Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

sábado, 23 de septiembre de 2023

LA CALLE

 


En algunos momentos siento la necesidad de escribir brevemente sobre algunas percepciones, sobre cosas que me rondan y me molestan, en muchas ocasiones las aparto de un manotazo, pero hay impresiones que se obstinan en seguir conmigo interpelándome. Este es el caso de esta reflexión, lo aviso por anticipado, poco optimista.

Durante la pasada pandemia del Covid, uno de los hechos que más me afectó fue el vacío de las calles, la soledad de las calles, la amenaza que representaban como espacio público de contagio y de vigilancia para los muchos «policías del orden» que afloraron en los balcones.

Las calles han sido en el pasado el foro en el que se hablaba, se gritaba, se cantaba, se caminaba, se soñaba, se trabajaba o se sufría. Los movimientos transformadores se han dado a conocer en las calles, se han manifestado y han tomado las calles, han construido las barricadas, esa frágil arquitectura de la revuelta, se han sentado y acampado para resistir la dominación.

En otros tiempos, las calles eran la ampliación de la vivienda, estas eran tan pequeñas e insalubres que las familias pasaban gran parte de su tiempo en la calle. Ahí jugaban niños y niñas, ahí se tomaba la fresca en verano, se charlaba y se compartían las noticias de lo que ocurría (era la «red social» presencial del pasado). La calle era espacio de subsistencia, donde las gentes con menos recursos o sin trabajo temporalmente se buscaban la vida a través de la venta ambulante (siempre perseguida como en la actualidad), la recogida de chatarra, afilando cuchillos o vendiendo el producto de pequeños hurtos.

El anarquismo y el anarcosindicalismo convirtieron la calle en lugar de agitación, era ahí donde las gentes que hacían huelga se manifestaban, era ahí donde la protesta se adueñaba del espacio público, era ahí donde las mujeres gritaban su rabia cuando subía el precio del pan, era ahí donde se fraguaba la huelga de alquileres, era ahí donde soñaban con la utopía.

La calle fue también lugar de cultura: se representaban obras de teatro con las sillas que se bajaban de las viviendas, se cantaba en las corales populares, se bailaba y se mitineaba. La calle era el espacio para vender revistas y periódicos, era el lugar para comentar la última novela social que salía por entregas en la prensa obrera.

Las calles fueron el espacio anti-institucional por excelencia de las clases trabajadoras, de las mujeres, de los marginales, de los y las activistas, agitadoras y rebeldes, de la delincuencia y de las gentes que no tenían otra manera de subsistir.

El poder, consciente de la potencia de la calle, derribo las callejuelas, las «higienizó», las amplió para los coches, construyo bancos incómodos e individuales, en definitiva, las borró como lugar de encuentro de las ciudades. Poco a poco, la gente se ha ido de las calles, se refugia en su casa, en las redes sociales, incluso ubica la protesta en ellas desde la seguridad de su habitación, las grandes marcas comerciales y los partidos políticos ocupan las calles con mensajes consumistas y consignas propagandísticas durante las «fiestas electorales». Las grandes avenidas son espacios de ruido y contaminación, así que las «fuerzas progresistas» crean espacios de «pacificación», pequeñas «islas» humanizadas para que hagamos el simulacro de que las calles son nuestras de nuevo. Sin duda, la calle se ha convertido en un espacio de control y disciplinamiento (la pandemia lo demostró con creces) a través de la policía, las cámaras de «seguridad», guardias de seguridad en la entrada de bancos y grandes almacenes, etc. Hoy las calles son espacios institucionales que nos hemos dejado arrebatar, la mejor prueba de ello es que los movimientos de orden (el nacionalismo de cualquier signo, la derecha, los desocupas, etc.) se apoderan de ellas tanto o más que los movimientos transformadores y antiopresiones.

Debería concluir con propuestas esperanzadoras, pero no las tengo. Quizás, esta percepción mía de la calle está equivocada, ojalá así sea.

 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Benjamín Labatut, Un verdor terrible

 


Estamos ante un libro sorprendente, ficción y realidad entremezcladas al servicio de un objetivo: expresar de forma sencilla la vida, experiencias y descubrimientos de varios científicos vinculados con las matemáticas y la física (Bohr, Heisenberg, Shcrödinger, Grothendieck y otros). De todos ellos me ha gustado especialmente el caso del matemático de familia anarquista, Grothendieck que acabó viviendo en un pueblecito de los Pirineos franceses. Entró en contacto con un anarquista español exiliado, Félix Carrasquer al que conocí hace unos cuantos años. Sabía de la existencia de este matemático a través de las memorias de Carrasquer, y Labatut me ha permitido acercarme al personaje que ya me llamaba mucho la atención.

El libro se estructura a través de cuatro cuentos y un epílogo en los que, en palabras del autor, va aumentando la ficción aun cuando la realidad continúa estando presente en todos ellos. La ciencia parece haber perdido las referencias y las dimensiones humanas para adentrarse en un camino cada vez más especializado que solo entiende una minoría, quizás incluso ni siquiera es factible controlar su desarrollo. No es solo el gas Zyclon utilizado para exterminar seres humanos en las cámaras de gas nazis o la bomba atómica que sigue aterrorizando a la humanidad, son otros muchos campos de investigación y sus aplicaciones técnicas que pueden llevarnos a un camino de no retorno. Con este futuro distópico está relacionado el título.

domingo, 3 de septiembre de 2023

OS CUENTO


 VEJER

OS CUENTO…

13 y 20 de agosto 2023

Estas dos semanas el calor se ha hecho omnipresente, por fortuna no tengo obligaciones que hagan necesario salir mucho de casa, así que lo reduzco a las caminatas matinales (como amanece más tarde, pillo algo más de fresco), tardear el fin de semana, alguna cena y poco más. El cambio climático es una realidad que me preocupa y que no percibo que se vaya a convertir en un planteamiento colectivo. ¿Lo vemos todavía lejano y abstracto? No es solo que las altas temperaturas nos afecten, son los incendios, la reducción de producción agrícola por la sequía (como ejemplo el aceite o el vino), el encarecimiento de los precios, etc. Como el mundo es global, eso lo sabe sobre todo el neoliberalismo, en otros continentes las cosas irán peor de lo habitual.

¿Lo peor? Los Gobiernos no hacen nada. Ni entra en sus planes dar malas noticias, ni tienen capacidad para resolver problemas serios.

La victoria de Milei en Argentina ha puesto en el candelero el concepto de anarcocapitalismo: combinación híbrida de la violencia gubernamental y la uberización ilimitada de la vida. El Estado desaparece, pero no se contradice con el autoritarismo que puede llegar a practicar, es su mensajero: la máscara de la llamada economía colaborativa que, al poner en contacto a profesionales y usuarios de manera directa por la vía de plataformas tecnológicas, pulveriza cada día un poco más toda fijeza regulada.

Para que prospere el anarcocapitalismo no hace falta votarlo, aunque hay quienes lo votan.

Para entender su significado es importante diferenciar el «anarquismo de hecho» del «anarquismo de conciencia». El anarcocapitalismo es «de hecho» da por descontado que el Estado ya ha muerto, dado que no es otra cosa que la envoltura de protección de las diversas oligarquías que se reparten el mundo. El mundo social está condenado a una horizontalidad de abandono (hospitales y escuelas cerradas, privatización y subcontratación de correos, limpieza agua, basuras, etc., generalización de la «flexibilidad» laboral, multiplicación de los contratos de duración determinada en la función pública -sobre todo en la enseñanza-, desigualdad cada vez mayor en el acceso a la atención de la salud y la enseñanza… son algunos síntomas).

Otro día os hablo del «anarquismo de conciencia».

Leo un libro de Catherine Malabou, que me ilumina sobre estos temas, se titula: ¡Al Ladrón! Anarquismo y filosofía.

Me han hablado muy bien de la película: Gotland. Pero no la he visto.

Con las series deambulo en el entretenimiento sin más. Y escucho estos días a Amy Winehouse (como la echo en falta)

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OS CUENTO es un relato quincenal que cuelgo en Instagram y que introduciré en Pensar en el margen de vez en cuando (pondré las fechas aunque no haya continuidad).

Las fotografías son de viajes hechos con anterioridad a 2023.