Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

jueves, 13 de marzo de 2025

Kristin Ross (2024): La forma-comuna. La lucha como manera de habitar

 

A veces se requiere tacto más que tácticas (p. 125).



Este libro de Kristin Ross* es una buena herramienta para pensar las formas emancipatorias, en especial la que denomina como «forma-comuna». En la Introducción nos anticipa algunos rasgos de la comuna como el hecho de que cuando la gente siente, respira y desarrolla su vida fuera del guion establecido, sobre la base de la cooperación y la colaboración, la emancipación está más cerca de lo que parece.

La autora deja muy claro que existe una clara incompatibilidad entre comuna y Estado, entre emancipación y existencia del aparato estatal, por ello, las comunas y su forma de vida florecen en la medida en que retrocede el Estado.

Marx cuando reflexionó sobre la Comuna de París (1871) le llamó la atención no los ideales de los comuneros sino «las prácticas de los comuneros, la “propia existencia práctica” de la Comuna» (p. 8).

Para Kropotkin la Revolución francesa de 1789 fue el conflicto entre el Estado y las comunas. El conflicto se daba entre Estado y cualquier otro tipo de organización de la vida política, cualquier clase de inteligencia política alternativa, cualquier modelo diferente de comunidad.



Algunos hilos recurrentes y reconocibles de la forma-comuna son:

1.     El espacio-tiempo de la forma-comuna está anclado en el arte y la organización de la vida cotidiana, y ligado íntimamente a la responsabilidad adquirida respecto a los medios de subsistencia. Por ello requiere de una intervención pragmática en el aquí y ahora, y un compromiso de trabajo con los ingredientes y elementos del momento actual.

2.  Un entorno local, vecinal o delimitado. Las dimensiones espaciales y temporalidades distintivas de la forma-comuna se despliegan junto con un Estado distante, desmantelado o en desmantelamiento, cuyos servicios son considerados superfluos por un grupo de personas, que han decidido hacerse cargo ellas mismas de sus propios problemas.

Kristin Ross no considera que la forma-comuna sea un tipo de agencia del pasado, sino que percibe su existencia en acontecimientos y luchas del presente reciente. De esta forma se adentra en Mayo del 68 pero centrándose en «Nantes mejor que Nanterre» y del movimiento campesino francés y sus luchas. El espacio se convierte en el reto principal de las luchas y las acciones que apuntan hacia un objetivo. Recuerda que Reclus ya planteaba la división entre trabajadores urbanos y rurales y el fracaso de la izquierda urbana en ver el problema que eso significaba y que hoy explica muchos cambios políticos que tienen como protagonista la población rural.

También recuerda, y recupera, que Kropotkin, en La conquista del pan, quizás fue el primero en argumentar que la proximidad con los medios de subsistencia y la implicación directa en ellos es esencial no solo para mantener una viva intimidad con el territorio, sino también para que los movimientos de emancipación perduren.

Para la autora, cuando las cuestiones que afectan a la existencia (la crianza, los residuos, el combustible, los alimentos, etc.), y, en especial, a la subsistencia, dejan de estar limitadas al plano individual o familiar; y cuando el poder no emana de una ley, sino que proviene de la iniciativa directa de los de abajo gestionando sus asuntos en común, la emancipación se puede estar abriendo paso.

Las luchas en torno a la construcción de tres aeropuertos franceses llevan a Ross a considerar que luchar por un lugar determinado no es lo mismo que luchar por una idea y que todo lugar debe su carácter a las experiencias que ofrece y permite a quienes lo habitan o pasan su tiempo allí, y esas experiencias incluyen la nueva relación física con el territorio en particular. El esfuerzo colaborativo para resolver problemas pragmáticos implica algo significativo: poner en marcha un flujo de improvisaciones, intercambios de conocimientos, consultas e interrupciones de gran creatividad desde un punto de vista social.

Es más partidaria de la defensa que de la resistencia (de la primera proviene la zad, acrónimo de zona a defender). La defensa significa que hay algo en nuestro lado que poseemos, que valoramos y amamos y que, por tanto, tenemos algo que merece ser protegido y por lo que hay que luchar. Además, la defensa está enraizada en una temporalidad y un conjunto de prioridades generadas por la comunidad local y su proceso de construcción. El acto de defensa comienza afirmando y proclamando el valor de aquello a lo que nunca se había otorgado, la autora lo llama «lujo comunal». Mientras que la resistencia significa que la batalla se ha perdido, que solo podemos aspirar a aguantar desesperadamente frente al inmenso poder que le atribuimos a la otra parte. Significa permitir que el Estado sea quien dicte la agenda.

Un libro que tomando como centro la «forma-comuna» es capaz de entretejer el pasado y el presente, único camino para proyectar las posibilidades del futuro.


Laura Vicente


*El libro está editado por Virus

 

 

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