A veces se requiere tacto más que tácticas (p. 125).
Este
libro de Kristin Ross* es una buena herramienta para pensar las formas
emancipatorias, en especial la que denomina como «forma-comuna». En la
Introducción nos anticipa algunos rasgos de la comuna como el hecho de que
cuando la gente siente, respira y desarrolla su vida fuera del guion
establecido, sobre la base de la cooperación y la colaboración, la emancipación
está más cerca de lo que parece.
La
autora deja muy claro que existe una clara incompatibilidad entre comuna y
Estado, entre emancipación y existencia del aparato estatal, por ello, las
comunas y su forma de vida florecen en la medida en que retrocede el Estado.
Marx
cuando reflexionó sobre la Comuna de París (1871) le llamó la atención no los
ideales de los comuneros sino «las prácticas de los comuneros, la “propia
existencia práctica” de la Comuna» (p. 8).
Para
Kropotkin la Revolución francesa de 1789 fue el conflicto entre el Estado y las
comunas. El conflicto se daba entre Estado y cualquier otro tipo de
organización de la vida política, cualquier clase de inteligencia política
alternativa, cualquier modelo diferente de comunidad.
1. El
espacio-tiempo de la forma-comuna está anclado en el arte y la organización de
la vida cotidiana, y ligado íntimamente a la responsabilidad adquirida respecto
a los medios de subsistencia. Por ello requiere de una intervención pragmática
en el aquí y ahora, y un compromiso de trabajo con los ingredientes y elementos
del momento actual.
2. Un
entorno local, vecinal o delimitado. Las dimensiones espaciales y
temporalidades distintivas de la forma-comuna se despliegan junto con un Estado
distante, desmantelado o en desmantelamiento, cuyos servicios son considerados
superfluos por un grupo de personas, que han decidido hacerse cargo ellas
mismas de sus propios problemas.
Kristin Ross no considera que la forma-comuna sea un
tipo de agencia del pasado, sino que percibe su existencia en acontecimientos y
luchas del presente reciente. De esta forma se adentra en Mayo del 68 pero
centrándose en «Nantes mejor que Nanterre» y del movimiento campesino francés y
sus luchas. El espacio se convierte en el reto principal de las luchas y las
acciones que apuntan hacia un objetivo. Recuerda que Reclus ya planteaba la
división entre trabajadores urbanos y rurales y el fracaso de la izquierda
urbana en ver el problema que eso significaba y que hoy explica muchos cambios
políticos que tienen como protagonista la población rural.
También
recuerda, y recupera, que Kropotkin, en La conquista del pan, quizás fue
el primero en argumentar que la proximidad con los medios de subsistencia y la
implicación directa en ellos es esencial no solo para mantener una viva
intimidad con el territorio, sino también para que los movimientos de
emancipación perduren.
Para
la autora, cuando las cuestiones que afectan a la existencia (la crianza, los
residuos, el combustible, los alimentos, etc.), y, en especial, a la
subsistencia, dejan de estar limitadas al plano individual o familiar; y cuando
el poder no emana de una ley, sino que proviene de la iniciativa directa de los
de abajo gestionando sus asuntos en común, la emancipación se puede estar
abriendo paso.
Las
luchas en torno a la construcción de tres aeropuertos franceses llevan a Ross a
considerar que luchar por un lugar determinado no es lo mismo que luchar por
una idea y que todo lugar debe su carácter a las experiencias que ofrece y
permite a quienes lo habitan o pasan su tiempo allí, y esas experiencias
incluyen la nueva relación física con el territorio en particular. El esfuerzo
colaborativo para resolver problemas pragmáticos implica algo significativo:
poner en marcha un flujo de improvisaciones, intercambios de conocimientos,
consultas e interrupciones de gran creatividad desde un punto de vista social.
Es
más partidaria de la defensa que de la resistencia (de la primera
proviene la zad, acrónimo de zona a defender). La defensa significa
que hay algo en nuestro lado que poseemos, que valoramos y amamos y que, por
tanto, tenemos algo que merece ser protegido y por lo que hay que luchar.
Además, la defensa está enraizada en una temporalidad y un conjunto de
prioridades generadas por la comunidad local y su proceso de construcción. El
acto de defensa comienza afirmando y proclamando el valor de aquello a
lo que nunca se había otorgado, la autora lo llama «lujo comunal». Mientras que
la resistencia significa que la batalla se ha perdido, que solo podemos
aspirar a aguantar desesperadamente frente al inmenso poder que le atribuimos a
la otra parte. Significa permitir que el Estado sea quien dicte la agenda.
Un
libro que tomando como centro la «forma-comuna» es capaz de entretejer el
pasado y el presente, único camino para proyectar las posibilidades del futuro.
Laura Vicente
*El libro está editado por Virus
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios siempre aportarán otra visión y, por ello, me interesan.