Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

viernes, 23 de febrero de 2024

EL TIEMPO NORMAL Y LA ACELERACIÓN DEL TIEMPO

 



La búsqueda en la que estoy empeñada está centrada en reconsiderar el concepto de revolución, en sopesar la experiencia del tiempo, en la importancia de diferenciar ideas de ideologías, en las vivencias de la emancipación, y en todo aquello que está vinculado a la manera en que las mujeres se adentran en esas experiencias y tejen vivencias que la historia convencional tiende a descartar.

Quizás, aunque parezca excesivamente pretencioso, el propio concepto de historia hay que ponerlo en cuestión. En todo caso, a diferencia de lo que plantea la Historia con mayúscula de poner distancia con los hechos, de acercarse objetivamente a los acontecimientos, me voy situando en otra posición en la que conocer los hechos sin poner distancia, desde dentro y con planteamientos empáticos (la Academia puede descartar mi intento por subjetivo, no importa).

Salir de los caminos convencionales por los que ha transitado la Historia me lleva gozosamente a libros poco convencionales como el de Furio Jesi[1]. Dice Andrea Cavalletti en su Prefacio, que el libro de Jesi es «una obra de montaje (…) en la que se suceden veloces secuencias narrativas y saltos teóricos vertiginosos». Pese a su título no es una historia de la insurrección espartaquista porque lo que le interesa al autor es conocer aquellos sucesos para entender lo que es la revuelta y la experiencia del tiempo, algo que se puede aplicar a otras revueltas.

Nos sorprende Jesi cuando afirma que, del pasado, lo que de veras importa es lo que no se recuerda. El resto, lo que la memoria conserva o puede encontrar, es solo un sedimento. ¿Dónde queda la memoria histórica, ahora denominada memoria democrática, con esta afirmación?

Jesi establece en la Introducción el punto teórico decisivo de su libro: la oposición entre idea e ideología, entre la epifanía inmediata de la idea y su endurecimiento en el canon ideológico, por lo tanto, entre novedad y continuidad, tiempo de subversión y tiempo de memoria. Vinculada a esa oposición idea/ideología, establece la diferencia entre revuelta y revolución.


Para Jesi, la diferencia entre revuelta y revolución no debe buscarse en los fines de una y otra, ambas pueden tener el objetivo de tomar el poder. Lo que las distingue es una diferente experiencia del tiempo. La revuelta es un repentino foco de insurrección que puede insertarse dentro de un diseño estratégico pero que de por sí no implica una estrategia a largo plazo, y la revolución por el contrario es un complejo estratégico de movimientos insurreccionales coordinados y orientados relativamente a largo plazo hacia los objetivos finales. La revuelta es la suspensión del tiempo histórico, al contrario que la revolución que está entera y deliberadamente inmersa en el tiempo histórico. Es la suspensión donde se libera la verdadera experiencia colectiva. Toda revuelta es batalla en la que se elige participar deliberadamente y cada persona forma parte de la comunidad, la batalla es la batalla de la comunidad.

Al ser la revuelta la suspensión del tiempo histórico, los partidos y sindicatos que son estructuras inmersas en el tiempo y en el espacio histórico, son echados de la revuelta, o aceptan suspender temporalmente la autoconciencia de su propio valor, o se encuentran en abierta competencia con la revuelta. En la revuelta solo existen grupos de contendientes.

Indudablemente, el tiempo normal es un concepto burgués y el fruto de una manipulación burguesa del tiempo. Este le garantiza a la sociedad burguesa un transcurrir tranquilo. Es cierto que el propio sistema puede suspenderlo deliberadamente, por ejemplo, en las guerras. De esta forma, mientras dure la guerra, los hombres serán situados en un tiempo distinto, el de la experiencia guerrera (turnos de guardias, marchas, construcción de trincheras y fortificaciones, ataques…). Todo tiene valor en función de la guerra: en las fábricas se trabaja para la guerra, en casa se vive al ritmo de la guerra, alguien cercano está en la guerra, etc.

Una cosa distinta es que el tiempo normal salte por los aires como consecuencia de una revuelta o una revolución. Si tal cosa sucede todos los mecanismos de la sociedad burguesa se pondrán en marcha para que el dispositivo normalizador vuelva a funcionar.

La Guerra Civil española y la Revolución Libertaria pusieron de manifiesto cómo se llevó a cabo la revolución y como las mujeres participaron en esta de manera diferenciada y sin que nadie las invitara a implicarse en ella. La separación de revuelta y revolución no la veo clara en estos acontecimientos, pero indudablemente hay una diferencia entre la revolución masculina y la femenina en la que tiene mucho que ver la diferencia entre ideología y explosión de ideas. Igualmente hay una experiencia del tiempo que resulta relevante y a la que no se ha dedicado apenas atención.

Por último, no fue el bando insurrecto quien batalló por el retorno al tiempo normal en la zona republicana, sino los partidos y sindicatos frentepopulistas opuestos radicalmente a la suspensión del tiempo y la vuelta al dispositivo normalizador del tiempo.

Laura Vicente

 

[1] Furio Jesi (2014): Spartakus. Simbología de la revuelta. Buenos Aires, Adriana Hidalgo.

 

martes, 13 de febrero de 2024

LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA

 



Ya habréis adivinado por el título que voy a hacer referencia al texto de Étienne de La Boétie[1], un texto que he leído muchas veces, la última hace un par de semanas. Volví a leerlo porque me asombra ver a partidos políticos que dicen que la política es negociación y pacto y que eso justifica el decir sí a lo que ayer dije que no, haciendo de «la necesidad virtud». No importan las promesas hechas en campaña electoral, se dicen muchas cosas para atraer el voto y todo el mundo lo sabe y lo comprende.

Pero por encima de todo, me llama la atención que quienes votan, personas que se consideran de «izquierdas», acepten la mentira tranquilamente y comprendan que hay necesidades superiores (por ejemplo, amnistiar a malversadores de dinero público que no invirtieron en sanidad o en enseñanza o en afrontar la sequía o tantas otras necesidades de la mayoría de la población) que justifican el engaño. Que se haga desde la derecha no es sorprendente, pero que personas que se consideran de izquierdas justifiquen la mentira para olvidar lo que hizo un partido de derechas en su tarea de gobierno resulta pasmoso.

No confío en la clase política, mucho menos en el Estado y sus aparatos de control, dominación y castigo, por eso no voto. Aunque procuro mantenerme ajena a la política institucional, no puedo evitar el asombro ante la confianza de quienes votan mostrando un comportamiento sumiso y dócil ante un sistema político cada vez más degradado.

Pero pasemos a hablar de un opúsculo inspirador que no es de extrañar que resultara atractivo a las mentes despiertas de los y las anarquistas de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX y que era habitual en las pequeñas, pero bien nutridas, bibliotecas de los obreros y obreras.

En el siglo XIX, cuando arraigó el anarquismo en España, la escritura marcaba una diferencia de clase: se abría una brecha entre hablantes y escribientes, iletrados y letrados. No dominar la lectura y la escritura era percibido por las clases trabajadoras como una carencia, el anarquismo batalló para llenar ese vacío partiendo, muchas veces, del autodidactismo. No es raro, por tanto, la proliferación de escritores y escritoras dentro del mundo ácrata, así como la fundación de periódicos y revistas. Donde había anarquistas había periódicos y, por tanto, obreros y obreras «ilustradas».

¿Qué les pudo resultar atractivo, a anarquistas españoles, de un texto escrito en el siglo XVI? Hay un aspecto crucial que puede dar una explicación a esta pregunta, la lucha de emancipación la entendía el anarquismo también como autoemancipación de los dispositivos de poder, de los prejuicios, de la ignorancia, de las trabas que oprimían potencialidades y que se expresaban en actos comunes y cotidianos. La anarquía no era un lugar donde llegar gracias a una consecuencia lógica o científicamente deducible, sino una búsqueda a través de la lucha colectiva, pero también de una lucha en la construcción cotidiana para acercar lo máximo posible la brecha entre fines y medios.

En ese contexto, era normal el interés por La Boétie que reflexionaba acerca de las motivaciones de la dominación y de la tiranía. Este autor señaló tres causas de la servidumbre voluntaria, antítesis del deseo de autoemancipación ácrata: en primer lugar, la costumbre y la educación, en segundo lugar, la corrupción, y por fin, la violencia. El centro de la reflexión era la libertad, (…) un bien tan grande y placentero, que el perderlo es causa de todos los males (…). La libertad era entendida como un elemento natural, al que muchos seres humanos renunciaban sometiéndose al poder. El tirano era astuto y sabía cómo embrutecer a sus súbditos para lograr esa renuncia a la libertad.

La pregunta que se hacía La Boétie es plenamente actual y tiene que ver con el estupor que le causaba que la mayoría obedeciera a uno solo y quisiera servirle. La renuncia a la libertad se producía según La Boétie, muchas veces, sin necesidad y siempre suponía una degradación y la pérdida de humanidad de la persona. Si las personas no podían afrontar el hecho de su propia libertad siempre creerían y confiarían en redenciones venidas desde fuera y la humanidad permanecería alienada si no encontraría el camino para vivir en libertad.

Hay alguna luz para rechazar la servidumbre. Según La Boétie, la amistad, que siempre era igualitaria, era clave para desarrollar el amor mutuo. Los libros y la ciencia eran también claves puesto que daban al ser humano el sentimiento de sus derechos y el odio a la tiranía. Por tanto, era fundamental mantener la mente despejada y el espíritu clarividente, tomándose la molestia de pulirla por el estudio y el saber.

No creo que hayamos avanzado mucho, sino retrocedido, en esa búsqueda de la clarividencia manteniendo la mente despejada que proponía La Boétie. El estudio y el saber se ven sobrepasados en la actualidad por una masa no filtrada de informaciones que embotan por completo la percepción provocando, incluso, perturbaciones psíquicas.

El ruido del «enjambre digital», como señala Byung-Chul Han[2] es constante y se refleja en individuos aislados que no desarrollan ningún «nosotros», que no marchan en una misma dirección, no se manifiestan en una sola voz, son fugaces y por ello no desarrollan energías políticas ni cuestionan las relaciones de poder dominantes.

Los representantes del pueblo no se perciben como peones del «pueblo» sino del sistema (de ahí las revueltas reaccionarias antisistema). Caminamos a una democracia desideologizada (por eso da igual decir hoy lo contrario de lo que se dijo ayer, las ideas son irrelevantes) en la que los políticos son sustituidos por expertos que administran y optimizan el sistema. Ese es el motivo por el que los representantes y los propios partidos políticos se hacen superfluos abriendo el camino a individualidades que los sustituyen (tipo Trump, Milei, Putin, Bukele y tantos otros).

Volviendo al inicio, cada cual que piense sobre la relevancia de la mentira y del engaño de la clase política, de la desideologización y de los motivos por los que sobra la pregunta del por qué, ante el es así. ¿Nos dirigimos a una tiranía cotidiana y de baja intensidad que presenta la servidumbre voluntaria bajo los ropajes de la seducción en medio del ruido del enjambre que Le Boétie no pudo ni imaginar?

 Laura Vicente



[1] La última edición que conozco es la siguiente: La Boétie, Étienne de, Discurso de la servidumbre voluntaria. Barcelona, Virus, 2016.

[2] Han, Byung-Chul, En el enjambre, Barcelona, Herder.

sábado, 3 de febrero de 2024

OS CUENTO…

 

8 y 15 de octubre 2023

Los medios técnicos, a veces, facilitan amistades que nunca se hubieran producido sin dichos medios. Durante la pandemia a alguien se le ocurrió crear un foro de mujeres y hombres (la mayoría) anarquistas para reflexionar sobre lo que estaba ocurriendo. Este foro utilizaba el correo electrónico para canalizar impresiones, sensaciones y sorpresas de un hecho tan excepcional, para nosotras mujeres y hombres europeos, como la pandemia del covid.

En ese foro enseguida sintonicé con algunas personas y de estas logramos construir dos amistades, sorprendentemente las dos son de origen argentino, que se han ido consolidando. Una de ellas ha venido de viaje desde Buenos Aires para ver a la familia de su pareja y hemos podido vernos durante estos días y hablar cara a cara con gestos, risas y lágrimas si hace falta.

Por otro lado, llevo unos días de revisión ginecológica anual que siempre me altera. No me gustan los médicos y médicas, lo siento si alguno de ellos o ellas lee estas palabras.

Os quería contar que llevo ya bastantes capítulos de una serie que hoy no triunfaría como lo hizo en los años noventa del siglo pasado (realmente parece no pasar nada de un capítulo a otro, es dulcemente lenta). La verdad es que vi muy pocos capítulos en su momento, pero tenía un agradable recuerdo de «Doctor en Alaska». Ahora que la estoy viendo capítulo a capítulo me sorprende que el recuerdo poco tenía que ver con lo que es la serie. El protagonista, Joel Fleischman, es un maravilloso y gruñón personaje: un médico judío de Nueva York que se ve obligado a desplazarse a Cicely, un pequeño pueblo en las tierras salvajes de Alaska, para devolver la inversión que se había hecho en su carrera de medicina.

Realmente todos los personajes son maravillosos: Maggie, Chris, Marilyn, Ruth-Anne, Shelly, Ed, Maurice, Holling, etc. Aunque su apariencia es de una especie de comedia superficial, aparecen temas relevantes: el significado de ser judío, el indigenismo, la ecología, la pareja, la importancia de las pequeñas comunidades, las diferencias sociales y otros muchos temas. Me gusta sin más.

Sobre lecturas, otro día os cuento, me he alargado mucho hoy.

Música: he recuperado a Gladys Knight.



22 y 29 de octubre 2023

Estas semanas se ha incrementado mi odio al militarismo, a las armas y a las guerras. El uso de armas, me da igual que sean Estados, grupos o mercenarios..., me generan una reacción negativa instintiva. Nada positivo puede salir del uso de las armas a manos de hombres uniformizados, obedientes y disciplinados que matan por defender fronteras, naciones, religiones, utopías o cualquier proyecto que los lleve a matar.

Las guerras y las armas conducen a más armas, más guerras, más odio y más deseo de venganza. La población civil sale siempre perdiendo, las personas menos preparadas para la guerra y la violencia sale siempre perdiendo. 

En el anterior «os cuento» no me dio tiempo a hablaros de los libros que he leído en este último mes. Una línea de lecturas tiene como eje los debates alrededor del concepto de anarquía. En julio leí el libro de Andityas Matos, La an-arquía que viene; en septiembre el de Catherine Malabou, ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía; y ahora estoy leyendo de Frédéric Lordon, La condición anárquica. Tengo preparado el siguiente de Reiner Schürmann, El principio de anarquía.

Todos ellos son libros en los que los autores, ellos mismos u otros que analizan, han otorgado a la anarquía un valor a la vez ontológico, ético y político determinante, sin por ello lograr movilizar un verdadero pensamiento del anarquismo. Hay diversos filósofos (Malabou revisa y dialoga con Schürman, Levinas, Derrida, Foucault, Agamben y Rancière) que inscriben la anarquía en el centro de su pensamiento, pero destacan su irreductibilidad al anarquismo político. Pero ambos tienen un mismo compromiso: la crítica inapelable de los fenómenos de dominación que remiten de manera unívoca a la sujeción y la alienación y desdibujan así el límite entre poder y abuso de poder. Ambos consideran por igual que la dominación es el problema del poder.

Y me quedo aquí, solo en esta primera línea de lectura.

Música: Arturo Sandoval, trompetista y pianista cubano de jazz (Guarachando