La
doble moral ha sido un comportamiento netamente masculino desde tiempos
inmemoriales, ya que a las mujeres no se les ha permitido más que una versión
de la moral, la del sistema heteropatriarcal. Las mujeres han sido vigiladas,
maltratadas, encerradas, para que su comportamiento respondiera a la
normatividad estricta, lo contrario implicaba, entre otras cosas, un peligro
para la paternidad legítima de los hombres que han castigado siempre, incluso
con la muerte. Pero las normas elaboradas por los hombres permiten un
comportamiento masculino laxo, aceptable y bien visto (en todo caso, los
hombres nunca han sido censurados por vivir en la doble moral).
Pero
el «caso Errejón» resulta llamativo porque la doble
moral parece que no va con los hombres «progresistas» o de izquierdas, ellos se
las han apañado para hacernos creer que no hacen esas «cosas», que eso es
propio de la derecha, del conservadurismo casposo. Los hombres de izquierdas se
han situado en un nivel de superioridad moral, también en los comportamientos
sexuales, puesto que son feministas y han logrado una nueva masculinidad que
les exime del machismo, del deseo de dominio y del abuso de poder. El «caso
Errejón» demuestra que las cosas no son tan sencillas y que algunos viven esa
doble moral de forma extrema.
El
«caso Errejón» pone de manifiesto otros aspectos dignos de reflexión. El
discurso identitario construido sobre las diferencias entre hombres y mujeres,
que los feminismos han consolidado y, en algunos casos, han naturalizado como
elementos fijos, han servido para regular los deseos, la sexualidad y las
relaciones sociales. Las identidades femeninas y masculinas se han basado en un
contraste binario entre una sexualidad femenina sacralizada (necesitada de
seguridad y afecto) y una sexualidad masculina irrefrenable y, en ocasiones,
agresiva y violenta. El «caso Errejón» parece responder a ese prototipo de mal
masculino peligroso.
Pero
sin entrar en detalles del «caso Errejón» que está en fase de investigación,
individualizar el peligro de las agresiones sexuales, nos apartan de
responsabilizar a las instancias e instituciones que sostienen el sistema
heteropatriarcal y que son el fundamento de las violencias. Errejón conoce tan
bien el discurso feminista que él mismo utilizó este argumento en su carta de
dimisión para justificar su comportamiento culpando al patriarcado. Esto no
funciona así: tú debes responsabilizarte de tu comportamiento agresor y
abusador y nosotras nos encargaremos de indagar el aspecto estructural del
sistema heteropatriarcal que hay tras tu violencia contra las mujeres.
El
«caso Errejón» ha puesto en evidencia la facilidad con la que los feminismos y
otras instancias políticas caen en el punitivismo, en la necesidad de poner en
la picota al agresor y castigarle. Comprendemos que las víctimas puedan
necesitar el castigo, pero desde un punto de vista feminista y anarquista
debemos preguntarnos: ¿Para qué sirve el castigo, la pena? ¿Qué aporta a la
solución de la violencia de género una política restrictiva y regulacionista?
¿Consideramos que el feminismo anarquista debe apostar por una justicia basada
en la venganza? En ningún caso podemos apoyar la necesidad de que el Estado
aparezca como la instancia protectora de las víctimas y que estas queden como
seres necesitados de protección e incapaces de autoprotegerse.
No
resulta, por último, menos relevante que hayan sido en gran parte mujeres de
las formaciones políticas en que estaba encuadrado Errejón quienes han ocultado
su conducta sexual agresiva y maltratadora en aras de la defensa de un fin
superior: la defensa del proyecto político que compartían. Tanta importancia se
concede a este fin superior que para muchos el «caso Errejón» tendrá graves
consecuencias para la izquierda en su proyecto electoral.
Al
margen de ser de izquierdas o de derechas, la vida cotidiana de los hombres
está, como mínimo, salpicada de machismo (y eso no depende de quién gobierna),
es un mal estructural que conviene enfocar de modo adecuado para avanzar en el
debilitamiento del sistema heteropatriarcal.
Laura Vicente
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