Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt
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viernes, 11 de abril de 2025

TERESA CLARAMUNT CREUS. 94 años de su muerte

 


He escrito y he hablado mucho sobre Teresa Claramunt Creus (TC), en los últimos años algo menos. Mi libro sobre esta mujer tan apasionante salió a la calle en 2006 publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo, pronto hará veinte años. Diecinueve años son muchos años y seguramente ahora rectificaría algunas cosas de ese libro, pero nada sustancial. Aquella investigación marcó mi manera de acercarme a la historia y la vida de esta sindicalista, feminista y anarquista sigue muy presente en mí.  Escribí en mi último texto que un acontecimiento lo es desde nuestra mirada, que no está en la cosa en sí, esta mujer es un ejemplo de tal afirmación.

El origen de mi interés por TC se sitúa en los años en los que realicé la Tesis Doctoral sobre el sindicalismo zaragozano en los años veinte del pasado siglo y buscaba las primeras sociedades obreras que formaron parte de la CNT, allá por 1910 y 1911. Encontré a esta mujer de cuarenta y ocho años en la prensa con una salud deteriorada por sus estancias en prisión. Había sido deportada a Huesca, como tantos otros, por su relación con los sucesos de la Semana Trágica (julio 1909). Pocos meses después se instaló a vivir en Zaragoza, en parte como consecuencia de la separación de su compañero también deportado, Leopoldo Bonafulla, con el que había convivido los últimos ocho años y con el que no volvió a compartir su vida.

La encuentro, por primera vez, participando en un mitin organizado por la Sociedad de Obreros de la Madera que apoyaban a los huelguistas de la fábrica de Cardé y Escoriaza, en octubre de 1910. En este mitin participaba otra mujer: Antonia Maymón (nacida en Madrid de familia aragonesa y pronto instalada en Zaragoza) que presidía la Agrupación Femenina “La Ilustración de la Mujer”. Los puntos en común con esta maestra racionalista eran muchos: ambas mujeres eran propagandistas y activistas en los medios ácratas y ambas estaban preocupadas por la cuestión femenina. De hecho, en este mitin T. C. habló del tema sindical y también de poner en marcha una «revolución de las costumbres, empezando por nuestros hogares». Una idea, la de la revolución doméstica, que no debía ser fácil de digerir en los ambientes sindicalistas, predominantemente masculinos.

La vuelvo a encontrar, de nuevo con Antonia Maymón, en un mitin en septiembre de 1911 en el que se trataba de ratificar el acuerdo de huelga general en solidaridad con los carreteros de Bilbao y contra la guerra de Marruecos adoptado por la recién constituida CNT (octubre/noviembre de 1910). Tras el mitin se produjeron carreras y cruce de disparos con las fuerzas de orden público (murieron dos sindicalistas) y tras los incidentes hubo registros domiciliarios y numerosas detenciones, entre las que se encontraba Claramunt, Maymón y otros muchos. Claramunt acabó juzgada por un tribunal militar e ingresó en la cárcel hasta la amnistía aprobada por el gobierno en 1913. Esta estancia en la cárcel, de poco más de un año y medio, fue fatal para su salud ya de por sí deteriorada desde su estancia en Montjuïc en 1896.

De nuevo volví a encontrar a TC a raíz del asesinato del Cardenal Soldevila (Zaragoza nunca más ha vuelto a tener cardenal desde este atentado en junio 1923), ya que prestó declaración y su domicilio fue registrado por su posible relación con los autores de la muerte del Cardenal (Francisco Ascaso y Rafael Torres Escartín). El propio Manuel Buenacasa (El movimiento obrero español) afirmó que Claramunt fue la inspiradora del atentado, también Federica Montseny afirmó en una entrevista con Antonina Rodrigo que había alguna relación entre Claramunt y Ascaso y que ella le escondió la pistola con la que había llevado a cabo el atentado. La realidad es que nada se pudo demostrar y que no fue ni tan siquiera detenida.

No me sorprendió la presencia de Claramunt en Zaragoza, llamada «la perla negra» del anarquismo, ya que había en esta ciudad una pequeña colonia catalana [se deportaba a la gente a 300 Km. de donde vivía]. Existió, durante estos años, una estrecha relación entre los sindicalistas y anarquistas zaragozanos y barceloneses. Como explicó Pere Gabriel en un artículo titulado «Propagandistas confederales entre el sindicato y el anarquismo», no era sólo una relación de publicistas y propagandistas que iban de una ciudad a otra, sino del elevado número de aragoneses que pasaron a formar parte de las cúpulas dirigentes de la CNT de Cataluña y las repetidas vueltas a tierras aragonesas. El caso paradigmático fue el de Manuel Buenacasa, pero la lista fue muy larga: Miguel Abós, Felipe Alaiz, Ramón Acín, Arturo Parera, etc. También se instalaron catalanes en Zaragoza como la propia Claramunt, García Oliver, Vicente Segura, Luís Riera, Pedro Fuste, y otros.

Estas fueron las breves pistas que encontré sobre esta mujer mientras investigaba el sindicalismo zaragozano y que, aunque no olvidé, tampoco le pude dedicar más atención. Acabé la Tesis trabajando yo misma en Cataluña y acabó publicada en forma de libro en 1993.

Pasaron más de diez años hasta que retorné a la investigación y decidí que sería sobre esta mujer en forma de biografía, un formato casi imposible por la escasez de datos, por no decir ausencia de datos, de los primeros veinte años de la vida de TC. Esta mujer no tenía relevancia, no era alguien digno de mención desde la perspectiva histórica, o dicho de otra manera, era una más dentro de la multitud anónima que carecía de interés histórico. Realizar la biografía de un trabajador o trabajadora del siglo XIX, parecía imposible.

Pero el vacío biográfico no implicaba que no se pudiera escribir sobre alguna individualidad, sino que había que hacerlo de otra forma. Siguiendo los planteamientos del antropólogo social Ignasi Terrades, (en Eliza Kendal. Reflexiones sobre una autobiografía) enfoqué su biografía desde lo que se hacía en contra de su vida, a su alrededor y sin contar con su vida. Por tanto, las condiciones de miseria material, sus carencias educativas, sus condiciones de vida, los espacios de sociabilidad o sus luchas para mejorar sus condiciones de trabajo, eran capaces de llenar en gran parte el vacío biográfico de una mujer anónima.

A partir de ahí, la investigación me condujo a desbrozar el camino para investigar a una mujer que actuó, luchó y vivió siempre desde el cuerpo, y desde luego, se hizo carne en ella esa afirmación de Spinoza de: «nadie sabe lo que puede un cuerpo». Teresa Claramunt empezó a trabajar en talleres textiles a los 10 años, sufrió carencias alimentarias, habitacionales, sanitarias y pobreza energética, a lo largo de toda su vida. Sufrió varios abortos y vio morir a sus criaturas en los primeros días o semanas de vida. Fue detenida y encarcelada numerosas veces y fue torturada en el castillo de Montjuïc.

Teresa Claramunt actuó desde el sentido común[1], es decir, desde la singularidad de los cuerpos y sus experiencias tomando como base una atmósfera construida por sus relaciones con su cultura, su historia individual y social. El sentido común puede manifestarse a través de opiniones (el anarquismo le proporcionó un marco teórico sencillo para entender lo que le rodeaba), pero de hecho proviene de procesos más profundos y encarnados. Refleja, como decía en su biografía, la experiencia vivida lo más fielmente posible. Fue dicha experiencia la que está en la base de su excepcional ruptura con los estereotipos de mujer en el paso del siglo XIX al XX. Igualmente excepcional fue su rebelión como obrera contra el proceso de disciplinamiento social al que fue sometida la clase obrera para someterla al régimen de producción capitalista. Esta práctica de rebelión continuada desde que apenas tenía veinte años fue lo que la individualizó y diferenció dentro de la multitud anónima y convirtió su vida en un acontecimiento a tener en cuenta tras 94 años de su muerte.

Laura Vicente 

 



[1] Miguel Benasayag y Bastien Cany (2022): Experiencia y sentido común. Repensar la separación que impuso la Modernidad. Buenos Aires, Prometeo, p. 40.

 

martes, 23 de enero de 2024

ENTREVISTA A LAURA VICENTE VILLANUEVA ACERCA DE SU LIBRO «TERESA CLARAMUNT, PIONERA DEL FEMINISMO OBRERO ANARQUISTA»

 


Teresa Claramunt nació en Sabadell en 1862 y desde niña trabajó en la industria textil por lo que experimentó en primera persona las jornadas extenuantes, los bajos salarios, las pésimas condiciones laborales y los conflictos sociales. Desde muy joven inició su activismo en pro del anarquismo y la defensa de las mujeres, temas fundamentales a lo largo de su trayectoria como propagandista, junto con el anticlericalismo, el acceso a la cultura o el antimilitarismo. Su falta de formación académica no impidió que sus mensajes, tanto en sus discursos como en sus escritos, apelaran a mucha gente que se sentía reconocida, valorada y defendida. A pesar de ser objeto de constante persecución, nunca abandonó la lucha por lo que calificó como “una sociedad más justa, más bella, más humana, que hemos dado por llamar la sociedad anarquista, ácrata o libertaria”; incluso enferma e inmovilizada, hasta el fin de sus días (11 de abril de 1931), estuvo difundiendo entre quienes la visitaban el ideal anarquista.

Pero este libro es más que una biografía al uso centrada exclusivamente en la vida del personaje. A partir de Teresa Claramunt, su autora nos adentra en el convulso contexto social y político de la época, marcado por las luchas obreras y las huelgas generales, y nos ofrece un panorama del papel del sindicalismo anarquista, la represión, la cárcel o las deportaciones que sufrieron diferentes figuras del movimiento libertario, entre las que se encontraba la propia Claramunt.

Laura Vicente es doctora de Historia Contemporánea por la Universidad de Zaragoza, catedrática de esta disciplina en Enseñanza Secundaria y especialista en la historia del anarquismo, el movimiento obrero y las luchas de las mujeres. En esta línea, ha publicado Sindicalismo y conflictividad social, Zaragoza 1916-1923 (1993), Historia del anarquismo en España: utopía y realidad (2013), Mujeres libertarias de Zaragoza: el feminismo anarquista en la Transición (2017), Mujer contra mujer en la Cataluña insurgente: Rafaela Torrents (1838-1909) Teresa Claramunt (1862-1931) (2018) y La Revolución de las palabras: la revista Mujeres Libres (2020).

¿Cómo te surgió la idea de adentrarte en la vida de Teresa Claramunt y por qué elegiste a este personaje para narrar toda una época de luchas, fracasos, represiones…?

Me «encontré» con Teresa Claramunt cuando investigaba el sindicalismo zaragozano para la Tesis Doctoral. Esta mujer había sido desterrada a Zaragoza a raíz de la Semana Trágica en Barcelona. Leyendo la prensa de octubre de 1910 encuentro la noticia de su participación en un mitin para tratar de las huelgas de aquellos días. De su intervención me llamó la atención su interpelación a los hombres respecto a las pocas mujeres que asistían al mitin y a la necesidad de poner en marcha una revolución de las costumbres empezando por los hogares. Esa «imagen» de Teresa Claramunt en el estrado y esa idea de la revolución doméstica no la olvidé.

El trabajo y la crianza de dos hijos me apartaron de la investigación durante más de diez años y cuando volví a ella tuve muy claro que quería hacer una biografía de aquella mujer que no había olvidado: Teresa Claramunt.

La Tesis Doctoral se centraba en los años veinte del siglo XX y di un paso hacia atrás en el tiempo histórico puesto que Claramunt nació en 1862. El sindicalismo y el anarquismo del último tercio del siglo XIX me conducían al que había investigado en la Tesis, así que todo parecía encajar.

En el título de tu libro la defines como pionera del feminismo obrerista anarquista, puedes decirnos qué caracteriza a este feminismo frente al convencional.

De entrada, remarcar que no se definió como feminista que identificaba con sufragista. Ese feminismo lo cuestionó por burgués, por su posición contraria a la vía electoral, y por posicionarse en contra de la lucha contra los hombres.

Claramunt consideró que el feminismo burgués descuidaba la «dignificación» de la mujer obrera y que entendían la emancipación femenina como «libertad relativa, ficticia», formal (tan solo ante la ley).

Pese a no asumir el término «feminista» por lo que acabo de señalar, se decantó hacia posiciones que denominamos de feminismo social frente al feminismo de la igualdad. Es un planteamiento mayoritario en Europa ya que el planteamiento de la igualdad ante la ley solo de desarrolló en los países anglosajones. El feminismo social se basaba en dos características:

1ª La diferencia de género: este feminismo aceptaba las distinciones entre los sexos, tanto biológicas como culturales, y la existencia de una naturaleza femenina diferente a la masculina que estaba en la base de la división sexual del trabajo y de las funciones diferenciadas dentro de la familia y la sociedad. Pese a ello este planteamiento era feminista porque reclamaba los derechos de las mujeres considerando que el hecho de contribuir a la sociedad de manera diferente no tenía por qué suponer la desigualdad con los hombres.

2ª Los objetivos principales del feminismo social eran el acceso a la educación (el término utilizado era el de «capacitación»), considerado como un pilar de la inferioridad y discriminación de la mujer que fomentaba los prejuicios, la ignorancia y el fanatismo religioso. Entendida, sin embargo, como educación integral podía ser un elemento clave para su emancipación. El segundo objetivo era el acceso al trabajo asalariado: partían de que las mujeres estaban explotadas como los hombres, ganando un salario inferior. La mayoría de las mujeres tenían trabajos sin cualificación, mal remunerados y sufrían abusos sexuales en los lugares de trabajo. Y, además, tenían que hacer las faenas domésticas cuando llegaban a casa.

El reconocimiento de que la esclavitud de la mujer venía de la dependencia económica del hombre llevó a Claramunt y otras mujeres a señalar que el salario podía ser un factor liberador para las mujeres dotándoles de autonomía económica. Algo que no les impedía seguir cuestionando la explotación que sufrían como obreras.

Por último, la dominación de las mujeres no se daba solo en el taller y en la fábrica sino que se daba en el espacio íntimo de la pareja (espacio doméstico). Claramunt consideraba que las mujeres debían poner en marcha una auténtica revolución doméstica basada en una dura crítica al matrimonio y la familia burguesa, siendo partidaria de las uniones libres.

Al feminismo social se añadía desde el anarquismo la conciencia de clase puesto que eran partidarias de acabar con el capitalismo y la sociedad de clases. Solo con la revolución social se produciría una especie de equilibrio entre la naturaleza femenina y masculina que lograría el fin de las discriminaciones.

Se trata, por tanto, de un feminismo social, obrerista y con influencia anarquista en cuestiones como la sexualidad, la defensa de la libertad, del humanismo integral, la democracia directa, el antipoliticismo, etc.



En este periodo histórico nos relatas los enfrentamientos que hubo entre el anarco-colectivismo y el anarco-comunismo y cómo Claramunt transitó del uno al otro. Nos puedes explicar las diferencias entre ambos y por qué estas tensiones.

Teresa Claramunt más que transitar de uno al otro por criterios propios, podríamos decir que fue colectivista porque lo eran las sociedades obreras que conoció en Sabadell y luego pasó a ser anarcocomunista cuando la mayoría de estas sociedades obreras lo fueron. No es un tema que le preocupara y no tengo constancia de que hablara o participara en el debate que fue intenso a finales del siglo XIX.

Respecto a los enfrentamientos dentro del anarquismo, el colectivismo es una escuela de pensamiento que aboga por la abolición de la propiedad estatal y privada de los medios de producción, ya que prevé que estos sean de propiedad colectiva, controlados y autogestionados por los propios trabajadores y trabajadoras. Una vez que se lleve a cabo la colectivización, el dinero sería abolido y los salarios de los trabajadores se determinarían en organizaciones democráticas en función de la dificultad del trabajo y la cantidad de tiempo que contribuyen a la producción. Estos salarios se utilizarían para comprar bienes en un mercado comunal.

El anarquismo colectivista se enfrentó con el anarcocomunismo, porque este último defiende la abolición de los salarios y los individuos tomarían libremente de un almacén de bienes siguiendo el principio de “a cada uno según su necesidad”, frente “a cada uno según su trabajo.

En la práctica el colectivismo confiaba en las sociedades obreras y en la huelga ordenada y disciplinada, mientras el anarcocomunismo era partidario de la organización a través de grupos de afinidad y planteamientos más radicales.

El anarquismo colectivista fue la tendencia dominante del anarquismo en el siglo XIX hasta que el anarcocomunismo tomó su lugar.
 
La fama y popularidad que Claramunt alcanzó en Cataluña ¿se extendió a otros lugares de España ―más allá de Andalucía y Zaragoza, que mencionas en el libro―? ¿Llegó a tener relevancia internacional?

Desde luego donde su fama e influencia fue mayor fue en Cataluña, pero vivió en diversos lugares o recorrió muchos lugares dentro de campañas de propaganda. Su figura era conocida y tenía mucho prestigio.

En el ámbito internacional, Claramunt fue conocida en algunos países como Inglaterra o Francia por sus exilios obligados. Relevancia internacional quizás es un exceso, pero fue conocida fuera de las fronteras españolas.
 
“Los anarquistas decidieron bajar del palomar” y “El regreso del anarquismo a su torre de marfil” son los títulos de dos capítulos del libro en los que muestras dos posturas tácticas del anarquismo, ¿en qué situación consideras que se encuentra el anarquismo en este momento? ¿Su llama está viva a nivel de calle o está encerrado en sí mismo y sus certezas?

Es una pregunta difícil de responder. Me parece que la situación del anarquismo en la actualidad es compleja porque no está sabiendo interpretar de forma clara las transformaciones que se están produciendo. La práctica para el anarquismo es fundamental porque de ahí se derivan sus planteamientos teóricos, pero dicha práctica se vincula aún al sindicalismo y este mantiene estructuras organizativas y formas de lucha del siglo pasado poco adaptadas al siglo XXI. El hecho de que los mayores esfuerzos sigan vinculados a un sindicalismo necesitado de renovación provoca una escasa presencia en otros ámbitos y una pobreza en los análisis de lo que está ocurriendo. Esta situación influye en que sea difícil salir de las disputas internas tan habituales en el movimiento libertario.

El lado positivo es que existe una diseminación de ideas ácratas en movimientos que no se reconocen como tales y que nos permite concebir la esperanza de que hay una polinización que tendrá sus frutos.
 
En Teresa Claramunt se produjo con el tiempo un cambio ideológico respecto a los obreros y llegó a menospreciarlos por centrarse exclusivamente en peticiones de salario o jornada laboral, y carecer de una perspectiva revolucionaria. ¿Qué supones que pensaría de la clase trabajadora actual, de su situación laboral en clara regresión y de su sumisión al orden establecido?

Sí, es cierto que paso de una confianza en la actividad sindical a una desconfianza, provocada por los fracasos de huelgas importantes y por la oleada de atentados, en la capacidad de revuelta de la clase trabajadora. Eso la llevo a pensar que una minoría muy activa (una especie de vanguardia) podía desencadenar un proceso de transformación social que arrastraría a la masa obrera.

¿Qué pensaría hoy? Pues que sus suposiciones respecto a la tendencia al conformismo y al reformismo de la clase trabajadora eran acertadas. Lo que seguro que nunca pudo imaginar es cómo la clase trabajadora ha sido seducida por el consumo.
 
De nuevo has escrito sobre Teresa Claramunt en Mujer contra mujer en la Cataluña insurgente, en donde comparte protagonismo con Rafaela Torrents. ¿Quién era esta mujer y por qué decides confrontar las dos biografías? Parece evidente que, dada la procedencia de clase de cada una, sus vidas fueron muy diferentes, pero ¿has encontrado semejanzas entre ambas mujeres y sus experiencias vitales?

Rafaela Torrents era una mujer de clase acomodada que se casó con un indiano enriquecido (con la trata de esclavos y con el comercio) que les permitió comprar un título nobiliario a la monarquía española. Una familia de gran poder económico en la Barcelona de finales del siglo XIX y principios del XX. Mi idea con este libro era contrastar la vida de dos mujeres catalanas en la sociedad de la época. Muchas veces se observan mejor las desigualdades desde lo que no tienen las clases populares respecto a las altas. Sus vidas fueron radicalmente diferentes en múltiples aspectos: vivienda, alimentación, ropa, maternidad, acceso a la cultura y la educación, etc.

Semejanzas muy pocas: las dos eran catalanas, vivían en Barcelona en la misma época y poca cosa más. El abismo que las separaba era inmenso… de eso trata el libro.
 
Indudablemente, son muchos los valores que encarna Teresa Claramunt, como su conciencia feminista, su capacidad para sobreponerse a las adversidades o su compromiso infatigable, ¿cuál crees que es la principal enseñanza que podemos extraer en la actualidad de una personalidad inspiradora como la suya?

Teresa  Claramunt es representativa de un momento histórico en el que las personas más activas dentro del ámbito anarquista, y llegaron a ser muchas, elegían comprometer su propia individualidad en un activismo cuyas consecuencias no tenían en cuenta y que les podía llevar a la cárcel, la tortura o la muerte. La batalla en la que se enzarzaban era un compromiso diario en el que lo sacrificaban todo como personas porque su apuesta personal se identificaba con la batalla de toda la comunidad.

Desde mi punto de vista, la inspiración puede proceder de su capacidad crítica que la llevo a evolucionar en su manera de entender el anarquismo a lo largo de su vida y en segundo lugar, la importancia que dio a la transformación del ámbito privado en el que supo ver una politicidad femenina distinta a la masculina. Distinta no por esencia de los cuerpos sino porque masculino y femenino son historias diferentes que ella supo detectar muy bien (sobre todo en su folleto “La mujer” auténtico manifiesto del feminismo anarquista). Y en tercer lugar, la consecuencia, no exenta de errores, con la que afrontó su vida personal y su activismo.

¿Crees que la sociedad es consciente de lo que hicieron las generaciones que nos han precedido, de sus intentos porque alcanzáramos una vida mejor? ¿Cómo y desde qué ámbitos se puede transmitir y poner en valor a esas figuras, como Claramunt, comprometidas y en constante lucha por un ideal?

No, no creo que seamos conscientes de la genealogía de lucha que nos precede. Y no es así porque los “guardianes” de esa memoria, seleccionan aquello que consideran importante para mantener una sociedad de clases, basada en la dominación, jerarquizada, patriarcal y sumisa al Estado, sus instituciones y sus leyes. ¿Por qué sino denominan a la memoria como “democrática”?

Desde la academia (universidades y otros organismos) poco podemos esperar de unas investigaciones que requieren becas y ayudas económicas y de las que depende muchas veces el puesto de trabajo.

El ámbito libertario hace lo que puede para recuperar y difundir esa genealogía de lucha (la propia FAL es un ejemplo) pero no puede competir con el relato de una memoria que excluye, difama y difunde “basura antilibertaria” que se prolonga hasta la actualidad. El propósito fue, y es, invisibilizar toda la obra constructiva, innovadora y transformadora del movimiento libertario y anarquista, de esa manera, solo quedará que muera el recuerdo de aquello que puede producir efectos sobre el presente. Descargar, desde el poder político, mediático y académico, toda esa “basura antilibertaria” contra unas experiencias emancipadoras que es mejor enterrar, para que, desde el presente, no se puedan percibir posibles futuros y nos conformemos con sus pobres proyectos “progresistas”, versión mitigada del despliegue neoliberal que no pueden ocultar. Si nos prohíben el futuro, el pasado solo se repite una y otra vez bajo la forma de la nostalgia y la retromanía.

Esto no anula que hagamos todo lo posible para que esto no suceda, pero francamente, no soy muy optimista porque en lugar de unir fuerzas, el ámbito libertario, hoy, sigue empeñado en enfrentamientos y luchas internas que no favorecen la ingente tarea de recuperación y difusión de esta genealogía que no debe estar movida por la curiosidad o la nostalgia por el pasado sino por la preocupación por el presente.  
 
He mencionado antes que, según tu libro, Teresa Claramunt se decepcionó con los obreros y su falta de conciencia revolucionaria, igualmente cuentas que acabó alejada de fuerzas liberales con las que no tuvo problemas en confluir en sus comienzos de activista, marginada de la militancia anarquista por cuestiones relacionadas con su pareja sentimental, perseguida, enferma a consecuencia de su paso por la cárcel y sin recursos económicos. ¿Cómo es posible que soportara todo esto sin perder el entusiasmo y el amor por la anarquía? ¿Luchar era una cuestión de fe o para ella fue la única salida digna ante la miseria material y moral de su época?

Creo que ya he contestado a estas dos preguntas: la lucha para ella y para gran parte del movimiento libertario y anarquista era un compromiso diario en el que estaban dispuestas a sacrificarlo todo como personas porque su apuesta personal se identificaba con la lucha comunitaria. No creo que la miseria material lo explique todo, hoy hay en el planeta mucha población en situación de profunda miseria y no optan por la lucha colectiva o tan solo puntualmente. Me parece que las ideas cumplieron un papel movilizador que supo entroncar con la situación de miseria material y hoy nos cuesta mucho centrarnos en esa conexión práctica/teoría.

Carmen

Teresa Claramunt, pionera del feminismo obrero anarquista, ha sido escrito por Laura Vicente Villanueva y publicado por la Fundación Anselmo Lorenzo en 2006 en su colección Biografía y Memorias.

Entrevista tomada de https://fal.cnt.es/entrevista-a-laura-vicente-villanueva-acerca-de-su-libro-teresa-claramunt-pionera-del-feminismo-obrero-anarquista/

 

viernes, 23 de junio de 2023

FÁBRICA, MUJERES Y ANARQUISMO (I)

 



1.     FÁBRICAS

Como veremos a lo largo de esta exposición hay una idea que estaba siempre presente cuando se hablaba de mujeres y fábricas, esta idea era que la fábrica era cosa de hombres o lo que es lo mismo que el lugar de la mujer no era la fábrica. Hagamos una primera reflexión al respecto antes de entrar en el tema de las fábricas y la presencia femenina.

A través de leyes y de otros mecanismos culturales de control social informal se confinó a las mujeres al ámbito doméstico y se les dio una identidad única de madres y esposas. Las leyes que se aprobaron en Europa y EUA establecían el dominio masculino y la desigualdad femenina: las mujeres carecían de la ciudadanía (derechos políticos y civiles), tenían restricciones para acceder a la propiedad, la herencia, la educación, el trabajo, etc. y su presencia en los espacios públicos estaba limitada a la vez que se mantenía su dependencia del hombre (padre, marido, hijo).

La discriminación legal de las mujeres se garantizó, en la España de la Restauración, a través del Código Civil (1889), Penal (1870) y de Comercio (1885). La mujer casada no tenía autonomía personal; dependía económicamente de su marido, ni siquiera era dueña de los ingresos que generaba su propio trabajo. Además, debía obediencia a su marido y necesitaba su autorización para desempeñar actividades económicas y comerciales. El poder del marido sobre la mujer casada fue reforzado, además, con medidas penales que castigaban cualquier trasgresión de su autoridad. Discriminación legal, segregación laboral y desigualdad de oportunidades educativas, reforzaban las normas que eran básicas en el sistema de género. Las leyes y normativas oficiales contaban además con un conjunto de creencias, hábitos, valores y reglas de conducta acordes que se fundamentaban en el discurso de género vigente en esta época.

Entre otros mecanismos culturales de control social informal, más difíciles de detectar y de cuestionar, encontramos el modo en que se representaba la feminidad. Se construyeron imágenes de las mujeres de inferioridad (tanto intelectual como física) y de subordinación. La feminidad quedaba definida por la ternura, la abnegación y la dedicación a los demás, frente al raciocinio, el interés propio y el individualismo, que eran el epicentro de la masculinidad.

Así se creó un modelo de mujer que se generalizó en la sociedad occidental, evocado a través del arquetipo del «Ángel del Hogar». Este arquetipo burgués pero aceptado en el mundo obrero, difundido a través de la literatura de buen comportamiento y urbanidad, las novelas, e incluso textos de signo médico y científico, consideraba la maternidad como el destino «natural» de las mujeres. La identidad femenina no podía pensarse fuera del matrimonio y, por tanto, dentro del ámbito doméstico en el que la feminidad quedó definida por esa figura angelical y abnegada.

Pese a que las mujeres tenían que ser competentes en muchos campos para atender la casa, el discurso de la domesticidad les negaba su perfil de trabajadoras. Las tareas domésticas, los cuidados, no se valoraban como trabajo y pese a ser fundamentales para la economía capitalista era invisibilizado y gratuito, considerado como algo «natural» al hecho de ser mujeres. Pero, además, este mismo discurso influía en la consideración negativa del trabajo extradoméstico femenino y de ahí que podamos afirmar que las mujeres solo trabajaban por necesidad y como algo provisional (aunque ese estado se prolongara durante años): la fábrica (o cualquier lugar de trabajo) no era su lugar.

***

Dejando claro que las fábricas eran espacios masculinizados, veamos algunos aspectos relevantes del proceso industrializador para contextualizar la huelga de “La Constancia”.

Durante el siglo XIX, el sector que primero introdujo la máquina de vapor en Cataluña fue la industria textil del algodón como bien sabemos, fue en este sector en el que las mujeres se incorporaron a las fábricas. Es remarcable en el crecimiento de la industria textil del algodón la oleada de prosperidad y buenos negocios, conocida como la fiebre del oro, que se desarrolló a partir de 1871 y duró hasta 1883. En esta etapa se produjo la substitución de los telares manuales por los mecánicos entre 1870 y 1900, el aumento del número de unidades de funcionamiento y el uso creciente de la energía de vapor dio lugar a un importante incremento de la productividad. Los cambios en la organización del trabajo y la tecnología provocaron la preferencia de los fabricantes por la mano de obra más barata que representaban las mujeres y la población infantil.

Entre 1870 y 1890 el número de obreras en el sector textil aumentó y las cifras de mujeres que trabajaban en este sector iba en progresivo aumento con el nuevo siglo. Hacia 1900, las actividades textiles significaban el 28,14% de la población activa femenina del sector secundario y pasaron a ser el 32,66% en 1930. Por tanto, es una etapa de feminización de las plantillas en las industrias textiles para mantener los límites saláriales bajos. Este proceso de feminización fue muy notorio en las ramas fabriles (hilaturas y tejidos) y de géneros de punto, mientras la del agua (tintes y aprestos), con mejores condiciones laborales y salarios más elevados, mantuvo el predominio masculino. A finales del siglo XIX las mujeres recibían por el mismo trabajo un poco más de la mitad del salario que recibían los hombres y, por lo tanto, aunque fuese el mismo trabajo, siempre se apreciaba menos que el de los hombres.

Los empresarios no querían renunciar ni siquiera a la mano de obra infantil, en parte también femenina porque era muy barata. Incluso antes de conseguir el mínimo de edad fijado por la ley (10 años), las niñas acompañaban a sus padres a los talleres. Estas niñas se encargaban de escobar los locales y ayudar en ciertos trabajos a los obreros adultos por unos céntimos semanales. Eran las llamadas chinches de fábrica, niñas o jornaleras que hacían tareas inferiores y que constituían los sectores peor pagados.

Las condiciones de trabajo e higiene eran bastante lamentables. En los talleres, el espacio entre los telares era muy reducido y eran lugares mal iluminados y ventilados en los cuales, adolescentes y adultas, trabajaban durante once o doce horas adoptando posturas forzadas a que les obligaban ciertas tareas (caso de las tejedoras) y respirando el polvo que desprendían ciertos materiales con los que se trabajaba. Estas condiciones de trabajo provocaban en las trabajadoras del textil y, especialmente, en las de la regeneración de lanas, ciertas enfermedades como inflamaciones y ulceraciones de las mucosas pulmonares, que en ocasiones degeneraban en tuberculosis.

Era en la edad en que se hacía el aprendizaje industrial, de los quince a los diecinueve años, cuando el comportamiento de los salarios ponía en evidencia una clara segregación laboral por razón de sexo. El salario de los adolescentes se doblaba, en cambio el salario de las adolescentes permanecía estancado. Esta diferencia salarial estaba relacionada, entre otros aspectos, con el hecho de que la mayoría de las jóvenes no hacían el aprendizaje. Otras niñas, las menos, empezaban el aprendizaje y su habilidad determinaba el ascenso en la escala profesional dentro de los límites impuestos por su sexo.

La realidad era que las mismas familias transmitían el planteamiento, como ya hemos dicho, de que las mujeres debían vivir en el ámbito doméstico y, por tanto, no hacía falta una cualificación que después del matrimonio y, sobre todo, cuando tuviesen los primeros hijos, no les serviría de gran cosa. Como ya hemos dicho, el trabajo de las mujeres en las fábricas era transitorio. Únicamente se aceptaba el trabajo fuera de casa en determinadas circunstancias, como era la necesidad económica, pero esta necesidad sólo podía justificar el trabajo de las mujeres durante un tiempo y, por tanto, como un trabajo secundario a la espera de que un hombre, o el conjunto familiar cuando los hijos e hijas empezaban a trabajar, pudiesen encargarse de mantenerlas en casa.

Las mujeres, además, sufrían una doble explotación, como señalaba la obrera textil, Teresa Claramunt, cuando decía que: en «el taller se nos explota más que al hombre, en el hogar doméstico hemos de vivir sometidas al capricho del tiranuelo marido». Tras las largas jornadas laborales, superiores a veces a las de sus compañeros, a las mujeres les quedaban por realizar todas las tareas domésticas y los cuidados, trabajo que las mujeres asumían como algo «natural» y por ello gratuito. Esta doble explotación estuvo presente en el origen de la huelga de La Constancia en 1913.

Laura Vicente

martes, 23 de agosto de 2022

HUELGA DE INQUILINOS/AS

 

¿Acaso no flota en el ambiente algo del aire que respiraron quienes nos precedieron? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de voces ya acalladas?

Walter Benjamín, Sobre el concepto de historia

Participé en el Movimiento 15 M, a partir de 2011, desde el sector de enseñanza machacado por los recortes que aún hoy no se han revertido. Entre otras muchas cosas fue un movimiento transversal en el que participaban colectivos de la sanidad, de personas en paro y, especialmente, de personas desahuciadas a través de las PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca). De aquellas asambleas que englobaban movimientos diversos solo subsisten hoy las PAHs que afrontan desahucios de personas que ahora incluyen a quienes no pueden pagar el alquiler.

Las acciones de las PAH que viví dentro de la Asamblea 15 M de mi ciudad en el siglo XXI tenían antecedentes lejanos que, como mínimo se remontaban más de cien años. Me refiero a la Huelga de Inquilinos que tuvo su origen en un acuerdo del III Congreso de la FRET (Federación Regional Española de Trabajadores) celebrado en mayo de 1903. Desde 1900 era patente el hacinamiento en el casco antiguo barcelonés de las familias obreras que vivían en los altos edificios alineados en las estrechas callejuelas del «Barrio Chino». En la misma situación se encontraban quienes vivían en barrios obreros como Montjuïc, Hostafrancs, el Clot, Poble Nou, Poble Sec, etc. Las viviendas subarrendadas muchas veces o las barracas que se alquilaban pagaban alquileres que proporcionaban mucha renta a los propietarios porque no arreglaban ni reponían los desperfectos.


En esas fechas se estaba viviendo una crisis de trabajo que imposibilitaba a muchas familias obreras pagar el alquiler y se estaba produciendo, según la prensa de la época, infinidad de desahucios que propiciaron la campaña en favor de la Huelga de Inquilinos en 1903. Los argumentos para la huelga eran: el encarecimiento de los alquileres y las condiciones antihigiénicas de las viviendas. A diferencia de una huelga laboral, esta huelga planteaba un problema de calidad de vida que afectaba a la mayoría de la población y que se circunscribía a la ciudad. Esta perspectiva involucraba especialmente a las mujeres, fueran trabajadoras asalariadas o no, al frente de las cuales estuvo Teresa Claramunt, sindicalista, anarquista y feminista. Para canalizar la protesta se creó un grupo,
Los Desheredados, cuyo nombre era muy frecuente en el movimiento obrero anarquista. La lucha se centró en exigir una rebaja del 50% del alquiler de las viviendas o, dejar de pagarlo si no se lograba el descuento:

«Queremos poco; no pedimos la desaparición completa de la propiedad como es la justicia, nos limitamos con la rebaja en los alquileres para poder pagar con su sobrante a la tienda, a la panadería, a los que nos fían los alimentos y que hoy no podemos pagar a causa en gran parte de la fabulosidad del precio de la destartalada habitación»[1].

A principios de 1904 se pasó de los llamamientos a los actos públicos. Sin embargo, el primer mitin que se convocó fue prohibido por las autoridades esgrimiendo el argumento del peligro de atentados. Finalmente se celebró en junio de 1904, en el Circo Español, un mitin de inquilinos en el que tomaron la palabra algunos obreros y Teresa Claramunt. El mitin contó con el apoyo de diversas sociedades obreras y centros republicanos pero la campaña no cuajó en la deseada huelga por la escasa capacidad organizativa   del movimiento sindical y anarquista en esos momentos. La movilización se fue diluyendo hasta desaparecer en la segunda mitad de 1904.

La siguiente Huelga de Inquilinos se produjo casi treinta años después en 1931, esta con mayor éxito al contar con el apoyo firme de la CNT que tenía capacidad organizativa suficiente para hacerla efectiva; pero de eso hablaremos en otra ocasión.

  



[1] «¡A la huelga inquilinos!», grupo Los Desheredados, El Productor (Barcelona), nº 55, 12-XII-1903.

La información de este artículo se puede encontrar en: Laura Vicente (2006): Teresa Claramunt. Pionera del feminismo obrerista anarquista. Madrid, Fal, pp. 230-233.

La fotografía corresponde a una huelga de inquilinas en Argentina en 1907

jueves, 3 de febrero de 2022

GENEALOGÍAS DEL FEMINISMO ANARQUISTA (Louise Michel, Teresa Claramunt y Emma Goldman)

 



Resulta de gran importancia recurrir a las genealogías femeninas para encontrar líneas de actuación que nos permitan estudiar los procesos de cambio desde la perspectiva de las mujeres. Estas genealogías contribuyen a esclarecer fenómenos sociales que han transformado nuestras vidas en el momento actual y ayudan a reconstruir los hitos y las mujeres que contribuyeron a ese cambio.

Es fundamental nombrar a las mujeres, construir la genealogía en formas de hacer y de estar a través de los textos fundacionales del movimiento feminista y recuperar las voces históricas de mujeres para transmitirlas en la educación formal e informal.

La actuación social-cultural de las mujeres no siempre es el producto de la excepcionalidad, sino que arranca de una trayectoria que conviene resaltar. Nos proponemos reconstruir una parte de la genealogía del feminismo anarquista a través de tres mujeres:  Louise Michel, Teresa Claramunt y Emma Goldman.

Louise Michel (1830-1905) pertenecía a una generación anterior a Teresa Claramunt (1862-1931) y Emma Goldman (1869-1940). Las tres se conocieron, aunque nunca coincidieron juntas.  Teresa conoció a Louise en 1897, ambas habían sido juzgadas por sendos Tribunales Militares y deportadas. La comunera había regresado a Francia tras su deportación en 1880 y, finalmente, se exilió a Inglaterra en 1890. Claramunt junto con veintisiete personas más, pese a ser declaradas inocentes en el Proceso de Montjuïc, llegaron deportadas a Inglaterra en 1897. Cuando llegaron a Londres, tras desembarcar en Liverpool, les estaban esperando Louise Michel[1], Fernando Tarrida y el Comité de protección a las víctimas de las atrocidades españolas[2]. Teresa debía conocer a Louise porque su gran amiga Teresa Mañé (que se reunió con las personas deportadas poco después) fue una de las divulgadoras de la obra de Michel en España. Quizás por ese motivo, su hija Federica Montseny conoció y tuvo interés en la Comuna y en Louise Michel[3].

Las dos eran excelentes comunicadoras tanto en mítines como a través de artículos en la prensa obrera. Ambas llevaron a cabo múltiples giras de propaganda difundiendo la Idea y se vincularon a periódicos como El Productor en el caso de Claramunt y Le Libertaire en el caso de Michel. Sus vidas personales fueron difíciles, sobre todo cuando dejaron de ser jóvenes, por los pocos ingresos de que disponían. El paralelismo de las historias de estas dos mujeres podemos presuponer que debió vincularlas, pese a la brevedad del encuentro, en un sentimiento de empatía y solidaridad, además de explicar porqué Teresa fue llamada la Louise Michel española.

Emma y Louise se conocieron también en Inglaterra en 1895. Emma viajó a Europa para estudiar en Viena y su primera parada procedente de Estados Unidos fue en Londres donde conoció a diversas personalidades anarquistas entre las cuales estaba Louise (ese era su objetivo al visitar Inglaterra según dice ella misma). También fue un encuentro breve puesto que Emma siguió viaje a Viena donde estudio un curso de comadrona y otro de enfermedades infantiles. Las impresiones de Emma en su autobiografía[4] dejan clara la gran admiración que sentía por ella y por su intervención en la Comuna: «Louise Michel había destacado por su amor a la humanidad, por su gran fervor y su valor»[5]. Su descripción física dejaba claro que Michel era una mujer avejentada por todas las penurias vividas (tenía sesenta cinco años y no sesenta y dos como señalaba Goldman): «Era huesuda, estaba demacrada y parecía más vieja de lo que era en realidad (…); pero sus ojos estaban llenos de juventud y ánimo, y su sonrisa era tan tierna que ganó mi corazón inmediatamente»[6].

Cuando Emma conoció a Louise se preguntó: «cómo podría haber alguien que no viera su encanto» pese a que no se preocupaba por su apariencia y mostraba un gran desinterés por sí misma: «su vestido estaba raído, el gorro era viejísimo. Todo lo que llevaba puesto le sentaba mal»[7]. No olvidemos que Emma era una joven de veintiséis años que miraba con admiración a Louise pero que debía verla como una mujer mayor. Era su admiración hacia la vieja comunera la que transformó su impresión realista en una sensación completamente diferente, casi mística[8]:

«(…) todo su ser estaba iluminado por una luz interior. Se sucumbía rápidamente al encanto de su radiante personalidad, tan irresistible por su fuerza, tan conmovedora por su sencillez infantil. La tarde que pasé con Louise fue una experiencia no comparable a nada de lo que me había sucedido hasta entonces en mi vida. Su mano en la mía, el tierno roce de su mano sobre mi cabeza, sus palabras de cariño e íntima camaradería hicieron que mi alma se expandiera, ascendiera hacia las esferas de belleza donde moraba ella».

Emma y Teresa se conocieron en España en una breve visita que hizo Emma entre diciembre de 1928 y enero de 1929, para recoger información. Fue el historiador austriaco Max Nettlau (1865-1944), intelectual anarquista de cultura enciclopédica, entregado al estudio de la historia del anarquismo y de la vida de Bakunin, quien animó a su amiga Emma, con quien mantenía asidua correspondencia desde que se conocieron en Londres en 1900, a visitar un país que a él le había cautivado.

España no era para ella un país desconocido. Su internacionalismo anarquista la había llevado desde muy joven a querer conocer la situación de sus camaradas del resto del mundo. En Estados Unidos participó en diversas campañas contra la política represiva de los gobiernos de la monarquía de Alfonso XIII, en concreto a raíz de las brutales torturas a los presos/as de Montjuic (probablemente conocía a Claramunt como consecuencia de esta campaña), y a raíz de la ejecución del pedagogo Ferrer y Guardia tras la Semana Trágica de Barcelona de 1909.

Louise, Teresa y Emma, tres mujeres que pese al poco tiempo que compartieron estaban unidas por fuertes lazos de cordialidad. Las tres activistas eran mujeres fuertes, vigorosas, enérgicas y vitales; eran excelentes oradoras y propagandistas, se embarcaron en múltiples giras de conferencias y de mítines.  Las tres eran mujeres independientes, que valoraban mucho su autonomía, las tres sufrieron la represión, la cárcel y las deportaciones. Vivieron huelgas, revueltas y revoluciones sobre las que pensaron y escribieron. El anarquismo y el feminismo fueron sólidos hilos que tejieron la genealogía en la que estas tres mujeres ocupan un lugar destacado.

Louise Michel desarrolló un feminismo que se inscribía en el conjunto de su lucha a favor de la libertad y la igualdad desde el punto de vista social y político. Se trata de un feminismo republicano y librepensador que evolucionó, tras la Comuna, hacia un incipiente feminismo anarquista. Diversos aspectos indican que Michel estaba configurando un feminismo proletario de influencia anarquista. En primer lugar, las formas organizativas horizontales y anti jerárquicas que defendió en su activismo posterior a la Comuna. En segundo lugar, la interseccionalidad de la emancipación femenina y la emancipación de clase, llegando a ambas desde la experiencia vivida más que desde la teoría. Michel insistió siempre sobre el hecho de que la Revolución no se podía hacer sin las mujeres, pero también que la emancipación de las mujeres no podía hacerse sin Revolución. También destaca la defensa de la libertad personal y social y su afán de autonomía que se manifestaron en la práctica del amor libre y en el hecho de que su última compañera fuera una mujer. En cuarto lugar, cuestionó los antagonismos entre los sexos por ser una de las bases del poder de las clases dominantes, pero consideró importante que el hombre no fuera el propietario de la mujer[9]. Otro elemento destacado fue que quiso ser tratada siempre en igualdad de condiciones a sus compañeros, despreciaba profundamente los pocos privilegios que le otorgaba su condición de mujer. Esa fue la razón de ser de su famosa intervención ante el consejo de Guerra tras los sucesos de la Comuna:

Pertenezco enteramente a la revolución social y declaro asumir la responsabilidad de mis actos. Lo que reclamo de vosotros… que os pretendéis jueces… es el campo de Satory donde ya han caído mis hermanos. Puesto que, al parecer, todo corazón que lucha por la libertad no tiene derecho más que a un poco de plomo, yo reclamo mi parte. Si me dejáis con vida, no cesaré de gritar venganza.

Interrumpida por el presidente, Luisa Michel replica: Si no sois unos cobardes, matadme.




Teresa Claramunt y Emma Goldman conocían a Louise Michel como ya hemos dicho y podían conocer sus planteamientos anarquistas y feministas, de hecho, compartían un feminismo muy parecido. Claramunt y Goldman por pertenecer a la misma generación compartían un feminismo anarquista más similar, aunque también tenían diferencias puesto que el lugar de nacimiento (España y Rusia respectivamente) y de vida (Goldman emigró a Estados Unidos) influyen en que sus trayectorias, cultura y vivencias sean diferentes, algo que se reflejó en su pensamiento. Sin embargo, hay muchos puntos en común y a ambas podemos considerarlas claramente como feministas anarquistas. Nos centraremos en esas coincidencias que, a veces, muestran su sintonía con Michel.

Las dos percibieron, desde muy jóvenes (de veinteañeras), que las mujeres vivían marginadas, discriminadas y subordinadas por los hombres. Claramunt lo entendió primero desde lo social y Goldman desde lo personal, ambas acabaron entendiendo que la situación de las mujeres tenía esa doble dimensión: social (su condición de trabajadoras textiles) y personal (sus relaciones de pareja). Goldman se lo explicaba a Max Nettlau en 1935:

«La condición femenina me toca profundamente. He visto muchas tragedias en las relaciones entre hombres y mujeres; he visto demasiados cuerpos devastados y espíritus destruidos por la esclavitud sexual de la mujer por no sentir con profundidad la importancia de la cuestión o por no expresar mi indignación hacia el comportamiento de la mayor parte de ustedes, estimados señores»[10].

 La propia Goldman tuvo que sufrir la actitud superior y desdeñosa de sus «estimados señores», compañeros de lucha que ninguneaban la cuestión femenina como algo intrascendente y a ella como «hembra» que debía dedicarse a las tareas propias de su sexo y a la maternidad. Se negó en rotundo a perder su autonomía y su personalidad a costa de muchas renuncias que nos indican el valor que para ella tenía este asunto. El recorrido de Claramunt fue muy similar.

Ambas alimentaron sus ideas con la experiencia vivida ya que eran dos mujeres muy arraigadas a la realidad más que a la ideología. Además, eran conscientes de su falta de instrucción, pero daban valor a la experiencia como método de conocimiento válido. Las dos recurrieron al autodidactismo, a formarse por sí mismas, aunque Goldman, gracias a los recursos económicos de amigos acomodados pudo acceder a una educación académica.



Las dos se resistieron a definirse como feministas porque lo identificaban con el sufragismo. Claramunt, desde su feminismo obrerista lo rechazaba porqué lo consideraba burgués, por eso afirmaba: que había «muchos entusiastas de la emancipación de la mujer, pero pocos de su dignificación». Consideraba que el feminismo burgués entendía la emancipación de la mujer como «libertad relativa, ficticia», sin ocuparse de:

 «(…) emanciparla de la tutela que en ella ejerce el tutor ambicioso y explotador, como también darle rudimentarias nociones científicas que nada dan de por sí, puesto que no alcanza a todas las clases de la sociedad, ya que solo sirve para la clase ALTA y aun la MEDIA…».

Goldman escribió varios ensayos dedicados a la situación de las mujeres[11] en los que se aprecia que su manera de entender el feminismo poco tenía que ver con el sufragismo y su feminismo igualitario que consideraba que la igualdad de las mujeres ante las leyes resolvería la discriminación que estas sufrían. Su manera de entender las leyes y el sufragio, su conciencia de clase como trabajadora que era y su manera de entender la transformación social, ponían en evidencia el abismo que la separaba de las sufragistas. Este fragmento muestra este «abismo»[12]:

«El desarrollo de la mujer, su libertad, su independencia, debe provenir de ella misma. Primero, a través de su reafirmación como persona, y no como objeto sexual. Segundo, mediante el rechazo de cualquier derecho que se pretenda imponer sobre su cuerpo; rechazando el tener hijos a no ser que los desee; rechazando ser una sierva de Dios, del estado, de la sociedad, del marido, de la familia, etc. haciendo su vida más simple, aunque profunda y rica. Esto es, tratando de aprender el significado y el sentido de la vida en todas sus complejidades, liberándose del temor a la opinión pública»

Goldman y Claramunt interseccionaron el género con la clase social como ya había hecho Michel y resaltaron otras formas de dominación masculina más allá de las leyes y el derecho al voto. Goldman tuvo una intuición brillante, vio algo inaudito a principios del siglo XX en el feminismo, a saber, que las mujeres, dominadas por los hombres, aplicaban a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores, haciéndolas aparecer de ese modo como naturales (la familia, el tipo de sexualidad, la maternidad, etc.). Esta manera de entender la dominación de que eran objeto las mujeres desvelaba las dificultades con que contaba la rebelión contra los dominadores.

En efecto, ella supo ver que el acceso al trabajo y al voto no suponía la emancipación de las mujeres, que el hecho de que las mujeres hubieran accedido a la independencia de los «tiranos exteriores» no les hizo entender que los «tiranos internos» (los convencionalismos éticos y sociales) eran mucho más peligrosos para sus vidas[13]. Claramunt compartía con ella el rechazo a la vía electoral, pero daba una importancia capital al acceso al trabajo y a la educación, base del feminismo social que sintetizó en su folleto La mujer (1905), verdadero texto fundacional del feminismo anarquista español. Para ella, la mayoría de las mujeres trabajaban en trabajos sin cualificación y mal remunerados (sufriendo abusos sexuales). El reconocimiento de que la esclavitud de la mujer venía de la dependencia económica respecto al hombre llevaron a Teresa a señalar que la autonomía femenina pasaba por la autonomía económica y además a cuestionar la explotación que sufría la obrera.

Las mujeres debían liberarse de cualquier proceso de dominio, de las servidumbres externas e internas, y esto exigía que se rompieran las barreras de la dependencia para poder manifestar sus deseos e inclinaciones. En este proceso, la concepción de la sexualidad y el amor tenían gran importancia. Goldman veía en la sexualidad y el amor una fuente de energía creativa, una fuerza vital en el proceso de transformación. Era partidaria de vivir la revolución en la vida cotidiana partiendo de las relaciones íntimas. Las uniones libres, que también defendía Michel, eran la alternativa a las familias basadas en matrimonios desiguales. Claramunt consideraba que las mujeres asociadas y conscientes debían poner en marcha una revolución de los cuidados, una «revolución de las costumbres, empezando por nuestros hogares»[14]. Esta revolución doméstica se basaba en una dura crítica al matrimonio y la familia burguesa y en la defensa de las uniones libres basadas en «la libertad vivificadora [y] la igualdad de condiciones en todos los seres humanos». La dominación de las mujeres no sólo se daba en el espacio del taller o la fábrica sino también en la familia. Claramunt afirmaba que tenía que cambiar la opinión general de que «ser buena mujer, consiste en resignarse a ser la esclava del marido, aplaudir sus sandeces y someterse a ser mueble de lujo o bestia de carga». Y añadía:

«El vulgo, el necio vulgo, puede seguir dispensando el dictado de buenas mujeres a las que esperan resignadas el regreso del marido hastiado de sus vicios y que luego le reciben con el halago servil al amo, al dueño, al señor, más yo no puedo ocultar el enojo que me produce esta conducta, porque, con ella sólo se demuestra capacidad para ser siervas, no compañeras del hombre»[15].

 

Ambas pensaban que las mujeres no eran tratadas de acuerdo con el mérito de su trabajo, sino más bien por su sexo. Por tanto, afirmaba Goldman: «es casi inevitable que deba pagar por su derecho a existir, por su situación, con favores sexuales. Así, es simplemente una cuestión de grado el que se venda a un hombre, dentro o fuera del matrimonio, o a muchos hombres. (…) la inferioridad económica y social de la mujer es la responsable de la prostitución»[16].

Para ambas, como anarquistas que eran, el centro de gravedad de la sociedad era la persona, así lo explicaba Goldman:

«Comenzaré admitiendo que, sin tener en cuenta las teorías políticas y económicas que tratan de las diferencias fundamentales entre los varios grupos humanos, de las distinciones de clase y raza, dejando de lado todas las separaciones artificiales entre los derechos masculinos y femeninos, mantengo que existe un punto donde estas diferenciaciones coinciden y se desarrollan en un todo perfecto.

(…)

La paz o la armonía entre los sexos y los individuos no depende necesariamente de una superficial igualación entre los seres humanos; ni tampoco supone la eliminación de los rasgos y peculiaridades individuales. El problema al cual tenemos que hacer frente actualmente, y que en un futuro cercano se resolverá, es cómo ser una misma al tiempo que una unidad con los demás, sentirse unida profundamente con todos los seres humanos y aun así mantener nuestras propias cualidades características»[17].

Por ello, ambas, coincidiendo con Michel, eran contrarias a «la absurda noción del dualismo de los sexos o que el hombre y la mujer representan dos mundos antagónicos»[18]. Se confiaba en una especie de equilibrio entre hombres y mujeres que pondría en marcha el proceso revolucionario en el cual la mujer sería una compañera y no una subordinada. Las mujeres si se emancipaban lograrían ser seres humanos en el verdadero sentido. Para que las mujeres lleven a cabo la verdadera emancipación tenían que mirar de frente a la libertad, para ello debían desarrollar una regeneración interna y aprender a mantenerse firmemente defendiendo su libertad sin restricciones, en definitiva, debían tener personalidad: capacidad para pensar independientemente.

 

Concluyendo, no entendemos la genealogía con una visión lineal que camina por la línea de Cronos de causa a consecuencia indefinidamente. Entendemos la genealogía como una figura nodal en la que confluyen acontecimientos, personas con vivencias encarnadas, agencias inauditas, espacios que se convulsionan, mundos inesperadamente posibles. La genealogía se alimenta y crece arraigada a la realidad, redefiniéndola y enriqueciendo posibilidades cuando se logra impulsar hacia la visibilidad aquello «incontado», escurrido del relato.

La Comuna fue un legado que se expandió como polvo de estrellas dándose a conocer y generando posibilidades para que otras mujeres, en otros países, construyeran un feminismo vinculado al anarquismo. Un feminismo que ni siquiera reclamaba el término desconfiando de su apariencia de orden, de clase media, de mujeres blancas leídas que buscaban su espacio en la sociedad en la que habían nacido. Ahí no cabía un feminismo proletario, de obreras analfabetas, de mujeres autodidactas, de rebeldes fabriles, de activistas defensoras del amor libre, de mujeres agnósticas y ateas. Decididas a redefinir la realidad, a transformar su existencia, a gestionar de otro modo su cotidianidad se embarcaron en huelgas, protestas, manifestaciones, revueltas y revoluciones.

Luchadoras incansables, altruistas, dedicadas a la causa de los más desvalidos, sus personalidades exhibían un profundo coraje, una inteligencia despierta y una dedicación a tiempo completo. Las tres murieron pobres en lo material, pero ricas en experiencias habiendo transitado por un feminismo obrerista y anarquista cuyo eco llega hasta hoy gracias a esa genealogía que hemos dibujado en breves pinceladas.

 



[1] En su biografía se señala que Louise Michel volvió a París en 1895, o bien esta fecha no es correcta o hacía viajes a Londres por su activismo.

[2] Laura Vicente Villanueva (2006): Teresa Claramunt. Pionera del feminismo obrerista anarquista. Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, pp. 151-152.

[3] Federica Montseny siendo ministra pronunció el 14 de marzo de 1937 en el cine Coliseum de Valencia una conferencia sobre la significación de la Comuna y la Revolución española en curso. Esa conferencia fue editada por el Comité Nacional de CNT-AIT el año 1937. Editado de nuevo: Federica Montseny (2006): La Comuna de París i la Revolució Espanyola.Valencia, L’Eixam.

[4] Emma Goldman (1996): Viviendo mi vida (Tomo I). Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, pp. 196-198.

[5] Emma Goldman (1996): Viviendo mi vida, p. 196.

[6] Ibídem, p. 196.

[7] Ibídem, p. 198.

[8] Ibídem, p. 198.

[9] Paule Lejeune (2002): Louise Michel. L’indomptable. París, L’Harmattan, p. 288.

[10] Carta de Emma Goldman a Max Nettlau, el 2 de febrero de 1935, recordando su experiencia como obstetra en los barrios pobres. Aparece en Bianchi, “El pensamiento anarcofeminista…”, p. 148.

[11] En su única recopilación de ensayos que tituló: Anarquismo y otros ensayos (1910), de los doce ensayos, cinco se dedicaron a la cuestión femenina: el sufragio femenino, Tráfico de mujeres, Matrimonio, amor y sexualidad. De estos ensayos, en Emma Goldman. La palabra como arma se incluyen: “Matrimonio y Amor”, “Tráfico de mujeres” y “El sufragio femenino”, además de “La tragedia de la emancipación de la mujer”.

[12] Emma Goldman, “El sufragio femenino” (1911), en Emma Goldman. La palabra como arma, pp. 143-144.

[13] Emma Goldman, “La tragedia de la emancipación de la mujer” (1906), en Emma Goldman. La palabra como arma, pp. 98-99.

[14] Así lo afirmó en un mitin en Zaragoza en octubre de 1910 en el contexto de una huelga. La información sobre este mitín apareció en El Heraldo de Aragón, 31-10-1910.

[15] Todos estos planteamientos sobre las alternativas en CLARAMUNT, Teresa: La mujer, pp. 13 y 14.

[16] Emma Goldman, “Tráfico de mujeres” (1910), en Emma Goldman. La palabra como arma, p. 118.

[17] Goldman, Op. cit, p. 93.

[18] Goldman, Op. cit, p. 100.