Una persona culta es aquella (…) que sabe cómo elegir compañía entre los hombres [y mujeres], entre las cosas, entre las ideas, tanto en el presente como en el pasado. H. Arendt

sábado, 13 de diciembre de 2025

¡QUÉ DIFÍCIL ES HACER LA REVOLUCIÓN! AYER Y HOY

 

Kati Horna

Cuando buscas las huellas, los ecos, las resonancias de la revolución que Mujeres Libres hizo suya, dándole la vuelta al papel que sus compañeros reservaban para ellas, encuentras noticias que muestran las dificultades que tuvieron que afrontar las anarquistas. Estas «huellas» se han encontrado en Solidaridad Obrera, «órgano de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña y portavoz de la CNT de España».

Estaba leyendo este diario en torno a agosto de 1937, mes en el que Mujeres Libres celebró la Conferencia en la que se constituyeron como Federación Nacional. En ese año seguía vivo, aunque dañado, un proceso de revolución social en el contexto de la Guerra Civil en el que habían participado las mujeres anarquistas desde espacios libertarios diferentes. Mujeres Libres hacía once meses que existía y había aprovechado ese tiempo para organizarse, crecer con rapidez inesperada y reapropiarse de la revolución a su manera corporal y vivencial.

Vamos a hablar del pasado entendiendo que una «verdadera revolución solamente puede surgir a partir de un tiempo radicalmente nuevo, todo presente, tiempo-ahora»[1]. No se trata de romper con el pasado, lo que presupondría ignorar una poderosa relación con lo que fue y lo que será; se trata antes bien de vivir el presente en toda su dimensión de ahoridad, comprendiéndolo en cuanto punto focal en el que toda la historia se concentra.

Esta concepción de la historia está incrustada profundamente en cada presente.

La mayor parte de los hombres anarquistas se centraron en hacer la revolución en el contexto de la guerra (esta es como una ola que lo inunda todo en Solidaridad Obrera). No hay espacio para las mujeres, no hay espacio para Mujeres Libres, no hay espacio para una revolución de la vida que es en lo que andaban las mujeres anarquistas sin desatender las necesidades de dicha guerra.

No tenían tiempo para prestar atención a lo que hacían las mujeres y, en general, las siguieron tratando con condescendencia, paternalismo y superioridad. Algo muy perceptible en el hecho de que, mientras Mujeres Libres celebraba en Valencia la mencionada Conferencia para constituir la Federación Nacional (del 20 al 22 de agosto), Solidaridad Obrera, el día 22, en su sección «La pregunta del día», se dirigía a las mujeres obreras de una forma muy peculiar, perdonadme el eufemismo, al preguntarles qué opinaban de la guerra y la revolución. El diario reconocía que las mujeres «lo dieron todo», como les correspondía como mujeres sacrificadas, y eligió a una madre, una viuda y una muchacha antifascista para que respondieran a sus preguntas: «Se trata de saber lo que opina el sexo débil de esta inmensa epopeya que vivimos» (…)».

Una epopeya masculina, se sobrentiende…


Kati Horna


No les cuadra a las obreras ser el sexo débil, pero todo queda claro cuando lo que se resalta no es su trabajo productivo sino su condición de madre, viuda o muchacha antifascista. La madre es caracterizada como «matronil y rozagante», la viuda como «mujer resignada y de aspecto triste que lleva a una niña de la mano».

En realidad, ninguna de ellas dio su opinión sobre la guerra y la revolución salvo para decir que lo habían dado todo: una tenía cinco hijos combatientes, la viuda había perdido a su pareja en las barricadas en julio del 36 y la «muchacha» consideraba a los soldados como los «auténticos héroes».

Ellas vivían la guerra y la revolución a través de ellos, según la subjetividad masculina.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 

Pocos días después, Solidaridad Obrera informó sobre el mitin de clausura de la Conferencia de Mujeres Libres (1 de septiembre), tituló la breve noticia como: «Importante mitin de Mujeres Libres, en Valencia». La importancia del mitin se refería a aquello que les pareció más destacado: la «misión principal de la mujer, [era] la de ser educadora de sus hijos».

Nada nuevo bajo el sol, como si no hiciera más de un año que se había iniciado una revolución social.

En el mitin hablaron: Luisa García Boronat, de las Juventudes Libertarias de Valencia, María Jiménez, Secretaria del Comité Regional de Cataluña de Mujeres Libres, Mercedes Comaposada, redactora de la revista Mujeres Libres y Federica Montseny que nunca formó parte de esta organización y revista. Pues bien, solo mencionaron a Federica, obviando los nombres de las auténticas protagonistas, destacando de sus palabras que «la misión de la mujer es criar a los hijos y al mismo tiempo el mundo para los hijos».

Una parte importante de estas noticias las firmaba el redactor corresponsal Ben Krimo, es decir León Azerrat Cohén, un periodista judío libertario.  En su crónica telefónica desde la Conferencia de la constitución de la Federación Nacional afirmaba:

«La mujer ha venido a la vida a cumplir misiones profundas y elevadas. Es madre, hija, compañera y hermana. Lo da todo y no exige nada. Hasta ahora, la mujer para muchos es un objeto más de placer en nuestra vida y sería magnífico borrar esta terrible concepción de la mujer».

La imagen que los hombres tenían de las mujeres anarquistas estaba siendo cuestionada desde hacía tiempo, pero con muchas dificultades. Para ellos, las mujeres existían como su complemento, «la otra» que solo tenía sentido en referencia a ellos: madre, hija, compañera y hermana. Ah, y como no, objetos de placer.

Las dificultades resuenan como ecos en el presente, no son las mismas, pero persisten.

La revolución tuvo sus límites, y uno relevante fue que consideraron a las mujeres como reproductoras y cuidadoras y poca cosa más, ni siquiera advirtieron que estas, desde esos espacios tradicionales, revolucionaron la existencia, fueron más allá que ellos mismos. Ya lo decía el propio Ben Krimo: «Hasta ahora enfrascados los hombres en nuestros problemas, no hemos tenido tiempo o no hemos querido prestar a la mujer la atención que merece». Es decir, no se enteraban de lo que pasaba a su alrededor y continuaban con su concepción paternalista, patriarcal y panoli.

No se enteraban, pero molestaban.

Lucía Sánchez Saornil en una entrevista que le hizo Ben Krimo acabada la Conferencia de Valencia, a su pregunta: «Qué dificultades encontráis para vuestro desenvolvimiento?» No dudó en responder que las «dificultades mayores han estado en la indiferencia masculina hacia nuestras aportaciones (…)».

Porque indudablemente las mujeres anarquistas hablaban y actuaban mucho más allá de esa imagen de madre-hija-hermana-compañera-viuda, ocupadas siempre en los cuidados y la infancia, funciones que no rechazaban, pero no necesariamente definían su identidad. Veamos las respuestas de Lucía a dos preguntas más del periodista:

-----«¿Cuáles son vuestras labores en estos tiempos?» Y respondía Lucía:

«(…) activar la articulación nacional de nuestras Secciones de Trabajo para aportar a la guerra un rendimiento oportuno en la primera ocasión. También hacer propaganda de nuestra causa en el extranjero. En este mes acudiremos al Congreso Femenino de Ginebra, y organizaremos varios actos en París y tal vez en Bruselas. No tratamos de captarnos las esferas oficiales. Nos importa atraernos la simpatía y la comprensión de los pueblos».

----«¿Qué aspiraciones inmediatas tenéis?

(…) poder intervenir en la dirección de los destinos de nuestro país. Nuestro deseo va más lejos del iberismo: va hasta el internacionalismo. Pero nos hemos detenido en lo nacional, mientras logramos estrechar lazos de relaciones con nuestras camaradas de Portugal y otros países…».

¿Qué relación había entre el papel que otorgaban los hombres a las mujeres y la agencia de estas? Parecen dos mundos paralelos definidos, como bien dijo Lucía, por la indiferencia de ellos hacia las aportaciones de ellas. Quizás, dos maneras de entender la revolución.

Sin duda, debemos vivir el presente en toda su dimensión de ahoridad, pero el hoy no es sino el «punto focal en el que toda la historia se concentra», ese es uno de los sentidos de conocer el pasado.

 Laura Vicente 

 Escrito publicado en Agràcia, Revista del Ateneo Libertario de Gràcia, Barcelona, nº 7, 2025



[1] Andityas Matos (2023): La an-arquía que viene. Fragmentos para un diccionario de política radical. España, Ned Ediciones, pp. 61-62.

 

miércoles, 3 de diciembre de 2025

EL MUNDO DESPUÉS DE GAZA

 



He terminado hace unos días la lectura del libro de Pankaj Mishra[1] cuyo título es el que le he dado a este escrito. Confieso mi prevención porque el material que he leído sobre Gaza tras el 7 de octubre de 2023 me ha gustado poco. Este libro rompe esa racha y procuraré explicar las razones por los que me ha gustado y, de esa forma, hablaré de este libro.

1ª RAZÓN

La sorprendente decisión de que la primera parte del libro esté dedicada a la Shoah y a sus postrimerías, me parece una sabia decisión por parte del autor.

La Shoah, como no podía ser de otra manera, marcó a varias generaciones de judíos. El 7 de octubre de 2023 era fácil revivir el miedo a otro Holocausto. Cuando se formó Israel en 1948 pareció el único refugio posible, sin embargo, no fue así al establecerse en un espacio en el que se tuvo que llevar a cabo una limpieza étnica y quedar rodeado de pueblos desposeídos y naciones  vengativas.

Los primeros colonos sionistas que llegaron a la zona de Palestina llevaron ideas socialistas (las granjas colectivas), los sindicatos y la planificación económica. Quizás por ese motivo Stalin maniobró en favor de los sionistas y de la constitución del Estado de Israel. No fue el único apoyo desde la izquierda que recibieron.

Pero a medida que se aceleró la descolonización en Asia y África, muchos izquierdistas de una nueva generación comenzaron a alinearse con los pueblos del Tercer Mundo que habían sido colonias y empezaron a tildar a Israel, especialmente tras la guerra de los Seis Días en 1967, de empresa racista y colonialista. Esta guerra fue la segunda fundación de Israel, el país se reafirmó como potencia expansionista con la ocupación de tierras árabes. En este contexto se reavivó y se incorporó la Shoah en la retórica oficial israelí, convirtiendo el asesinato de seis millones de judíos en la nueva base de la identidad de Israel.

A partir de este análisis, Mishra trata de clarificar dos cuestiones que para muchas personas continúa siendo incomprensibles: cómo había llegado Israel, un país construido para acoger a un pueblo perseguido y sin hogar, a ejercer un poder terrible sobre la vida y la muerte de otro pueblo de refugiados; y cómo puede la mayoría del poder político y periodístico occidental ignorar, incluso justificar, sus injusticias y su crueldad sistemática.

Se revisa y explica la cruel experiencia judía de la modernidad que los consideró sistemáticamente «extranjeros» en Occidente; cómo el antiguo odio hacia los judíos se fue convirtiendo, con el auge del nacionalismo, en antisemitismo racial; el surgimiento  de la idea de una patria judía que dio paso al nacionalismo sionista; el culmen de estos factores con el Holocausto que concibió Alemania pero que contó con el silencio o el apoyo de Europa, Estados Unidos y, de otra manera, la URSS; la recuperación de la Shoah en los años sesenta que aceleró la conversión de las víctimas y supervivientes en una serie de argumentos ideológicos y políticos al servicio del sionismo; el giro de Israel hacia la derecha después de la segunda intifada palestina (2000-2005).

Estos acontecimientos han convertido a Israel en un reducto de etnonacionalismo cruel y en un «laboratorio» para la producción y ensayo de las herramientas empleadas por otros etnonacionalistas para reprimir a sus pueblos.

2ª RAZÓN

Tengo una mala relación con el campo activista y/o institucional de lo que se denomina memoria. Concuerdo con lo que señaló en una ocasión Susan Sontag: «Eso que llaman memoria colectiva no es un recuerdo, sino la imposición de que algo es importante (…)». El recorrido que el autor realiza sobre la manipulación de la Shoah en los países occidentales resulta importante para cuestionarnos el papel que tiene la «memoria» y la posición poco crítica por parte de sectores de la izquierda.

La Shoah/Holocausto pasó de la inexistencia hasta principios de los años sesenta del siglo XX, a una etapa posterior que llega hasta la actualidad en la que existe una cultura del recuerdo sin precedentes sobre el Holocausto. La memoria colectiva de la Shoah en Europa y en Israel se construyó, según el autor, a posteriori, en ocasiones deliberadamente, y con fines políticos específicos.

Pankaj Mishra proporciona numerosos datos de como las víctimas judías de Hitler pasaron de ser ignoradas a convertirse en un pilar clave de la identidad paneuropea que alberga la Unión Europea. Para justificar esta opinión, el autor recorre la posición de Alemania (Occidental y Oriental de formas diferentes) después de la guerra de un rechazo profundo y a veces cruel a enfrentarse con lo que realmente pasó y reconciliarse con ello. Y cómo al reclamar la cultura de la memoria de la Shoah, a partir de los años sesenta, se las hubieran arreglado para evitar reconocer los crímenes que la hicieron posible.

Y de Alemania salta a Estados Unidos porque tampoco en este país han sido inofensivas las manipulaciones de la memoria de la Shoah. Recordar y conmemorar la Shoah en los países occidentales eliminó recuerdos incómodos de su posición durante la guerra respecto a lo que conocían del exterminio de la población judía. Las barreras a la emigración de los refugiados judíos fueron en Estados Unidos muy duras en plena guerra y una vez finalizada esta. Por ejemplo, 250.000 judíos se vieron condenados a pasar años en un limbo de campos de desplazados dirigidos por los Aliados, porque no había ningún país dispuesto a acogerlos.

También Israel dio un dramático y funesto giro de guion cuando la clase dirigente de Israel que había sido abiertamente laica empezó a considerar a los sionistas religiosos como socios suyos en el proyecto de judaizar la tierra que habían tomado en 1967. La memoria de la Shoah cumplió un papel tanto en Israel como entre los judíos estadounidenses estableciéndose vínculos, cada vez más profundos, entre los gobiernos israelíes, los grupos judíos pro-Israel y los supremacistas blancos.

El recorrido que hace el autor partiendo de estos vínculos es inquietante y extrañamente clarificadora de la actualidad muy relacionado también con la descolonización y el consiguiente neocolonialismo racial.

3ª RAZÓN

La relevancia del racismo en toda esta historia.

El racismo como algo más que un repugnante prejuicio personal, es decir, como una forma de ordenar la vida económica y social en gran parte del mundo. La «línea de color» como «religión» de la raza blanca desde principios del siglo XX que provocó el más violento de los fanatismos y la descolonización como una promesa de igualdad.

La idea de raza como «significante móvil», que no está conectada sin más a la clasificación biológica: es más bien una categoría flexible desde el punto de vista ideológico para definir a los otros. Eso abre un escenario de fraternidad humana y solidaridad más amplio que la comunidad étnico-racial, y una gama más amplia de víctimas de la modernidad.

La memoria de la Shoah se ha convertido, dice el autor, en una contranarrativa en la que se ha pervertido su memoria para permitir el asesinato masivo al tiempo que oscurecer una historia más amplia, la de la violencia occidental moderna fuera de Occidente.

Pero el autor no hace este análisis para caer en el maniqueísmo de buenos y malos, es consciente como Primo Levi de la «zona gris» y señala que, igual que la Shoah se considera el mayor de todos los males, incomparable y sin precedentes, los que describen el sionismo como ideología genocida pretenden aligerar la carga simbólica de la Shoah y representar la destrucción de Gaza como el verdadero mal de nuestro tiempo.

El autor es consciente, sin por ello justificarlo, del tortuoso camino que han recorrido los judíos para construir su Estado. Tan tortuoso como el de tantos otros pueblos colonizados. Y en tanto que gente que no encajaba, se convirtió en víctima propiciatoria de la nueva fe laica del nacionalismo.

Sabemos lo rápido que una víctima puede convertirse en un victimario inhumano y sucumbir a la idea de que una puede restablecer su propia identidad matando. Y deberíamos volver a leer a Primo Levi para entenderlo.

Recorrer ese «camino tortuoso» con Mishra es como bajar a los infiernos y una prueba de que este autor merece la pena ser leído, lo que no quiere decir estar de acuerdo en todo con él.

 

4ª RAZÓN

Releer a Primo Levi siempre salva de creerse en el lado correcto de la historia. El siglo XX dejó a la vista los peligros de un mundo donde no existía ningún límite ético que indicara lo que los seres humanos podían hacer o a lo que podrían atreverse. Gaza nos enfrenta de verdad a la enfermedad crónica de nuestras sociedades. Gaza provoca vértigo, provoca miedo, provoca pavor a la indiferencia de la muerte sistemática.

El libro abre muchos frentes de cuestionamiento y de reflexión que agradezco. Pero también encuentro temas que no acabo de ver claros, por ejemplo, la idea de que el fascismo lleva existiendo desde hace siglos. No comparto convertir el fascismo, una realidad del siglo XX, en un cajón de sastre donde cabe todo.

Tilda a algunos historiadores de anticomunistas, como Timothy Snyder, como si el comunismo fuera defendible, algo que no puedo compartir.

 Laura Vicente



[1] Pankaj Mishra (2025): El mundo después de Gaza. Una breve historia. Barcelona, Galaxia Gutenberg.

domingo, 23 de noviembre de 2025

«A mi aire»




 2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (2 octubre)

Dijo Maquiavelo algo así como: «son numéricamente pocos los que aman el poder y de este amor nunca están saciados»

De que sean pocos tengo mis dudas, de que nunca se sacien de poder, no tengo ninguna duda.


«A mi aire» (9 octubre)

Muchas veces me pregunto qué significa para mí la montaña, por qué parece que estoy en casa (siempre entiendo casa como refugio) cuando me escapo en cualquier estación del año.

Muchos o pocos días, disfruto igual. Eso sí, procuro ir cuando sé que hay poca gente, por tanto, poco ruido (solo sonidos no humanos).


«A mi aire» (16 octubre)

Confío plenamente en el apoyo mutuo (a años luz de la caridad), la única posibilidad para crear corrientes, en doble dirección, de posibilidades para hacer frente a las adversidades y tejer otras formas de habitar el mundo (el pequeñito y el global).


«A mi aire» (23 octubre)

La historia no trabaja ni a favor ni en contra de nadie.

Cuando escucho a algunos «personajes» de la política, decir que están en el lado bueno

de la historia con un cinismo despreocupado, me generan una desconfianza total. 


«A mi aire» (30 octubre)

Es verdad que el tiempo es totalmente subjetivo: a veces pasa volando y otras transcurre con una lentitud desesperante. Pese a ello, nos obstinamos en domesticarlo y estructurarlo con horarios que para unas es un suplicio y para otras personas es tranquilizador.

A mí no me gustan los horarios y me los cargo cuando es una opción personal.


jueves, 13 de noviembre de 2025

LA TEORÍA NO TRANSFORMA LA REALIDAD

 

Es muy frecuente escuchar lo ignorantes, simples y «cortos» que son los grupos, líderes y votantes de la extrema derecha (o fascismo, postfascismo o términos similares). No voy a entrar ahora en la cuestión conceptual sino en los calificativos aplicados a dicho sector político. Que los ignorantes y tontos coman la «tostada» a los listos e inteligentes es un misterio que se achaca siempre a los medios de comunicación, redes sociales y demás herramientas para «comer el tarro» a la masa acrítica y que no digo que no tenga su importancia.

Está proliferando en los medios anarquistas (mucho más en los medios comunistas, socialdemócratas y progresistas) la idea de que ante esta situación hay que organizarse, que el fallo, teniendo la razón y la inteligencia, es la desorganización, la falta de responsabilidad y disciplina y, especialmente, la falta de una estrategia clara que nos marque con claridad la táctica a seguir.

En realidad, el ámbito anarquista está organizado, sea a través de colectivos, de revistas o periódicos, de radios libres, de editoriales, de ateneos, etc. Sin embargo, quienes hablan de falta de organización consideran que esas organizaciones son excesivamente diversas, múltiples, incoherentes e indisciplinadas. El modelo organizativo que proponen se basa en un grupo cohesionado que para alcanzar sus objetivos necesita responsabilidad y compromiso militante. Así mismo es fundamental «formarse» a través de talleres y cursos que permitan una discusión previa que conducirá a la «minoría activa» a diseñar un planteamiento estratégico que marque la pauta de la organización, acompañada de un planteamiento táctico que indique las acciones a desarrollar.

Las supuestas estrategias a largo plazo no son nuevas (tampoco el anarquismo se libró de ellas en el pasado), durante mucho tiempo se basaron en una sólida creencia: la idea de que el tiempo de los dominantes estaba a su vez inscrito en un tiempo más esencial, el de una evolución histórica que destruiría las propias dominaciones que ella misma había generado. Pero el tiempo ya no trabaja para transformar la desigualdad en igualdad, a decir verdad, nunca lo ha hecho porque igualdad y desigualdad son dos mundos enfrentados:

«No existe la teoría por un lado y por otro la práctica para aplicarla. Tampoco existe oposición entre la transformación del mundo y su interpretación. […] Existen textos, prácticas, interpretaciones y saberes que se articulan unos a otros y definen el campo polémico en el que la política construye sus mundos posibles»[1].

Volviendo al inicio de este escrito, cuando se piensa que un sector de los anarquismos (y la izquierda en sentido amplio) son los únicos que ven la realidad objetiva y que la masa de la ciudadanía no la ve, de hecho, están afirmando la desigualdad de las inteligencias, por tanto, la tarea que tienen las gentes iluminadas de instruir a quienes no lo son, a quienes no comprenden, a quienes están abducidos por los mensajes de la extrema derecha. Se parte siempre de que las «masas» no comprenden sus intereses o no comprenden la estrategia necesaria para organizarse y luchar.

No es ajeno a estos sectores otra vieja idea táctica: unirse con fuerzas no anarquistas para tener más fuerza contra el fascismo creando «poder popular», y, por qué no, sutilmente conducidos por los sectores institucionales, votando a las fuerzas progresistas, dejando aparcado algo evidente: que el sistema representativo no es sino un resorte del poder estatal.

Diversos sectores de los anarquismos ya estamos organizados, hacemos organización siempre que hay una lucha, por humilde que pueda parecer, puesto que se dota de las herramientas que precisa y que nunca serán las mismas que otras coetáneas o que se produjeron en el pasado. Confiamos en la «sublevación espontánea de la vida contra la dominación»[2], una manera existencial de entender el anarquismo en la que siempre va primero la acción, y siempre bajo condición de una acción que despliega una nueva potencia cuando un funcionamiento o una situación anteriormente tolerados se vuelven insoportables. Nuestra genealogía nos lleva a pensar que es inútil esperar la información adecuada, la discusión política e ideológica avanzada que configure una estrategia bien definida que vaya a hacer emerger la situación capaz de despertar la acción del pueblo o de cualquier otro sujeto. Ninguna teoría ha transformado nunca la realidad. No despreciamos las ideas puesto que son algunas de las fuerzas que participan de la situación, pero no compartimos que dirijan la resultante.

 Laura Vicente

 



[1] Jacques Rancière (2023): Los treinta ingloriosos. Escenas políticas 1991-2021. Pamplona, Katakrak, p. 38.

[2] Tomás Ibáñez (2022): Anarquistas en perspectiva. Barcelona, Descontrol, p. 63.

lunes, 3 de noviembre de 2025

APOYO MUTUO, UNA HERRAMIENTA SOLIDARIA


 

Este escrito se basa en la lectura de un libro[1] que con altibajos me parece una buena herramienta para los grupos de apoyo mutuo (en general, para cualquier grupo activista). Empezaré diciendo que me llama la atención que el autor no mencione como genealogía, aunque también como actualidad, que el «apoyo mutuo» tiene un largo recorrido en los anarquismos. No pretendo decir que solo los anarquistas lo hayan teorizado[2] y aplicado a la práctica, pero me resulta extraño esa invisibilidad o ignorancia de su importancia dentro de dicho movimiento.

El libro de 145 páginas se estructura en dos partes y una Introducción titulada: «Las crisis requieren tácticas audaces». La primera parte es más teórica: «¿Qué es el apoyo mutuo?», y son apenas treinta páginas, desde mi punto de vista bastante floja. Se trata de reflexiones muy simples entre las cuales lo más interesante es la diferencia que establece entre apoyo mutuo y caridad. Considera acertadamente que la caridad «no está diseñada para llegar a la raíz de la pobreza y la violencia». Para el autor, el activismo y el apoyo mutuo no deben vivirse como voluntariado, deben vivirse «como una existencia en sintonía con nuestras esperanzas para el mundo y con nuestras pasiones». Es importante, según este planteamiento, construir una base lo más sólida posible de apoyo mutuo para estar preparadas tanto para las próximas crisis que puedan llegar como para las rebeliones que puedan tejerse.

La segunda parte es eminentemente práctica, se titula: «Trabajar juntos y con propósito». Es la parte que cuenta con más páginas, está dirigida a facilitar las cosas a aquellas personas que deseen iniciar proyectos de apoyo mutuo o que ya formen parte de estos y «quieran construir culturas y estructuras grupales que ayuden a que el trabajo prospere».

Esta parte se inicia con algunos de los peligros y dificultades del apoyo mutuo. Señala cuatro tendencias peligrosas que conviene tener en cuenta para no caer en la desgastada forma de la caridad: la clasificación de las personas como merecedoras y no merecedoras de ayuda (o lo que es lo mismo, establecer jerarquías de mérito); practicar el «salvacionismo» y el paternalismo; ser cooptadas; y colaborar con las iniciativas que suprimen las infraestructuras públicas para ser reemplazadas por la empresa privada y el voluntariado.

Los cuatro peligros inducen a la reflexión de cómo sin querer se nos cuelan algunas veces actitudes relacionadas con estas tendencias peligrosas. Nunca está demás revisarlas para mejorar nuestra participación en proyectos de apoyo mutuo.

En la cooptación propone un tema peliagudo: cómo afrontar el daño y la violencia dentro o fuera de los grupos de apoyo mutuo. El planteamiento que resalta el autor es no colaborar con la policía y plantea lo que denomina «responsabilidad comunitaria» o «justicia transformadora». Estos procesos no son sencillos y pueden durar años ya que se basan en entender los comportamientos y apoyar a las personas que han infligido daño trabajando en sus creencias sobre género y sexualidad para intentar detener ese comportamiento. El objetivo es intentar lograr lo que los enfoques de castigo penal no logran: dar apoyo al superviviente para que se cure, brindar al causante del daño lo necesario para que cambie su comportamiento y evaluar cómo las normas comunitarias pueden cambiar a fin de disminuir la probabilidad de que ocurra cualquier daño.

Algunos trabajos de justicia transformadora se centran en la prevención y otros en brindar apoyo después de que suceda algo. Ambos son enfoques de apoyo mutuo, en tanto que abordan las necesidades inmediatas de supervivencia, reconociendo que los sistemas que se supone que garantizan seguridad (la policía, los fiscales y los tribunales) no lo hacen, y de hecho empeoran las cosas. Salir de la cultura del castigo está muy arraigado en los anarquismos y no siempre es fácil encontrar cómo hacerlo, en este libro encontramos propuestas interesantes que pueden ayudarnos a afrontarlo.

Hay un capítulo en esta segunda parte que también está muy vinculado a los anarquismos pero que no nos vacuna de caer en contradicciones en los grupos de apoyo mutuo o de cualquier otro tema. Se trata del capítulo 5, titulado: «Ni jefes, ni cuentistas», en él se exploran tres tendencias organizativas que pueden causar problemas: secretos, jerarquía y falta de caridad; prometer demasiado y cumplir poco, falta de respuesta y elitismo; y, por último, escasez, urgencia, competencia. El autor propone tablas en las que aparecen sintetizados el problema y cómo evitarlo.

La perspectiva de que cada grupo tiene su cultura me parece acertada. La cultura del grupo se construye a partir de las señales que damos a las personas cuando se unen o asisten a un evento, las normas que sigue el grupo, cómo celebramos las cosas juntas, cómo nos relacionamos en las conversaciones informales, cómo nos hacen sentir nuestras reuniones, cómo nos retroalimentamos entre nosotras y más. Se pueden tomar decisiones dirigidas a cambiar la cultura de un grupo revisando lo que funciona y lo que no y reflexionamos sobre cómo nuestra propia conducta se refleja en lo que queremos ver e influir unas personas en otras.

Cómo tomar las decisiones juntas, cómo facilitar las reuniones, y cómo afrontar los conflictos, son tres aspectos que tienen espacio en esta segunda parte y que pueden entorpecer o facilitar el funcionamiento de los grupos.

El libro acaba con un capítulo de «Conclusión» que es una muy buena síntesis del libro y que merece leerse con atención. La «lista de recursos», casi toda en inglés, cierra el libro y ojalá estuviera traducida para poder utilizarla.

Laura Vicente 



[1] Dean Spade (2020/2022): Apoyo mutuo. Construir solidaridad en sociedades en crisis. Madrid, Traficantes de sueños.

[2] Mencionemos la obra más conocida y difundida: Piotr Kropotkin, El Apoyo Mutuo. Publicada en 1902.

jueves, 23 de octubre de 2025

«A mi aire»


 2025

(de mi cuenta de IG: @lauramartierra)

«A mi aire» (4 septiembre)

Pasear por un bosque que no está encantado, recorrer una ruta que no es de las diez más bonitas, pasear por un pueblo sin sabor, disfrutar de árboles y riachuelos sin nombre, saborear una comida sin foto que subir a Instagram, conversar en un bar cualquiera (igual

da que sea de carretera) … cada vez es más difícil pero no imposible.


«A mi aire» (11 septiembre)

Recordar a mi padre, sigue siendo enternecedor y rico en recuerdos y enseñanzas. Si leyera esto me miraría con escepticismo y pensaría que exageraba.

El mundo que habitó casi ha desaparecido, pero su forma de vivir, sus valores, su potencia, siguen alimentando hoy mi resistencia.

[Ayer, 10 de septiembre, un nuevo aniversario de la muerte de mi padre]

 

«A mi aire» (18 septiembre)

Llevo muy requetemal lo que está ocurriendo en la montaña (en Pirineos que es lo que más conozco): personas que acampan en donde no se puede, se bañan en los ibones alterando la composición del agua por los rastros de cremas, perfumes y demás, sombrillas en las orillas de ríos de montaña, música sonando mientras caminan y que todas oímos, riesgos innecesarios por caminar sin el material necesario y un largo etc.

La montaña merece respeto y cuidado.


«A mi aire» (25 septiembre)

La situación en Gaza para la población civil es insoportable y debería darnos vergüenza consentir que la clase política española se limite a utilizar un acontecimiento histórico de exterminio para ver si pueden sacar redito político.

¡Vergüenza! ¡Indignación y rabia!

lunes, 13 de octubre de 2025

Viure la força. Simone Weil i la Columna Durruti

 



Viure la força. Simone Weil i la Columna Durruti

Xavier Artigas

 Barcelona, 2025, Descontrol.

 

El libro de Artigas va muy bien acompañado con un Prólogo de Myrtille Gonzalbo y un Epílogo de Amador Fernández-Savater. En el caso de Myrtille, componente del grupo de los Gimenólogos que llevan a cabo una labor investigadora y de recuperación de la memoria encomiable, su reflexión sobre estos temas vinculados con Simone Weil resulta interesante e incisiva. El escrito de Amador, en su línea de pensamiento, se centra en lo que cree fue una búsqueda de Weil de «otro tipo de eficacia política», de «otra fuerza de transformación, de una fuerza débil». Sin duda, en una guerra el máximo de eficacia viene encarnado por el máximo de armas que son capaces de generar el máximo de terror (cualquiera de las guerras actuales puede darnos buenos ejemplos). Amador se pregunta si se puede rechazar la eficacia del terror sin rendirse, si es posible la revuelta de los débiles, de aquellos que no tienen medios para aterrorizar.

Prólogo y Epílogo resultan pertinentes sobre todo si queremos que la historia sea algo más que la recuperación sin más del pasado. Si algo tiene de interés la historia, saliendo del ámbito académico, es transmitir al presente todo aquello que pudo ser y no fue porqué resultó derrotado. En el caso que nos ocupa: la Guerra Civil española y la Revolución anarquista que se expandió por muchos más poros que los que se reconocen habitualmente, son un referente (hay muchos más a lo largo de la historia de las clases oprimidas, dominadas y explotadas) que nos pueden guiar muchos años después.

El libro de Artigas, como el subtítulo señala, está centrado en la filósofa Simone Weil y su experiencia de la guerra, breve pero intensa y trascendente, en la famosa Columna Durruti. Por todo ello, sus páginas, en las que los datos concretos le han costado al autor encontrarlos y, quizás por ello, se regodea en ellos, son un ir y venir sobre el efecto que tuvo en la filósofa coger un arma, ella que se consideraba contraria a las guerras, y afrontar la violencia que suele ser especialmente dura en las guerras civiles.

¿La mujer que entró en España identificándose como anarquista ante los milicianos revolucionarios que custodiaban la frontera poco después del inicio de la Revolución, salió anarquista poco tiempo después?

La famosa Carta a Bernanos, escritor católico, en la que condena la violencia del bando republicano ha hecho pensar a los sectores más reaccionarios que Weil abandonó las ideas anarquistas tras su experiencia en el frente de Aragón. El autor de este libro realiza una minuciosa investigación para contextualizar la Carta y ofrecer numerosos indicios de que, tras salir de España, Weil siguió apoyando la causa libertaria.

De todas formas, el tema de la violencia revolucionario es todo un temazo que ha generado siempre numerosos debates y numerosas controversias y que no creo que haya desaparecido de las preocupaciones de quienes piensan que pueden producirse transformaciones profundas y que es difícil que no aparezca la violencia. Desde luego, su presencia es segura y continuada en el bando de los sectores dominantes, no hace falta que exista un proceso de transformación social.

El libro abre esa caja de pandora que es mejor conocer y afrontar y no mirar hacia otro lado pensando que la violencia de los débiles siempre está justificada.

 

 Laura Vicente