Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

martes, 13 de mayo de 2025

HISTORIA Y «EL RELATO DE LA VIDA»

 

Hay ideas luminosas, o como dice Walter Benjamín «ideas faústicas», es decir, ideas maestras que tienen el poder de clarificar aspectos que una lleva tiempo trabajando[1], el de Ursula K. Le Guin: «La teoría de la bolsa de ficción», lo es. En realidad, este breve texto de Le Guin no se refiere a la historia sino a la ficción, al relato, a la novela (a la ciencia-ficción, género en el que ella destaca).


Para elaborar su teoría se sitúa en la prehistoria/inicio de la historia: un tiempo en el que el principal alimento eran los vegetales, la caza menor y la pesca. Cazar un gran animal suponía una gran aportación de carne que era escasa en una dieta en la que predominaban los vegetales (70 % aproximadamente). La caza de un gran animal, cuando esta pasó a ser individual, aportaba, además de carne, el relato de la aventura de la caza que tenía acción y un Héroe, el propio cazador.

Le Guin se plantea contar en «La teoría de la bolsa de ficción» otro relato nunca contado: el relato de la vida. En este texto contrapone dos relatos, el hegemónico (el del Héroe) y el nunca contado, el excluido (el de la vida):

El relato del Héroe (que está protagonizado por un Hombre)[2], es el relato de matar, violar, atizar y asesinar con armas, cuchillos, hachas, herramientas para machacar, moler y cavar. Herramientas que expulsan energía hacia fuera. Esta civilización fue explicada como relato del ascenso del Hombre-Héroe que se consideró el relato de toda la humanidad.

Este Hombre-Héroe se ha apoderado de la novela (de la Historia) y su naturaleza imperial le condujo a tomar «todo» y a gobernar con decretos y leyes. El Héroe decretó:

·      * Que la forma adecuada de la narrativa era la de la flecha o la lanza que da lugar a un modo lineal, progresivo.

·       * Que la preocupación central de la narrativa era el conflicto

·      * Que el relato no valía si no figuraba el Héroe

El relato de la vida (que está protagonizado mayoritariamente por mujeres), era el relato pacífico, el que no combate, el que se basaba en los recipientes, contenedores, cestos, bolsas, mallas. La antropóloga Elizabeth Fisher consideraba los recipientes como los primeros artefactos culturales y de ahí elaboró la «Teoría de la Bolsa», que retomó Le Guin. Esta teoría consideraba que los recipientes anclaban a la tierra: llevaban cosas a casa, la casa misma era un recipiente de personas, ponían el contenido en lugares sagrados, etc. El relato hegemónico, el del Hombre, escondió a esta otra humanidad, aunque Le Guin consideraba que este relato, el de la vida, sí se había contado a través de los mitos de la creación, la picaresca, los cuentos folclóricos, las bromas y las novelas (que eran relatos antiheroicos), puesto que la autora consideraba que las novelas contenían el relato de la vida:

·       * La forma adecuada de la novela era la de un saco o una bolsa que contenía palabras y las palabras contenían cosas.

·      * La preocupación central no era ni el conflicto ni la armonía. Su propósito era un proceso continuado, un relato sin fin (un «apilamiento»).

·           *  En lugar de Héroes contenía personas (en realidad mayoritariamente mujeres).

Partiendo, y ampliando, las diferencias entre la Historia hegemónica («el relato del Héroe») y otra manera de entender la historia («el relato de la vida») vamos a reflexionar sobre cómo entendemos la historia.

La historia hegemónica parte de una perspectiva de la historia que es lineal (Le Guin lo señalaba respecto a la narrativa: «lineal y progresiva»), es decir, que considera la historia como una línea ordenada de causas y consecuencias que camina hacia adelante, que progresa conduciendo a hechos que previsiblemente tienen que suceder. Es decir, que un hecho histórico determinado proviene de algo que estaba en ciernes en un elemento originario cuyo desarrollo se acaba concretando en dicho acontecimiento.



Es una concepción muy vinculada a la Modernidad que estableció que la Historia era una línea de causalidad y construyó un corpus de pensamiento y de acción que se fundamentaba en una transmisión intencional de una generación a otra siguiendo una línea de progreso.

Todo aquello que se consideraba erróneo, desviado, contradictorio o fracasado en esa concepción lineal se descartaba de la gran Historia: mujeres, clases trabajadoras anónimas, tareas de cuidados, personas racializadas, etc.

Sin embargo, la historia es discontinua y contradictoria, no lineal y ordenada; accidental y contingente puesto que nada anuncia que se va a producir un acontecimiento, puede suceder o no, por tanto, no es mecánica ni causal.

Este fragmento de un afamado autor de «novela negra»[3], lo resume muy bien:

«El abuelo sacaba la petaca y decía que, cuando llegáramos a tierra, pensaríamos en el viaje como una línea continua desde el punto de partida hasta el destino. Un relato con sentido y dirección. Lo recordaríamos como si fuera exactamente en ese punto donde habíamos decidido que la barca tocara tierra, decía. Pero el lugar al que llegamos y nuestro destino eran sitios diferentes. No era que una cosa tuviera   que ser mejor que la otra. Llegamos a donde llegamos, y puede estar bien, puede ser un consuelo creer que era ahí donde queríamos llegar o, por lo menos, a donde nos dirigíamos todo el tiempo. Nuestra pobre memoria es como una madre bondadosa que nos dice que lo hemos hecho bien, que cada impulso que dimos a los remos era limpio y se sumaba como un elemento intencionado y lógico del relato. La idea de que en algún momento perdimos el rumbo, que no supimos adónde nos dirigíamos, que la vida se convirtió en un caos de movimientos convulsos y torpes de los remos, es tan desagradable que preferimos reescribir la historia después».

Prefiero la representación «geológica» (Le Guin le llama de «apilamiento») de la historia a la «lineal». En la imagen «geológica» el peso de la historia funciona a través de una acumulación espacial de capas sedimentarias heterogéneas entre las cuales investigamos acontecimientos que sucedieron sin anuncio previo, que pasan, a veces, como un rayo lleno de posibilidades por indagar y escudriñar. La labor de la historia debe asumir la temporalidad esencial de la comunidad y reconocer que los estratos sedimentarios son los depósitos dados por las generaciones anteriores que definen a la comunidad por sus relaciones históricas con los ancestros y, a partir de ahí, recoger las historias discontinuas, sorprendentes e inesperadas y llevar a cabo un registro retrospectivo de conflictos, afectos y saberes. Un registro de las convergencias, de los accidentes, de los desórdenes, de lo descartado por la «gran Historia».

Así, toda subjetividad, toda comunidad tiene un fondo constituido por un humus de significaciones legadas por la tradición a la cual pertenece, y para su actividad de formación de sentido lega a las generaciones futuras una capa suplementaria de significaciones. Por eso no se puede definir una comunidad solamente por las relaciones sociales entre los contemporáneos, sino también, y fundamentalmente, por las relaciones históricas con los ancestros.

De alguna manera, somos lo que somos en tanto que herencia y en tanto que el pasado produce efectos sobre el presente, si no los produce, si se rompe esa trabazón con el pasado y deja de «afectarnos» en nuestro quehacer y en nuestra sensibilidad, los hechos pasados mueren y quedan en libros polvorientos sin brújula y sin sentido como «pasado pasado». El pasado no se puede cambiar, pero sí lo pueden hacer las múltiples lecturas o apropiaciones que se hagan de este y así convertir un «pasado pasado» en un «pasado presente»[4].

 Laura Vicente

[Texto publicado en la revista Humanitat Nova, nº 10, año 2025]



[1] En realidad, Benjamin dice que las «ideas faústicas» son ideas maestras que tienen el poder de encabezar los grandes asuntos de la humanidad. No pretendo darle esa trascendencia, pero para mí el texto de Úrsula K. Le Guin ha sido un texto referencial en mi manera de entender la historia.

[2] Utilizo las mayúsculas porque el relato hegemónico se convirtió en «el Relato», el único, el que siempre ha representado a la humanidad, el universal.

[3] Jo Nesbø (2021): Cuchillo. Barcelona, Debolsillo, p. 540.

 [4] Edgar Straehle (2024): Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria. Madrid, Akal.

2 comentarios:

  1. Interesante reseña/resumen. Recuerdo que cuando lo leí me quedé con ganas de encontrar mucho más, pero las ideas de Le Guin son por demás claras.

    Saludos,
    J.

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  2. Le Guin es una gran escritora y este pequeño texto es una maravilla de lucidez. Gracias y salud

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