Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

martes, 23 de octubre de 2018

PRESENTIMIENTOS DE IMRE KERTÉSZ


Quien me conoce y/o me sigue en este blog sabe mi admiración por este autor del que tengo todos sus libros publicados y, en gran parte, leídos (me quedan unos pocos sin leer que voy dosificando para poder seguir sorprendiéndome con una nueva lectura suya).

Aparentemente, estas Cartas a Eva Haldimann era una lectura menor por su pequeña extensión y por formar parte del género epistolar, no ha sido así. Su lectura me ha hecho comprobar de nuevo la fina visión política que tenía Kertész y cómo presintió de forma clarividente algunas situaciones y comportamientos que hoy están en el candelero europeo respecto a su país de nacimiento, Hungría.

La correspondencia que se recoge en este libro de 153 páginas se produjo durante más de veinte años (1977-2002) entre Kertész y Eva Haldimann, crítica y traductora de origen húngaro que se trasladó en 1947 a Suiza para cursar estudios universitarios. En 1951 se doctoró en literatura comparada (inglés-francés) en la Universidad de Zúrich y trabajó hasta 1959 como profesora de enseñanza secundaria. Empezó su carrera de crítica literaria a principios de la década de 1960. Durante más de tres décadas presentó, como colaboradora del Neue Zürcher Zeitung, casi toda la literatura húngara contemporánea a los lectores/as alemanas.

La publicación de una reseña en la mencionada revista sobre el libro de Kertész, Sin destino, inició el intercambio de correspondencia que dio lugar a una auténtica amistad y a unas cartas que van más allá de lo habitual, aspectos autobiográficos, para adentrarse en el terreno del ensayo debido a las reflexiones y opiniones que vierte Kertész en las cartas que aparecen en este libro (publicadas en 2009 en Alemania).


El libro está formado por las cartas, un apartado de notas muy interesante donde se aclaran algunas referencias que aparecen en las cartas y los apéndices que complementan las cartas con textos mencionados en ellas y que son demasiado largos para introducir en las notas.

Entrando en el contenido de sus cartas, Kertész hace algunas reflexiones sobre la intelectualidad húngara que, tras vivir mantenida en un estado de dependencia infantil del padre,  cuando se produjo la caída del comunismo, se encontró perdida debido a que el sistema de vida falso y la mentira ya no funcionan (carta de febrero de 1990, p. 12-13). Los cuarenta años de comunismo sumieron al país en una espantosa situación moral, espiritual y material y para conseguir el poder, los manipuladores empezaron a utilizar de nuevo el antisemitismo, un juego feo y peligroso (carta de febrero de 1990, p. 13).

En ese juego, el tema de la identidad húngara se volvió a construir cuestionando a los judíos y, hoy en día, lanzando el espantajo del peligro de las personas refugiadas que pueden llegar a este país. Kertész reflexiona respecto a la identidad afirmando su individualidad y que para él, que no tiene problemas de identidad, tan absurdo es ser húngaro, como ser judío. Sin embargo, después de Auschwitz, no fue fácil construir un individuo a partir de los restos de mi personalidad pisoteada por las botas y mantenerlo de manera continua a pesar de todo.

Y añade como un grito de libertad:
No tolero que se me excluya de mi individualidad, no tolero que después de décadas carcelarias del totalitarismo me definan como perteneciente a “los judíos”, lo hagan judíos o no judíos.(…)
Yo no me he refugiado ni me refugiaré en ninguna identidad, sea racial, nacional o grupal; no he pedido a ninguna raza, nación o grupo la autorización para ser su portavoz, para excluir, juzgar, expulsar en su nombre (carta de octubre de 1990, p. 15-17).
Estos fragmentos forman parte de la carta que Kertész escribió a la presidenta de la Asociación de Escritores por las afirmaciones antisemitas del poeta y ensayista Sándor Csoóri.

En sus cartas, precisamente, se percibe la preocupación por el antisemitismo creciente (especialmente por las amenazas que recibe de los Cruces Flechadas) y se nota cómo su vida en Budapest se va enrareciendo por su implicación en el recuerdo de la Shoah que revierte en menciones y en la participación en actos relacionados con ella. Su cansancio provocó que le escribiera a Haldimann que se iba a abstener de intervenir en asuntos húngaros porque esa gente probablemente tiene razón: soy un cosmopolita que se ocupa en primer lugar de su arte y no de la llamada patria. Afirmando a continuación que le han quitado las ganas de dedicarse a la retórica… e incluso a la mera formulación de la verdad (carta de diciembre de 1993, p. 56).

En estas cartas resulta evidente que el tema básico de las obras de Kertész es la cuestión de la determinación o de la libertad del individuo, así como hasta qué punto el mundo del totalitarismo le impide desarrollarse. Sufrir la persecución por “ser judío”, él que nunca se sintió como tal, le permitió vivir la experiencia universal de la vida humana que se encuentra a merced del totalitarismo. De tal manera que transformar en destino las fuerzas externas  que determinan la vida pasa a ocupar el centro de todo el esfuerzo de su pensamiento (p. 126).

Para concluir, en el apartado de apéndices, se reproduce una entrevista de marzo de 1994 muy interesante en la que Kertész señala aquellos aspectos que le preocupaban. Entre esos temas plantea que el antisemitismo actual ya no es tan solo  un ataque contra los judíos sino también contra cualquier Estado que no sea un Estado total; es más, significa sobre todo esto.

Acusa a su país de entender el Holocausto como algo que sólo afectó a los judíos, sin tener en cuenta el devastador efecto moral que supuso para Hungría el saqueo y el asesinato de seiscientos mil cadáveres (…) y no afectara en absoluto a la población, que, se quiera o no, fue espectadora, participante activa o pasiva de ese asesinato (p. 135-136).

Kertész utiliza en esta entrevista el término “antisemitismo preventivo”, que consiste en crear un ambiente disparando por adelantado al terreno de la razón, de la racionalidad, donde podría crearse un diálogo social común y normal. Este “antisemitismo preventivo” es un instrumento, un método, sirve para impedir el discurso razonable, para no arrostrar las cuestiones turbias y en absoluto aclaradas del pasado. Por eso quieren crear de entrada una idea de la historia que imposibilite iniciar aquí un autoanálisis tendente a una verdadera autoliberación. Una excelente herramienta para ello es el ruidoso antisemitismo (p. 138).

Un recurso ruidoso, que hoy se reconvierte en la amenaza que proviene de las personas refugiadas mayoritariamente musulmanas. Un recurso que se utiliza en muchos otros países o territorios dentro de países para impedir ese discurso razonable y veraz conduciéndonos a un terreno pantanoso de enfrentamiento social.

Presentimientos que tuvo Kertész y que tanto nos ayudan hoy a comprender el turbulento, sucio y peligroso mundo que nos rodea. Un mundo de racismo, clasismo, machismo y exclusión del otro que no sabemos dónde nos puede llevar. Y es que, quizás, como dijo Thomas Mann: La época es fascista. Y aunque alguien no lo sea de forma consciente, puede serlo en sus actos, en sus instintos, en sus gestos involuntarios (p. 61).


sábado, 13 de octubre de 2018

HANNAH ARENDT


Llegué a este libro de Laure Adler sobre Arendt a través de otro libro comentado aquí, Entre amigasuna persona con gustos lectores parecidos a los míos me condujo a esta biografía. Me costó encontrar el libro y cuando lo logré en una librería de segunda mano, le faltaba la sobrecubierta, pero el libro merece la pena y mucho.


¿Qué encontraremos en esta biografía?

1.
Innumerables claves de la biografía de Hannah Arendt que nos permiten entender su vida y su pensamiento. No he leído otras biografías que se han publicado[1] y no puedo compararlas con esta, pero la de Adler es una biografía empática y muy bien narrada, además de rigurosa en cuanto a la utilización de las fuentes.
Sin entrar en detalles excesivamente íntimos, en esta biografía encontraremos una visión de conjunto de la vida de Arendt desde su nacimiento hasta su muerte. Una vida, como es bien sabido, azarosa, complicada y plena de acontecimientos positivos y negativos. Sus relaciones familiares, de pareja y de amistad, tejen un lienzo que nos permite acercarnos a la personalidad de Arendt.
Su pensamiento está muy presente en esta biografía puesto que se van desgranando sus diferentes investigaciones que acaban publicadas en libros y se dan claves muy interesantes para acercarnos a su lectura o para contextualizarlos si ya los hemos leído.

2.
La importancia que tiene la amistad para Arendt queda patente en este libro; famosa fue su frase: Mi patria no es mi pueblo, sino mis amigos, pronunciada en respuesta a los ataques que sufrió por la publicación de su Eichmann en Jerusalén. Informe sobre la banalidad del mal.
En su ensayo “La crisis de la cultura”, incluido en Entre el pasado y el futuro[2], escribía que una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado[3].
Ella dio un gran valor a elegir a sus amigas y amigos, saber conocer a las personas más allá de sus errores y de sus aciertos y primar el afecto por encima de todo lo demás. Esa es la clave, quizás, de que mantuviera su relación con Heidegger pese a su pasado nazi y no perdonara a Adorno sus dudas en los primeros tiempos del nacionalsocialismo; el primero era su amigo y el segundo no.
El culto a la amistad y la experiencia de la amistad que otorga conocimiento de los otros, recorre las páginas de esta biografía y es perceptible en su correspondencia, entre otras personas, con Mary McCarthy, con Gershom Scholem o con el propio Martin Heidegger[4]. La vida de Arendt es un ejemplo vivo de esa experiencia apasionada de la amistad.

3.
Esta biografía también nos permite acercarnos al significado del término comprender, entendido como actividad sin fin a través de la cual aceptamos la realidad y nos reconciliamos con ella para habitar el mundo. Porque a Arendt le interesa estar en el mundo, habitarlo, ya que ella ama al mundo, ama comprender al mundo, a las cosas, como lo que son.


4.
Interesante resulta el modo en que se trata en esta biografía el escándalo inesperado que produjo la publicación de Eichmann en Jerusalén. En la relación de libros que Arendt escribió, la acogida tensa y alborotada de Eichmann en Jerusalén, fue muy relevante. Esta obra fue duramente atacada por afirmar la sumisión de las víctimas como fenómeno general respecto al régimen que las masacraba y por la malinterpretación del concepto de la banalidad del mal. No fue bien recibida la insistencia en las zonas grises del Holocausto nazi.
Ante las duras críticas y ataques, Arendt se refugió en sus amigos/as y, en cierta manera, en sus alumnos/as. Eran los que la conocían y acogieron el sentido de su propuesta de entendimiento del holocausto recogida en este libro tan polémico. 

5.
Excelente el número de notas de que dispone la biografía. Gracias a ellas y al texto, hay una buena bibliografía que nos  acerca a la comprensión de la vida y el pensamiento de Arendt. 


[1] Elisabeth Young-Bruehl (1982): Hannah Arendt. Paidos, Barcelona. Alois Prinz (2001): La filosofía como profesión. La vida de Hannah Arendt. Herder, Barcelona.
[2] Hannah Arendt (2016): Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política. Austral, Barcelona.
[3] Hannah Arendt (2016): Entre el pasado y el futuro, p. 345.
[4] Entre amigas. Correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy (1949-1975). Lumen, Barcelona. Tradición y política. Correspondencia 1939-1964. Hannah Arendt-Gershom Scholem. Trotta, Madrid. Hannah Arendt-Martin Heidegger. Correspondencia 1925-1975. Herder, Barcelona.

miércoles, 3 de octubre de 2018

ANTONINA RODRIGO, Mujeres granadinas represaliadas.



La autora de este libro, Antonina Rodrigo, recoge historias de mujeres granadinas que sufrieron la represión dura y contundente de las nuevas autoridades que controlaron la ciudad de Granada, tan solo con la oposición del barrio del Albaicín, en julio de 1936.


Antonina Rodrigo se centra en lo que se denomina pequeña historia, que supone la construcción de  un relato detallado y significativo sobre la gente común y real. La biografía es entendida en este libro más que como un género, como un método para hacer historia, para enlazar lo individual con lo colectivo, lo particular con lo general y lo personal con lo político.
Especialmente relevante es la recuperación de trayectorias de mujeres del pasado por los escasos testimonios del protagonismo femenino. El asunto se vuelve complicado por no decir imposible  cuando las mujeres que se biografían se mueven entre los márgenes que marcan tres coordenadas: el sexo, una condición social humilde y unos ideales políticos revolucionarios. Este es el caso de algunas de las mujeres que desfilan por esta galería de mujeres granadina represaliadas.
Aparecen en este libro numerosos ejemplos del devastador impacto psicológico de la violencia del pasado en una familia, trastocando la paz interior de quienes siguieron viviendo. Está por estudiar el tremendo desamparo que sufrieron los niños/as arrebatados a sus madres cuando fueron encarceladas y, algunas de ellas, ejecutadas.  Pese a no tener significación política, muchas mujeres fueron víctimas de los asesinatos extrajudiciales desencadenados y justificados por el golpe militar y llevados a cabo por pelotones de ejecución fascistas.
Las mujeres, que rescata del olvido Antonina Rodrigo, buscaron su autonomía personal a través de las decisiones que fueron tomando siendo muy jóvenes. Esto, que hoy puede parecernos normal, era excepcional, pero posible, en la España republicana de los años treinta. La II República fue un importante momento de visibilidad de las mujeres. La Constitución permitió la igualdad jurídica entre los sexos y favoreció un desembarco de las mujeres en el espacio público, del que habían estado excluidas. La legislación igualitaria hizo posible la aparición de una “mujer nueva”, emancipada de la tutela masculina y que cuestionó las normas de género de la feminidad. Algunas mujeres estaban construyendo un proceso de liberación, que no solo se basaba en la independencia económica, sino en la autonomía y la afirmación de la personalidad femenina.
El golpe de Estado tuvo un contenido de género puesto que uno de los objetivos de los militares fue restaurar el orden social en el que la mujer tenía que volver  a su papel de subordinación y dependencia respecto al hombre y a una mitificada y artificial feminidad. Aquí aparecen mujeres que habían alterado el orden social conservador y habían buscado y construido su manera de entenderse como personas fuera de los estereotipos de género tradicionales.
Y tenía que pagar por ello.
Estas diecisiete mujeres (muchas más aparecen en las historias de estas mujeres) sufrieron represalias diversas, llegando a la tortura y la muerte de algunas de ellas, por ser mujeres progresistas, algunas de ellas emancipadas y librepensadoras. Miles de mujeres fueron maltratadas en las cárceles, violadas, insultadas (“perras rojas”), separadas de sus criaturas, encarceladas o ejecutadas. No solo sufrieron ellas la violencia y el terror sino también sus criaturas, ser hijo/a de “roja” era un estigma que había que eliminar reeducando a esas criaturas cuando no matándolas.
En la restauración del orden social, la iglesia católica tuvo un papel protagonista. Los curas construyeron una “cruzada” para justificar la guerra civil y se involucraron en la represión como es perceptible en alguno de los casos que se explican en este libro.
Este friso de mujeres, como lo denomina la autora, abarca mujeres muy distintas: mujeres muy humildes y mujeres acomodadas; mujeres intelectuales o maestras y profesoras, y mujeres analfabetas cuya pobreza les impidió acceder al saber académico; mujeres comprometidas sindicalmente o políticamente hablando y mujeres sin compromiso militante. Todas ellas habían compartido la coordenada del sexo durante un tiempo histórico en el cual las leyes y los mecanismos culturales de control social informal desarrollaban un discurso de inferioridad y subordinación a la vez que las confinaban al ámbito doméstico. Igualmente vivieron, con esperanza e ilusión, la proclamación de la República y sus leyes igualitarias que les permitió votar y salir del espacio doméstico en el que la mayoría estaban recluidas.
Estas son las protagonistas de este libro: Matilde Robles, Agustina González, la maestra de la propia Antonina, Doña Paquita, Concha Moreno, las hermanas Peinado, Nicolasa Ortega, Matilde Cantos, Ángeles Fernández, Vicenta Lorca, Trinidad Capeli, Clotilde García, Laura de los Ríos Giner, María garrido, Isabel García Lorca, Rosario Fregenal, Maruja Ruíz, Elvira Pérez, Purificación y Enriqueta Rivas y diversas mujeres agrupadas en el epígrafe de las milicianas.
El franquismo cortó de tajo el camino de la emancipación femenina que aceleró la II República y la propia Guerra Civil en la zona republicana. La Dictadura fue un duro correctivo para las mujeres que no estaban dispuestas a someterse de nuevo a la sumisión impuesta por el Régimen y, en consecuencia, marcharon al exilio o vivieron en un auténtico exilio interior durante casi cuarenta años.


domingo, 23 de septiembre de 2018

MONARQUÍA Y REPÚBLICA, NI CHICHA NI LIMONÁ




Si nos mantuviéramos en una posición doctrinaria, el debate monarquía /república sería una falsa discusión desde una perspectiva anarquista ya que ambas son formas de Estado, principio inútil y nocivo tanto en origen como para cualquier función práctica según esta ideología. Considerado como instrumento de dominación de clase, que propiciaba el mantenimiento de la explotación y la desigualdad social, sería igualmente descartado. El anarquismo criticó la delegación de poder que suponía un sistema representativo como el liberal (y el democrático) que se constituía en monarquía o república como forma de Estado.
Así como no hay duda de que la monarquía no tuvo, ni tiene, afinidades con el anarquismo que rechaza de plano la idea misma de que la jefatura del Estado resida en una persona, un rey o una reina, siendo un cargo vitalicio al que se accede por derecho y de forma hereditaria, han existido afinidades históricas en España con la república.
La cultura democrática cobró forma en España, en el siglo XIX,  como una doble impugnación a las exclusiones políticas y sociales que implicaba la construcción del Estado liberal y las contradicciones del capitalismo. Así fue como el republicanismo federal asimiló el socialismo premarxista y, desde 1869, apoyó la construcción de organizaciones obreras.
El estado liberal consideró pronto al republicanismo federal como un movimiento peligroso para su existencia puesto que rechazaban, a la vez, dos aspectos sobre los que se sustentaba dicho estado: la autoridad y la propiedad. Este planteamiento revolucionario produjo, sin duda, afinidades con el anarquismo que se incrementaron por la huella de Proudhon en el pensamiento de Pi i Margall. Este margen de contacto pudo (puede) provocar equívocos sobre su afinidad pese a que las dos corrientes estaban bien delimitadas desde el punto de vista ideológico y no podemos considerar el republicanismo federal como precursor del anarquismo.
El republicanismo arraigó en las clases populares y no perdió apoyos cuando fracasó la experiencia republicana de 1873, manteniéndolos hasta bien entrado el siglo XX cuando la competencia del anarquismo se hizo patente. Esto no fue óbice para que se mantuviera la doble militancia republicana y anarquista en las últimas décadas del siglo XIX. La tradición democrático-social del republicanismo federal fue una aportación importante a la cultura radical del obrerismo presente en  anarquistas  que procedían del republicanismo.
Además de esta afinidad con el republicanismo federal, hay un segundo elemento a considerar: la mitificación de la II República (1931-1936). La historia puede convertirse en moneda de cambio para justificar posturas políticas actuales, para ello lo más fácil es construir mitos que repetidos hasta la saciedad acaban pareciendo verdades. El mito de la bondad o maldad intrínseca de la II República, según qué posiciones políticas lo necesiten, es uno de ellos tal y como observamos hoy en España.
El mito que está construyendo la nueva izquierda en España, con someras referencias a la II República, oculta sistemáticamente la política represiva de los gobiernos de centro-izquierda republicanos. Un aspecto relevante, que no por repetido en la historia reciente resulta menos engañoso, fue la clara diferencia entre el discurso y la práctica del republicanismo en la oposición, progresista e incluso radical, y el republicanismo en el poder defensor de un mundo de orden.
En el proyecto republicano, el orden y la reforma eran conceptos inseparables; para poder reformar las estructuras obsoletas de la monarquía liberal era necesario que las clases populares abandonaran la lucha y confiaran plenamente, delegando  el voto en los partidos, en su capacidad para democratizar el viejo sistema liberal. El sueño de una república reformista se centró en la igualdad política dando menos relevancia a la cuestión económica y social manteniendo intacta la economía liberal. Frente al paro, muy elevado por los efectos del crac de 1929, se aprobaron leyes draconianas como la de la Defensa de la República, la del Orden Público y, especialmente, la de  Vagos y Maleantes.
La ley de Vagos y Maleantes pretendía separar a los parados “respetables” de los pobres “peligrosos”, en la práctica cualquier trabajador/a que no tuviera empleo fijo podía ser detenido por tener aspecto sospechoso. Desde las páginas de periódicos como Solidaridad Obrera las diatribas contra esta ley eran constantes puesto que se aplicaba frecuentemente  contra los propios anarquistas y otros rebeldes sociales como los exiliados antifascistas de Europa o América Latina que se encontraban en España de manera clandestina.
Después, la II República sufrió un organizado golpe de Estado que desencadenó una guerra civil y una revolución social potenciada mayoritariamente por el movimiento libertario y, de nuevo, las diferencias entre las fuerzas republicanas de izquierdas contrarias a la revolución social y el movimiento libertario provocaron la confrontación abierta (sucesos de Mayo de 1937). La colaboración con los Gobiernos de la República durante la guerra se produjo para intentar salvar algo de la revolución social ya fracasada. Tras la guerra, el duro exilio, los intentos de unidad y el inicio del mito…
En conclusión, ante el debate monarquía/república, la respuesta sería: “ni chicha ni limoná”. Descartada la monarquía y reconociendo que hubo importantes afinidades con el republicanismo federal en la oposición, la experiencia de la II República y la Guerra Civil demostraron que la república es una forma de organizar un estado, mejor que la monarquía porque la jefatura del Estado es electiva, pero que el interés del anarquismo en esta fórmula solo podría despertar cierto interés en el caso improbable en que cuestionara la autoridad, la propiedad privada y otros aspectos sociales en los que no hemos entrado (por ejemplo el patriarcado) por la poca extensión de este texto[1].


[1] Para escribir este artículo, publicado en la revista de Sevilla El Topo, me he servido de mi propio libro: Laura Vicente (2013): Historia del anarquismo en España. Catarata, Madrid. Y de dos artículos, el de Chris Ealham: “Los mitos de la II República: la reforma, la represión y el anarcosindicalismo español”. Libre Pensamiento, nº 89, invierno 2016/2017, pp. 85-91 y el de  Eduardo Higueras Castañeda: “La cuestión del siglo: el federalismo español y las respuestas a la cuestión social en el siglo XIX”. Libre Pensamiento, nº 94, primavera 2018, pp. 9-15.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Entre amigas. Correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy (1949-1975).



Compré este libro porque he leído a las dos amigas, más a Arendt que a McCarthy pero también de esta última leí hace tiempo El grupo, una novela que tuvo mucho éxito cuando fue publicada en 1963. McCarthy es considerada como una gran novelista y ensayista, de origen judío (una abuela suya lo era), se movió en los círculos de la izquierda norteamericana mientras vivió en Nueva York. Fue muy pronto crítica con el estalinismo y colaboró con varias revistas entre las que destaca la Partisan Review, de la que se alejó tras la II Guerra Mundial por las posiciones conservadoras que adoptó la revista.
Entre la década de los cuarenta y los cincuenta fue muy crítica con el reaccionario senador McCarthy y su “caza de brujas”. Su posición ideológica la llevó a participar en las campañas contra la guerra de Vietnam y contra los escándalos del Presidente Nixon de la década de los setenta.
Arendt es de sobra conocida como una de las pensadoras más influyentes del siglo XX. Nacida en Alemania tuvo que huir de este país por su origen judío. Le fue retirada la nacionalidad alemana en 1937 y fue apátrida hasta que consiguió la nacionalidad estadounidense en 1951, diez años después de llegar a Estados Unidos.
No le gustaba ser considerada filósofa y afirmaba que sus estudios eran de “teoría política”. Compartía una mentalidad de izquierdas con su segundo marido, el poeta y filósofo comunista Heinrich Blücher que, muy pronto, fue crítico con el estalinismo. Por su condición de mujer judía y de izquierdas se involucró también en temas de actualidad destacando su famoso, y muy criticado por algunos sectores, Eichmann en Jerusalén, publicado en Estados Unidos en 1963.


Ambas se conocieron en 1949 y su correspondencia empezó inmediatamente hasta la muerte de Arendt en 1975, veintiséis años que en este libro aparecen agrupados en seis partes. Cuando murió Arendt, McCarthy fue su ejecutora literaria hasta su propia muerte en 1989. Este libro fue publicado en Estados Unidos en 1996.
En esta correspondencia encontramos mucho cariño y ternura entre ambas mujeres que en sus cartas escriben sobre diversos temas: vida cotidiana sin descartar su intimidad (parejas, amistades, servicio…), actualidad (especialmente temas políticos), los manuscritos de sus libros que eran valorados y corregidos por la otra amiga, libros de otros autores/as, viajes, arte, etc.
El rigor intelectual que aparece en estas cartas es lógico dada la talla de su pensamiento, sin embargo sorprende más adentrarse en las “pequeñas cosas” de la cotidianeidad como son las dolencias físicas, las tareas domésticas, la vivienda, etc. (más prolija en este sentido McCarthy que Arendt). La planificación de viajes por separado o conjuntamente es otro aspecto interesante, McCarthy era una experta en arte y la planificación del viaje que hicieron a Sicilia (p. 427-434) en 1971 es como para anotarlo como guía para visitar esta isla italiana.
Son ilustrativas sus charlas sobre el mundo masculino: sus parejas (en el caso de McCarthy se casó cuatro veces, dos Arendt), sus amigos, sus hijos (en el caso de McCarthy uno y varios de su último marido), sus críticos, etc. Ambas construyeron una hermandad llena de complicidad que se convertía en defensa de la amiga ante la crítica de sus obras que en algunos casos fueron duras. Especial importancia tienen en su correspondencia los ataques que recibió Arendt por su Eichmann en Jerusalén, respondidos, ante la negativa de su amiga a hacerlo, por McCarthy. Curiosamente coincidió en el tiempo con las críticas que recibió McCarthy por su novela El grupo.
Arendt se negó a responder directamente porque consideró que la crítica a Eichmann en Jerusalén formaba parte de una campaña política; no es crítica y realmente no tiene nada que ver con mi libro. (…) Yo escribí un informe y no hago política, ni judía ni ninguna otra (239). Luego, Arendt escribió un ensayo, muy interesante, sobre Verdad y política, que implícitamente será una respuesta (245).
Ambas amigas compartían sus manuscritos para saber la opinión de la otra que ambas valoraban mucho puesto que no era un intercambio de cortesía sino que las dos hacían una lectura minuciosa con alabanzas pero también críticas. McCarthy, además fue una excelente correctora en el uso del inglés de Arendt.
Hay multitud de comentarios, en ocasiones con enorme sentido del humor, de libros y de autores/as que nos permiten conocer sus gustos y sus manías respecto a numerosos personajes del momento como Sartre, Beauvoir, Bellow, Grass, Sontag, Sarraute y otros muchos/as.
Esta correspondencia es un diálogo entre dos mujeres unidas por una gran afinidad electiva, preocupadas por su tiempo (macartismo, Vietnam, Nixon, Mayo del 68, etc.) centradas en su obra, grandes lectoras y escritoras, interesadas por la política, poco feministas aunque su empoderamiento personal es un ejemplo feminista de la nueva mujer.
Dice McCarthy:
El hombre, al parecer, no tiene el menor sentido de la historia; cree que los males que ve a su alrededor son todos nuevos (400).
Una gratificante y rica lectura.

lunes, 3 de septiembre de 2018

ACTUALIDAD DE ANTIGUAS CONTROVERSIAS SOBRE LA MUJER


La controversia entre Mariano R. Vázquez y Lucía Sánchez Saornil tuvo como espacio de discusión el periódico Solidaridad Obrera[1], aunque ambos fueron los protagonistas del debate participaron otras personas del ámbito anarquista y anarcosindicalista, El tema giró en torno al papel de las mujeres en las organizaciones, en la lucha social y  en la futura revolución, se produjo en 1935. Pese a los más de ochenta años transcurridos no parece un debate obsoleto, contiene aspectos que tienen actualidad hoy en día, lógicamente ochenta años no pasan en balde y hay otros aspectos superados o que han abierto nuevos caminos de reflexión y acción en los feminismos[2].
En este artículo el protagonismo no lo tiene la controversia de 1935 sino los feminismos actuales entre los que me interesa especialmente la renovación del feminismo anarquista, pese a ello la controversia aparece como referente y se pueden reconstruir los rasgos principales de aquel debate.  La perspectiva que adopto es genealógica  puesto que partiendo del hoy, de lo que somos nosotras, quiero seguir  el hilo complejo de la procedencia, no con un planteamiento de causalidad sino conservando lo que ha sucedido en su propia dispersión: accidentes, mínimas desviaciones, errores, etc.

En el debate entre Sánchez y Vázquez se insiste en algo plenamente actual: los hombres tenían que cambiar de conducta abandonando su posición de poder y predominio patriarcal puesto que su responsabilidad en la situación de subordinación de las mujeres era/es clara. Ese cambio incluía de manera muy crítica a los hombres sindicalistas y anarquistas que pese a sus declaraciones de principio no tenían ningún interés en que se produjeran cambios importantes ni en las organizaciones ni en las luchas ni en las relaciones personales. Sánchez reiteraba en sus artículos que no es lo mismo asumir postulados teóricos igualitarios que ser consecuentes con ellos y llevarlos a la práctica, en sus artículos hay una rabia contenida porque no daba credibilidad a las buenas (y revolucionarias) palabras de los hombres de la organización respecto al tema de la subordinación de las mujeres.
Si Sánchez (incluso Vázquez) era consciente de la necesidad de romper la masculinidad, la feminidad era esgrimida por algunos sectores libertarios como argumento para acusar a las mujeres de ser responsables de su propia subordinación. Indudablemente hoy sigue presente el cuestionamiento del reparto de papeles de género que nuestra sociedad sigue sustentando. Incluso una parte de los feminismos actuales va más lejos  al cuestionar el propio concepto de género que el patriarcado sustenta para seguir afianzando privilegios y ahondando la opresión.  El cuestionamiento de los privilegios de la masculinidad,  el por qué a las mujeres se nos silencia e invisibiliza por el simple hecho de serlo,  o de qué manera a través del empoderamiento personal y colectivo podemos subvertir estos (y otros)  condicionamientos, son temas centrales en los debates feministas actuales.  En la controversia de 1935 no se vislumbraba un planteamiento tan radical como el actual y la acusación de la responsabilidad de las mujeres en su situación de subordinación e inferioridad fue uno de los motivos que provocó mayor enfado en Lucía Sánchez.


Aun cuando quedó claro que la sexualidad era un tema importante y difícil de resolver, no se produjo la apertura a nuevas sexualidades que en la actualidad se han unido en una apuesta de deconstrucción de conceptos como sujeto, identidad, género, sexo, raza… dando lugar al sector más radical del feminismo de la tercera ola. Lucía Sánchez afirmó que solo la revolución lograría evitar que las mujeres fueran tratadas como objetos sexuales y quedaran condicionadas por la vinculación de sexo y reproducción. Solo la revolución, decía Sánchez, uniría definitivamente los intereses de ambos sexos para progresar en la concepción anarquista de la vida.
Lucía Sánchez (y Mujeres Libres) constató que las mujeres tenían que reconstruirse a través de una mentalidad basada en la libertad y la autonomía personal (también denominada “conciencia de la personalidad”, como afirmaba Emma Goldman). Ella quería un TODO distinto y por eso planteaba avanzar en la emancipación interna y en la colectiva. Aun cuando se percató de que había situaciones diversas entre las mujeres cuando se cruzaba el género con la clase social, no llegó a  la constatación del feminismo actual de que existen diversidad de situaciones que afectan a las mujeres y que los feminismos de la primera y segunda ola no habían contemplado: la raza, la orientación sexual e identidad de género, la religión, la edad, la etnia, la clase social y otras variables. Curiosamente, el hecho de que Lucía Sánchez fuera lesbiana y Mariano R. Vázquez gitano no pareció tener influencia alguna en la controversia, sin embargo, hoy sabemos que, a veces, nos dice más sobre el discurso dominante lo que no es considerado relevante (opción sexual y etnia) que lo que si lo fue.
En el debate se destacó la necesidad de la transformación del espacio privado, íntimo, doméstico, espacio de los cuidados, de las relaciones de pareja. Ese espacio, de opresión patriarcal, debía reconstruirse, reorganizarse, valorarse y basarse, como punto de partida, en los mismos derechos y deberes de todas las personas que convivían (conviven) en dicho espacio. La necesidad de capacitación fuera del espacio doméstico se convirtió en bandera de las reivindicaciones de Mujeres Libres a partir de 1936. La capacitación de las mujeres en la actualidad poco tiene que ver con la de la década de los treinta del siglo pasado.
Las mujeres debían incorporarse a la lucha social, encauzada por el anarquismo, dando en esta lucha la misma relevancia al cuestionamiento del Estado y del capitalismo y al cuestionamiento del patriarcado (la llamada por Sánchez: “cuestión femenina”), el objetivo desde la concepción anarquista de la vida era la emancipación humanitaria. Sánchez intuyó que los cambios en la situación de las mujeres y su relación con los hombres no se podía postergar a la revolución, a un futuro incierto, por tanto, debían producirse cambios en el presente, no bastaba con enunciar la igualdad había que realizarla en el día a día. Algo que hoy resulta incuestionable pese a la dificultad que conlleva.
Pese a que la revolución era humanitaria y los intereses tenían que ser comunes, las protagonistas de la lucha y de las transformaciones tenían que ser las mujeres, lo anarquista era “dejar que la mujer actúe en uso de su libertad, sin tutelas ni coacciones”, pronto se demostraría cuan poco gustaba este planteamiento a los hombres (y a algunas mujeres) negando el reconocimiento de Mujeres Libres como cuarta rama del Movimiento Libertario.
¿Hasta qué punto esta controversia actualizada tendría vigencia hoy en el Movimiento Libertario?


[1] Solidaridad Obrera era el  órgano de expresión de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña y Baleares. Fue fundado en 1907 siendo el órgano de expresión de la organización Solidaridad Obrera, pasando a serlo a partir de 1910 de la CNT. Desde 1916, con altibajos provocados por la represión, las suspensiones y otros avatares, tuvo periodicidad diaria.
[2] Me ayudó a enfocar este apartado un par de conversaciones telefónicas con la compañera Rebeca Muñoz Peñalvo. Gracias.

viernes, 3 de agosto de 2018

Activistas, militantes y propagandistas. Biografías en los márgenes de la cultura republicana (1868-1978),


Eduardo HIGUERAS CASTAÑEDA, Rubén PEREZ TRUJILLANO y Julián VADILLO MUÑOZ (coords.): Activistas, militantes y propagandistas. Biografías en los márgenes de la cultura republicana (1868-1978), Sevilla, Athenaica Ediciones Universitarias, 2018. ISBN: 9788417325190. 438 págs.

Esta reseña se ha publicado en el BULLETIN D'HISTOIRE CONTEMPORAIEN DE L'ESPAGNE

Tres jóvenes historiadores han acometido la tarea de coordinar a casi una veintena de especialistas en la historia social y política de la España contemporánea para no sólo rescatar, sino sobre todo reinterpretar la complejidad de contenidos que albergó el movimiento republicano desde los inicios de la revolución liberal del siglo XIX hasta las experiencias tan dispares del siglo XX.
Se han seleccionado las biografías de personalidades que tienen un rasgo común: todas ellas republicanas, pero siempre en las lindes o incluso en la doble militancia de otras culturas políticas, como el movimientos obreros, el feminismo, y también en las zonas fronterizas con cierto conservadurismo social, o incluso comprometidas con propuestas nacionalistas y regionalistas. Todas además procedentes de ámbitos específicamente catalogables como profesiones liberales por antonomasia, como el periodismo, la jurisprudencia, la enseñanza pública, la escritura y también de la diplomacia.


Esa doble militancia permite desentrañar la complejidad de un cultura política como fue la republicana, cuyas propuestas han marcado, sin duda la España contemporánea. Puesto que no se trata de figuras que responden al canon de importancia otorgado por la historiografía tradicional, estos jóvenes historiadores han abierto así con este libro nuevos derroteros de investigación y rompen, en consecuencia, con los compartimentos estancos entre clasificaciones politológicas realizadas a posteriori. Por otra parte, la elección del género biográfico es arriesgada y los propios coordinadores dedican el primer capítulo del libro a explicar el porqué de dicha elección. En definitiva, las biografías permiten perspectivas que descubren los ángulos muertos de los estereotipos y esclarecen de modo concreto los márgenes y las paradojas de toda praxis política, máxime en una sociedad que se está construyendo como liberal en el siglo XIX, a la que muy tempranamente el republicanismo aporta sobre todo el tránsito a contenidos democráticos y sociales.
Lógicamente, en este mosaico de biografías no es menor el peso que ocupan las mujeres, pues, en efecto, fue el republicanismo la primera cultura política que acogió e impulsó las propuestas de igualdad entre sexos. En este sentido cabe recomendar vivamente la lectura de las biografías de Amalia Domingo Soler, Guillermina Rojas Orgís y Rosario de Acuña. Es Laura Vicente Villanueva quien aborda la figura de Amaia Domingo (1835-1909), a la que define como “espiritista y feminista”, dos anclajes de su vida que la enfrentaron al catolicismo oficial de la España de su época y que le permitió adscribirse tanto al movimiento librepensador de la masonería, con el consiguiente laicismo, como a un temprano feminismo.
Por su parte, Gloria Espigado estudia la figura de Guillermina Rojas que destacó durante el Sexenio Democrático por una doble militancia, a favor de las mujeres y de los trabajadores. De más difícil encuadre es la figura de Rosario de Acuña (1850-1923) cuya biografía acomete Sergio Sánchez Collantes con una extraordinaria explicación de la trayectoria tan heterodoxa de quien transgredió convencionalismos, superó recelos y exploró las diversas facetas de un librepensamiento tan feminista y democrático como brillante estilísticamente.
Las biografías de los personajes masculinos aportan igualmente dosis novedosas de clarificación de los marcos vitales e ideológicos en los que se desenvolvieron personajes de necesaria rehabilitación historiográfica. Así, Roque Barciala, cuya figura, asimilada a la rebelión cantonal en Cartagena, se diluyó ya en vida entre el exilio y el olvido, desacreditado para sus congéneres. Es analizada por Ester García Moscardó, mientras que Manuel Ruiz Romero analiza la personalidad de
Ramón de Cala y Barea (1827-1902), no tan famoso como Barcia, pero sí relevante para averiguar los primeros peldaños del andalucismo como deriva del republicanismo federal, así como la proximidad de ese andalucismo a los idearios del anarquismo y del socialismo utópico, fruto de la preocupación regional por los jornaleros y por la distribución de la tierra en unas provincias marcadas por el latifundismo.
Juan P. Calero acomete la biografía de Ubaldo Romero de Quiñones, (1843-1914), figura poliédrica y prolífica, polémica y contradictoria, siempre instalado en conjuras y conspiraciones, siempre escribiendo, siempre en pugna con quienes consideraba que falseaban el ideario de un socialismo utópico conjugado también con el espiritismo y la masonería. Por su parte, Julián Vadillo se ocupa de Nicolás Alonso Marselá, quien, a partir de un catolicismo exacerbado y luego convertirse al protestantismo, defendió el laicismo del Estado y se aproximó ideológicamente al obrerismo, con visiones cercanas a las de Bakunin. Eso sí, al final regresó a sus primeras creencias católicas e incluso militó en el carlismo.
Tales paradojas entre los militantes del republicanismo se ilustran de modo paradigmático en la figura de Pablo Correa Zafrilla (1842-1888), estudiada por Eduardo Higueras quien sostiene que los orígenes del socialismo en España son imposibles de clarificar si no se tiene en consideración que emergieron del seno de las fuerzas republicanas. En efecto, Pablo Correa, militante del partido republicano federal, fue el primer traductor al español de El Capital, y fue el ejemplo más relevante de esa doble militancia que se ha esbozado como propia de estas personalidades, pues estamos ante una personalidad que fue tan republicana federal como obrerista. Significativamente muy cercana a Pi y Margall, de quien publicó su obra La Federación, con una extensa biografía del que fuera presidente de la primera República.
Otros contenidos caracterizan las biografías de las figuras ya más metidas en el siglo XX, como es el caso de Eduardo Barriobero (1875-1939), estudiado por José Luis Carretero Miramar y que lo define como “abogado penalista, masón, novelista, republicano federal, presidente de un Tribunal Revolucionario, ensayista, diputado constituyente, orador, editor, preso, publicista, traductor…”. Así, al final de sus días, Eduardo Barriobero, fue uno de los organizadores de los Tribunales Populares organizados durante la guerra civil en la España republicana y estuvo muy cercano a la tarea de Azaña. Fue fusilado por los vencedores franquistas tras la caída de Barcelona en 1939. Distinta fue la trayectoria de Eduardo Ortega y Gasset (1882-1964), que sobrevivió a la guerra civil y murió en el exilio, tras destacar en la Segunda República con puestos de diputado y gobernador civil como militante de Izquierda Republicana. Es biografiado por Manuel Baelo Álvarez, mientras que el veterinario andalucista, Rafael Castejón, biografiado por Antonio M. Rodríguez Ramos, que murió en 1986, ya en plena democracia, representa  las supervivencia de un republicanismo conservador, adscrito en su momento al radicalismo de Lerroux. Diferente a la de Castejón fue la trayectoria de su colega veterinario Félix Gordón Ordás (1885-1973), analizada por Jorge de Hoyos. Era también veterinario, pero implicado en la República con cargos ejecutivos, llegó a presidir el gobierno republicano en el exilio hasta casi entrada la democracia.
            Destacan otros casos de republicanos comprometidos con militancias nacionalistas, como fue el caso de Emilio González López (1909-1991), galleguista biografiado por Jesús Vallejo (US). Fue catedrático de derecho penitenciario en Salamanca, Oviedo y La Laguna, fue uno de los redactores del Estatuto gallego y se exilió Nueva York donde ejerció de profesor. Por otra parte, Gonzalo Nardiz (1905-2003) destacó como republicano de militancia en el nacionalismo vasco. Estudiado por Jon Penche, se descubre el ideario de un nacionalismo vasco republicano que, aunque fue minoritario, no cabe echar en el olvido.
Otras facetas se descubren en la figura de Enrique Martí Jara (1890-1930), biografiado por Rubén Pérez Trujillano. Se trata de un jurista de enorme brillantez académica que dedicó su vida a la lucha republicana y puede considerarse un pionero del derecho constitucional. En sentido contrario, destacan las paradojas de la personalidad de José Antonio Balbontín (1893-1977), estudiado por Enrique Roldán Cañizares. Fue una personalidad que pasó del catolicismo a posicionarse en el anarquismo y finalmente militar en el comunismo en el exilio, aunque al final de sus días volvió la vista hacia la religión originaria de su formación juvenil.
La religión, sin duda, fue espoleta de convicciones políticas para muchos republicanos y en este caso destaca la figura de Régulo Martínez Sánchez (1895-1986) cuya trayectoria, analizada por Miguel A. Dionisio Vivas, cruza todo el siglo XX y pasa de ser un sacerdote de militancia explícita republicana en la década de 1930, lo que le supuso la secularización y sufrir la cárcel por la dictadura, hasta llegar a los años de la transición a la democracia militando en Acción Republicana Democrática Española.
En conclusión, todas las biografías recogidas en este libro revelan que precisamente las figuras de los cuadros medios, no los que son líderes a escala estatal, son los que expresan la complejidad de una cultura política como la republicana. Tuvo que construirse sobre las mimbres de una sociedad católica, con fuertes convenciones sociales, que había realizado una revolución liberal en los albores del siglo XIX y cuyas metas democratizadores se van pergeñando década a década hasta llegar a la Segunda República. Y en esta tarea hubo muchos intelectuales, mucha profesión liberal e incluso curas o católicos cuya fe los empujó a buscar horizontes de justicia social en el ideario republicano. Por eso este libro es tan necesario como novedoso. Es justo subrayar, por tanto, sus méritos como aportación indudable a la historiografía contemporánea.

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                                                                       Andrea VILLEGAS MARCHANTE,
Universidad de Castilla-La Mancha