Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

jueves, 13 de febrero de 2025

¿NECESITA UTOPÍAS EL ANARQUISMO?

 



Reconozco que esta pregunta es un tema recurrente en el que pienso muchas veces[1]. Abandono el tema durante meses o años, pero siempre acabo recalando en él. Debe ser porque mi posición no es definitiva y siempre que creo que lo tengo claro aparecen fisuras, grietas, a veces, boquetes que me obligan a repensar, a retomar la pregunta.

Daniel Colson equiparó, en su Pequeño léxico filosófico del anarquismo, utopía con ideal y afirmó que todo rebelde «solo debe apartarse con la mayor repugnancia de cualquier ideal». En una entrevista afirmó con claridad que el anarquismo no es un ideal (o utopía), sino que es realista y que habla de las cosas tal y como son.

Es cierto, que la utopía fue convertida en un absoluto, se ideologizó intentando poner orden y dando sentido al caos, construyendo un modelo ideal de sociedad que pudo (y aún puede) deslumbrar y tranquilizar en un mundo de incertidumbres agobiantes. Las utopías concebidas como ideologías pueden ser un «caballo de troya» en los anarquismos, porque las construcciones monolíticas y homogéneas acaban siendo utopías autoritarias, es decir, modelos de poder. Desembarazarse de la utopía parece, pues, lo más acertado.

Sin embargo, estoy con Amedeo Bertolo, en su Anarquistas… ¡Y orgullosos de serlo!, que resulta muy difícil prescindir de la utopía como horizonte y esperanza de lucha. Bertolo afirma (y lo comparto) que la utopía representa una dimensión del hombre imposible de eliminar y positiva: la dimensión de la esperanza, de la voluntad innovadora y de la creatividad.

El anarquismo(s), nunca se ha acomplejado a la hora de explorar y desarrollar la dimensión utópica, siendo especifica la importancia dada a la libertad, la igualdad y la diversidad. La función de la utopía anarquista es, ante todo, dice Bertolo, la voluntad de cambiar la sociedad superando los límites de un sistema dado de poder, pero sobre todo rompiendo la compacta membrana cultural que separa el espacio simbólico del poder del espacio simbólico de la libertad. Una membrana formada desde hace miles de años por el depósito, la estratificación y la transmisión, generación tras generación, en las estructuras mentales y el imaginario social, de comportamientos gregario-autoritarios y valores jerárquicos, de fantasías y mitos creados por y para sociedades constitutivamente divididas en dominantes y dominados.



Hasta tal punto exploró el anarquismo la dimensión utópica que, en una época determinada (segunda mitad del siglo XIX-primer tercio del XX), desarrolló actitudes neo-románticas en su rechazo al capitalismo y el industrialismo. Max Weber, subrayó en
Economía y Sociedad, que el anarcosindicalismo desarrollaba actitudes religiosas al pretender ser «el equivalente real de una fe religiosa». El mesianismo secularizado puede detectarse en la idea de la catástrofe revolucionaria que conllevaba la destrucción total del orden existente. Dice Michael Löwy en Redención y utopía, que es en los anarquismos donde el aspecto revolucionario/catastrófico de emancipación es más evidente: «la pasión destructiva es una pasión creadora, dice Bakunin. Es en Gustav Landauer y otros, donde el abismo entre el orden existente («Topía») y la Utopía, se hace más profundo. La revolución concebida como irrupción en el mundo es más propia del anarquismo y no concebida como progreso o evolución, más propia del marxismo.

Viendo lo que vamos viendo en el siglo XXI ya casi no me da vértigo nada, o por lo menos me da el mismo vértigo que cuando oigo (y leo) planteamientos anarquistas que hablan de «poder popular». Pero no quiero desviarme del camino y responder la pregunta que da título a esta pequeña reflexión: ¿necesita utopías el anarquismo? Me parece que sí, a riesgo de perder el atractivo principal del anarquismo o anarquismos (si lo preferimos en plural).

¿Por qué digo esto? La utopía tiene algo de sueño y algo de realidad que hay que aglutinar con la mayor sabiduría posible, sabemos que el ser humano no es solo razón, que también se mueve por deseos y emociones y es positivo que así sea. La razón produce monstruos y el deseo locuras, pero eso somos, una mezcla extraña que nos debe dar impulso para imaginar la posibilidad de vivir sin policías, sin jueces, sin capitalistas, sin burócratas, sin roles de poder, sin estructuras jerárquicas. Y partiendo de esa imaginación de posibles reales, pensar y experimentar  utopías anarquistas aquí y ahora. O lo que es lo mismo, pensar y desear imposibles posibles.

 Laura Vicente



[1] https://pensarenelmargen.blogspot.com/2021/06/un-mas-alla-de-las-utopias.html

lunes, 3 de febrero de 2025

«A mi aire»

 


2024

«A mi aire» (4 abril)

No sabemos hasta que punto el neoliberalismo ha penetrado en lo más hondo de nuestra persona hasta que te paras a pensar en como era antes tu vida y cómo es ahora. Pero las personas más jóvenes que siempre han vivido en este sistema tan perfeccionado de dominación ¿cómo lo harán, cómo se percatarán?

Soy consciente de que mucha gente de cierta edad tampoco nos percatamos, pero tenemos esa referencia por si nos da por pensar.

 

«A mi aire» (11 abril)

En esta fecha murió Teresa Claramunt Creus hace 93 años.

Indagué con tanto interés en su pensamiento como en su vida personal.

Hoy mi reflexión hace referencia a cómo una mujer obrera se decantó por una militancia anarquista que la expuso a todo: al despido, a la represión, a la cárcel, a la expatriación y el exilio, a la pobreza, a la muerte de sus criaturas, a la soledad.

Esas militancias no existen ya en este país, esa entrega a la revolución, a la Idea, nos resuena extraña, incomprensible. Investigarla, recuperarla, conocerla, siempre fue para mí una experiencia que fue más allá de lo meramente académico.


«A mi aire» (18 abril)

Ir «a mi aire» no siempre es bien aceptado, te sales del grupo de la rutina y de la convención social y eso disgusta. Muchas veces son cosas intrascendentes: no asistir a esas reuniones tediosas que se obstinan en convocar quienes nos rodean, no caminar en grupo, opinar lo que siento y pienso, no apoyar a pies juntillas la república (la monarquía ni siquiera soy capaz de contemplarla) o la llamada memoria histórica o democrática (tanto da), cosillas así…

Pero ir «a mi aire» forma parte de mi idiosincrasia, si dejara de hacerlo no sería Laura, sería «otra».


«A mi aire» (25 abril)

Comprendo que al mundo del libro le conviene y favorece que exista la llamada fiesta del libro el 23 de abril, pero hace mucho que esa jornada no es «popular». Claro, también depende de cómo entendamos ese término tan manido. Si lo entendemos como que van multitudes, sí lo es. Pero también participan multitudes en ese turismo que cada vez vemos más perjudicial para la población (que no se ha construido todavía como «multitud»).

Que haya multitudes en «san jordi» no quiere decir que haya multitudes lectoras, pero sí que esta fiesta se ha convertido en un producto que se vende bien en el mercado capitalista. Da igual el libro que se compre (el mercado ya publica libros para esas fechas y ofrece listas para «guiar» al pueblo), la cuestión es que se compre.


«A mi aire» (2 mayo)

Me pregunto si tiene sentido el 1º de Mayo.

Hace tiempo que se ha diluido la fuerza del movimiento obrero que ya no es, como lo fue, la principal amenaza para la supervivencia del capitalismo.

Es indudable que el capitalismo sigue explotando el trabajo asalariado, pero este ya no constituye su principal fuente de riqueza, ya que la revolución digital le permite extraer beneficios de los grandes flujos financieros o de información entre otros.


«A mi aire» (9 mayo)

Hoy cumpliría mi padre 91 años, pero murió hace 27 años.

Mi padre se llama Rafael.

Para mí fue una gran pérdida, aunque es raro que pase un día sin que me acuerde de él y apele a su sabio consejo cuando quiero afrontar algo importante.

Él era especial por su sabiduría desde el cuerpo, desde su experiencia de obrero metalúrgico, desde su goce por seguir cultivando su huerto los fines de semana para mantenerse arraigado a la tierra que tan bien entendía.

Mi padre era comunista a su aire, su sentido de la justicia social, de la libertad y de la igualdad procedían también de la experiencia vivida (trabajando desde los siete años, primero en el campo y luego en las fábricas), no de la ideología.

Era sobrio en el vivir, en las palabras y en los afectos, pero no te cabía duda de que contabas con él y que siempre podía contar con su ayuda en lo que necesitara.

Me dejo muchas cosas en el tintero, pero están en mi pensamiento y en mi afecto hacia él. 

«A mi aire» (23 mayo)

He tenido muy desatendido todo aquello que precisaba de mi portátil porque colapsó, murió, o cómo quiera que se denomine al hecho de que dejó de funcionar. Yo también colapsé porque pese a tener un disco duro externo hacía un año que no lo actualizaba, así que todo lo trabajado en ese tiempo, especialmente de mi investigación, quedó comprometido.

Bien, al final la información se ha salvado y yo actualizaré cada semana por lo menos.

«A mi aire» (30 mayo)

El calor está aquí. Y con él mi desespero y malestar.


«A mi aire» (6 junio)

Hay cada vez menos clandestinos del tiempo. El horario es la regla, la sorpresa es la excepción. La hora está por todas partes, pero el tiempo no está en ninguna.

[Tener tiempo de Pascal Chabot está siendo muy fructífero]


«A mi aire» (13 junio)

Siempre he vivido entre dos ciudades, pero ahora más que nunca.

No quiero hacer «filosofía» pero este retornar a «vivir» en la ciudad de mi infancia y juventud es como recomponer algo (no sé qué), como recuperar una época que había olvidado.

Todo ha cambiado, pero aquí me siento cerca de ese pasado que hoy me enternece.


«A mi aire» (20 junio)

Que compleja es la identidad. A veces desconocemos que tenemos una identidad (o la conocemos, pero la vivimos como irrelevante) y, en momentos excepcionales, emerge como un huracán.

Tendré que concluir que las identidades tienen su importancia puesto que me configuran, pero no debe imponerse ninguna sobre las demás y, sobre todo, no debe ser excluyente.

Es inaceptable sacralizar una identidad, si lo hacemos, estamos perdidas.


«A mi aire» (27 junio)

Me ha costado entender que el derecho a tener derechos dota al Estado del poder de sancionarlos si no se cumplen. Los derechos (incluidos los derechos humanos) implican la existencia del Estado (ese aparto de poder y dominación que da vértigo cuestionar).

Simone Weill ofrece como alternativa a los derechos, los deberes acordados con las otras personas sin mediación del Estado.

Hay que reflexionar sobre esta encrucijada tan sorprendente.