El espacio de la izquierda en Europa y Estados Unidos, a principios de la década de 1920, apoyaba la revolución rusa. No obstante, Emma Goldman decidió no callar y denunciar el totalitarismo y la burocratización que se había producido con Lenin al frente del Partido Bolchevique.
Emma Goldman aprovechó su experiencia en la Rusia revolucionaria para reflexionar, desde lo vivido, cómo debía ser una revolución anarquista.
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La lectura de la obra de Emma Goldman muestra la relevancia que tuvo para ella la lucha
por la autonomía personal en la que se embarcó desde la adolescencia. En su
manera de entender el anarquismo siempre dio gran valor al componente
existencial, o «emancipación interna», que tenía que interactuar con los
cambios sociales.
La
clave de la autonomía fue para ella tomar en sus manos cada uno de los detalles
de su existencia, por ínfimos que fueran, «porque lo ínfimo es también dominio
del poder»[1].
El objetivo que se marcó fue que el hacer
permaneciera siempre autónomo con respecto a cualquier forma de poder y
conformar un «nosotros/as» que resonara cuando decía «yo». Por ello, la
autonomía significaba constituir una forma de vida. No fue una excepción su
posición crítica respecto a las dos revoluciones que tuvo oportunidad de vivir:
la Revolución rusa (1917), en la que nos vamos a centrar, y la Revolución en
España (1936).
Su
llegada a Rusia y sus primeras dudas
Emma Goldman fue calificada por el FBI como «la
mujer más peligrosa de América», su pecado para merecer dicho calificativo
fueron sus conferencias, mítines, escritos y su entrega a la lucha que le
ocasionaron constantes prohibiciones, detenciones y encarcelamientos en Estados
Unidos.
Dos campañas, especialmente la segunda, fueron
consideradas peligrosas para el Gobierno estadounidense: la primera fue la
campaña en favor del control de la natalidad con información sobre métodos
anticonceptivos y la segunda, la campaña en contra de la intervención de
Estados Unidos en la Iª Guerra Mundial, defendiendo posiciones claramente
antimilitaristas. Esta segunda campaña y las acciones llevadas a cabo
provocaron la suspensión de la libertad de expresión oral y escrita por todo el
país. En su caso concreto fue detenida, juzgada y encarcelada durante dos años
entre 1917 y 1919.
Cuando salió de la cárcel encontró destruido todo lo
que había levantado lentamente a lo largo de los años junto con un grupo
reducido de anarquistas entre los que se encontraba Alexander Berkman (su
compañero de vida, solo brevemente su pareja). Pero ahí no quedó todo puesto
que se inició un proceso de expulsión del país y pérdida de la ciudadanía por
motivos políticos contra ella, Berkman, y centenares de hombres y mujeres que se
habían movilizado contra la guerra.
Cuando fue deportada a Rusia, su país de origen,
desde Estados Unidos (diciembre de 1919), Goldman llegó ilusionada y decidida a
colaborar con la revolución. Sus ganas eran tan grandes que adoptó una posición
de suma prudencia a la hora de enjuiciar lo que veía: «Debo esperar. Debo
estudiar la situación. Debo conocer los hechos. Sobre todo, debo tener la
oportunidad de ver por mí misma al bolchevismo en acción»[2].
En efecto, buscó hacerse una idea propia de la
revolución recogiendo información y hablando con obreros/as, campesinos/as y
mujeres en los mercados. Sus dudas estaban relacionadas con la preocupación y
la desconfianza que le generaba el protagonismo del Partido Bolchevique y con
la personalidad de su líder (Vladimir I. Lenin).
Enseguida aprendió a diferenciar entre bolcheviques
y revolución. Se dio cuenta que ambos aspectos eran opuestos y antagónicos en
cuanto a su objetivo y propósito y que los bolcheviques eran los sepultureros
de la revolución. Hacia junio/julio de 1920 ya había sacado las conclusiones
principales sobre el carácter de la revolución bolchevique. El propio Kropotkin
en las dos entrevistas que tuvo con Goldman (especialmente en la segunda, en julio de 1920) le transmitió su
percepción de que la revolución inicial llevó a la gente a cotas espirituales
de altura y profundas transformaciones sociales, pero el bolchevismo con su
política basada en la opresión, persecución y acoso la habían hecho fracasar.
La impresión que le causó Lenin fue negativa,
percibió a un líder cuya aproximación a la gente era meramente utilitaria, en función
del uso que pudiera obtener de ella para su proyecto. La libertad de expresión
y de prensa, que siempre defendió Goldman, no significaban nada para él.
Goldman y Kropotkin fueron conscientes de que el anarquismo
ruso no había sabido dar respuestas en la fase constructiva de la revolución y
proponer la reorganización de la vida sobre bases libertarias. Sabían que la
revolución bolchevique no era anarquista puesto que esta debía generar una
transformación existencial que era imposible que se produjera tras «siglos de
despotismo y sumisión»[3].
Sin embargo, lo que fue conociendo de la revolución le desilusionó
profundamente al observar la poca
relevancia que el bolchevismo daba al componente vital, algo tan importante para
el anarquismo que renunciar a él era renunciar
a la manera en que entendía la revolución.
El pensamiento de Emma Goldman era global, ya que
todos los aspectos eran elementos que formaban un todo en el que se producía una fusión entre las opciones
políticas y las
opciones de vida. El anarquismo para ella era «una
forma de ser», una experiencia vital, un compromiso existencial y ético,
más que una doctrina cuidadosamente acabada[4].
No resulta sorprendente, por tanto, que aun teniendo grandes diferencias
con el programa económico, político, social o cultural que estaba desarrollando
el bolchevismo, Goldman insistiera en los aspectos humanos. Para ella, la gran misión de la revolución era un trasvase
fundamental de valores. Un trasvase
de valores sociales y humanos, considerando a estos últimos como los más
importantes, pues constituían la base de todos los valores sociales. Si se
cambiaban las condiciones económicas o políticas pero se dejaban ideas y
valores subyacentes intactos, la transformación era superficial, no
substancial. Los valores que implicaban un cambio profundo eran el «sentido de
justicia y equidad, el amor a la libertad y a la hermandad entre humanos», (…)
«la santidad de la vida»[5].
Para Goldman, los nuevos valores, que debían ser la
clave de la revolución, debían
transformar las relaciones básicas entre los seres humanos y de estos
con la sociedad. Confiaba en un nuevo concepto de la vida que podía regenerar
la mente y lo espiritual. El fin era establecer la importancia de la vida, la
dignidad del ser humano y su derecho a la libertad y al bienestar. Huelga decir
que para ella la libertad era uno de los valores humanos clave para vetar la
tiranía y la centralización del poder.
La revolución tenía que ser el resultado del genio
creativo del pueblo, confiaba plenamente en la espontaneidad y en la
cooperación, en que el «interés común es la máxima de todo empeño
revolucionario»[6].
Mientras que el Estado bolchevique era institucional y estático: « (…) la
naturaleza de la revolución es, por el contrario, crecer, amplificarse y
expandirse en círculos cada vez más amplios (…); la revolución es fluida,
dinámica»[7].
Las críticas de Goldman a la revolución bolchevique
eran diversas: el mantenimiento del Estado que para ella significaba la derrota
de la revolución, centrarse en exceso en el aspecto económico, reprimir la
creatividad y la autonomía del pueblo en quien ella confiaba plenamente, la
represión de las opiniones por las que ella había pagado con la cárcel en
Estados Unidos y otros muchos aspectos.
Pero si algo pervertía todos los valores éticos
fundamentales de su concepción revolucionaria era la consigna de que el fin
justificaba los medios. La experiencia enseñaba que los medios y métodos no se
podían separar del objetivo último y que este había que construirlo con el
mismo material que la vida que se perseguía: « (…) despojar los propios métodos
de su componente ético equivale a sumergirse en las profundidades del más
absoluto amoralismo»[8].
Tras esta consigna llegaba la mentira, el engaño, la
hipocresía, la traición y el asesinato.
Ella se preguntaba desde el dolor que le causaba la
violencia: «Si la Revolución realmente debía secundar tal cantidad de
brutalidad y de crímenes, ¿cuál era entonces el propósito de la Revolución?»[9].
Y no es que partiera de la inocencia de que la revolución no implicaba
violencia, pero esta tenía que tener unos límites muy precisos que los
bolcheviques no estaban respetando:
«Nunca
he negado que la violencia es
inevitable, y no voy a decir ahora lo contrario. Pero una cosa es emplear la
violencia en combate como medio de defensa. Y otra completamente distinta hacer
del terrorismo un principio, institucionalizarlo, adjudicarle la posición más
importante en la lucha social. Ese terrorismo engendra contrarrevolución y, a
su tiempo, él mismo se vuelve contrarrevolucionario»[10].
La violencia, factor inevitable de las turbulencias
revolucionarias, se convirtió en Rusia en una costumbre consolidada, en un
hábito que resultaba insoportable para ella.
Naturalmente, para el Partido Bolchevique cualquier
sugerencia del valor de la vida humana o de la importancia de la integridad
revolucionaria, era repudiada como «sentimentalismo burgués». En definitiva,
Emma Goldman se percató de que para el bolchevismo todo era legítimo si servía
a su planteamiento de la revolución, cualquier otra política era acusada de
débil, sentimental y traicionera con la revolución. Eran auténticos «puritanos
sociales», en el sentido de que creían que solo ellos eran los elegidos para
salvar a la humanidad.
Para ese puritanismo bolchevique, que Goldman
hiciera hincapié en que no había foros para el debate, ni clubs, ni lugares de
encuentro, ni restaurantes, ni siquiera salas de baile, debió resultar
indignantemente peligroso. Cuando se lo comentó a un amigo bolchevique (Zorin),
este le contestó: «Las salas de baile son lugares de reunión de
contrarrevolucionarios. Las hemos cerrado»[11].
Probablemente de ahí venía esa frase que tanto se repite en boca de Goldman:
«Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa». Bailar era síntoma de una
vida llena de alegría y vitalidad, mientras que ella veía la vida que impulsaba
el bolchevismo como una vida severa e intimidatoria, una vida sin color ni
calidez, una vida de represión.
Kropotkin y Goldman decidieron en 1920 no denunciar la perversión totalitaria de la revolución rusa, las razones: el acoso que sufría Rusia por parte de los aliados pero también la inexistencia de medio alguno de expresión en el interior del país. Kropotkin murió el 8 de febrero de 1921 y mantuvo ese silencio. A Goldman se le hizo insoportable seguir en Rusia, «sentía la obligación de alzar la voz, así que decidí dejar el país»[12]. El 1 de diciembre de 1921 abandonó Rusia en compañía de Alexander Berkman y Alexander Shapiro, lo hizo con la idea de denunciar los crímenes cometidos en nombre de la revolución. «Debía hacerme escuchar sin tener en cuenta ni a amigos ni a enemigos», así lo hizo en Mi desilusión en Rusia, publicado en 1923.
Este texto fue publicado en:
https://www.elsaltodiario.com/el-rumor-de-las-multitudes/emma-goldman-revolucion-rusa
[1]
En palabras del Consejo Nocturno (2018): Un habitar más fuerte que la metrópoli. Logroño, Pepitas de
Calabaza, p. 81
[2] Emma Goldman
(2018): Mi desilusión en Rusia. Barcelona,
El Viejo Topo, p. 46.
[3] Emma Goldman, 2018, p. 16
[4] Este planteamiento lo desarrolla de forma brillante
Tomás Ibáñez en un artículo reciente, titulado «Anarquismo existencial», Rojo y Negro Digital, 26/5/2020. http://rojoynegro.info/articulo/ideas/anarquismo-existencial
[5] Emma Goldman,
2018, p. 295.
[6] Emma Goldman,
2018, p. 281.
[7] Emma Goldman,
2018, p. 293.
[8] Emma Goldman,
2018, p. 296.
[9] Emma Goldman,
2018, p. 149.
[10] Emma Goldman,
2018, p. 17.
[11] Emma Goldman,
2018, p. 268.
[12] Emma Goldman,
2018, p. 277.
La Revolución Rusa es uno de los mayores fraudes de la historia contemporánea y refleja como los delirios de la razón, convirtiendo a cada persona en un simple tornillo, de una máquina infernal, puede destruir siglos de humanismo imperfecto.
ResponderEliminarPor otra parte recordemos que las denuncias de los crímenes de la Revolución Rusa también fue suscrita por Ángel Pestaña y otros líderes de la CNT casi desde el principio.
No olvidemos tampoco la sublevación anarquista de Néstor Majnó en Ucrania.
Un abrazo
Totalmente de acuerdo con lo que dices, el valor de Emma Goldman es que lo detectó al vuelo. Algo parecido ocurrió con Pestaña. El anarquismo tiene una percepción especial para detectar el autoritarismo (aunque no está libre de caer en formas autoritarias). La experiencia de Majnó es muy interesante, desde luego.
EliminarPara mi Krostandt es la clave, por cierto, se celeba este año el centenario y poco se ha recordado algo tan interesante como lo ocurrido en esa base naval.
Un abrazo.