Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

jueves, 23 de mayo de 2024

HISTORIA(S)

 

AGUSTÍN COMOTTO

Hace mucho que entiendo el papel de la historia en una doble dimensión: por un lado, investigar el pasado para llenar el capazo de saberes y representaciones de lo ocurrido en otro tiempo; y, por otro lado, hacer llegar ese capazo a quienes luchan en el presente por la transformación social.

Quiero aclarar que no me considero una historiadora militante como desde la Academia se nos cataloga a quien hacemos historia fuera de su ala protectora, al margen, como me gusta decir a mí. Por eso siempre me he negado a que digan que soy una historiadora libertaria o anarquista. Mientras la mayor parte de los historiadores académicos se sienten objetivos o neutrales en su quehacer histórico, nos endilgan a quienes estamos en el margen la etiqueta descalificante de «militante» como sinónimo de investigación de parte, subjetiva y, por tanto, menor.

Respecto a la investigación del pasado me he ido orientando hacia una comprensión de la historia discontinua y contradictoria, con mucho de accidental y contingente, en el sentido de que nada anuncia que se va a producir un acontecimiento, puede suceder o no. La perspectiva de la historia lineal, que tan vinculada está a la Modernidad, considera a esta como una línea ordenada de causas y consecuencias que camina hacia adelante, que progresa conduciendo a hechos que previsiblemente tienen que suceder. Es decir, que un hecho histórico determinado proviene de algo que estaba en ciernes en un elemento originario cuyo desarrollo se acaba concretando en dicho acontecimiento.

Esa es la razón por la que prefiero la representación «geológica» de la historia a la «lineal». En la imagen «geológica» el peso de la historia funciona a través de una acumulación espacial de capas heterogéneas entre las cuales investigamos acontecimientos que sucedieron sin anuncio previo, que pasan, a veces, como un rayo lleno de posibilidades por indagar y escudriñar. La labor de la historia, desde esta perspectiva, es recoger las historias discontinuas, sorprendentes e inesperadas y llevar a cabo un registro retrospectivo de conflictos, afectos y saberes. Un registro de las convergencias, de los accidentes, de los desórdenes, de lo descartado por la «gran Historia».

Esos estratos sedimentarios son los depósitos dados por las generaciones anteriores que definen a la comunidad por sus relaciones históricas con los ancestros. De alguna manera, somos lo que somos en tanto que herencia y en tanto que el pasado produce efectos sobre el presente, si no los produce, si se rompe esa trabazón con el pasado y deja de «afectarnos» en nuestro quehacer y en nuestra sensibilidad, los hechos pasados mueren y quedan en libros polvorientos sin brújula, sin sentido.

Como decía al principio, por tanto, la historia tiene otra dimensión, desde mi punto de vista no es una naturaleza muerta en la que se curiosea sin más. El pasado tiene efectos sobre el presente y abre posibles futuros. De ahí, que tiene sentido hacer circular esa historia bastarda, lateral y subterránea, que no encaja en la ordenada historia lineal y que es relevante desde la perspectiva social y cultural para hacer «historia del presente» aunque parezca un oxímoron. No resulta fácil acercarnos a quienes entienden la historia con esa proyección viva hacia el presente, la mayoría de las veces se queda en pura nostalgia o en una especie de retromanía sin sentido.


Laura Vicente 

 

 

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