Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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lunes, 3 de abril de 2023

ANARCOFEMINISMO PARA EL SIGLO XXI: GENEALOGÍA

 

Genealogía de Paco Aguilar


Hace más de dos años escribí un texto[1] que pretendía, con excesivo optimismo, mover las tranquilas aguas del espacio del feminismo anarquista. Deseé que aquella reflexión provocara ondas circulares que se propagaran en todas las direcciones como cuando se lanza una piedra al agua en una laguna. Nada de eso sucedió, la piedra produjo ondas microscópicas y se hundió sin más.

Este segundo texto parte de una idea modesta y sencilla pero necesaria desde mi punto de vista: el anarcofeminismo es un espacio con propuestas diferentes a las de otros espacios feministas en la actualidad, no es solo «pasado», no es una etiqueta que queda bien. Puesto que el anarcofeminismo es «presente», resulta necesario pensar con qué bagaje contamos y sobre qué aspectos deberíamos reflexionar para que nuestras propuestas respondan a la realidad del siglo XXI.

En aquel texto de 2020 hacía referencia a la importancia de la genealogía del feminismo anarquista rota por la larga dictadura franquista. Esa referencia genealógica la entendía como movimiento social formalmente organizado y con una identidad que se reflejaba en una simbología y en unas actuaciones concretas. Así mismo, esa concepción podía entenderse como el deseo de construir un relato lineal que señalaba una evolución a lo largo del tiempo que valía la pena transmitir de unas generaciones a otras.

Arropa mucho, sobre todo cuando el presente no es muy optimista, el pensar que formamos parte de una tradición cuyo pasado ha sido «glorioso». Me refiero especialmente a la organización (y revista) de Mujeres Libres y a la construcción de una revolución feminista de la existencia durante la Guerra Civil española. Si por un lado arropa, por otro lado, ese pasado puede llegar a ser una pesada carga que nos desborda en el presente.

Sin renunciar a visibilizar ese pasado que la «memoria» institucionalizada pretende borrar, la genealogía no la entiendo como una voluntad o un designio que construye «historias» con una dirección causa-efecto o con un fin. La historia no es propulsada, no avanza, por ello no tiene una lógica o continuidad narrativa. Si la construyéramos así, la genealogía tendría que ser asaltada e introducir la discontinuidad y las contradicciones para desfamiliarizarnos, como decía Nietzsche, con lo que consideramos «natural» en un relato lineal. La genealogía debe recoger historias discontinuas, aunque ininterrumpidas, y llevar a cabo un registro retrospectivo de conflictos, convergencias, accidentes, desórdenes, etc., mostrando esos fenómenos como «episodios» más que como «culminaciones»[2].

Dice Chiara Bottici[3] refiriéndose al anarquismo que elaborar una genealogía puede consistir, no en presentar un relato lineal de cómo evolucionó sino preguntarnos qué entendemos por «anarquía» y «anarquismo» y por qué actualmente lo concebimos de esta forma y no de otra. Una genealogía compuesta de muchas historias con sus distintas facetas (Bottici, p. 103-104).

Como vemos, la genealogía no tiene una definición exacta, pero si resulta claro que uno de sus principales objetivos es desnaturalizar fuerzas y formaciones existentes, revelar el modo contingente en que se produjo lo dado y se afianzó, y mostrar hasta qué punto no está predestinado ni tiene un significado inmutable. Este tipo de historia es opuesta a la historia teleológica ya que trata el presente como la producción accidental de un pasado contingente, en lugar de tratar el pasado como el camino seguro y necesario a un presente inevitable. La herencia trazada por la genealogía no construye una línea evolutiva en la que existe una «adquisición» de episodios históricos que se acumulan y se solidifican a través del tiempo, sino una imagen «geológica» en la que el peso de la historia funciona a través de una acumulación espacial de «capas heterogéneas» (Brown, p. 148).

Esta imagen «geológica» confirma la afirmación de Laura Llevadot[4] respecto a su rechazo a pensar el feminismo en términos de olas (pese a su utilidad para explicarlo), otorgándole una historicidad lineal cuando la realidad es que «en el feminismo actual coexisten todas las posiciones que un día la necesidad hizo nacer».

La genealogía del feminismo anarquista en España está muy marcada por Mujeres Libres y las experiencias que se desarrollaron durante la Guerra Civil. Ha costado mucho visibilizar su relevancia incluso en el espacio libertario, queda mucho por hacer, pero no podemos convertir lo sucedido en un canon con el que relacionar el feminismo anarquista actual, ni el feminismo anarquista actual es resultado del de los años treinta del siglo XX. Es necesario, por tanto, deshacernos de esa tradición entendida como un corpus de pensamiento y de agencia que implica su transmisión intencional de una generación a otra y centrarnos en una genealogía entendida como campo de posibilidades a través de las cuales se pueden perseguir diversos futuros (Brown, p. 148).

Puesto que la genealogía es la historia escrita en virtud de los intereses actuales y, como tal, interviene en el momento actual, deberíamos ser capaces de ampliar el foco genealógico más allá de nuestro eurocentrismo para, como dice Bottici, «provincializar» las historias que se han dado en nuestro país y abrir camino a la pluralidad de historias y genealogías (Bottici, p. 107). Esta autora dice haber encontrado algunas de las intuiciones anarcafeministas[5] más productivas en escritoras, filósofas y activistas que no se identificaron como tales, por ejemplo, las feministas negras (Bottici, p. 28). Quizás deberíamos potenciar, siguiendo su planteamiento, un diálogo entre textos, proyectos políticos e ideas filosóficas que no se suelen asociar ya que mientras unas se autodefinen como anarcafeministas, otras no lo hacen.

Desde ese planteamiento genealógico, el anarcofeminismo se puede entender también como una colección de ideales que se remontan en el tiempo más allá del surgimiento de cualquier feminismo y anarquismo (vinculado a la Ilustración y la Modernidad) y que tienen un alcance global (en «Construyamos el anarcofeminismo del siglo XXI» hay algunas reflexiones al respecto). Hay elementos de la cultura política anarquista y feminista que se han manifestado en diversos momentos de la historia y en diversos espacios geográficos no siempre enunciándose como tales. Fue Kropotkin, en su libro El Apoyo Mutuo, quien constataba que elementos básicos del anarquismo como la asociación voluntaria, la autoorganización y el apoyo mutuo, se referían a formas de comportamiento humano que habían formado parte de la humanidad desde sus inicios. Debemos indagar en el pasado para encontrar esa misma genealogía feminista entendida desde el anarquismo. Desde la antropología, David Graeber[6] confirmaba este planteamiento y consideraba que el anarquismo ha sido un discurso ético sobre la práctica revolucionaria y, por tanto, una actitud más que un cuerpo teórico.

El que no se aspire a crear una «Gran Teoría», no significa renunciar a una base teórica para el anarquismo y para el anarcofeminismo ya que aunque la agencia no debe depender de la teoría, esta puede orientarnos en la lista de tareas actuales: la identidad, sujetos de la transformación social, cómo se manifiesta la diversidad de la dominación, repensar ideas como la libertad o el poder y tantas otras cuestiones.

Hay elementos de la cultura anarquista y feminista del pasado que debemos descartar porque son producto de circunstancias pasadas. Si persistimos en mantener dichos elementos, como lo estamos haciendo, no hacemos sino repetir, perdiendo la creatividad que tuvo el anarquismo en «el siglo obrero» (así lo denomina Tomás Ibañez, aunque es algo más de un siglo: desde la Revolución francesa y la Ilustración hasta la Revolución española durante la Guerra Civil).

El descarte del pasado (que no implica olvidarlo e ignorarlo) implica una labor de «escucha» de lo que hay, es decir, de las circunstancias que vivimos para arraigarnos a la realidad, detectar los problemas y desarrollar una agencia que los enfrente. En esa labor de «escucha» se une pensamiento y vida y en esa unión hay fuego porque supone poner el cuerpo en las cosas y no solo las ideas.

Pero descartar el pasado no significa hacer tabla rasa con todo lo que ha constituido la idiosincrasia de los anarquismos que han influido en el feminismo (y me atrevería a decir que a la inversa). Hay aspectos de los anarquismos que podemos considerar invariables, Tomás Ibañez propone cuatro: considerarlos como una sensibilidad política amplia que aspira a una sociedad libre e igualitaria, la incompatibilidad radical con la dominación, el compromiso ético vinculado a la idea fecunda de las políticas prefigurativas, y, por último, la fusión de vida y política[7] (a mí me resulta más fértil y creativa la fusión de pensamiento y vida). El feminismo aporta a los anarquismos la importancia del anti-patriarcalismo (quizás mejor anti-androcracia global[8]) que forma parte de la dominación pero que tiene un alcance tan relevante como para hacerlo explícito en este texto).

Orbitando alrededor de estos elementos considero destacado el desarrollo de una agencia política basada en la acción directa y en la construcción de alternativas de base con formas organizativas descentralizadas, horizontales y basadas en el consenso. En esta línea, David Graeber[9] consideraba el anarquismo como una sensibilidad política amplia que aspiraba a generar una sociedad auténticamente libre en la que los y las anarquistas debían estar dispuestas a colaborar en coaliciones amplias siempre que funcionaran sobre principios horizontales, dando relevancia a la democracia directa frente a la representativa.

Todo esto implica plantearnos qué entendemos hoy por anarcofeminismo[10] y por qué hoy lo concebimos de una forma y no de otra, entendiendo que no hay una sola manera de captarlo, siendo fundamental forjarlo en las circunstancias que estamos viviendo en estos inicios del siglo XXI. Si de paso podemos clarificar y dilucidar algunos de los encendidos debates del momento actual, mejor que mejor.

Laura Vicente

 


[1] VICENTE, Laura: «Construyamos el anarcofeminismo del siglo XXI», en Libre Pensamiento 102 (primavera 2020), pp. 63-69.

[2] BROWN, Wendy (2014): La política fuera de la historia. Enclave de libros, Madrid, p. 150.

[3] BOTTICI, Chiara (2022): Anarcafeminismo. NED Ediciones, España, pp. 103-104.

[4] LLEVADOT, Laura (2022): Mi herida existía antes que yo. Feminismo y crítica de la diferencia sexual. Tusquets, Barcelona, p. 49.

[5] Chiara Bottici feminiza el concepto «anarca» para dar visibilidad a la faceta específicamente feminista dentro de la teoría y práctica anarquista.

[6] GRAEBER, David (2019): Fragmentos de antropología anarquista. Virus, Barcelona, p. 21

[7] IBÁÑEZ, Tomás (2022): Anarquismos en perspectiva. Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente. Descontrol, Barcelona. En este libro el autor habla de «la invariable anarquista», señalando cuatro aspectos.

[8] Señala Bottici en Anarcafeminismo que, aunque el patriarcado, que significa la ley del macho cabeza de familia, ha sido derrocado en muchos contextos, el poder de los hombres, o androcracia, sobre el segundo sexo se mantiene.

[9] GRAEBER, David (2014): Somos el 99 %. Una historia, una crisis, un movimiento. Capitan Swing, Madrid.

[10] En la línea de este texto, pretendo seguir reflexionando sobre otros muchos temas a lo largo de 2023.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

¿QUÉ ES SER ANARQUISTA?


Quisiera desmontar esa idea que repite mucha gente de que no se puede ser anarquista porque eso implica casi la perfección en cuanto a la manera de vivir y de ser. Soy partidaria de negar cualquier trascendencia al término "anarquismo" puesto que es obra del ser humano. El anarquismo es creación, o mejor dicho autocreación. La idealización del término queda siempre desmentida por la realidad puesto que el ser humano es imperfecto y contradictorio.

A esa idea de perfección que yo rechazo en aras de una anarquismo humano le va muy bien el término ser consecuente mejor que ser coherente. Me gusta el término consecuente en la línea de Diana Torres[1] cuando dice: «Seré consecuente, que no es otra cosa que responsabilizarme de las consecuencias de mis acciones y mis palabras y de las hermosas contradicciones que las conforman».

Partiendo de esta humanización del ser anarquista, veamos algunas opiniones sobre qué es ser anarquista.

Empiezo por David Graeber[2], que ha muerto hace tres meses de forma inesperada (2 de septiembre) y que hablaba de los «anarquistas con minúsculas» refiriéndose a aquellas personas que estaban dispuestas a colaborar en coaliciones amplias siempre que funcionaran sobre principios horizontales, dando relevancia en su manera de entender el anarquismo a la democracia directa.

Él entendía el anarquismo como una sensibilidad política amplia. Es, afirmaba, un «movimiento político que aspira a generar una sociedad auténticamente libre, y que define “sociedad libre” como aquella en la que los humanos solo establecen relaciones entre sí que no dependan de la constante amenaza de la violencia para ponerse en práctica».

El anarquista italiano Amedeo Bertolo[3] entendía el anarquismo como una mutación cultural al cuestionar la dominación. Los anarquistas son mutantes que tienden a transmitir su anomalía cultural (anomalía en relación con la normalidad, o sea, con el modelo dominante) y al mismo tiempo crear las condiciones ambientales favorables a la mutación, o sea, a la generalización del carácter mutante.

Otro anarquista, Uri Gordon[4] considera que el anarquismo histórico puede inspirar y dar ideas pero que el movimiento anarquista actual difiere de muchas maneras de la visión de hace cien años y eso nos indica su manera de entenderlo:

1-Las redes de colectivos y grupos de afinidad sustituyen a los sindicatos y federaciones como patrón de organización.

2-Los programas del movimiento son más amplios: ecología, feminismo, liberación animal son tan importantes como las luchas antimilitaristas y obreras.

3-Un mayor énfasis se da en la acción directa prefigurativa* y la experimentación cultural. 

*(Concepto (A) que hace referencia a los modos de organización y tácticas realizadas que reflejan con exactitud el futuro de la sociedad que se busca= Lo que queremos es ya lo que hacemos).

4-El compromiso con la modernidad y el progreso tecnológico ya no es ampliamente compartido en los círculos anarquistas.

Estos cambios cualitativos se suman a una especie de paradigma en el anarquismo que en la actualidad es bastante heterodoxo y está cimentado en la acción y el propósito de vencer.

Y por último una mujer, Emma Goldman[5], que haciendo referencia a la revolución rusa afirmaba que « (…) el triunfo del Estado significa la derrota de la Revolución». Y se preguntaba: « ¿Qué es el progreso si no la asunción general de los principios de la libertad frente a los de la coacción?».

La libertad es la clave, decía, es la que debe vetar la tiranía y la centralización para luchar por transformar la revolución en una reconsideración de todos los valores económicos, sociales y culturales.

El anarquismo, por tanto, nunca ha sido algo acabado y cerrado sino diverso y poliédrico. Ayuda a ello la actitud adogmática atenta a evitar toda teoría que sea rígida y sistemática unido a la insistencia en la libertad de elección individual.

Hay muchas maneras de entender el anarquismo que no tienen por qué ser contradictorias pero que han provocado enfrentamientos y divisiones importantes por no entender ese carácter diverso y poder colaborar y convivir.



[1] Diana J. Torres (2017): Vomitorium. Ciudad de México, p. 26.

[2] David Graeber (2014): Somos el 99%. Una historia, una crisis, un movimiento. Madrid, Capitan Swing.

[3] AMEDEO BERTOLO (Antología) (2019): Anarquistas… ¡Y orgullosos de serlo! Barcelona, Fundación Salvador Seguí, pp. 353-354.

[4] Uri Gordon (2014): ANARCHY ALIVE! Políticas antiautoritarias de la práctica a la teoría. Madrid/La Laguna, LaMalatesta/Tierra de Fuego.

[5] Emma Goldman (2018): Mi desilusión en Rusia. Barcelona, El Viejo Topo.

 La imagen es de Alex Mazurov 

domingo, 13 de septiembre de 2020

DAVID GRAEBER, HACER ANARQUISMO

 



La noticia de la muerte de David Graeber (2-septiembre-2020), no lo oculto, me ha impactado, somos muchas las personas que tenemos esa sensación emocionada. 

Me atraía de él la desmitificación que realizaba del anarquismo entendido como algo que implicaba coherencia en la forma de ser, vivir y actuar, colocándolo en el altar de la perfección. Hace mucho que pienso en el anarquismo a escala humana y prefiero  ser consecuente a ser coherente en la línea de Diana Torres[1] cuando dice:

«Seré consecuente, que no es otra cosa que responsabilizarme de las consecuencias de mis acciones y mis palabras y de las hermosas contradicciones que las conforman».

Él desmontaba certezas y sembraba dudas e incertidumbres hablando desde lo que denominaba «anarquismo con minúsculas»[2] refiriéndose a aquellas personas que, haciendo anarquismo más que siendo anarquistas, estaban dispuestas a colaborar en coaliciones amplias siempre que funcionaran sobre principios horizontales.

Entendía el anarquismo como sensibilidad política amplia, como  «movimiento político que aspira a generar una sociedad auténticamente libre, y que define “sociedad libre” como aquella en la que los humanos solo establecen relaciones entre sí que no dependan de la constante amenaza de la violencia para ponerse en práctica».

Y  añadía que los anarquistas «conciben un mundo basado en la igualdad y en la solidaridad, donde los seres humanos sean libres para asociarse entre ellos y perseguir una variedad infinita de visiones, proyectos y conceptos de lo que consideran valioso en la vida »[3].

Desde la antropología, Graeber constataba que los principios básicos del anarquismo -asociación voluntaria, auto organización y apoyo mutuo- se referían a formas de comportamiento humano que habían formado parte de la humanidad desde sus inicios. Una idea tremendamente atractiva y estimulante (que ya formuló Kropotkin en El Apoyo Mutuo) puesto que constataba que había existido gente que había defendido estos argumentos a lo largo de la historia de la humanidad. Esta idea nos plantea que esos principios anarquistas son más una actitud que un cuerpo teórico.

El anarquismo, reflexionaba Graeber, ha tendido a ser un discurso ético sobre la práctica revolucionaria, más que un discurso teórico o analítico sobre la estrategia revolucionaria como en el caso del marxismo. Ha insistido en las formas de la práctica y, por tanto, en que los medios han de ser acordes con los fines; no puede generarse libertad a través de medios autoritarios, se debe anticipar la sociedad que se desea. Esa es la razón por la que la mayoría de los grupos anarquistas opera por un proceso de consenso (que supone aceptar una gran diversidad de perspectivas teóricas) frente al voto a mano alzada, divisor y sectario. Este planteamiento lo explicaba con todo lujo de detalles en Somos el 99% enraizándolo en su experiencia como activista en el movimiento de Ocupy Wall Street iniciado en 2012. Activismo que ya le había ocasionado, según parece, su cese en el departamento de Antropología de la prestigiosa Universidad de Yale en 2005.

Graeber situaba la palabra clave  de la democracia en el proceso de toma de decisiones. Todo buen proceso de consenso  se basa en que nadie debe intentar convencer a los otros  de convertirse a sus puntos de vista, sino que se busca que el grupo llegue a un acuerdo común sobre cuáles son las mejores medidas a adoptar. En vez de votar las propuestas, estas se discuten o reformulan, hasta que se llega a un planteamiento que todos puedan asumir. Al final hay dos posibles formas de objeción: quedarse al margen o bloquear la propuesta.

En sus Fragmentos de antropología anarquista[4] se hacía una  pregunta que relacionaba con la antropología:

« (…) ¿qué tipo de teoría social puede ser realmente de interés para quienes intentamos  crear un mundo en el cual la gente sea libre para administrar sus propios asuntos?».

Son este tipo de preguntas sencillas pero relevantes en sus respuestas las que me llevaron a apreciar sus libros. Ese es el legado que nos deja David Graeber para seguir por una vía de amplitud de miras y de renovación del anarquismo.

 


[1] Diana J. Torres[1] (2017): Vomitorium. Ciudad de México, p. 26.

[2] David Graeber (2014): Somos el 99%. Una historia, una crisis, un movimiento. Madrid, Capitan Swing, p. 100.

[3] David Graeber, Somos el 99%, p. 189.

[4] David Graeber (2019): Fragmentos de antropología anarquista. Barcelona, Virus, p. 21.

 

lunes, 23 de septiembre de 2019

ANARQUISMO: IDEAS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA BASE TEÓRICA



Estamos ante un interesante libro[1] de 158 páginas que escribe un antropólogo que se interroga respecto al escaso reflejo que tiene el anarquismo en las universidades. Su punto de partida es una pregunta que relaciona especialmente con la antropología: « ¿qué tipo de teoría social puede ser realmente de interés para quienes intentamos  crear un mundo en el cual la gente sea libre para administrar sus propios asuntos?» (p. 21).


Ideas y planteamientos que me han parecido claves en el libro y que son relevantes en lo que se entiende por anarquismo(s):

Ética de la práctica
Considera que los principios básicos del anarquismo -asociación voluntaria, autoorganización, apoyo mutuo- se refieren a formas de comportamiento humano que habían formado parte de la humanidad desde sus inicios (p. 13). Puede encontrarse constancia de gente que defendió estos argumentos a lo largo de la historia, estamos ante una actitud más que ante un cuerpo teórico. La antropología puede ofrecer muchos ejemplos reales de que esta afirmación es acertada.
El anarquismo ha tendido a ser un discurso ético sobre la práctica revolucionaria, más que un discurso teórico o analítico sobre la estrategia revolucionaria como en el caso del marxismo. Ha insistido en las formas de la práctica y, por tanto, en que los medios han de ser acordes con los fines; no puede generarse libertad a través de medios autoritarios, se debe anticipar la sociedad que se desea (p. 17). Esa es la razón por la mayoría de los grupos anarquistas opera por un proceso consenso (que supone aceptar una gran diversidad de perspectivas teóricas amplias) frente al voto a mano alzada, divisor y sectario (p. 19).
La palabra clave de la democracia hace referencia al proceso de toma de decisiones. Todo buen proceso de consenso  se basa en que nadie debe intentar convencer a los otros  de convertirse a sus puntos de vista, sino que se busca que el grupo llegue a un acuerdo común sobre cuáles son las mejores medidas que adoptar. En vez de votar las propuestas, estas se discuten o reformulan, hasta que se llega a un planteamiento que todos puedan asumir. Al final hay dos posibles formas de objeción: quedarse al margen o bloquear la propuesta (p. 129).

Revolución
Su base práctica y ética ha llevado al anarquismo a concebir la revolución abandonando la idea de que esta dará lugar a una sociedad ideal, perfecta, sin conflictos. La existencia del trabajo, el sexo y la reproducción está llena de dilemas, los deseos humanos son siempre volubles. Por eso en una sociedad por igualitaria que sea habrá turbulencias que emergen de la propia naturaleza del ser humano (p. 52). La revolución no será un cataclismo, no consistirá en tomar el poder, sino que será un proceso gradual a través de la creación de formas alternativas de organización a escala mundial, de nuevas formas de comunicación, de nuevos sistemas para organizar la vida menos alienados (p. 66).
La revolución  es entendida como cualquier acción colectiva que rechace, y por tanto confronte, cualquier forma de poder o dominación y al hacerlo reconstituya las relaciones sociales bajo esa nueva perspectiva. Esta visión es el corolario inevitable cuando se deja de pensar en términos de estructura del Estado y de toma del poder estatal.

Espacios anárquicos
Me sorprendió sobremanera la idea de que el mundo contemporáneo está lleno de espacios anárquicos. Esos espacios anárquicos son espacios invisibles para el poder y de ahí proviene en realidad el potencial para la insurrección. Afirma con contundencia que el anarquismo siempre ha sido una de las bases principales de la interacción humana: nos autoorganizamos y ayudamos mutuamente todo el tiempo. Siempre lo hemos hecho.

La teoría del éxodo
Critica la confrontación directa con el poder y propone, como forma efectiva de oponerse al capitalismo y al Estado liberal, lo que Paolo Virno ha llamado una «retirada emprendedora», una defección en masa protagonizada por quienes desean crear nuevas formas de comunidad. Su objetivo no es la toma del poder sino ponerse fuera de su alcance, emigrando, desertando, creando nuevas comunidades (pp. 93-94).

Nueva forma de internacionalismo
La denomina como segunda ola o simplemente «globalización anarquista» y sus formas de organización están desarrolladas en base a:
-Procesos de consenso.
-Acción de masas directa no violenta.
-Modelo de red de instituciones alternativas.

Liberación de lo imaginario
El imaginario es un elemento clave en la subsistencia del Estado, del poder, de la dominación. Por ello, la liberación de lo imaginario consiste en pensar cómo sería vivir en un mundo en que la gente tuviera realmente el poder de decidir por sí misma, individual y colectivamente (p. 154).

Ideas sugerentes que  permiten intentar crear «más que una Gran Teoría (…) una Base Teórica» para el anarquismo (p. 20).


[1] DAVID GRAEBER (2019): Fragmentos de antropología anarquista. Barcelona, Virus.