Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

viernes, 3 de noviembre de 2023

LOS GIMENÓLOGOS: A ZARAGOZA O AL CHARCO Zaragoza, 20 octubre 2023

 



 Los Gimenólogos

Nada en los libros de Los Gimenólogos, recorre la senda habitual de la Historia hegemónica avalada por la Academia (todo con mayúsculas). No es el primer libro que leo de este grupo, ya me quedé enamorada de su trabajo con otro libro: En busca de los Hijos de la noche. Notas sobre los Recuerdos de la guerra de España de Antoine Gimenez que apoya perfectamente este libro titulado: Del amor, la guerra y la revolución. Recuerdos de la guerra de España.

No es habitual la autoría colectiva y tampoco lo es su manera de entender la historia. A Los Gimenólogos no les interesa la historia como «pasado» desligado del presente. No creo que les mueva la curiosidad o la nostalgia por recuperar ese pasado, sino que les guía la preocupación por el presente. Comparto con este grupo que el pasado afecta al presente y, por ello, comparto que la historia tiene una dimensión política que Los Gimenologos no ocultan y yo tampoco, cosa que hacen por sistema los historiadores e historiadoras de la Academia que nos tildan de hacer «historia militante» como si ellos y ellas hicieran otra cosa.

La gimenología, dice el grupo, es la ciencia que estudia las andanzas de los ilustres y utópicos desconocidos y desconocidas. Buscan algo que a mí me atrae mucho:  capturar la autonomía de cada iniciativa, la singularidad de cada acontecimiento y de cada persona que investigan, descienden en lo ordinario, en lo común, en lo invisibilizado por la Historia dominante y se niegan a universalizarlo como hace esa mayúscula Historia. Podría parecer que tejen mosaicos precarios, pero eso no lo veo como debilidad sino como potencia en tanto que se resisten a la totalización y a la clausura de sentido.

 El libro

El mosaico de historias se compone de cuatro personajes: Florentino Galván Trías, Emilio Marco Pérez, Juan Peñalver Fernández e Isidro Benet Palou. No son personajes de primera fila del mundo libertario y eso lo hace doblemente interesante. Quizás haya que empezar por singularizar a aquellas personas que sobresalieron y, a veces, se convirtieron, con razón o sin ella, en referentes, en líderes de un movimiento que proclama que no los tiene. En todo caso, las personas comunes son individualidades que personalizan el potencial de la inteligencia colectiva que mostró su capacidad de organización a partir del 19 de julio de 1936. Simples trabajadores, hombres y mujeres comunes, demostraron su capacidad para hacer funcionar fábricas, tierras, transporte, comercios, administraciones, escuelas, hospitales, guarderías y milicias.

Los relatos en torno a estos cuatro hombres implicados en las milicias del frente aragonés nos permiten aproximarnos a la revolución que se produjo en la retaguardia cercana al frente y su influencia en los habitantes del agro aragonés.

En estas historias se puede seguir cómo se formaba la militancia desde su niñez, que duraba poco, y así se entiende que cuando se produce el golpe de Estado, pese a su profundo antimilitarismo, no duden en marchar en alpargatas al frente de batalla para defender una revolución social con la que varias generaciones habían soñado.

 Y justamente, me gustaría hablar del «momento» de esa revolución soñada que la memoria (ahora llamada «democrática»), auspiciada por el poder, quiere matar

Cuando se produjo en España el golpe de Estado se rompió de forma intempestiva el tiempo «normal» de la existencia, el tiempo de la dominación. Este imponía sus ritmos, fijaba el ritmo del trabajo, el de los cuidados, el de la reproducción, el de los comicios, el orden de la adquisición de conocimientos y diplomas, etc. La distorsión del tiempo homogéneo que se produjo con el alzamiento militar fue una interrupción, un momento donde la gente común en la calle opuso su propio orden del día a la agenda de los aparatos gubernamentales. Este «momento» no solo fue un punto efímero de interrupción del flujo temporal, un punto que se desvanece en el curso del tiempo, sino que fue un «momentum», señala Rancière, un desplazamiento de los equilibrios y la instauración de otro curso del tiempo, «una reconfiguración del universo de los posibles»[1], es decir, mutaciones efectivas del paisaje de lo visible, de lo decible y de lo pensable[2].

El golpe de Estado se detiene en la calle y lo hace la gente común, simples trabajadores y trabajadoras impulsados especialmente, aunque no únicamente, por la CNT y el anarquismo. La sublevación militar debilitó gravemente el Estado republicano; como mínimo provocó el colapso de sus mecanismos de coerción por la división que el golpe provocó en el ejército y en las fuerzas de seguridad y, además, no pudo impedir que el protagonismo popular diese paso a un proceso revolucionario allí donde la CNT tenía una presencia mayoritaria. El «momento anarquista»[3] se produjo, por tanto, por la aparente desaparición de las instituciones estatales y el debilitamiento de la influencia de los partidos institucionales.

Este «momento anarquista» es indudable que produjo efectos diversos, poliédricos. Más allá de las transformaciones que se iniciaron enseguida vinculadas con la economía, la política y lo militar, hubo otros efectos que pasaron por la actividad del cuerpo y los afectos, por el cuidado de los vínculos, en definitiva, por la sostenibilidad de la vida, muy valiosa en tiempos de guerra. Esta otra eficacia, ha sido muy poco pensada y valorada[4] y en realidad forma parte, aunque invisibilizada, del conjunto del sistema socioeconómico. La revolución tiene un componente de experiencia corporal y así se aprecia en este libro: la fortaleza de seres humanos que, de improviso, se fusionaron y actuaron como un solo cuerpo[5].

Dice Amador Fernández-Savater[6] que los anarquistas en el verano de 1936 allí por donde pasaban, allá donde podían, «revolucionaron la vida»: los modos de hacer y pensar, la relación con el trabajo y el dinero, el reparto de la tierra y las formas de decisión en común, el papel de las mujeres, los hábitos y las costumbres. Son momentos al margen, espontáneos, muchas veces desordenados, llenos de vida que superaban la ideología doctrinaria arraigándose en la existencia, momentos en los que primaba la horizontalidad, la toma de decisiones en igualdad, el deseo y el entusiasmo. El desafío fue hacer de todo ello una fuerza, sin importar la condición social, el género, la religión o la raza.

No fue ninguna novedad que el anarquismo atrajera o fuera atractivo para la parte de la sociedad considerada por las gentes de orden como la más vil y despreciable. Recordemos, con Los Gimenólogos en En busca de los hijos de la Noche, la carta que Mijail Bakunin dirigió a Serguei Netchaev el 2 de junio de 1870[7], en ella habla del «(…) pueblo cosaco o el mundo de los bandidos y de los salteadores de caminos» como gentes del pueblo que actúan «contra la opresión del estado y contra el yugo patriarcal y comunitario». Bakunin estaba convencido que para despertar en el pueblo ruso la solidaridad y el sentimiento de su poder, para conseguir una sublevación general, uno de los principales medios «debe ser aportado por el pueblo de los cosacos libres, por la multitud de nuestros vagabundos, los peregrinos, los ladrones y los bandidos (…) [gente] que protesta desde tiempos inmemoriales contra el Estado y el estatismo (…)». No son excepcionales las gentes anarcosindicalistas y anarquistas que tienen su origen en la pequeña delincuencia o en una rebeldía difusa sin vocación estatal que acabaron siendo personas muy activas e incluso tuvieron cargos de relevancia al frente de las organizaciones. El «momento anarquista» del verano de 1936 ejerció una gran influencia, como vemos en este libro, sobre muchas de esas personas rebeldes, situadas algunas al margen de la sociedad, algo que fue utilizado por sus enemigos para desprestigiar al Movimiento Libertario.

Quizás por ese componente tan heterogéneo del ámbito libertario y anarquista, su práctica fue también un conglomerado de dudas, libertad, afinidad, discusión, igualdad, cordialidad, amistad, muy difícil de manejar y disciplinar. Pero por eso mismo, pese a lo que significaba una guerra en cuanto a dolor y muerte, numerosos testimonios afirmaron que la revolución fue alegre y que fueron felices durante la guerra. Como señala Enzo Traverso muchos actores de las revoluciones «(…) las describen como momentos maravillosos de ingravidez, cuando los seres humanos se ven habitados de improviso por la sensación de superar la ley de la gravedad y, desechando todas las formas heredadas de sometimiento y obediencia, se convierten en amos de su destino»[8].

Leyendo este mosaico de historias sabemos que la revolución va mucho más allá del hecho de que el pueblo estuviera armado o de las colectivizaciones. La revolución, si lo es, transforma   la existencia, pone en marcha una mutación cultural profunda que inventa, experimenta y explora las capacidades individuales y colectivas de quienes se emancipan. En ese proceso, la retaguardia y las mujeres tuvieron un papel fundamental y lo echo en falta en este libro donde ellas aparecen como personajes secundarios.

 Matar su recuerdo.

En este libro no se ocultan las dificultades, las contradicciones, las situaciones no previstas, las reacciones diversas (autoritarias y solidarias) que una empresa como la de transformar la sociedad conllevan. De hecho, en la segunda parte del libro se introducen dos «Crónicas» y en la segunda se encara el tema de la violencia revolucionaria descendiendo a casos concretos que se dieron en Barcelona y en el campo aragonés. Especial interés tiene el apartado dedicado a la historia basura antilibertaria durante la Guerra Civil (prolongada en la actualidad) puesto que no ha cesado la descripción de la revolución como la irrupción de fuerzas sociales oscuras, rayando en la delincuencia, violentas e incultas.

Si se logra invisibilizar toda la obra constructiva, innovadora y transformadora del Movimiento Libertario, solo queda que muera el recuerdo de aquello que puede producir efectos sobre el presente. Descargar, desde el poder político, mediático y académico, toda la basura antilibertaria contra unas experiencias emancipadoras que es mejor enterrar tiene como objetivo que desde el presente, no se puedan percibir posibles futuros emancipadores y nos conformemos con sus pobres proyectos «progresistas», triste vaselina de un neoliberalismo que no pueden ocultar. Si nos prohíben el futuro, el pasado solo se repite una y otra vez bajo la forma de la nostalgia y la retromanía.

Así que tenemos que celebrar proyectos como el de Los Gimenólogos y otros que se obstinan en seguir trayendo esa obra al presente. No para tratar de imitarla, sino como señala Tomás Ibáñez para dar a conocer que aquellas gentes tuvieron la osadía de atreverse a luchar y que se sepa por qué y cómo lo hicieron, y desde ahí innovar, inventar, levantar en el presente algo tan original como lo que se consiguió levantar en el pasado.

 

[1]  Jacques Rancière (2011): Momentos políticos, Madrid, Clave Intelectual, p. 141.

[2] Jacques Rancière (2010): La noche de los proletarios. Archivos del sueño obrero. Tinta Limón, Buenos Aires, p. 9

[3] J. Rancière en Momentos políticos, p, 141.

[4] Amador Fernández-Savater (2021): La fuerza de los débiles. El 15 M en el laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política.

[5] Enzo Traverso (2022): Revolución. Una historia intelectual. España, Akal, p. 97.

[6] A. Fernández-Savater: La fuerza de los débiles, p. 115.

[7] Los Gimenólogos (2009): En busca de los Hijos de la Noche. Notas sobre los Recuerdos de la guerra de España de Antoine Gimenez. Pepitas de calabaza, Logroño, pp. 590-591.

lunes, 23 de octubre de 2023

EL DESORDEN DE LA MEMORIA DE LA CLASE POLÍTICA

 

Creador Matthew Willis


La socialdemocracia hace más de cien años que se definió como un socialismo realista que abandonaba las utopías para promover mayor equidad económica e igualdad social aceptando la economía capitalista. A la vista está que, si el foco con el que miramos es global, su fracaso es estrepitoso, las desigualdades no solo no han disminuido, sino que se han incrementado en el planeta. Es cierto que, los llamados países occidentales, lograron un «estado de bienestar» tras la II Guerra Mundial que mejoró la situación social en sus países, pero que nunca se pudo generalizar y se alimentó de colonialidad[1]. La caída de la URSS favoreció el desmantelamiento de dicho «estado del bienestar» y la extensión del neoliberalismo.

El neoliberalismo se acompañó también del paso del fordismo al posfordismo (años 80 del siglo XX) que supuso la reorganización de los medios de producción y distribución: desregulación del capital y el trabajo, puestos temporales y externalización del trabajo, además de la cibernetización creciente del espacio de trabajo[2]. Hoy los trabajadores y trabajadoras deben adquirir nuevas habilidades en su deambular de puesto en puesto, de empresa en empresa. La organización del trabajo se descentraliza, las redes horizontales sustituyen la jerarquía piramidal y la flexibilidad se transforma en precariedad, desazón e inseguridad, algo que repercute en la salud de las personas.

La socialdemocracia no se plantea en ningún caso erradicar el capitalismo, en ningún caso va a desarrollar una política que pueda revertir estas tendencias (no creo que esté dentro de su agenda política y tampoco se lo permitiría la UE), eso es un sueño impensable, se conforma con mitigar sus excesos escondiendo nuestra complicidad con las redes planetarias de la opresión.

El realismo socialdemócrata alguna vez significó estar a tono con la realidad experimentada, ahora no. El PSOE y su secretario general intenta convencernos de que hay que someterse a una realidad moldeable, capaz de cambiar y reconfigurarse en cualquier momento y en cualquier tema. Ninguna decisión es definitiva, siempre se puede revisar y cambiar si la situación lo requiere (y la necesidad de votos para reeditar un gobierno «progresista» es una razón de peso). Resulta curioso que, en realidad, parece que no rechazan lo dicho con anterioridad, su relato, difundido por los medios de comunicación afines, indica simplemente desmemoria respecto a lo dicho en el pasado inmediato. La capacidad de Sánchez y su partido para pasar de un plano a otro de la realidad no puede sino maravillar.

Ahora resulta que decir una cosa en campaña y olvidarla en postcampaña, y decir lo contrario, es propia de un gran estadista como oí el otro día en la radio. El olvido, la desmemoria o el desorden de la memoria se convierte en la estrategia para mantenerse en el poder, para adaptarse a las circunstancias cambiantes de la política actual. Necesita, no obstante, que le acompañe una especie de olvido colectivo inducido. Para eso lleva días trabajando la maquinaria socialista con todos los recursos a su alcance.

Mi duda es si los dirigentes actuales del PSOE (los antiguos ya marcaron la pauta con los famosos Pactos de la Moncloa, el referéndum de la OTAN con el olvido más «glorioso» que yo haya visto, la reconversión industrial y otras lindezas) tienen creencias firmes de las que arrepentirse o por el contrario son conscientes vendedores de humo con cara aburrida e indiferente.

 Laura Vicente 

 



[1] El colonialismo o colonialidad es un proceso/movimiento, un movimiento social total, la perpetuación del cual se explica por la persistencia de formaciones sociales procedentes de la colonización. Esta distinción en Françoise Vergès (2022): Un feminisme descolonial. Barcelona, Virus, p. 29.

[2] Mark Fisher (2016-2018): Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Buenos Aires, Caja Negra, p. 64.

 

viernes, 13 de octubre de 2023

OS CUENTO

 

IBÓN DE REMUÑE
OS CUENTO…

27 de agosto y 3 de septiembre 2023

No os voy a cansar hablando de nuevo sobre lo que significa para mi ir a la montaña, especialmente a la que mejor conozco (Pirineos), pero estos quince días he estado casi todos ellos allí. He dormido más, he caminado mucho más, he comido muy bien y he desconectado mucho. No he dejado de leer , de ver alguna serie y alguna película, de escuchar música (también los sonidos de la montaña) y poca cosa más.

Dejé pendiente explicar qué es el «anarquismo de conciencia»: es el que es partidario de la caída fáctica del sentido social de la verticalidad acompañada de una toma de conciencia planetaria marcada por el auge de la iniciativa colectiva y la experimentación de coherencias políticas alternativas. El anarquismo tiene muchas posibles definiciones, es poliédrico porque es la realidad actual la que marca su camino, así que el actual no tiene porque ser idéntico al pasado… si lo fuera cometería antianarquismo y sería abandonable.

Uno de los libros que me llevé a la montaña es el de María Galindo, Feminismo bastardo. Cuando sintonizas con alguien que escribe, da igual ficción que no ficción, te vas tragando el libro y anotas, señalas… Coincide mi lectura con un debate que estaba sosteniendo con un amigo sobre los derechos humanos, él defensor entusiasta, yo cuestionadora entusiasta que encuentra el eco en Galindo. Todo un tema.

Los y las políticas profesionales no son santas de mi devoción, en general me resultan aburridas, superficiales, maestras de la artimaña y obsesionadas por el poder, la serie Borgen lo explica bastante bien.

Me he hecho algunos propósitos para el nuevo trimestre, tienen que ver con aceptar muy pocas propuestas que me distraigan y me quiten tiempo para investigar. Espero poder cumplirlos.

Hoy escucho a Cassandra Wilson.

martes, 3 de octubre de 2023

«A mi aire»

 



«A mi aire» (1 junio)

Agradezco al librito de Emma Goldman que me esté llevando por Ateneos Libertarios de Barcelona. No falla que lo primero que te enseñan con orgullo cuando entras a un ateneo es su biblioteca y eso me llena de esperanza y de alegría.

Ir a los ateneos despierta mis recuerdos, nací a la Idea (me gusta decirlo como me lo enseñaron mis mayores, aunque yo soy siempre de plurales) en uno de ellos en mi barrio de Zaragoza. Hace casi tantos años como cumplo hoy.

Desde entonces la Idea(s) ha cambiado en mí al compas de los años y del mundo que voy viviendo (o que me vive, una nunca sabe), de las gentes que me acompañan o que vienen y van, pero ya está pegada a mi piel, siempre traduciéndome el mundo para vivirlo «a mi aire».

«A mi aire» (8 junio)

Dice Pere López Sánchez que hacer tabla rasa del pasado es el anticipo de la ignorancia, de la ocultación, de la tergiversación. Todo borrón y cuenta nueva abre, de par en par, las puertas a la banalización y entrona a sus avispados cultivadores.

Sin embargo, la manipulación de la memoria (y de la historia) que sistemáticamente se lleva a cabo desde quienes controlan el relato de lo ocurrido desde el poder (económico, institucional y mediático) disolviendo lo que ocurrió durante la Guerra Civil, planteando que solo hubo dos bandos y que en el bando republicano no hubo enfrentamiento interno, revolución y contrarrevolución, persecución y asesinatos… tergiversan gravemente la realidad.

«A mi aire» (15 junio)

No soporto esta campaña electoral permanente. Es invasiva, estresante, fomenta la confrontación superficial, impulsan la tontez y la ignorancia, no trata los problemas arraigados a la realidad y un largo etc.

Desconexión con «aire» comunitario al margen de la clase política.

«A mi aire» (22 junio)

Las revoluciones son la respiración acelerada de la historia.

«A mi aire» (29 junio)

Una de mis rutinas en el caluroso (por húmedo) verano mediterráneo es salir poco. Procuro que mi piso sea un refugio climático a base de abrir ventanas pronto, cerrarlas dejando una ranura con estores, cortinas y toldos y leer todo lo que puedo. La playa solo la piso a primerísima hora de la mañana, procuro caminar, bañarme y hacia las 9 de la mañana estoy de vuelta en casa. No tomo el sol, salvo al caminar. Odio con pasión el calor.

«A mi aire» (6 julio)

Otra de mis rutinas veraniegas es leer en cuatro direcciones, lo que significa que suelo leer cuatro libros a la vez, jajaja (nunca dos de ficción a la vez). Leo historia por trabajo (a veces por afición), ensayo (feminismo, política, anarquismo es lo más habitual) y filosofía. A veces todo se mezcla.

Salvo con las novelas tengo siempre papelitos para señalar fragmentos importantes, libreta pequeña para anotar, lápiz para subrayar y boli para anotar en la libreta. Siempre desearía dedicar más horas a la lectura.

«A mi aire» (13 julio)

Pasear por los barrios (acompañada a poder ser por alguien que vive ahí) de una ciudad tan mercantilizada como es Barcelona te depara agradables sorpresas como encontrar pequeñas tascas que están agradablemente paradas en el tiempo, pasear por un pasaje de casas bajitas, encontrar que la vecindad ha decidido dar nombre a una de sus calles sin contar con la autoridad municipal, comer estupendamente por un precio módico y muchas risas y conversaciones en un bar a la fresca de árboles que han sobrevivido por puro milagro.

Agradezco enormemente a quienes me llevaron por el Clot, donde nunca había estado.

«A mi aire» (20 julio)

La perversión de los sistemas de dominación vinculados al capitalismo llega tan lejos que hasta son capaces de construir a quienes dicen que se les oponen. Miremos el resultado: ¿le ha ido mal al capitalismo en los más de cien años de sufragio universal?

«A mi aire» (27 julio)

Siempre que me pongo ante la pantalla del portátil para escribir «a mi aire», me digo a mi misma: «deja de actuar como un grano de pus», cuenta algo hermoso, algo que nos permita soñar con salir del entuerto civilizatorio en el que estamos atrapadas… Me cuesta.

Sin embargo, no me rindo, esa es la buena noticia que quiero compartir (yo encuentro que es algo hermoso).

sábado, 23 de septiembre de 2023

LA CALLE

 


En algunos momentos siento la necesidad de escribir brevemente sobre algunas percepciones, sobre cosas que me rondan y me molestan, en muchas ocasiones las aparto de un manotazo, pero hay impresiones que se obstinan en seguir conmigo interpelándome. Este es el caso de esta reflexión, lo aviso por anticipado, poco optimista.

Durante la pasada pandemia del Covid, uno de los hechos que más me afectó fue el vacío de las calles, la soledad de las calles, la amenaza que representaban como espacio público de contagio y de vigilancia para los muchos «policías del orden» que afloraron en los balcones.

Las calles han sido en el pasado el foro en el que se hablaba, se gritaba, se cantaba, se caminaba, se soñaba, se trabajaba o se sufría. Los movimientos transformadores se han dado a conocer en las calles, se han manifestado y han tomado las calles, han construido las barricadas, esa frágil arquitectura de la revuelta, se han sentado y acampado para resistir la dominación.

En otros tiempos, las calles eran la ampliación de la vivienda, estas eran tan pequeñas e insalubres que las familias pasaban gran parte de su tiempo en la calle. Ahí jugaban niños y niñas, ahí se tomaba la fresca en verano, se charlaba y se compartían las noticias de lo que ocurría (era la «red social» presencial del pasado). La calle era espacio de subsistencia, donde las gentes con menos recursos o sin trabajo temporalmente se buscaban la vida a través de la venta ambulante (siempre perseguida como en la actualidad), la recogida de chatarra, afilando cuchillos o vendiendo el producto de pequeños hurtos.

El anarquismo y el anarcosindicalismo convirtieron la calle en lugar de agitación, era ahí donde las gentes que hacían huelga se manifestaban, era ahí donde la protesta se adueñaba del espacio público, era ahí donde las mujeres gritaban su rabia cuando subía el precio del pan, era ahí donde se fraguaba la huelga de alquileres, era ahí donde soñaban con la utopía.

La calle fue también lugar de cultura: se representaban obras de teatro con las sillas que se bajaban de las viviendas, se cantaba en las corales populares, se bailaba y se mitineaba. La calle era el espacio para vender revistas y periódicos, era el lugar para comentar la última novela social que salía por entregas en la prensa obrera.

Las calles fueron el espacio anti-institucional por excelencia de las clases trabajadoras, de las mujeres, de los marginales, de los y las activistas, agitadoras y rebeldes, de la delincuencia y de las gentes que no tenían otra manera de subsistir.

El poder, consciente de la potencia de la calle, derribo las callejuelas, las «higienizó», las amplió para los coches, construyo bancos incómodos e individuales, en definitiva, las borró como lugar de encuentro de las ciudades. Poco a poco, la gente se ha ido de las calles, se refugia en su casa, en las redes sociales, incluso ubica la protesta en ellas desde la seguridad de su habitación, las grandes marcas comerciales y los partidos políticos ocupan las calles con mensajes consumistas y consignas propagandísticas durante las «fiestas electorales». Las grandes avenidas son espacios de ruido y contaminación, así que las «fuerzas progresistas» crean espacios de «pacificación», pequeñas «islas» humanizadas para que hagamos el simulacro de que las calles son nuestras de nuevo. Sin duda, la calle se ha convertido en un espacio de control y disciplinamiento (la pandemia lo demostró con creces) a través de la policía, las cámaras de «seguridad», guardias de seguridad en la entrada de bancos y grandes almacenes, etc. Hoy las calles son espacios institucionales que nos hemos dejado arrebatar, la mejor prueba de ello es que los movimientos de orden (el nacionalismo de cualquier signo, la derecha, los desocupas, etc.) se apoderan de ellas tanto o más que los movimientos transformadores y antiopresiones.

Debería concluir con propuestas esperanzadoras, pero no las tengo. Quizás, esta percepción mía de la calle está equivocada, ojalá así sea.

 

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Benjamín Labatut, Un verdor terrible

 


Estamos ante un libro sorprendente, ficción y realidad entremezcladas al servicio de un objetivo: expresar de forma sencilla la vida, experiencias y descubrimientos de varios científicos vinculados con las matemáticas y la física (Bohr, Heisenberg, Shcrödinger, Grothendieck y otros). De todos ellos me ha gustado especialmente el caso del matemático de familia anarquista, Grothendieck que acabó viviendo en un pueblecito de los Pirineos franceses. Entró en contacto con un anarquista español exiliado, Félix Carrasquer al que conocí hace unos cuantos años. Sabía de la existencia de este matemático a través de las memorias de Carrasquer, y Labatut me ha permitido acercarme al personaje que ya me llamaba mucho la atención.

El libro se estructura a través de cuatro cuentos y un epílogo en los que, en palabras del autor, va aumentando la ficción aun cuando la realidad continúa estando presente en todos ellos. La ciencia parece haber perdido las referencias y las dimensiones humanas para adentrarse en un camino cada vez más especializado que solo entiende una minoría, quizás incluso ni siquiera es factible controlar su desarrollo. No es solo el gas Zyclon utilizado para exterminar seres humanos en las cámaras de gas nazis o la bomba atómica que sigue aterrorizando a la humanidad, son otros muchos campos de investigación y sus aplicaciones técnicas que pueden llevarnos a un camino de no retorno. Con este futuro distópico está relacionado el título.

domingo, 3 de septiembre de 2023

OS CUENTO


 VEJER

OS CUENTO…

13 y 20 de agosto 2023

Estas dos semanas el calor se ha hecho omnipresente, por fortuna no tengo obligaciones que hagan necesario salir mucho de casa, así que lo reduzco a las caminatas matinales (como amanece más tarde, pillo algo más de fresco), tardear el fin de semana, alguna cena y poco más. El cambio climático es una realidad que me preocupa y que no percibo que se vaya a convertir en un planteamiento colectivo. ¿Lo vemos todavía lejano y abstracto? No es solo que las altas temperaturas nos afecten, son los incendios, la reducción de producción agrícola por la sequía (como ejemplo el aceite o el vino), el encarecimiento de los precios, etc. Como el mundo es global, eso lo sabe sobre todo el neoliberalismo, en otros continentes las cosas irán peor de lo habitual.

¿Lo peor? Los Gobiernos no hacen nada. Ni entra en sus planes dar malas noticias, ni tienen capacidad para resolver problemas serios.

La victoria de Milei en Argentina ha puesto en el candelero el concepto de anarcocapitalismo: combinación híbrida de la violencia gubernamental y la uberización ilimitada de la vida. El Estado desaparece, pero no se contradice con el autoritarismo que puede llegar a practicar, es su mensajero: la máscara de la llamada economía colaborativa que, al poner en contacto a profesionales y usuarios de manera directa por la vía de plataformas tecnológicas, pulveriza cada día un poco más toda fijeza regulada.

Para que prospere el anarcocapitalismo no hace falta votarlo, aunque hay quienes lo votan.

Para entender su significado es importante diferenciar el «anarquismo de hecho» del «anarquismo de conciencia». El anarcocapitalismo es «de hecho» da por descontado que el Estado ya ha muerto, dado que no es otra cosa que la envoltura de protección de las diversas oligarquías que se reparten el mundo. El mundo social está condenado a una horizontalidad de abandono (hospitales y escuelas cerradas, privatización y subcontratación de correos, limpieza agua, basuras, etc., generalización de la «flexibilidad» laboral, multiplicación de los contratos de duración determinada en la función pública -sobre todo en la enseñanza-, desigualdad cada vez mayor en el acceso a la atención de la salud y la enseñanza… son algunos síntomas).

Otro día os hablo del «anarquismo de conciencia».

Leo un libro de Catherine Malabou, que me ilumina sobre estos temas, se titula: ¡Al Ladrón! Anarquismo y filosofía.

Me han hablado muy bien de la película: Gotland. Pero no la he visto.

Con las series deambulo en el entretenimiento sin más. Y escucho estos días a Amy Winehouse (como la echo en falta)

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OS CUENTO es un relato quincenal que cuelgo en Instagram y que introduciré en Pensar en el margen de vez en cuando (pondré las fechas aunque no haya continuidad).

Las fotografías son de viajes hechos con anterioridad a 2023.