoras), en el fondo buscaban una forma encubierta de excluirlas de las fábricas puesto que partían de la convicción de que el lugar de la mujer no era la fábrica. Esta idea la justificaban con argumentos y sentimientos humanitarios y con razones higiénicas o de salud. Aunque las mujeres de la Federación Sindical Textil de las Tres Clases de Vapor (TCV) estaban asociadas, tan solo se conoce una dirigente femenina, la Marieta rubia, de la que desconocemos incluso su apellido (entre 1888 y 1890)[1].

Las políticas societarias y los discursos exclusionistas (hacia los no cualificados, mujeres, niños y niñas) se intensificaron a finales del siglo XIX durante la crisis económica de la década de 1880 que desintegró las (TCV). Esta crisis llevó al societarismo textil hacia el sindicalismo de influencia anarquista, con un discurso más comprometido con los intereses de las mujeres en cuyo seno aparecieron, incluso, propuestas de creación de sociedades de oficio de obreras (algo que no era bien aceptado por los organismos internacionalistas que eran partidarios de los organismos mixtos).

Efectivamente, las propuestas de crear sociedades obreras de oficio de mujeres se produjeron en el contexto de la I Internacional por parte de obreras que no aceptaban la irrelevancia a las que las sometían sus compañeros de oficio, incluso cuando eran mayoría como era el caso del textil. Destaca en este objetivo una tejedora como Teresa Claramunt que participó con 22 años en la creación de un organismo de obreras llamado Sección Varia de Trabajadoras anarco-colectivistas de Sabadell (1884), cuyo objetivo era “coadyuvar a la emancipación de los seres de ambos sexos”[2]. De nuevo la vemos involucrada en la constitución de la “Agrupación de Trabajadoras de Barcelona” (1891) y del posterior “Sindicato de Mujeres del Arte Fabril” (1901).

Como ya he mencionado, el momento en que se inició este activismo societario era muy oportuno ya que se venía produciendo en la industria textil un proceso de substitución de la mano de obra masculina por la femenina que era más barata. La misma Claramunt, en un mitin en Sabadell en la década de 1880, «excita a la mujer para que no se preste al juego de la burguesía que le hace ocupar el puesto del hombre en la fábrica porque se presta más a la inicua explotación». Esta substitución del hombre por la mujer comportaba una reducción catastrófica de los ingresos familiares.

Por otro lado, este proceso de feminización hacía necesaria, para los obreros sindicados, la participación de las mujeres para enfrentarse a la hostilidad patronal. En el caso de Claramunt, su experiencia en la llamada «huelga de las siete semanas» que afectó a la industria lanera (mayo-julio de 1883) en Sabadell (por la reducción de la jornada laboral), le confirmó la necesidad de la lucha sindical y la importancia que podían tener las obreras en el desarrollo de las huelgas para que no fracasaran.

Frente al societarismo de oficio que tenía semejanzas con los antiguos gremios, se fue configurando, de la mano del anarquismo, un nuevo sindicalismo de clase que implicaba liberar a las obreras del tutelaje de los dirigentes de las Tres Clases de Vapor, «falsos redentores, adormideras», que habían aletargado a las «hijas del pueblo» tal y como señalaba TC. Acabado el siglo XIX, los anarquistas concentraron su propaganda en los barrios obreros de las ciudades industriales y empezaron a lograr que algunas mujeres ingresaran en las sociedades obreras de resistencia integradas en la Federación Regional y abandonaran las Tres Clases de Vapor. Pero, los amos de las fábricas no estaban dispuestos a facilitar este cambio y amenazaron con despidos a las obreras más atrevidas que estaban dispuestas a ir a la huelga para defender su derecho de asociación en el nuevo sindicalismo. Los empresarios querían cortar de raíz este proceso organizativo y actuaron con dureza. Algunas victorias que se produjeron en este proceso organizativo fueron celebradas por las trabajadoras en un mitin en el que participó Claramunt y al que asistieron unas mil quinientas personas. Estos primeros pasos dentro del sindicalismo de clase tuvieron su reflejo en la formación de una Comisión de obreras textiles de Barcelona que elaboró un escrito titulado «A las obreras del Arte Fabril» (diciembre de 1901) en el que se afirmaba:

«Digamos a todos los hombres, ricos y pobres, altos y bajos, explotados y explotadores que la emancipación humana depende del grado de moralidad que para nosotras se reserve (...). Rechacemos toda mezcolanza con hombres que quieran dirigirnos. No queremos directores, tutores, ni jefes. Levantemos nuestras conciencias y triunfaremos. No seamos esclavas. Mujeres somos.»

Este interesante escrito, partía de la afirmación de que las mujeres eran más esclavas y estaban más explotadas que los hombres, porque cobraban menos salario y trabajaban más horas. Pero el problema no era sólo de jornada y salario, sino de salud, ya que «el enrarecido y mortificante aire de las cuadras» envenenaban los pulmones de las trabajadoras y las hacía enfermar y envejecer rápidamente. Además, las obreras estaban rodeadas de «todos los peligros y de los insanos caprichos de nuestros amos y sus lacayos» (el acoso sexual estaba a la orden del día en las fábricas sin que nadie lo denunciara).

Si las obreras sufrían en silencio y con indiferencia, «era por culpa de los hombres que se han llamado redentores nuestros». Por ello era necesaria «una organización puramente nuestra, mantenida y dirigida por nosotras mismas». Las reclamaciones por las que se planteaba la necesidad de organización y de lucha eran: reducción de la jornada laboral, aumento de salario, regularización de todas las mecánicas fatigosas y abusivas, «y más que todo (...) respeto a nuestra dignidad de mujeres y consideración a nuestro estado de madres y esposas». El escrito concluía con un rechazo a que los hombres dirigieran a las mujeres en las organizaciones obreras

La campaña de propaganda a favor de la organización de las mujeres del Arte Fabril se fue extendiendo por todas las barriadas obreras a pesar de los obstáculos que ponían los amos de las fábricas: «se han recibido ofensas groseras, falsas acusaciones, despido injustificado de obreras, jesuíticas maquinaciones y, por último, injerencias policíacas». El “Sindicato de Mujeres del Arte Fabril” (1901) desapareció como consecuencia del fracaso de la huelga general de 1902, siendo un claro antecedente del Sindicato del Arte Textil “La Constancia” creado hacia 1910-11 y de la huelga de 1913.

En efecto, encontramos que los motivos de la huelga de 1913 estuvieron relacionados con la doble jornada: laboral y de «cuidados» que hacía cada vez más difícil compaginarlas por el aumento de los ritmos de trabajo y las largas jornadas laborales del textil (11 o 12 horas), que contrastaba con la mayoría de los oficios masculinos (8, 9 o 10 horas). Y su principal reivindicación: reducción de la jornada de trabajo igual que en huelgas anteriores (el incidente que desencadenó la huelga en Sants fue la petición de que se aplicara la jornada laboral de 8 h. en el trabajo nocturno).

Este sindicalismo (mixto o femenino) ofrecía   un discurso de clase que apostaba por una mayor igualdad, la denuncia de la doble jornada de las obreras y una mayor sensibilidad   respecto a su papel en las luchas sociales. El nacimiento de Solidaridad Obrera (1907) y CNT (1910) establecieron las condiciones para organizar este nuevo sindicalismo, que rompió con el viejo societarismo de oficio y que incluyó a los descualificados, lo que equivalía a incluir a las mujeres y sus intereses.

Sin embargo, como se comprobará muy pronto, este modelo sindical volvió a subordinar los intereses de las obreras a los de los sectores de oficio masculino (siendo común y sistemático que las Juntas Directivas estuvieran formadas por hombres), de esta manera esta problemática la volvemos a encontrar en las décadas posteriores, siendo complicada la posterior constitución del Sindicato Único, como estructura característica de CNT. Además, existía el problema de la poca cooperación de muchos cabezas de familia, que veían con malos ojos la sindicación de las mujeres de su familia: persistía la idea en cierta manera de que el sindicato no era lugar para las mujeres y que estas no estaban preparadas para estar al frente de sus Juntas Directivas. La composición mixta de las juntas nunca se cumplió y el sindicato volvió a reproducir las prácticas exclusionistas para los no cualificados, especialmente las mujeres.

Incluso en el proceso de Revolución Social que se produjo a partir del 19 de julio de 1936 encontramos ausentes a las mujeres de los puestos de liderazgo en los sindicatos, en las colectividades, en los equipos de trabajo en el campo, en los comités y ya no digamos en las milicias. Se mantuvieron las diferencias salariales en función del género e incluso el acceso a ciertos trabajos por el mismo motivo incluso en las empresas o en las tierras colectivizadas.



[1] Carles Enrech «El sindicalismo textil: entre la solidaridad y la exclusión», Historia Social, núm. 68, 2010, pp. 89-113.

[2] La información sobre la constitución de la Sección Varia apareció en Los Desheredados, núm. 127, 1-XI-1884.

viernes, 23 de junio de 2023

FÁBRICA, MUJERES Y ANARQUISMO (I)

 



1.     FÁBRICAS

Como veremos a lo largo de esta exposición hay una idea que estaba siempre presente cuando se hablaba de mujeres y fábricas, esta idea era que la fábrica era cosa de hombres o lo que es lo mismo que el lugar de la mujer no era la fábrica. Hagamos una primera reflexión al respecto antes de entrar en el tema de las fábricas y la presencia femenina.

A través de leyes y de otros mecanismos culturales de control social informal se confinó a las mujeres al ámbito doméstico y se les dio una identidad única de madres y esposas. Las leyes que se aprobaron en Europa y EUA establecían el dominio masculino y la desigualdad femenina: las mujeres carecían de la ciudadanía (derechos políticos y civiles), tenían restricciones para acceder a la propiedad, la herencia, la educación, el trabajo, etc. y su presencia en los espacios públicos estaba limitada a la vez que se mantenía su dependencia del hombre (padre, marido, hijo).

La discriminación legal de las mujeres se garantizó, en la España de la Restauración, a través del Código Civil (1889), Penal (1870) y de Comercio (1885). La mujer casada no tenía autonomía personal; dependía económicamente de su marido, ni siquiera era dueña de los ingresos que generaba su propio trabajo. Además, debía obediencia a su marido y necesitaba su autorización para desempeñar actividades económicas y comerciales. El poder del marido sobre la mujer casada fue reforzado, además, con medidas penales que castigaban cualquier trasgresión de su autoridad. Discriminación legal, segregación laboral y desigualdad de oportunidades educativas, reforzaban las normas que eran básicas en el sistema de género. Las leyes y normativas oficiales contaban además con un conjunto de creencias, hábitos, valores y reglas de conducta acordes que se fundamentaban en el discurso de género vigente en esta época.

Entre otros mecanismos culturales de control social informal, más difíciles de detectar y de cuestionar, encontramos el modo en que se representaba la feminidad. Se construyeron imágenes de las mujeres de inferioridad (tanto intelectual como física) y de subordinación. La feminidad quedaba definida por la ternura, la abnegación y la dedicación a los demás, frente al raciocinio, el interés propio y el individualismo, que eran el epicentro de la masculinidad.

Así se creó un modelo de mujer que se generalizó en la sociedad occidental, evocado a través del arquetipo del «Ángel del Hogar». Este arquetipo burgués pero aceptado en el mundo obrero, difundido a través de la literatura de buen comportamiento y urbanidad, las novelas, e incluso textos de signo médico y científico, consideraba la maternidad como el destino «natural» de las mujeres. La identidad femenina no podía pensarse fuera del matrimonio y, por tanto, dentro del ámbito doméstico en el que la feminidad quedó definida por esa figura angelical y abnegada.

Pese a que las mujeres tenían que ser competentes en muchos campos para atender la casa, el discurso de la domesticidad les negaba su perfil de trabajadoras. Las tareas domésticas, los cuidados, no se valoraban como trabajo y pese a ser fundamentales para la economía capitalista era invisibilizado y gratuito, considerado como algo «natural» al hecho de ser mujeres. Pero, además, este mismo discurso influía en la consideración negativa del trabajo extradoméstico femenino y de ahí que podamos afirmar que las mujeres solo trabajaban por necesidad y como algo provisional (aunque ese estado se prolongara durante años): la fábrica (o cualquier lugar de trabajo) no era su lugar.

***

Dejando claro que las fábricas eran espacios masculinizados, veamos algunos aspectos relevantes del proceso industrializador para contextualizar la huelga de “La Constancia”.

Durante el siglo XIX, el sector que primero introdujo la máquina de vapor en Cataluña fue la industria textil del algodón como bien sabemos, fue en este sector en el que las mujeres se incorporaron a las fábricas. Es remarcable en el crecimiento de la industria textil del algodón la oleada de prosperidad y buenos negocios, conocida como la fiebre del oro, que se desarrolló a partir de 1871 y duró hasta 1883. En esta etapa se produjo la substitución de los telares manuales por los mecánicos entre 1870 y 1900, el aumento del número de unidades de funcionamiento y el uso creciente de la energía de vapor dio lugar a un importante incremento de la productividad. Los cambios en la organización del trabajo y la tecnología provocaron la preferencia de los fabricantes por la mano de obra más barata que representaban las mujeres y la población infantil.

Entre 1870 y 1890 el número de obreras en el sector textil aumentó y las cifras de mujeres que trabajaban en este sector iba en progresivo aumento con el nuevo siglo. Hacia 1900, las actividades textiles significaban el 28,14% de la población activa femenina del sector secundario y pasaron a ser el 32,66% en 1930. Por tanto, es una etapa de feminización de las plantillas en las industrias textiles para mantener los límites saláriales bajos. Este proceso de feminización fue muy notorio en las ramas fabriles (hilaturas y tejidos) y de géneros de punto, mientras la del agua (tintes y aprestos), con mejores condiciones laborales y salarios más elevados, mantuvo el predominio masculino. A finales del siglo XIX las mujeres recibían por el mismo trabajo un poco más de la mitad del salario que recibían los hombres y, por lo tanto, aunque fuese el mismo trabajo, siempre se apreciaba menos que el de los hombres.

Los empresarios no querían renunciar ni siquiera a la mano de obra infantil, en parte también femenina porque era muy barata. Incluso antes de conseguir el mínimo de edad fijado por la ley (10 años), las niñas acompañaban a sus padres a los talleres. Estas niñas se encargaban de escobar los locales y ayudar en ciertos trabajos a los obreros adultos por unos céntimos semanales. Eran las llamadas chinches de fábrica, niñas o jornaleras que hacían tareas inferiores y que constituían los sectores peor pagados.

Las condiciones de trabajo e higiene eran bastante lamentables. En los talleres, el espacio entre los telares era muy reducido y eran lugares mal iluminados y ventilados en los cuales, adolescentes y adultas, trabajaban durante once o doce horas adoptando posturas forzadas a que les obligaban ciertas tareas (caso de las tejedoras) y respirando el polvo que desprendían ciertos materiales con los que se trabajaba. Estas condiciones de trabajo provocaban en las trabajadoras del textil y, especialmente, en las de la regeneración de lanas, ciertas enfermedades como inflamaciones y ulceraciones de las mucosas pulmonares, que en ocasiones degeneraban en tuberculosis.

Era en la edad en que se hacía el aprendizaje industrial, de los quince a los diecinueve años, cuando el comportamiento de los salarios ponía en evidencia una clara segregación laboral por razón de sexo. El salario de los adolescentes se doblaba, en cambio el salario de las adolescentes permanecía estancado. Esta diferencia salarial estaba relacionada, entre otros aspectos, con el hecho de que la mayoría de las jóvenes no hacían el aprendizaje. Otras niñas, las menos, empezaban el aprendizaje y su habilidad determinaba el ascenso en la escala profesional dentro de los límites impuestos por su sexo.

La realidad era que las mismas familias transmitían el planteamiento, como ya hemos dicho, de que las mujeres debían vivir en el ámbito doméstico y, por tanto, no hacía falta una cualificación que después del matrimonio y, sobre todo, cuando tuviesen los primeros hijos, no les serviría de gran cosa. Como ya hemos dicho, el trabajo de las mujeres en las fábricas era transitorio. Únicamente se aceptaba el trabajo fuera de casa en determinadas circunstancias, como era la necesidad económica, pero esta necesidad sólo podía justificar el trabajo de las mujeres durante un tiempo y, por tanto, como un trabajo secundario a la espera de que un hombre, o el conjunto familiar cuando los hijos e hijas empezaban a trabajar, pudiesen encargarse de mantenerlas en casa.

Las mujeres, además, sufrían una doble explotación, como señalaba la obrera textil, Teresa Claramunt, cuando decía que: en «el taller se nos explota más que al hombre, en el hogar doméstico hemos de vivir sometidas al capricho del tiranuelo marido». Tras las largas jornadas laborales, superiores a veces a las de sus compañeros, a las mujeres les quedaban por realizar todas las tareas domésticas y los cuidados, trabajo que las mujeres asumían como algo «natural» y por ello gratuito. Esta doble explotación estuvo presente en el origen de la huelga de La Constancia en 1913.

Laura Vicente

martes, 18 de abril de 2023

Y MÁS SOBRE GENEALOGÍA Y FEMINISMO ANARQUISTA

 

JURE KRAVANJA

Entiendo la historia desde lo que se denomina genealogía y desde ahí busco estudiar acontecimientos, personajes, hechos discontinuos, sorprendentes e inesperados para escudriñar el presente y poder percibir los posibles futuros.

La labor de la genealogía es indagar en las historias discontinuas, en las convergencias, en los accidentes y en los desórdenes que acontecen y llevar un registro retrospectivo del conjunto de estratos sedimentarios depositados en cada subjetividad para su comunidad.

La tarea investigadora es por ello arqueológica, debemos asumir la temporalidad esencial de la comunidad misma y reconocer que los estratos sedimentarios son los depósitos dados por las generaciones anteriores. Así, toda subjetividad, toda comunidad tiene un fondo constituido por un humus de significaciones legadas por la tradición a la cual pertenece, y para su actividad de formación de sentido lega a las generaciones futuras una capa suplementaria de significaciones: esta relación incesante define entonces la Historia como el movimiento vivo de interacción y de implicación recíproca entre la formación de sentido y la sedimentación de sentidos originarios. Por eso no se puede definir la comunidad solamente por las relaciones sociales entre los contemporáneos, sino que también, y fundamentalmente, por las relaciones históricas con los ancestros. Yo soy lo que soy en tanto que herencia.

Sin embargo, la Modernidad estableció que la Historia era una línea de causalidad y construyó un corpus de pensamiento y de acción que se fundamentaba en una transmisión intencional de una generación a otra siguiendo una línea de progreso. Todo aquello que se considera erróneo, desviado, contradictorio o fracasado en esa concepción lineal se ha descartado de la gran Historia (con mayúscula). Recuperar esa herencia descartada no es fácil, pero es necesario para reconstruir la genealogía, por ejemplo, del feminismo anarquista.

Si buscamos y rebuscamos en esa herencia del feminismo anarquista encontraremos, entre otros muchos aspectos:

·       La conciencia de la subordinación que sufrían las mujeres (especialmente hablamos de las trabajadoras) y la poca importancia que se les daba en sus propias filas del movimiento libertario. La experiencia de Mujeres Libres durante la Guerra Civil es un buen ejemplo.

·       La distancia y diferenciación respecto al feminismo burgués que no tenía en cuenta la situación de las mujeres proletarias del siglo XIX y XX. Sus planteamientos anticapitalistas se pueden rastrear en muchos acontecimientos del pasado.

·       El rechazo para buscar en las leyes penales del Estado la solución a
problemas como la violencia contra ellas, posicionándose en un claro antipunitivismo. Emma Goldman siempre es una referencia en este sentido.

·       Su planteamiento revolucionario que pone en primera línea todo lo que tiene que ver con la existencia, con la vida. La revolución que Mujeres Libres impulsó es un acontecimiento breve pero fulgurante.

·       El cuestionamiento de la naturalización de la familia y la sexualidad heteropatriarcal, la maternidad despolitizada que refuerza esos instrumentos de dominación de las mujeres.

·       El cuestionamiento de la sexualización del cuerpo de las mujeres y su visión de la prostitución como dependencia económica de los hombres con quienes intercambia sexo (igual da que sea dentro del matrimonio que en la calle).

·       Y tantos otros aspectos que conforman esa herencia descartada por la Historia con mayúsculas y que tenemos que recuperar en la medida de lo posible. La herencia nos mostrará aspectos descartables para el presente pero nos mostrará tantas luchas, tantos acontecimientos, tantos fracasos y éxitos que pueden iluminar diversos futuros.

 Laura Vicente

jueves, 13 de octubre de 2022

CONVERSACIÓN QUE NO HA PODIDO SER CON ANTONINA RODRIGO (II). Alicante, 17 de septiembre 2022

 

                          Antonina Rodrigo en Ca La Dona, 2018 aproximadamente

LAS MUJERES EN LA HISTORIA

Uno de los aspectos que destaca en la investigación histórica de AR es su dedicación para desentrañar el papel de las mujeres en la historia. Desde el principio tuvo claro que, si las mujeres no investigaban su pasado, nadie lo haría por ellas. Le ha interesado desterrar los falsos criterios sobre las mujeres y descubrir a las marginadas y, en particular, a las mujeres trabajadoras. 

Mi dedicación al papel de la mujer en su lucha por la emancipación surgió al conocer la trayectoria de secular desigualdad que, en todos los órdenes, arrastraba a través de la Historia, y en tiempos de mi juventud, muy agudizada en la Granada de postguerra,

Me interesó pronto descubrir esa legión de marginadas que, a través de los tiempos, bajo una opresión política o social, trabajaron,  estudiaron, escribieron, crearon arte. Mujeres que lucharon en silencio, porque les estaba prohibido manifestar cualquier inquietud intelectual, incluso social, especialmente, la mujer trabajadora. Su esfuerzo por ordenar las labores caseras, armonizando la atención a su familia con extenuantes jornadas, en fábricas y talleres, en el campo, hasta en la mina. Las tejedoras, las cigarreras, las cuadrillas de obreras que descargaban en los puertos y muelles el carbón o el pescado, y que luego, cuando los hombres regresaban de faenar en la mar, los ayudaban en el arrastre de la pesca que después ellas mismas vendían por calles y plazas, transportándola en cestos y carpanchos sobre el rueño, en sus cabezas. Sin olvidar los continuos partos. Vemos sus fotografías y parecen viejas, cansadas, con sonrisas tristes, sin poder cuidar debidamente a sus hijos, que se les morían sin asistencia alguna. Y todavía las había que militaban en los sindicatos obreros.

La represión del franquismo impuso un silencio impune a las generaciones siguientes, si acaso sonaban nombres punteros como los de Federica Montseny o Dolores Ibárruri. Si ellas, con su enorme dimensión pública, permanecieron ausentes de la historia, la labor de las líderes obreras quedó sumergida. Por ejemplo, la referida a la Federación de Mujeres Libres y a sus fundadoras: Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada, Amparo Poch y Gascón, Lola Iturbe.

Durante la posguerra, cuando se hablaba de estos personajes en las escuelas, si es que se llegaba a hablar, nos pintaban sus imágenes distorsionada. 

Yo misma creí durante un tiempo que Federica Montseny era una torera,  porque mi madre me dijo que era una mujer que llenaba las plazas de toros. Hasta que un día, una compañera me dijo que Federica era una demonia, con cuernos, rabo y todo. Aquello me descolocó al personaje, y le dije a mi madre que, además de torera, era una demonia. Mi madre me advirtió, que no me lo creyera, Federica llenaba las plazas de toros hablando a la gente humilde de justicia y libertad para el mundo del trabajo. Cautelosa, me sugirió que no dijese nada a mi compañera, ni a nadie.

Era urgente recuperar y reivindicar su memoria diseminada. Por fortuna, hoy la lucha de la mujer, su resistencia y su compromiso es estudia-da en ensayos exhaustivos por investigadores/as.


EXILIO Y TESTIMONIOS PERSONALES

Antonina ha utilizado en muchas ocasiones las fuentes orales, es decir, los testimonios personales que grababa y que sigue conservando. Los testimonios no solo son para ella una fuente histórica, sino que son mucho más.

El encuentro con las gentes del exilio fue revelador Ellos /as me enriquecieron, me hablaron de sus luchas por un mundo más justo, en lo cultural y lo social; sobre todo para sus hijos e hijas, era su aspiración suprema. Me mostraron la otra cara de nuestra historia, una visión muy diferente de la que se enseñaba en escuelas y púlpitos. Supe por ellos y ellas porqué se habían marchado, porqué habían resistido un exilio lleno de nostalgia, la sinrazón de vivir en países con otra cultura. Lamentaban la separación de los suyos y de sus lugares, el tiempo perdido para la superación personal. Se dolían del daño irreparable, al quedar España marginada del proceso histórico progresista iniciado por la II República, tras siglos de monarquías que vivían en otro tiempo. Pero, ante todo, supe de la salvaje represión y las ejecuciones, que duraron hasta el mismo año de la muerte del dictador.

Después de la influencia de Mariana de Pineda, en mi adolescencia y primera juventud, ellas y ellos fueron mi universidad en el terreno sentimental y social.

UNA ÉPOCA: II REPÚBLICA, GUERRA CIVIL Y FRANQUISMO

Una gran parte de las investigaciones de Antonina se han centrado en esta etapa de la historia, un periodo que sigue generando polémicas y enfrentamientos en la actualidad. Los motivos de esta elección. Un personaje muy admirado por AR es Federico García Lorca,

Con la proclamación de la II República, se había iniciado un gran despliegue cultural, en el que se integraba el proceso de liberación de la mujer. Se avanzó para todos, y especialmente para la mujer, en los fundamentos básicos de una democracia: la igualdad legal en el terreno intelectual y en el laboral, la libre disposición de sus bienes, el derecho al divorcio, la legalización del aborto asistido, la investigación de la paternidad.

Después la mujer volvió a lo suyo, al hogar. A la mujer casada se le cerraron las puertas del mercado laboral y se depuró exhaustivamente a maestras y profesoras para ejercer el control de la sociedad, suprimiendo los valores republicanos de igualdad y libertad. El ostracismo con que la España vencedora fulminó un tiempo tan fecundo ha sido para mí motivo de profunda reflexión y estudio.

Desaparecieron las líderes obreras. Puedo atestiguar lo que hicieron siempre: Seguir en la brega, mantener sus convicciones políticas, en la clandestinidad o a pecho descubierto. Cuando llegaron los libertadores con su retórica medieval la mujer comprendió, en toda su magnitud, lo que suponía haber perdido la guerra. De ahí que volviera a comprometerse en la postguerra, en la clandestinidad solidaria con perseguidos, con encarcelados, con los familiares de los vencidos. También fue destacada su participación en la lucha armada junto a los guerrilleros.

En el exilio francés, se unieron a la resistencia como un ejército invisible, muchas acabaron deportadas a los campos de exterminio nazis.

Dentro de nuestras fronteras la historia de la resistencia tuvo caracteres heroicos, frente a la cruel represión de los vencedores: terror, persecución, torturas, fusilamientos, el miedo, el hambre, el frío, el desamparo, la humillación y las cabezas rapadas. ¡Lo que fue el hacinamiento en aquellas cárceles!

Como granadina, uno de mis amores es Federico García Lorca. Durante mucho tiempo fue un rumor apagado, pero en Granada hubo miles de Federicos: su propio cuñado Manuel Fernández Montesinos, alcalde de Granada; albañiles, maestros, carpinteros, profesores; y mujeres comprometidas y valientes, bordadoras, modistas, jornaleras, intelectuales, amas de casa... corrieron la misma suerte que Federico.

«NO DIGAS QUE ERES ANARQUISTA, DI QUE ERES LIBERTARIA»

Esta recomendación se la dio a Antonina, Sara Berenguer. Pese a ello, Antonina Rodrigo no ha renunciado nunca a decir que es anarquista. Un día me dijo tranquilamente que era lo único sensato que se podía ser en estos tiempos.

 

 

lunes, 3 de octubre de 2022

CONVERSACIÓN QUE NO HA PODIDO SER CON ANTONINA RODRIGO (I). Alicante, 17 de septiembre 2022

 

ANTONINA RODRIGO ENSAYANDO A GARCÍA LORCA (mayo 2022)

Estaba prevista una conversación con Antonina Rodrigo en los actos, organizados por CGT en Alicante, para recordar el 85 Aniversario de la Federación Nacional de Mujeres Libres (agosto 1937).

Pero Antonina no pudo asistir por motivos de salud, así que indagando en dos textos suyos de este año pudimos reproducir una conversación sin estar ella. Los textos son: 

El Pregón de la feria del libro, Granada, 13 de mayo de 2022.  

El Discurso con motivo de su investidura como doctora honoris causa por la Universidad de Granada, 14 junio 2022


LOS LIBROS

Comparto muchas cosas con Antonina, entre ellas nuestro interés por los libros.

Estoy convencida que la identidad de una persona no la define la sangre ni el territorio sino las decisiones intelectuales y éticas que cada persona toma a lo largo de su vida. Los flujos culturales dan forma a nuestro pensamiento y comportamiento, estos vienen en gran parte de las lecturas.

Veamos algunos apuntes sobre la importancia que tienen para Antonina los libros.

Durante la primera y oscura postguerra, en una edición para niños de Don Quijote de la Mancha, los alumnos granadinos del colegio republicano de doña Paquita Casares Contreras aprendimos a leer y, al mismo tiempo, a vislumbrar realidad e ideal al modo crítico cervantino.

En mi adolescencia compraba aleluyas en las tiendas de chamarileros de la calle de Elvira, pequeños comercios con toda clase de objetos viejos, herrumbrosos y polvorientos. Para mí eran lugares mágicos, la mercancía se amontonaba a puerta de calle: cosas inauditas, imprevistas, libros, estampas, romances. La suciedad la quitábamos con goma de borrar, frotábamos los Lopes de Vega, los Calderones, los Cervantes; por supuesto, no había Lorcas, ni Machados, ni Hernández, por la sencilla razón de que estaban prohibidos por la censura franquista.

HISTORIA: LAS BIOGRAFÍAS 

Conocí a Antonina allá por 2005 cuando estaba realizando la biografía de Teresa Claramunt. Desde mi perspectiva, las biografías tienen interés cuando no están centradas únicamente en el personaje, sino que partiendo del sujeto individual y del relato de su vida, lo incluye y lo integra en los análisis políticos y sociales de la época.

¿Cuándo empezó su afición por la Historia? La primera biografía que publicó fue la de Mariana Pineda aparecida en 1965, luego vinieron otras muchas.

En tercero de bachillerato estalló mí aventura con la historia, en las clases de don Antonio Domínguez Ortiz, catedrático de Geografía e Historia, en el Instituto Ángel Ganivet. Un profesor motivador y próximo. Para mí, una niña, fue un encuentro revelador, una verdadera epifanía creativa. Su sencillez, su entrega al trabajo, la voluntad de ser accesible, su cercanía, su interés por mis inquietudes y mis primeros escritos, iniciaron una relación ininterrumpida, que llegó hasta el fin de sus días.    


Mi primer libro estuvo dedicado al teatro infantil. Quise hacer un estudio sobre la mujer en la historia de Granada y descubría monjas escritoras. Creo que la mujer, íntimamente, siempre ha escrito como una forma de defensa, de reacción, de salvación, de autoestima y crecimiento personal. Entre estas mujeres, refulgía un personaje lleno de luz: Mariana de Pineda, única   mujer que tenía una estatua en Granada.

De chica la había conocido como personaje de una canción   popular:

 

¡Oh, qué día tan triste en Granada que a las piedras hacía llorar

al ver que Marianita se muere en cadalso por no declarar!

 

La historia de Mariana es la de una mujer que lucha en la sombra, frente al poder, por un ideal, hasta dar la vida. El suyo fue el compromiso de una mujer revolucionaria contra la tiranía absolutista de Fernando VII, ejecutada al rechazar el indulto que le ofrecían a cambio de la delación de sus compañeros de causa. Durante los años que duró mi investigación, me quedé prendida y prendada de su ética y de su valentía. Hoy nos sigue guiando, desde el pedestal de su estatua, como icono de libertad y defensa de los derechos civiles.

Mariana es una figura con la que crecí. Representa un papel activo en mi toma de conciencia. Desde entonces me dediqué a los estudios biográficos, en especial sobre la mujer.