Está proliferando
en los medios anarquistas (mucho más en los medios comunistas, socialdemócratas
y progresistas) la idea de que ante esta situación hay que organizarse, que el
fallo, teniendo la razón y la inteligencia, es la desorganización, la falta de
responsabilidad y disciplina y, especialmente, la falta de una estrategia clara
que nos marque con claridad la táctica a seguir.
En realidad, el
ámbito anarquista está organizado, sea a través de colectivos, de
revistas o periódicos, de radios libres, de editoriales, de ateneos, etc. Sin
embargo, quienes hablan de falta de organización consideran que esas
organizaciones son excesivamente diversas, múltiples, incoherentes e
indisciplinadas. El modelo organizativo que proponen se basa en un grupo
cohesionado que para alcanzar sus objetivos necesita responsabilidad y
compromiso militante. Así mismo es fundamental «formarse» a través de talleres
y cursos que permitan una discusión previa que conducirá a la «minoría activa» a diseñar un planteamiento estratégico que marque la pauta de la organización, acompañada
de un planteamiento táctico que indique las acciones a desarrollar.
Las supuestas estrategias a largo plazo no son nuevas
(tampoco el anarquismo se libró de ellas en el pasado), durante mucho tiempo se basaron en una sólida creencia: la
idea de que el tiempo de los dominantes estaba a su vez inscrito en un tiempo
más esencial, el de una evolución histórica que destruiría las propias
dominaciones que ella misma había generado. Pero el tiempo ya no trabaja para
transformar la desigualdad en igualdad, a decir verdad, nunca lo ha hecho
porque igualdad y desigualdad son dos mundos enfrentados:
«No existe la
teoría por un lado y por otro la práctica para aplicarla. Tampoco existe
oposición entre la transformación del mundo y su interpretación. […] Existen
textos, prácticas, interpretaciones y saberes que se articulan unos a otros y
definen el campo polémico en el que la política construye sus mundos posibles»[1].
Volviendo al
inicio de este escrito, cuando se piensa que un sector de los anarquismos (y la
izquierda en sentido amplio) son los únicos que ven la realidad objetiva y que
la masa de la ciudadanía no la ve, de hecho, están afirmando la desigualdad de
las inteligencias, por tanto, la tarea que tienen las gentes iluminadas de
instruir a quienes no lo son, a quienes no comprenden, a quienes están
abducidos por los mensajes de la extrema derecha. Se parte siempre de que las
«masas» no comprenden sus intereses o no comprenden la estrategia necesaria
para organizarse y luchar.
No es ajeno a
estos sectores otra vieja idea táctica: unirse con fuerzas no anarquistas para
tener más fuerza contra el fascismo creando «poder popular», y, por qué no, sutilmente
conducidos por los sectores institucionales, votando a las fuerzas
progresistas, dejando aparcado algo evidente: que el sistema representativo no
es sino un resorte del poder estatal.
Diversos sectores
de los anarquismos ya estamos organizados, hacemos organización siempre que hay una lucha, por humilde que pueda parecer, puesto que se
dota de las herramientas que precisa y que nunca serán las mismas que otras
coetáneas o que se produjeron en el pasado. Confiamos en la «sublevación espontánea de la vida contra la
dominación»[2], una manera existencial de
entender el anarquismo en la que siempre va primero la acción, y siempre bajo
condición de una acción que despliega una nueva potencia cuando un
funcionamiento o una situación anteriormente tolerados se vuelven
insoportables. Nuestra genealogía nos lleva a pensar que es inútil esperar la
información adecuada, la discusión política e ideológica avanzada que configure
una estrategia bien definida que vaya a hacer emerger la situación capaz de
despertar la acción del pueblo o de cualquier otro sujeto. Ninguna teoría ha transformado
nunca la realidad. No despreciamos las ideas puesto que son algunas de las fuerzas
que participan de la situación, pero no compartimos que dirijan la resultante.

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