Cabreada[1] con lo que ha ocurrido en
el PSOE en los casos de acoso (laboral y/o sexual) dentro del propio partido.
Enfadada con ese me too que parece que se ha detenido (o lo han
detenido). Si las personas afines al PSOE se consuelan porque la derecha
también parece participar de la epidemia, esto no avanzará o lo hará muy
lentamente. Me ocurre lo que, a Pascal Bruckner en el magnífico El buen
hijo, que siendo de izquierdas (confieso que cada vez me gusta menos esa
manoseada etiqueta), «las únicas estupideces que me indignan son las de la
izquierda, las demás me dejan indiferente». Aunque, como ya he dicho, estoy
tentada de desertar, prefiero pensar contra mi propio campo y minarlo desde
dentro.
Y de
eso va mi profunda irritación. Aunque nunca he confiado en las instituciones ni
en las leyes para hacer frente a este comportamiento tan masculino de abusar
del poder contra las mujeres cercanas (no digamos las que no lo son), me da por
pensar en cuál ha sido mi colaboración en este asunto. Siempre he afirmado, lo
tengo señalado en diversos escritos, que este es un «problema estructural»:
«Difícilmente el término violencia puede definir la compleja situación de desigualdad, subordinación y discriminación a la que las mujeres todavía estamos sometidas, y también la experiencia que tienen en esta situación distintas mujeres en contextos diferentes. Es importante, por tanto, indagar en las motivaciones y las formas que adopta la violencia masculina sobre las mujeres puesto que está extendida en todas las latitudes y atraviesa todos los estratos sociales. Esta tarea de comprender qué se esconde detrás de la violencia es importante para poder oponerse con otros instrumentos que no sean solo los de la justicia penal que están demostrando su fracaso».
Pero,
mientras las mujeres indagamos en qué hay tras esa violencia (no solo física)
que resulta tan transversal y que llega a nuestros propios colectivos en formas
diversas, como no podía ser de otra manera, me mosquea mucho que no solo
quienes cometen esas violencias sino muchas más personas lo ocultan, lo
desvían, lo ignoran.
Los
hombres deberían hacer una profunda reflexión sobre su actitud, su conducta,
sus hábitos respecto a las mujeres cercanas, las compañeras de partido,
sindicato o colectivo. En el caso de lo ocurrido en el partido gobernante, a
ninguno de los partidos que le apoyan (dentro o fuera del gobierno) se les ha
ocurrido que estos abusos de poder y la manera de referirse a las mujeres por
parte de la cúpula del partido, ahora defenestrada por corrupción, pueda ser
una «línea roja» (además con 38 muertas a las espaldas de la sociedad de las
actitudes patriarcales más violentas).
Cuando
las propias mujeres, no digamos los hombres, priorizan el partido a la denuncia
del abuso (lo vimos con Sumar y Errejón y lo hemos visto en las denuncias
«perdidas» seis meses en el PSOE), emerge ese hábito cultural de que el abuso
con las mujeres en realidad no es tan grave, que hemos mejorado mucho, que se
las acepta incluso en la cima del poder, incluso que se las escucha. Las 1333
mujeres asesinadas desde 2003, no ensombrece esas afirmaciones escuchadas o
leídas estos días en los medios de comunicación.
Todas las personas estamos hechas de orden patriarcal. Los
hombres siempre respetan más a otros hombres, valoran más las aportaciones de
otros hombres, desde su manera de entender el pensamiento y la propia agencia,
es raro que en su selección entren «las otras». Pero me preocupa que nosotras,
feministas y anarquistas, para ir más allá del discurso de la víctima que no es
un discurso subversivo y puede convertirse en un discurso reaccionario, nos
hayamos acostumbrado a convivir con esos hábitos patriarcales de los compañeros
de lucha.
Queremos trascender el guion de víctima y desarrollar
formas alternativas de lidiar con la violencia y el abuso patriarcal. No es
nueva la propuesta de promover acciones de lucha y de educación social en lugar
de confiar en las vías legales e institucionales. Pero si los compañeros no
avanzan enfrentándose a sus actitudes, a sus formas de ver y vivir la vida que
tienen mucho de antropológicas, nuestro camino, que tampoco está libre de lo
patriarcal, va a ralentizarse en un momento en que estamos sufriendo un ataque
muy duro desde la extrema derecha.
Ojalá no abandonemos el cabreo pese al desgaste que supone
y que tanto debilita la lucha que, fundamentalmente, recae sobre las mujeres,
las personas que se perciben como tales y las no binarias.
Laura Vicente
[1] La imagen
que acompaña mi escrito también es irritante: el ilustrador consideró oportuno
en plena revolución (la imagen es del periódico CNT, 1936) que las mujeres se
liberaban con su criatura en brazos. El contraste con los compañeros que van
detrás es muy explícito.

Muchas "izquierdas", al igual que su contrapartida, se quedaron congeladas en el mundo pre-1989. Hicieron lo posible por aclimatarse al siglo XXI, pero fue solo apariencia, apenas una capa más de maquillaje. La renovación que se necesita ha de ser más profunda, más intensa, más cercana a las necesidades de hoy (que sí, algunas siguen siendo las mismas, pero también han aparecido otras), y dejar de adherir a todo lo que se señala como "progre" sin serlo.
ResponderEliminarPero es más fácil seguir con el envión de lo que se conoce.
Saludos,
J.