Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

domingo, 23 de junio de 2024

Cambio social y deseo. Conversando con Amador Fernández-Savater I

 


Capitalismo libidinal. Antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar (Ned Ediciones, 2024) de Amador Fernández-Savater es un libro en el que el autor continúa reflexionando sobre los temas que le preocupan, que le «afectan», que le traspasan el cuerpo y que aparecen en sus libros anteriores y en sus artículos en la prensa. Es significativo el título del Prólogo: «En guerra con mis entrañas», y es que en este libro hay mucha atención a las posiciones de deseo, a las fluctuaciones del ánimo, a los malestares y a los bienestares, al amor, al cuidado protector, a la sensibilidad, a los cuerpos y a la vulnerabilidad. No descuida el autor la necesidad de tener una idea del funcionamiento del capital, del capitalismo libidinal, un monstruo, un centauro bipolar que se mueve entre una pulsión de conservación, de normalidad y otra totalmente desquiciada de conquista y pillaje. ¿De dónde extrae las energías el capital, o las nuevas derechas a su servicio? ¿Cómo opera el centauro dentro de nosotras mismas? ¿Es posible resistir al monstruo loco o no tenemos nada que hacer? Estas y otras preguntas han guiado esta conversación que nos ha facilitado pensar, dudar, encontrar resonancias en los cuerpos, sentirnos afectadas. Aunque aquí aparece toda la conversación muy ligada, ha habido silencios, emociones, vacilaciones, vida, en definitiva.

Amador Fernández-Savater es investigador independiente, activista, editor y «filósofo pirata». Ha codirigido la editorial Acuarela Libros y la revista Archipiélago. Ha participado activamente en diferentes movimientos y colectivos (antiglobalización, copyleft, V de Vivienda, 15 M, entre otros).

1.     Memoria del pasado

Laura Vicente (L. V.): Mencionas en tu lectura de Ahora del Comité invisible que nuestra sociedad vive aplastada en un «presente perpetuo», cerrado sobre sí mismo, sin apenas memoria del pasado ni proyecto de futuro y que nos hace falta recuperar el «sentido histórico».

El pasado produce efectos sobre el presente y enterrar las experiencias emancipadoras del pasado es la mejor forma de que no se puedan percibir posibles futuros. Si nos prohíben el futuro, el pasado solo se repite bajo la forma de nostalgia y retromanía.

Hay experiencias como lo que llamo «revolución de la existencia» que llevaron a cabo Mujeres Libres durante la Guerra Civil totalmente desconocidas.

¿Cómo crees que podemos recuperar el «sentido histórico»?

Amador Fernández-Savater (A. F-S.): Me parece básico. Me obsesiona esta cuestión. La descripción del «hombre unidimensional» de Marcuse, actualizada a día de hoy, describiría un ser humano sin memoria ni proyecto, encerrado en una actualidad definida por los medios de comunicación y el mercado ¡que ni siquiera es presente! Me distancio de los que hablan de «presente perpetuo» porque nuestra sociedad ha perdido, junto al pasado y la apertura a lo nuevo, el mismo presente. Lo indican todos los trastornos de la atención y la dificultad experimentada masivamente de estar «aquí y ahora».

El pasado y el porvenir se recuperan justamente desde el presente. Es un fogonazo de intensidad en el presente (una búsqueda, un movimiento, la activación del deseo) la que abre el pasado y el futuro, haciendo del primero un «depósito» infinito de pistas, de visiones, de posibles; y del segundo un camino desconocido por recorrer.

Estar en diálogo con el pasado, como la experiencia de Mujeres Libres que me citas, es precisamente poder escapar de la unidimensionalidad, de un presente plano, de una actualidad instantánea. Dotarse de una memoria propia es parte de la búsqueda de autonomía, no quedar dependientes del mundo de referencias de los medios de comunicación, tan pobre y superficial. Hay que ser intempestivo, atreverse a vivir «en otro tiempo», aferrarse a recuerdos y a una biblioteca, desde los que podemos también hablar del presente con fuerza.

L.V.: ¿Qué importancia puede tener recuperar esos momentos en los que gente común en la calle opuso su propio orden del día a la agenda de los aparatos gubernamentales y empresariales?

A. F-S.: Justo acabo de terminar un artículo sobre «el fantasma del 15M». Agarro esa figura del fantasma, del espectro del pasado que asedia y acecha al presente, para hablar del 15M. La retomo por supuesto de otros: Bloch y su «todavía no», Marcuse y sus «potencialidades», Derrida y su «hauntología», Mark Fisher y los «fantasmas de su vida». La idea es que el 15M a día de hoy es un fantasma, la presencia de una ausencia, que todavía nos habla con sus preguntas sin respuesta, sus problemas irresueltos, sus promesas incumplidas.

La nostalgia no me parece para nada triste, al revés que la melancolía. La nostalgia es añoranza activa de un posible. En el caso del 15M, la posibilidad de una acción política de cualquiera y para cualquiera, capaz de tejer en la diferencia y no pese a ella, de alojar lo extraño en lugar de temerlo. Sus anhelos de democracia real, de igualdad efectiva y de vida vivible aún no se han materializado. Sus preguntas siguen pidiendo respuestas, dado que las que supimos dar en su día fallaron.   

L. V.: A lo largo del libro señalas la relevancia de las mujeres y el feminismo en sus aportaciones a otra manera de entender la lucha y el cambio social. Recuperar su manera de entender la revuelta como mutación cultural, como cambio de la existencia más que como suplantación de modos de gobierno o de cambios económicos es muy difícil de investigar. En tu libro recuperas la lectura de Marcuse para plantear la necesidad de pasar de una cultura de la conquista de la realidad a una cultura de la acogida del mundo mediante la sensibilidad. Marcuse piensa la política revolucionaria como una política en clave femenina. Esa experiencia existió, la desarrolló Mujeres Libres cuando demostró que la revolución, si lo es, cambia la existencia en lo cotidiano: creando guarderías, comedores colectivos, cambiando las maternidades, la sexualidad, atendiendo a personas refugiadas y niños o niñas huérfanas, afrontando el problema de la higiene, es decir, resolviendo problemas con enfoques prácticos y de eficacia. ¿Crees posible que la recuperación de esta «otra» historia pueda influir en el presente? ¿Cómo canalizar esos saberes hacia quienes están interesados en conocerlos? ¿Tus talleres de pensamiento trabajan en esta dirección?

A. F-S.: Qué bien que hayas detectado ese hilo, Laura. Desde la reflexión que citas de Marcuse sobre la cualidad revolucionaria de la «receptividad» hasta la conversación con Yayo Herrero sobre la «política terrena», pasando por ese apunte de Freud sobre el miedo a lo femenino que atenaza a los cuerpos victimizados, hay una clave «femenina» que resuena en el libro y en mi pensamiento todo el rato, aunque sea muchas veces con sutileza y sin explicitar. Viene, sobre todo, de mis amistades femeninas y feministas de hace ya mucho tiempo…

Hablo en este sentido de «fuerza vulnerable». La política en clave femenina activaría un tipo de fuerza que brota de la exposición al mundo, de la intemperie y la herida, del hecho de que no somos un todo cerrado y autosuficiente, una bola de billar rodando por ahí. Me interesa pensar lo vulnerable desde la fuerza, es decir, no sólo como debilidad o fragilidad, sino potencia de afectación al dejarse afectar. Y a la vez pensar la fuerza desde la vulnerabilidad, distinguiendo entre la fuerza de los fuertes, que es la fuerza de la conquista, del adueñamiento del mundo, de la toma de posesión, y la fuerza de los débiles que consiste en ser parte de lo que se defiende, ser uno con las tramas de la vida, de los vínculos, del cuidado, de la tierra.

Cuanto más atados, más fuertes: esa es la fuerza paradójica de lo vulnerable. Frente a la idea masculina, solipsista e identitaria, de que somos más fuertes cuánto más solos estemos, más independencia y desarraigo consigamos.

Los talleres de pensamiento a que me dedico abundan en esta idea a partir de lecturas (Suely Rolnik, Simone Weil, Mercedes de Francisco, Hannah Arendt, Isabel Escudero, por citar sólo las de este curso), pero sobre todo por la experiencia de lectura que se anima en ellos: dejarnos afectar por lo que leemos, poner en acción el cuerpo a través de la memoria y la imaginación, no querer saber a toda prisa el sentido de algo, aceptar pérdida e incertidumbre, extraer fuerza de un cierto no-saber.    

2.     Capitalismo libidinal

L. V.: Dices en tu libro que el neoliberalismo es mucho más que un tipo de capitalismo, que es una forma de sociedad, una forma de existencia. ¿Puedes explicarnos a qué te refieres? ¿Por qué hablas de capitalismo libidinal?

A. F-S.: Podemos leerlo de varias formas. Es una pregunta por la relación entre deseo y capital. Es una llamada a pensar el capitalismo por el lado de los afectos, complementando un análisis «en economía política» con un análisis «en economía libidinal». Es también, finalmente, un diagnóstico sobre el presente: nuestro presente se cierra porque la vida se ha vuelto mercado.

El hecho decisivo de esta época me parece ese: la vida misma se ha hecho mercado, hay una especie de fusión entre ambos, una coincidencia (casi) plena. Vivir es reproducir el mercado, a través de todas las aplicaciones que este nos garantiza (viajar en Uber, ligar en Tinder, informarnos en Google, entretenernos en Netflix) y de nuestra propia concepción de nosotros mismos como «capital humano» que explotar.

El capitalismo afronta crisis, pero si no hay una respuesta en términos de deseo, es capaz de atravesarlas todas. Sólo un «ataque libidinal», como lo pudo ser la contracultura de los años 60, es capaz de desafiar al capital en profundidad. Hay que disputar al capitalismo en términos de deseo, lo que significa la producción de un ser humano distinto, capaz de sentir, hacer, pensar, atender distinto. La disputa política es, en gran medida, una disputa antropológica.   

L. V.: Este capitalismo despierta pulsiones de deseo, pero también malestares que nos desbordan. Intentar que cada una de nosotras considere que su malestar es solo suyo, que es exclusivamente individual es un objetivo del neoliberalismo. ¿Explícanos esos malestares y cómo podemos compartirlos para que entendamos que son colectivos?

A. F-S.: Exacto, la presión al rendimiento, mandato capitalista por excelencia que arraiga muy profundo en nuestro interior, produce todo tipo de «daños» en la vida personal y colectiva, malestares que podrían ser el motor de un cuestionamiento del sistema y nuestras formas de vida en él.

El malestar nos habla de un fuera-dentro. Es decir, el cambio requiere pensar el entrelazamiento entre el plano personal (la relación con uno mismo), el plano social (la relación con los otros) y el plano terrenal (la relación con la tierra).

En el plano personal, se trata de dejar de concebirse como capital humano para entrar en lógicas de deseo, de invención de caminos singulares en la vida; en el plano social, se trata de reinventar la cooperación con el otro diferente, frente a las lógicas individualizadoras de emburbujamiento, de competencia y negación del otro. En el plano terrestre, aprender una nueva relación con el mundo en términos de cuidado y escucha de las potencialidades que existen, frente a la lógica apropiadora, de dominación y conquista de lo existente.

En los tres planos, eso pasa por una reactivación del Eros frente a la alianza endiablada entre los mandatos capitalistas y nuestro inconsciente, vía superyó. Hay que volver a articular a Marx con Freud, política y psicoanálisis, atacar ese «entre».    

L. V.: Afirmas que la izquierda tiene una auténtica «sordera libidinal» que le impide entender de dónde extrae sus energías el capital. ¿Cómo recuperar la audición para afrontar un capitalismo que nos invade hasta lo más íntimo de nuestra existencia? Por otro lado, parece que las nuevas derechas están captando mejor que la izquierda el dolor, el sufrimiento, el malestar que nos acucia. ¿Esa fuerza libidinal cómo la canalizan, qué lógica reaccionaria reintroducen?

A. F-S.: Sordera libidinal significa por ejemplo no entender por qué los más débiles pueden apoyar con su voto las opciones de derecha, repetir que los «trabajadores de derecha» son idiotas manipulados, ver sólo que se quiere ver, lo que el esquema progresista nos permite ver.

Hay razones del corazón que la razón (la más estrecha) no entiende. Razones libidinales. Como el enganche que tienen las nuevas derechas en un victimismo de masas que se satisface en los chivos expiatorios señalados por ellas como los «causantes del daño».

A mi juicio, la derecha está sabiendo conectar hoy con una subjetividad victimista y victimizada. Atravesada por el malestar  ̶ de la precariedad de los vínculos y de la vida ̶ , pero que no se anima al encuentro y la cooperación, a la transformación, sino que busca descargar una agresividad feroz en algún culpable de lo que pasa.

La base de esta nueva derecha es «somática», es algo del cuerpo, es algo de los afectos, es algo de los estados de ánimo. La izquierda está «sorda libidinalmente» en el sentido de que sigue pensando que se trata de manipulación, de relatos, de datos, algo a contrarrestar sólo «racionalmente». El mensaje de la derecha prende porque toca los cuerpos, tanto la «libertad» de Ayuso (que arraiga en la libertad de la vida-mercado) como los «enemigos internos» de Vox (que sintonizan con miedos y esperanzas de regreso a una completud soñada). Sin plantear la batalla en el cuerpo y la sensibilidad, en los cuerpos dañados y las sensibilidades oscurecidas, me parece que perdemos esta guerra de antemano.  

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